Un acompañante personal
Un clima tenso reinaba en la sala. Elisse se encontraba completamente tensa sin saber cómo reaccionar, mientras que las miradas desaprobatorias de sus padres estaban posadas en ella. Todo el peso de sus acciones ejercía presión sobre sus hombros, hasta el punto de llegar a cortarle la respiración y preguntarse a sí misma porque se dejó llevar por un desconocido cuando era claramente una contradicción a todo lo que le habían enseñado. Por otro lado, el silencio de sus padres solo lo estaba empeorando, pues sabía que cuanto más tarde se pronunciasen más perdida estaría. El único sonido que se podía escuchar era del tic tac del reloj viejo de pared que siempre odió por estar en el fondo de la mayoría de sus clases.
— ¿Por eso estabas tan distraída últimamente?, ¿por un hombre? — habló su madre al cabo de los segundos con expresión seria, dando a entender que había presenciado su agradable despedida —. Si lo que querías era una pareja yo podría haberte arrejuntado con alguien de bien. ¿Es un noble al menos?
— ¡No! No tiene nada que ver — respondió Elisse exaltada por el malentendido.
Al mismo tiempo que ambas conversaban su padre, Monsieur Robert Edevane, se mantenía al margen mirando su manos, las cuales se encontraban cruzadas encima de sus piernas, también cruzadas. Pero, aunque no lo pareciese, tenía el oído puesto en todo lo que ocurría a su alrededor.
— Entonces te paga. No sabía que mi hija era una ramera— asumió Madame Sophia, pues era incapaz de imaginar una relación entre hombre y mujer que no implicara relaciones más allá de la amistad — Espero que te de bastante dinero, sería un despropósito que mancharas nuestro apellido aceptando menos.
— ¡No soy una prostituta! No lo entiendes — se alteró Elisse.
— Pues explícamelo. Puede que consigas decepcionarme más.
Por más que Elisse pensaba en una respuesta que la sacase del aprieto no la encontraba; no podía explicarle que Edward era un señor que apareció de repente en el jardín y desde entonces le había estado demostrando que la magia existe, tampoco podía hacerlo pasar por su pareja, pues sin duda la obligarían a dejar de verlo para presentarle a alguien que consideraran adecuado. Por un momento dirigió su vista a su padre con la esperanza de que este le ayudase, no obstante, este ni siquiera le dirigía la mirada. Más ideas cruzaban su cabeza, cada una más descabellada que la anterior, pero ante la imposibilidad de excusarse no encontró mejor solución que quedarse en silencio, deseando que la situación que sus padres imaginaran no fuese demasiado perjudicial para ella. Se encontraba totalmente arrinconada.
— Entiendo — continuó su madre ante la falta de respuesta, acompañándose de una risa sarcástica—. Al parecer he criado a una niña que no es más que una zorra que quiere destruir nuestra familia.
Los ojos de Elisse se abrieron con sorpresa, a pesar de que Madame Sophie nunca le hubiese hablado de forma amable tampoco había llegado a referirse a ella con semejante crueldad. Sin ninguna posibilidad de escabullirse a su habitación las lágrimas comenzaron a descender por sus mejillas, haciendo notar lo mucho que le habían dolido sus palabras, pero sin poder argumentar nada en su defensa.
— Basta, Sophie. Las faltas de respeto nunca han sido bienvenidas en esta casa —le reprendió Robert levantando la cabeza para mirarla —. En cuanto a ti — continuó dirigiendo su vista a Elisse—, tienes prohibida la salida de la casa hasta que este asunto se aclare. Por el momento márchate a tu habitación y reflexiona sobre si vale la pena proteger a ese hombre con tu silencio.
— Entendido, padre.
Con los ojos hinchados Elisse se retiró, pero no sin antes prestar atención a las palabras de sus padres una vez creyeron que se encontraba lo suficientemente lejos como para no escuchar.
— ¿Y ya está? Se ha escapado antes, lo volverá a hacer. Debiste encerrarla en su habitación bajo llave — habló Sophie.
— Me aseguraré de que no pueda.
Sin querer saber cómo continuaría aquella conversación, por el daño emocional que esta le pudiera causar, se adentró a su habitación cerrando la puerta tras de sí. En ese momento todo su mundo se le vino encima, se sentía agradecida por el castigo suave que le habían aplicado, pero esto mismo junto a las últimas palabras de su padre la hicieron sospechar, estaba segura de que había algo más que todavía no le habían contado, si antes se sentía controlada ahora no podría ni respirar sin que sus padres lo supiesen.
Quería sentirse arrepentida, quería desear poder dar marcha atrás para no haber realizado aquel trato y que su vida continuase como normalmente, pero era incapaz. La realidad era que los encuentros con Edward le habían dado los ánimos que necesitaba para seguir con su monótona rutina sin desfallecer en el intento, y por ello no podría decir que cambiaría ninguno de ellos solo con el objetivo de complacer a sus progenitores. Su única esperanza era que el tiempo hiciese su trabajo en sus memorias, o que al menos ayudara a que le restaran importancia, pues contarles la verdad nunca estuvo entre sus posibilidad; el único resultado factible era que pensasen que se le había ido cabeza y que la llevasen a un médico, el cual con suerte no optaría por una trepanación. Sin duda no iba a arriesgarse a ello solo por conseguir su perdón.
Por el momento no le quedaba más remedio que intentar conciliar el sueño, replanteándose como de costumbre como de bienvenida era en su propia casa, y a la espera de que el día de mañana no fuese tan tortuoso como imaginaba.
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Durante la misma noche y en el otro lado de la ciudad el detective privado Travis Sheppard hacía sus maletas con el objetivo de tenerlas listas para el día siguiente. A sus veintiún años ya era completamente independiente y se había hecho conocido por sacar a luz los adulterios de figuras relevantes para los habitantes de la ciudad, causando grandes escándalos. Quizá no era un trabajo moralmente correcto, pero mientras le diera de comer no renunciaría este, pues era increíblemente rentable gracias a la cantidad de dinero que los nobles podían llegar a pagar para descubrir las infidelidades de sus parejas.
Sin embargo, su tipo de cliente pronto cambiaría, ya que esa misma noche había recibido una oferta que superaba a todas las anteriores con creces, y lo único que debía hacer era mantener controlada a una adolescente, a una niña rica de diecisiete años hija de un científico. Teniendo en cuenta que ni siquiera debía hacerlo a escondidas estaba convencido de que el trabajo sería pan comido. La única pega era que debía mudarse a su casa con el propósito de no perderla de vista, solo deseaba que la chica no fuese demasiado molesta.
Por ahora ya había redactado las cartas necesarias para cancelar sus otros encargos pendientes bajo el pretexto de que le había surgido un viaje, conocía a sus clientes y sabía exactamente cuales no tendrían problema y cuales le desearían la muerte de todas las formas posibles, aunque esto último tampoco era una novedad en su vida. Solo le restaba ir a la cama y esperar para conocer a la joven que le quitaría la totalidad de su tiempo en pocas horas.
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A la mañana siguiente Elisse se levante con unas profundas ojeras en su rostro, fruto del insomnio y la ansiedad que había sufrido durante la noche, no le quedaba otra que taparlas con maquillaje, pues lucir cansada no era propio de una dama. Le hubiese gustado permanecer en la cama el resto del día, compadeciéndose de sí misma; sin embargo, debía ponerse uno de sus múltiples vestidos, el cual eligió al azar, para continuar con sus rutinas como si aquella escena no hubiese ocurrido, pero con un nuevo límite perimetral marcando sus pasos.
No obstante, en su camino al desayuno la presencia de su padre la hizo detenerse en seco en cuanto bajó las escaleras, perpleja de que este se encontrara esperándola, pues desde que aprendió a andar nunca había gozado de compañía por las mañanas. Su desconcierto le impidió fijarse en la figura que le acompañada, de manera que esta solo captó su atención cuando dió un paso al frente. Se trataba de un joven apuesto pero desaliñado, que vestía unos pantalones de pana negros junto a una camisa y un chaleco gris, no era de los que te dejaban con la boca abierta, pero a Elisse le pareció que tenía su encanto.
— Buenos días, Elisse. Te presento al señor Sheppard, te acompañará para asegurarse de que cumples el castigo — anunció Monsieur Robert.
— No necesito una niñera, y aún menos si es igual de joven que yo— le replicó dándole una vista rápida al detective, con lo que pudo intuir su edad.
— Tus últimas conductas dictan lo opuesto — la contradijo.
— Disculpeme por mi atrevimiento señorita Edevane, pero soy tres años mayor que usted — habló Travis por primera vez.
Elisse pronto entendió que aquella decisión no era negociable, por lo que no se molestó en intentar rebatir al respecto. Sin embargo, se sentía completamente desilusionada, pues habían llegado al extremo de arrebatarle la poco intimidad que le quedaba; así como cualquier oportunidad de escabullirse para revisar el libro o para actualizar a Edward sobre su nueva situación familiar. Era probable que este creyera que al haber finalizado el trato concluyó que era un mundo en el que no quería adentrarse, de manera que simplemente dejó de acudir a sus encuentros, y aquel pensamiento la carcomía por dentro. Si tan solo pudiese dejarle una nota su ansiedad se calmaría, pero debía ingeniárselas para ello.
Aún con la cabeza gacha por el desengaño de la noticia se dirigió a tomar su desayuno y a darle el suyo a Kenji, su gato, quien pareció captar que algo no estaba bien, pues en lugar de apresurarse a su cuenco como de costumbre se mantuvo alrededor de sus piernas. Fue un momento que consiguió sacarle una sonrisa.
Aunque no revisó su espalda era consciente de que el señor Sheppard estaba siguiendo cada uno de sus movimientos debido al sonido de sus pasos.
— ¿Va a hacer eso todo el día? — le preguntó sin mirarle.
— Para ello me ha contratado su padre —respondió sin titubear.
— ¿Es que no tiene nada mejor en lo que invertir su tiempo?
— Depende de en qué sentido lo pregunte, si hablamos de entretenimiento por supuesto, pero en cuanto a rentabilidad... no.
El día continuó igual que empezó, en cada clase y en cada comida él se encontraba vigilándola de cerca, como si en cualquier despiste pudiera desaparecer. Incluso sus profesores particulares parecían tenerle más respeto del que ella consideraba necesario, llegando a pedirle opinión sobre asuntos personales que no venían al caso mientras la mantenían entretenida realizando tareas sin haberle proporcionado ninguna explicación. Lo que más la irritaba del asunto era que estos fuesen los mismos que la acusaban con sus padres por no presentar atención. Por otro lado, también le resultaba intrigante el porqué todo el personal se mostraba cercano al recién llegado, hasta le pareció ver una expresión sorprendida en la cara del jardinero cuando lo vió junto a ella, como si de una celebridad se tratase.
Tan grande era el misterio a su alrededor que su ansía por entender que ocurría la llevó a interrogarlo justo cuando la hubo dejado en su habitación para marcharse a la suya, la cual se encontraba a escasos metros.
— ¿Le puedo hacer alguna pregunta?
— La acaba de hacer — bromeó, pero recibiendo una expresión de exaspero de su parte, dándole a entender que hablaba en serio —. Está bien, ¿qué quiere saber?
— ¿A qué se dedicaba antes de aceptar este trabajo?
— Soy detective privado, así que dependía de lo que me encargarse el cliente — respondió, pero sin querer admitir que su tiempo solía estar invertido en vigilar moteles con poco encanto.
Para Travis tampoco había sido una jornada laboral interesante, pues su ocupación no fue más allá de acompañar a Elisse, quien no tuvo ninguna intención de escapar en primer lugar. Su único divertimento fue entretener a sus profesores, quienes lo conocían a él y a su renombre, para intentar provocar alguna reacción en ella ante la imposibilidad de dar sus clases como normalmente; sin embargo, su expresión continuó siendo neutral. Ella no era como la típica niña rica que había creído que encontraría, y aunque eso le llamase la atención no estaba dispuesto a bajar la guardia, pues era consciente de lo impredecibles que podían resultar las personas.
Sin hacer ningún comentario al respecto Elisse se metió en su habitación, lo que le hizo verse presionado a retirarse a la suya al verse solo en el pasillo. Ella se acostó reflexionando sobre su trabajo, sabía que los detectives privados existían pero era la primera vez que conocía uno y, dejando de lado su aspecto físico, no podía decir que su primera impresión fuese buena. Tanto su presencia, en muchas ocasiones a no más de algún metro de ella, como la confianza con la que hablaba la habían mantenido alerta durante lo largo de sus actividades, impidiéndole relajarse un solo segundo. Confiaba en poder ir conociéndole y que este se ganara su respeto, ya que de otra forma sus días comenzarían a ser más agotadores.
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