Esperé y esperé, con la madrugada entrante, y con el tiempo ya cansado, que éste puso su cabeza sobre mi hombro. Fatigados todos decidí no fallarles más.

Sentí una mirada, como una bala entre mi nuca, era ella. Acercóse, tomó mis mejillas y besó una de ellas. Adiós Bella. ¿Por qué Adiós? Porque tardaste mucho y ya estoy cansado. Y dime querido, si te dijera que el tiempo puede sentirse como años lo que segundos son y como segundos, los mismos años. ¡Dime, Bella! ¿Tú qué sabes de esperar?

Mi mano dejó de estar sola, y en ese momento supe que debía callar, la tomaba con fuerza, parecía que ella también había esperado mucho por aquel momento. Me guiaba, como si la ciudad le perteneciera. Subíamos, bajábamos y encontraba maravilloso todo lo que me parecía cotidiano; todo lo que había visto en su ausencia, junto a ella, parecía como una segunda versión.

Un salón pequeño, algunos muebles y libros en el suelo, un poco de bebida y el olor a tabaco. Como si hubiéramos vivido juntos toda la vida, o toda la vida la conocíamos con los ojos del otro. Tomé su cintura y ella subía sus brazos finamente, contorneando mi cuello. El tacto, el primero es como un secreto susurrado: se necesita acercarse de a pocos, despacio, para entender al otro. Así pasábamos la noche, esta vez, no eran nuestros ojos los del baile, era el baile del cual el tiempo no puede matar.

"Cariño, lo hice otra vez. No eras tú, ni era yo, éramos nosotros. En años en que los hombres buscan pieles, yo busque matarte. Créeme querida, no era una noche, era una vida. Y si la tentativa de creer que miento, te lo digo una y mil veces más. No era tu cuerpo, era mío una noche, una eternidad más un tiempo más. Escalar, aquellas cordilleras níveas, por el no contacto del sol, pausadamente. Quemándome las sienes, hirviendo mis memorias. Solo esta vez, no podía tomar un descanso en tus montañas, que como río yo empeñaba continuar mi cause. Dime que puedo arrancarte la vida, y si un te amo sutil desploma tu boca, será una nota. Unos pequeños pasos, descubriendo constelaciones, donde antes hubo lágrimas, buscando la vida y su origen en tus pupilas. Caes, caigo y caemos. Y con gracia mis dedos aprovechan el declive para rodar por tus brazos durmiendo en tu vientre. Empiezo mi rutina favorita, en la soledad de tu presencia, adorar tu silencio sin contar los segundos, sino descubriendo el tiempo en los puntos que unen tu cuerpo. Descansar mi ensortijado cabello en la suavidad de tu pudor, y morir en la profundidad de tu inocencia. Caminar descalzo en la nada, respirar el agua que nos inunda en el cielo. Adicto al jazz que impregnas en mi espalda, cuando desgarra la música en tu cuello, marcando los compases. Tomando tu mano, sosteniendo mi vida, diciendo que es la tuya misma. Cantas hermoso querida, como quien busca ser escuchado en el silencio, como quien habla con el cuerpo y baila con la voz. Una danza de la cual protagonistas seremos en el pasado. Y cada momento que sumergía el ser en tus nacientes, descubría los nuevos rostros de dios, y si no era él, era ella, y si no era ni uno, eras tú. Halle mil y un maneras de bucear en tales lares, que las mil y un maneras, eran para ti, desde mi silencio hasta el mismo placer de desfallecer en tu regazo, o de nacer en tu presente"

Pero al abrir los ojos, seguía de pie en aquella misma plaza, sin nada cambiante, sin el mundo en mis manos, sin la vida en mis ojos, y recién después de morir me di cuenta que Bella esos infinitos martes, nunca llegó.