II
Mientras daba vida a unos Breves, versos inconclusos cuando la inspiración venía de improvisto, pensaba en Bella, como se vería al llegar. Decidí prender el primero de la cajetilla, puesto a que el frío comenzaba de a pocos. Veía parejas pasar, hablar tanto de todo y de nada, cosa que yo no necesite nunca para fijarme en tal poema de mujer. Pasó la primera hora, y aún no daba señales, puede que esto le pase a cualquiera, capaz Bella tuvo algún percance. Los árboles, siempre los primeros espectadores de nuestras citas, me miraban con pesar, como queriendo consolarme. La segunda hora el frío ya no era tenue. Ahora el cielo oscuro me miraba con tristeza, como diciéndome que todo era una farsa, y que al volver a casa olvidado estaría.
Así hice, deje los versos en su banca y regresé a casa. Pasaron seis días de los cuales, los momentos en los que respiraba, eran en los que la extrañaba. Con ironía o mejor dicho, con el pesar de aceptarlo, en su ausencia la sentía más.
Pasó esta escena, repetitivas semanas, repetitivas citas inconclusas puesto que solo llegaba uno de los pactados. Escribía más, veía menos. Sentía más, y esta vez, moría en la misma proporción.
Dejaron de ser Breves, a ser una obra dedicado a mi amada, la cual desaparecida parecía no importarle al cuerpo inerte que por mi llevaba nombre.
Pasó tanto tiempo que un martes, del mismo crudo invierno, pero de unos encima, decidí dejar ir al amor de mi vida. Lo mismo de siempre, los ojos ajenos, ya no veían el espectáculo de nuestro incesante baile de miradas; los árboles, cansados de negarlo todo, acompañaban la última de las citas, y el cielo con un fervor casi religioso, se ponía hermoso solo para tal despedida.
Ya el día hallábase muerto, y la noche daba su entrada. Prendí el tabaco y decidí darle un último vistazo a aquella plaza(tomando aquello como excusa, sintiendo que ella llegaría, que sólo necesitaba un poco de tiempo extra).
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