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Capitulo 9:

Iván se inclinó sobre el cuerpo de Rodrigo, hurgando en sus bolsillos con movimientos que revelaban su instinto de buscar cualquier cosa de valor. Extrajo un teléfono, una billetera y algunos papeles arrugados. Contó los billetes, esbozando una sonrisa mientras sacudía la cabeza.

-Mira esto, Irina. Al final, la cena va por cuenta de la casa -dijo, soltando una breve risa.

Sin detenerse, lanzó el celular a Irina, quien lo atrapó al vuelo y comenzó a revisarlo. Desbloqueó la pantalla y, al leer los mensajes, sus ojos se estrecharon al encontrar una dirección en el centro de la ciudad, que parecía coincidir con el origen del laboratorio clandestino. Un segundo mensaje mencionaba un cargamento en las afueras, otra pista que valía la pena seguir.

Irina levantó la vista hacia su hermano, y un leve movimiento de cabeza bastó para comunicar lo que ambos ya sabían.

-Vámonos antes de que llegue alguien más -dijo, guardando el celular.

Sin perder más tiempo, salieron de la destilería y se internaron en las sombras de la noche, dejando atrás el eco lejano de lo que acababan de hacer.

Horas más tarde, al sur de la ciudad.

La noche envolvía un callejón apartado donde las luces parpadeantes de un viejo poste apenas alumbraban los grafitis descoloridos y los charcos aún frescos de la última lluvia. Un leve olor a humedad se mezclaba con el tufo de la basura y la peste del cigarro, un perfume habitual en los rincones olvidados de la urbe.

Gustav se encontraba de pie junto a su auto. aquel hombre pelo cano como tenia por costumbre llevaba un cigarro entre los labios. El humo que tanto lo embriagaba poco a poco ascendía en espirales que se perdían en la penumbra. Sus dedos, gruesos y con cicatrices de viejas peleas tamborileaban con impaciencia sobre el techo del vehículo, marcando un ritmo sin prisa. Sus ojos negros vigilaban la calle, atentos a cualquier movimiento en las sombras.

Dentro del auto, Leo ocupaba el asiento del piloto, la luz tenue del tablero iluminaba la piel morena de su rostro. El joven muchacho se encontraba pasando las páginas de un viejo libro con lentitud, como si el peso de la espera le hiciera leer cada palabra dos veces.

-¿Cuánto más deberíamos esperarlos? -preguntó Leo, sin apartar la vista del libro, pero su voz delataba la impaciencia acumulada.

Gustav exhaló una bocanada de humo, un suspiro envuelto en humo que se disolvió en el aire nocturno. Esbozo una ligera sonrisa, con la chispa de una idea traviesa encendiéndose en su mirada.

-No deberían tardar mucho -respondió, y tras una pausa, añadió con tono burlón-. Aunque, quién sabe, quizá Irina ya está en el techo escuchando tus lloriqueos.

Leo se quedó inmóvil por un segundo, sus ojos que hasta ese momento se encontraban entrecerrados y perdidos en las páginas de su libro. Se abrieron de golpe, como si de la nada le hubieran echado un balde de agua fría. De inmediato cerró el libro con un golpe seco y se inclinó hacia la ventana, asomando la cabeza para inspeccionar el techo del auto con nerviosismo. La risa profunda de Gustav resonó en el callejón, rompiendo el silencio y provocando un eco que parecía burlarse junto a él.

-Relájate, Leo. No está aquí, al menos no aún. -dijo Gustav, apagando el cigarro en la suela de su bota y sacudiendo la ceniza con un gesto despreocupado.

Leo se dejó caer de nuevo en el asiento, con un resoplido entre frustrado y aliviado. Su mirada regresó al libro, aunque una sonrisa, a regañadientes, se comenzaba a dibujar en sus labios.

-Un día, viejo, un día de estos te voy a golpear -murmuró, fingiendo volver a concentrarse en la lectura, mientras Gustav, todavía sonriendo, se apoyaba en el auto y seguía vigilando, atento a la llegada de los gemelos.

Gustav no puedo dejar escapar un suspiro prolongado.
Si bien tenía su mirada fija en las sombras de la calle, su mente se encontraba bastante ocupada. Miró de reojo su reloj, con una leve mueca de impaciencia.

-Están tardando más de lo normal -murmuró para sí, como si al decirlo pudiese acelerar el tiempo.

De pronto, un cambio en el aire lo hizo fruncir el ceño. No era un sonido o una sombra lo que lo alarmó, sino el inconfundible hedor de la sangre y la muerte que ahora flotaba en el ambiente. Giró hacia la dirección de la cual provenía el aroma. Y entre las sombras, vio emerger una figura conocida.

-¡Hey! -gritó Iván, con su voz burlona. Llevaba sobre sus hombros un par de bolsas negras unas una tanto pequeñas, y otra de gran tamaño. Iba manejándolas como si no pesaran nada.
Como si lo que llevaran dentro no fuera más que un puñado de plumas.

Gustav retrocedió un paso, asustado por un instante. Su rostro osciló entre incredulidad y repulsión.

-¿Pero qué mierda...? -soltó, más como un reflejo que como una pregunta.

Irina salió detrás de su hermano, moviéndose con la misma calma inquietante de siempre. Extendió la mano hacia Gustav, sin siquiera intentar explicar.

-¿Qué pasa, viejo? -dijo con tono seco-. Vinimos por nuestra parte.

Iván, con una ligera sonrisa de satisfacción, se apoyó en el auto y dejó caer las bolsas al suelo. Aunque lucía cansado, había en él un aire de diversión perversa.

Leo, desde dentro del auto, bajó la ventanilla al escuchar el ruido de las bolsas golpeando el pavimento. Miró primero a Iván, luego a Gustav, y finalmente a las bolsas con visible inquietud.

-¿Qué demonios traes ahí? -preguntó, su voz cargada de incredulidad.

Iván soltó una pequeña carcajada y abrió la primera bolsa, la más pequeña.

-Dinero -respondió, mostrando varios fajos desordenados de billetes-. Y un par de billeteras. No iban a necesitarlo, ¿cierto?

La segunda bolsa la levantó con más dramatismo, revelando varias botellas de licor.

-Un regalito extra, cortesía de la basura que nos mandaste a sacar. No podía desperdiciar un buen licor de contrabando.

Finalmente, Iván arrastró la última bolsa, que claramente tenía un peso considerable. La abrió parcialmente, dejando al descubierto el rostro pálido y sin vida de Rodrigo.

-Pensé que sería mejor que los otros perros del barrio piensen que lo secuestraron durante una pelea por el territorio -explicó con aire despreocupado-. Además con eso, se causara cierto caos local lo que hará que la policía se enfoque en ellos y no en nosotros.

Gustav pasó una mano por su rostro, procesando lo que veía. Luego soltó una risa sarcástica y dijo:

-Al final, no eres solo músculos, ¿eh? Tienes un par de neuronas trabajando. Felicidades.

Pero su tono cambió de inmediato. Su rostro se tensó mientras señalaba las bolsas.

-¿Y si los hubieran atrapado cargando ese cadáver? ¿Qué iban a hacer, genios? ¿O pensaron en eso antes de pasearse por media ciudad con un muerto a sus espaldas?¿Acaso son estúpi...?

Antes de que pudiera continuar, Irina avanzó y golpeó con fuerza una pared cercana. El estruendo resonó en el callejón, y un agujero profundo quedó como testigo de su fuerza. Gustav se calló al instante.

-Sabes algo, viejo -dijo Irina, con una calma helada-. Nosotros cumplimos con nuestro trabajo, así que no juzgues nuestros métodos. Lo que hagamos después no es tu problema. Además, la garrapata-señaló a Leo sin mirarlo- dijo que ustedes se encargarían del resto. Así que háganlo.

Se inclinó un poco hacia Gustav, sus ojos clavados en los de él.

-Porque si hay algo que no debes olvidar, es que no somos tus hombres. No somos tus amigos. Solo trabajamos juntos. ¿Comprendes?

El silencio se hizo pesado por unos segundos. Leo, incómodo, cerró su libro y bajó del auto, mientras Gustav asentía con rigidez, entendiendo que era mejor no tensar más la situación.

-Bien -dijo finalmente Gustav, con un suspiro resignado-. Metan la basura en la cajuela . Nosotros nos encargaremos.

Irina se apartó, todavía observándolo con una mezcla de desdén y desapego, mientras Iván recogía las bolsas con una sonrisa apenas visible.

Leo miró de reojo a Irina, luego a Gustav, y murmuró para sí:

-Creo que trabajar con ellos va a matarnos...

Gustav se cruzó de brazos, aún con el ceño fruncido, mientras los gemelos se disponían a irse.

-¿Al menos saben quién era? -preguntó, mirando a Iván.

Iván dejó escapar un leve suspiro mientras recogía las bolsas de su "botín".

-Los chicos que nos mandaste a liquidar lo llamaron jefe. Así que no hay mucho más que preguntar -respondió con indiferencia.

Irina, que se limpiaba la mano con un pañuelo, miró de reojo a Gustav.

-¿Quién es? Eso no importa ya. Ahora solo es otro gangster de barrio que está muerto. -Guardó el pañuelo en su bolsillo y añadió con un tono cortante-: Además, viejo, ¿no nos debes algo?

Gustav arqueó una ceja, pero al final soltó una risa seca. Sacó un fajo de billetes de su chaqueta y lo lanzó hacia ella. Irina lo atrapó al vuelo sin esfuerzo, esbozando una leve sonrisa satisfecha.

-Ya es hora -dijo, mirando a su hermano mientras le hacía un gesto para que se moviera.

Iván asintió sin decir una palabra y comenzó a caminar tras ella. Los dos desaparecieron por el callejón, dejando un leve eco de sus pasos en la noche.

Leo, que había permanecido en silencio hasta entonces, observó cómo se alejaban. No pudo evitar comentar:

-Son tipos bastante peculiares. ¿Todos los... paganos son así? -preguntó, dirigiéndose a Gustav con cautela.

El viejo lo miró de reojo y dejó escapar una risa seca antes de responder:

-Escucha, chico, nunca uses ese término frente a Irina.

Leo lo miró, desconcertado.

-¿Por qué no? ¿Qué tiene de malo?

Gustav se apoyó en el auto, como preparándose para explicar algo pesado.

-Porque para ellos no es solo una palabra. Ese nombre se lo dio este mundo y su gente, para marcar lo que son. Un apodo para etiquetar habilidades y cuerpos que ellos nunca desearon tener. Fueron creados para una guerra que ni siquiera les tocó pelear. Y ahora cargan con las consecuencias, día tras día.

Hizo una pausa, encendiendo otro cigarrillo, antes de añadir:

-Irina, de más joven, casi mata a tres idiotas en un bar por llamarla así. No es que odie lo que es, pero odia lo que la gente ve en ello. Para ella, no son más que personas, igual que tú o yo.

Leo se quedó pensativo, asimilando lo que había escuchado. Se le hacía extraño que Irina, con su actitud fría y cabeza aparentemente tranquila, tuviera ese tipo de reacción.

-No lo habría imaginado -murmuró-. Ella parece tan... centrada. Algo burda, sí, pero fría de cabeza.

Gustav dejó escapar un resoplido y se enderezó.

-Cree lo que quieras, pero no la provoques. Ahora, arranca el auto. La noche aún es joven, y tenemos trabajo que hacer.

Leo obedeció y encendió el motor. Mientras el vehículo avanzaba hacia el sur, el muchacho no pudo evitar que su curiosidad lo dominara.

-¿Quién era ese tipo? -preguntó, con los ojos fijos en la carretera.

Gustav soltó una carcajada sarcástica antes de responder:

-Viene del este del país, o eso he escuchado. Era un tipo que comenzó con lo básico: contrabando de licor ilegal, extorsiones, estafas... lo típico. Pero luego se metió con algo más grande: el tráfico de Regenix.

Leo levantó una ceja, intrigado.

-¿Regenix? ¿Ese medicamento? Pensé que era algo legal.

-Lo es -respondió Gustav-. Pero en las manos correctas, o mejor dicho, equivocadas, puede ser algo más. En humanos, es un simple tratamiento. En los paganos, tiene efectos... distintos. Y no cualquiera puede costearlo.

Leo tragó saliva, imaginando los riesgos de un negocio así.

-¿Y quién le compraba? -preguntó.

-Eso nunca lo supe -respondió Gustav, encogiéndose de hombros-. Pero no importa. Como dijo Irina, ya no es más que un cadáver.

Sin embargo, su expresión se endureció mientras continuaba hablando, casi como si estuviera reflexionando en voz alta.

-Lo que me preocupa es lo que esto significa. Los gemelos se metieron en algo que los pone bajo un reflector demasiado brillante. Y eso... no es bueno para nadie.

Leo lo miró de reojo, sorprendido por el tono preocupado en la voz del hombre.

-¿Te importan tanto? -preguntó, con un tono entre curioso y burlón.

Gustav soltó una risa seca y respondió con tono burlón:

-¿Qué pasa, Leo? ¿Celoso de los gemelos? No sabía que querías ser mi favorito.

Leo resopló, desviando la mirada hacia la carretera mientras el vehículo avanzaba.

-No es eso. Solo parece que te preocupan más de lo que dejas ver -insistió.

Gustav encendió un cigarrillo, dejando que el humo llenara el silencio antes de responder con ligereza:

-Son como los perros de pelea que nunca quise. Molestos, caros de mantener y siempre metiéndose en problemas... pero útiles cuando los necesitas.

Leo arqueó una ceja, sabiendo que había más detrás de esas palabras, pero decidió no insistir. Gustav dejó escapar una última risa antes de señalar hacia el horizonte:

-Vamos, pisa el acelerador. Si la noche es joven, nosotros también deberíamos parecerlo.

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Unas horas más tarde

La noche había avanzado y un silencio pesado envolvía la cabaña donde se alojaban. En la terraza, Irina estaba sentada en una vieja silla de madera, envuelta en la tenue luz de la luna. No podía dormir. Sus ojos miraban hacia el horizonte, pero su mente estaba muy lejos.

-¿Otra forma de vivir? -murmuró para sí misma, casi como si las palabras se escaparan de sus pensamientos. Su respiración se hizo más profunda mientras apoyaba los codos en las rodillas.

La pregunta rondaba su cabeza como un eco. ¿Podría existir un mundo donde no tuviera que mancharse las manos? ¿Sin el miedo constante al gobierno, a la policía, o a los cazadores que siempre estaban al acecho? ¿Sin la maldita necesidad de Regenix para evitar que su propio cuerpo los destruyera desde adentro?

El sonido de pasos suaves interrumpió sus pensamientos. Mikael apareció desde el interior de la cabaña, vestido con una camiseta simple y pantalones holgados. Llevaba un abrigo en las manos, y sin decir nada, lo colocó sobre los hombros de Irina.

-Estás bajando la guardia, sobrina -dijo con tono bromista mientras tomaba asiento a su lado-. Cualquiera podría haberte sorprendido.

Irina giró ligeramente la cabeza hacia él, con una expresión mezcla de resignación y agradecimiento.

-¿Qué haces despierto? -preguntó sin mirarlo directamente.

Mikael la observó por un momento antes de responder:

-La pregunta es qué haces tú aquí. ¿Pasa algo?

Irina suspiró y dejó caer los hombros, su habitual frialdad dando paso a un leve gesto de cansancio.

-No puedo dormir, eso es todo -dijo al principio, pero tras un breve silencio, continuó-. Solo... me pregunto si podría haber otra forma de vivir, tío. Algo diferente.

Mikael se recargó en la silla, dejando que las palabras de Irina flotaran en el aire. Sabía que cuando ella se abría de esa manera, lo mejor era escuchar primero.

-No quiero seguir así, siempre con las manos manchadas, siempre corriendo. Vivimos como parias, rechazados por todos. A veces pienso que... tal vez podría haber otra vida para nosotros.

Irina se interrumpió, temiendo sonar demasiado débil, pero Mikael le dio un ligero empujón con el hombro, en un gesto familiar y reconfortante.

-Hablar nunca ha matado a nadie, Irina. Bueno, casi nunca -añadió con una leve sonrisa, que logró arrancarle un resoplido a la joven.

-¿Tú qué crees? -preguntó finalmente, mirando a su tío a los ojos.

Mikael entrecerró los ojos, tomando un momento para elegir sus palabras.

-¿Quieres saber lo que pienso? -dijo, con un tono que sugería que estaba a punto de impartir una lección-. Vivir como nosotros no es fácil. Nunca lo será. Pero una vida limpia, sin manchas, no existe, al menos no para nadie que quiera sobrevivir en este mundo.

Irina lo miró con una mezcla de frustración y decepción, pero él levantó una mano para detenerla antes de que hablara.

-Eso no significa que no puedas cambiar las reglas del juego. Mira, en el ejército me enseñaron que una batalla no siempre se gana con fuerza bruta. A veces, se trata de encontrar la forma de salir con vida para pelear otro día.

Hizo una pausa, dejando que sus palabras se asentaran antes de continuar.

-Tienes las herramientas, Irina. Eres inteligente, más de lo que admites. Y si realmente quieres otra vida, tendrás que construirla tú misma. No será fácil, pero nada que valga la pena lo es.

Irina bajó la mirada, procesando lo que acababa de escuchar. Mikael la observó por un momento más antes de añadir con una sonrisa:

-Además, no me hagas arrepentirme de haberte leído a Sun Tzu todas esas noches. Si hay algo que ese tipo sabía, es que hasta el más pequeño de los cambios comienza con un solo movimiento.

Irina dejó escapar una risa ligera y le dio un leve codazo.

-Sabes que odio cuando citas a tus libros viejos, ¿verdad?

-Sí, pero admito que soy bueno en eso -respondió Mikael con una sonrisa.

Por primera vez en la noche, Irina sintió un leve destello de esperanza. Tal vez no era tan imposible como creía. Tal vez, solo tal vez, podía encontrar otra forma.

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