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EPÍLOGO



Las olas rompían en la costa rocosa, salpicando espuma por el negro y puntiagudo paisaje.

Los albatros poblaban el cielo y de vez en cuando se lanzaban en picada hacia las turbulentas aguas en busca de comida.

Tánatos supo que no estaba solo. Una presencia lo vigilaba desde lejos. Luego desapareció para segundos después reaparecer a pocos metros de distancia.

El aire salado golpeó la pulcritud de su rostro y zumbó en sus oídos.

—Finalmente me encontraste —dijo, su voz gruesa y potente, ajena al inminente final que se le avecinaba.

Hipnos hizo una mueca ascendente con los labios, triunfante.

—Admito que fuiste difícil de hallar, hermanito. Pero sabes que no puedes esconderte de mí.

Tánatos soltó una breve risa burlona.

—¿Y si yo dejé que me encontraras a propósito?—Se giró justo para ver el mohín en el rostro de su hermano. Sin embargo, no le importó que creyera que, nuevamente, Tánatos era el más inteligente de los dos, porque en aquel momento las prioridades eran otras—. ¿De verdad quieres matarme? Sabes que eso sería un grave problema.

Hipnos recordó aquella ocasión en la que Tánatos fue engañado por Sísifo, un rey ambicioso además de astuto que supo atrapar a la muerte. El tiempo exacto de su cautiverio no era claro, puesto que los efectos adversos fueron catastróficos.

Toda muerte dejó de importar. Cualquier criatura, mortal o semidioses revivía para seguir andando en el mundo de los vivos. Un problema significante cuando los dioses deseaban deshacerse de bichos rastreros.

El dios del sueño no pudo evitar soltar una risilla. El único incidente en el que su hermanito fue superado en inteligencia.

Carraspeó, recuperando la compostura y le devolvió la mirada a Tánatos.

—No serás el primer dios en haber sido sustituido.

—¿Puedo saber quién será mi reemplazo? —Se cruzó de brazos en una postura sobradora—. Para darle algunos consejos sobre cómo es trabajar con Hades.

—Existen algunos candidatos pero ninguno me convence.

Tánatos se carcajeó, lo que no causó ninguna gracia en Hipnos.

—¿No me digas que estás considerando reemplazarme?

—Disfruto de la muerte tanto como tú —dijo, mesurado.

El rostro de Tánatos se ensombreció.

—No me compares contigo. Lo que haces...

—¡Se llama justicia! —vociferó, casi que escupiendo de rabia—. Si deseas compararme con mi hijo Epiales, estás muy equivocado. Él sufrió el castigo que se merecía. Lo que yo hago es muy distinto. Reprendo a quienes se lo merecen en sueños, si mueren no es mi problema. Un abusador menos en este mundo.

—El primer error es entrometerte. —Lo regañó—. Está prohibido actuar antes que su destino se cumpla.

—¿Y pasar por alto nuestro sentir? ¿Desde cuando hacemos la vista gorda cuando alguien, principalmente un mortal actúa en contra de lo que nosotros creemos justo? —Lo saltón de sus ojos expresó la indignación contenida—. Si piensas que voy a rechazar la oferta de mi Señora estás muy equivocado. Fui escuchado y deseo que se respeten mis deseos.

Su hermano entornó la mirada.

—¿De eso trata entonces? ¿Iniciarán una nueva era junto a mamá? —inquirió, arqueando una ceja con suspicacia.

—Será una era donde los mortales volverán a la luz. Nos reconocerán como sus dioses. Volveremos a ser respetados y honrados —sus ojos centellearon ante el simple hecho de tener otra vez un culto que lo venerara—¡Gobernaremos por ellos! La humanidad volverá a comer de nuestra palma —presionó el puño, su rostro la viva imagen del gozo—. Y si para lograrlo tengo que deshacerme de mi propia especie, lo haré. No importa de quién se trate.

Ambos hermanos se aproximaron. Se miraron fijamente por tiempo prolongado hasta que, sin previo aviso, Tánatos trató de golpear a Hipnos. Su gemelo atrapó el puño antes de que impactara contra su mandíbula cuadrada.

Los ojos del dios del sueño brillaron en un intenso púrpura, mientras que el de la muerte centelleó en un gris perlado.

Hubo un cambio en la atmósfera. Dos corrientes de viento se enfrentaron entre sí hasta crear un remolino en torno a los gemelos. El poder de cada uno se escurría sobre el otro listo para desatar su furia.

La amenaza de una batalla a muerte fue en aumento hasta que Hipnos notó la ausencia de tinta en el brazo de Tánatos.

El Uróboro, la serpiente que se comía a sí misma en un eterno espiral de destrucción y salvación, ya no estaba.

—¿Qué significa esto? —ardió de furia. Sus fosas nasales se ensancharon.

—Resulta que cuando iniciaron los hechizos para la Guardia Celestial, la Espada del Alma eligió a un nuevo portador. —Sus labios se curvaron hacia abajo en una mueca desinteresada—. Lamento si te decepcioné.

Antes de que Tánatos parpadeara, Hipnos lo tomó del cuello.

—¡Dime en dónde está! —Sus alas blancas se desplegaron de histeria.

—¡No sé quién es! —imitó el tono iracundo pese a la pinza que oprimía su garganta—. Y aunque lo supiera tampoco te lo diría. —Le enseñó la mejor de sus sonrisas a pesar de saber que no habría esperanza para él—. Diviértete encontrándolo, hermano.

FIN DEL LIBRO TRES

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¡HEMOS LLEGADO AL FINAL DE QUEEN OF SHADOWS!

Muchas gracias a todos los que leen la historia. Se los agradezco mucho, en especial a aquellos que están desde El Cetro de Cronos.

¡Nos vemos en #LDS4!

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