☾apítulo 9
Aquella tarde, cuando la noche comenzaba a caer y el cielo adquiría una tonalidad azul verdosa, Josh decidió que era tiempo de encarar a Lyla y averiguar por qué siempre estaba encerrada en su habitación.
Entendía cuán importante era para ella estudiar la pronunciación del hechizo, pero ya había transcurrido una semana y la única aparición pública de su parte fue cuando el Consejo los mandó a llamar.
Todavía no llegaban los ingredientes y por lo que recordaba el hechizo no era tan extenso como para permanecer días enteros estudiando.
Tomó un pan de miel de la cafetería improvisada que Kumiko mandó a construir para ellos, y un vaso gigante con jugo de manzana. Subió hasta la habitación de Lyla y llamó a la puerta.
—Servicio a la habitación —habló con voz gruesa e irreconocible.
Oyó unos pasos que se acercaban a la puerta. La perilla gira, accionando los mecanismos de la cerradura. Al otro lado del marco apareció Lyla. Su cabello pelirrojo amarrado en un moño desaliñado. Vestía unos jeans y una remera lo bastante arrugada como para darle a creer a Josh que había dormido con ella varias veces.
El joven esbozó la más brillante de sus sonrisas y le enseñó las delicias que trajo para ella.
A pesar del mal humor reflejado en su rostro, Lyla se hizo a un lado y le concedió el acceso.
—Déjalo sobre la mesa.
Josh se adentra en la habitación donde debían hacer al menos unos treinta grados. En comparación con el pasillo aquel lugar era el caribe, pero lo enviciado del aire le estaba cortando la respiración.
Se sorprendió al ver la devastación ocurrida ahí dentro. No conocía a Lyla muy bien pero siempre se había hecho a la idea de que era una persona pulcra y organizada. Esto estaba tirando abajo todos los esquemas que creó para ella.
La cama estaba deshecha, había dos bandejas con trastos sucios encima del escritorio y una montaña de papeles desparramados por cualquier superficie de madera.
Dejó el pan y el vaso cerca del borde de la mesa, temeroso de mover algún papel y que lo retaran por ello.
Lyla hizo como si Josh no existiera y volvió a lo suyo.
En medio de la habitación se ubicaba un atril que Meredith consiguió para ella. Una excelente adquisición que servía de mucho para apoyar el grueso del libro.
Se rascó una ceja y descargó toda su frustración por medio de un suspiro.
Josh notó la postura abatida de la joven. Ya casi no tenía vestigios de la chispa que la caracterizaba.
—¿Quisieras que abra la ventana por ti? —preguntó con cierta timidez.
Lyla respondió con un movimiento de muñeca que bien podría haber sido "Sí, haz lo que quieras" o "No, no me molestes". Ante la incertidumbre decidió entreabrir la ventana para que el calor se perdiera y el frío entrara con sutileza.
Se cruzó de brazos y se balanceó sobre sus pies. Se moría por hablar y preguntarle qué le ocurría, sin embargo, la veía tan inestable que sentía que cualquier cosa que dijera sería la excusa perfecta para echarlo a patadas.
—¿Puedo preguntarte algo?
—Sí —respondió por inercia. La vista fija en el libro.
—¿Por qué te la pasas encerrada aquí dentro?
—¿Por qué te la pasas entrenando todo el día? —repregunta.
Josh hace la cabeza para atrás, confundido y sorprendido.
—Porque necesito mejorar. —Su respuesta sonó más a una pregunta que a una contestación.
Lyla despegó la vista del libro y apoyó un brazo sobre el atril.
—Y yo también. En este libro hay un sinfín de información que no conocía y que puede serme útil en batalla.
—Está bien, lo entiendo, no era mi intención ofenderte ni nada por el estilo. Solo digo que podrías hacer lo mismo que estás haciendo aquí dentro pero afuera. Al aire libre, donde puedas recibir luz solar.
La joven rueda los ojos y se muerde la lengua para no insultarlo ahí mismo.
—Entiendo que la pronunciación es muy importante, tú misma me lo dijiste —prosigue él. No se iba a dar por vencido tan fácilmente—. Es solo que... ¿No entrenas? ¿No practicas el hechizo en sí? Sé que soy malo dominando el viento pero si lo hiciera dentro de mi habitación terminaría peor que esta.
Lyla se restriega uno de sus ojos. El lagrimal picándole como los mil demonios, implorando porque descansara la vista.
—¿A dónde quieres llegar?
—Que no tienes excusas valederas que me convenzan de por qué has permanecido encerrada todo este tiempo.
—¡Porque quiero estar sola! —expresa en un grito desesperado.
Josh calla y el corazón se le estruja al ver la vulnerabilidad atravesando los llorosos ojos de Lyla. Quiso acercarse pero ella lo detuvo poniendo su mano en medio.
—No. Basta. —dice. Una de sus manos sosteniéndose el vientre—. Nada de emociones.
—Es que...
—¿Quieres la verdad? —Se pone en pie y lo encara. Se le arrima tanto que Josh descubre las diminutas pecas que cubrían la zona de su nariz—. La verdad es que siempre dudé de mí misma. Nunca fui buena en esto. Entonces llegaron ustedes y su deseo incontrolable de luchar, de demostrar lo bueno que son, de la sed de victoria. Y todo eso lo absorbí. Lo tomé como propio y me convencí a mí misma de que había cambiado. De que podía pelear y enfrenterme a quien yo quisiera porque era buena. ¿Y sabes qué? No era cierto.
—¿Te apoderaste de nuestro sentir? —concluyó él sin poder creerlo.
—Si peleé en el frente de batalla fue porque me estaba dejando arrastrar por sus emociones.
—Pero tú... No. No, tú luchaste. Demonstrate lo fuerte que eres. ¿Cómo puedes decir que fue culpa nuestra? —soltó de mal humor.
Lyla meneó la cabeza y alzó las manos en señal de calma.
—Estás malinterpretando las cosas. Cuando nos atacó la marioneta de Epiales tú estabas furioso, querías acabar con aquel perro a como diera lugar. ¿O me equivoco?
Él le da la razón. De solo pensar en aquella cosa le hierve la sangre.
—Pues yo también quería hacerla volar en millones de pedacitos. Hasta que entendí que ese era tu sentir, y no el mío. —Habla con aflicción. Sus hombros caen y una débil sonrisa tira de una de sus comisuras—. Ahí me di cuenta que estaba influenciada por ustedes. Al no saber controlar mi don no puedo discernir entre lo que es mío y lo que no. Por eso me alejé, porque quiero encontrarme a mí misma nuevamente.
—¿Y lo hiciste? ¿Te encontraste?
Lyla guarda silencio y aparta la mirada. La confusión aflora en Josh y se molesta con el mutismo de la joven.
—Sí —responde finalmente, evadiendo su mirar—. Y no me gusta.
—¿Qué cosa? ¿El que te ayudaramos a descubrir lo fuerte que eres, o que no quieres formar parte de esta guerra?
Las emociones la golpean duro en el vientre; un puñetazo limpio y conciso. Todo lo que necesitaba saber de Josh penetró en su sistema y le estrujó el corazón. ¿En verdad sentía eso por ella?
Intentó borrar la imagen que ella misma creó para él. Se le acercó y Josh retrocedió levantando los brazos, construyendo una barrera entre ambos.
—¿Quieres que te de un consejo? —añade Josh—. Algún día tendrás que salir de esta habitación y cuando lo hagas ¿seguirás culpándonos por no apagar nuestras emociones? Sentir es lo que nos hace humanos. No podemos cambiar eso. Así que o aprendes a controlarlo o te vas.
Una voz en su interior le dijo que lo detuviera. Que lo arrastrara dentro de la habitación y lo obligara a quedarse. Necesitaba explicarle cómo eran las cosas en realidad. Detestaba que se quedara con una imagen errónea de ella. Aunque pensándolo bien, así era como se sentía.
No les echaba la culpa en lo absoluto. La única responsable era ella misma por no ser capaz de controlar su don. Por haberse dejado arrastrar en una guerra donde todo mundo volcaba demasiada fe en ella; donde ahora su habilidad era un factor clave para erradicar las marcas.
¿Cómo lo haría si ni siquiera se tenía fe?
—Déjame decirte una cosa —habló Josh desde la puerta—. Esa mujer, Joanna, no te quiere. Piensa que no sirves y está esperando que cometas un solo error para hacerles ver a todos que tenía razón. No le des ese gusto.
Era tarde en la noche y el cansancio del día comenzaba a pasarle factura a Nico.
Estaba listo para irse a la cama cuando alguien llamó a la puerta. Sorpresa la que se llevó al descubrir a Miranda al otro lado del umbral.
Traía una botella de Brandi y dos vasos descartables en la mano.
—Encontré esto en el escritorio de tu padre. ¿Te apetece un trago? —Entró sin siquiera haber sido invitada y se acomodó sobre la cama.
Nico cerró la puerta. Un trago siempre era bien recibido pero saber que esa botella pertenecía a su padre le ponía los pelos de punta. ¿Y si se enteraba? ¿Y si le echaba la culpa?
Miranda pareció leer sus pensamientos porque soltó una risotada mientras servía la bebida.
—Ya deja de preocuparte. Solo bromeaba. Se la quité a Luke. —Le extiende el vaso y apenas lo tuvo entre sus manos se bebió el contenido de un sorbo.
La joven quedó impresionada. Sabía que hablar de James era una hebra sensible en Nico, pero no creyó que tanto.
—¿Y dónde lo consiguió?
—No sé y no importa.
—¿Por qué estás aquí? —Dice, acercándole el vaso para que le sirviera otro trago.
—¿Debe haber una razón? —indaga, vaciando parte del Brandi en su vaso.
—Sabes que las cosas entre nosotros no son como antes. ¿A qué viniste?
Miranda cierra la botella y la deja reposar sobre la mesita de luz. Toma el vaso de plástico y lo presiona ligeramente como si fuese un juguete de goma. La bebida le supo amarga.
—Sé que seguirás con lo de la lista... —sus ojos puestos en el líquido ambarino—. Me gustaría ayudar.
Si no hubiera tragado, ahora mismo Nico se estaría ahogando.
—¿Qué?
—Que quiero ayudar. —Camina hacia el escritorio y empieza a rebuscar entre los cajones hasta encontrar el pequeño cuaderno negro.
Busca entre los miles de dibujos y textos cuyas palabras escondían el sentir de Nico.
Percibe la cercanía del joven a sus espaldas, temeroso porque leyera su intimidad.
Al encontrar la lista bebe un pequeño sorbo de Brandi. Sus ojos escanean los nombres y busca rellenar los espacios en blanco.
Toma asiento en la silla giratoria y deposita el vaso sobre el escritorio. Sus dedos ágiles buscan un lápiz y tachan dos de los nombres.
—¿Qué haces?
—Ni Erick ni Nate murieron por culpa tuya. No te adjudiques muertes que no te pertenecen.
Nico no protestó. Aquellos nombres encerrados por signos de interrogación aguardaban por un juicio final. Estaba claro que el alma número veintitrés fue la de Gemma, pero los otros dos bien podrían haber sido un adelanto para los años venideros.
El que fueran tachados le quitaba una gran carga de encima.
—¿Jacobo?
Aquel nombre llamó la atención de Miranda. Le resultaba vagamente familiar.
—Es la primera muerte que recuerdo —responde Nico, tomando asiento en la cama. Sus manos juegan a girar el vaso—. Tenía ocho años. Jacobo se sentaba junto a mi en la cafetería.
—Cierto. Creo que ya me acuerdo. ¿No murió de un paro cardíaco?
Nico asiente apesadumbrado.
—Siempre me pregunté cómo alguien como él pudo morir tan joven. Tenía mucho por vivir.
Miranda tragó duro. Ver la expresión de Nico, su postura encorvada y llena de remordimiento, le revolvió el estómago. Las ansias de abrazarlo la consumieron pero se contuvo. Prefería guardar distancia y no meter la pata de nuevo.
—Estaba a su lado cuando pasó —confiesa—. Fue la primera vez que sentí miedo.
Ella no supo qué decir. Nada de lo que se le ocurría resultaba reconfortante, en especial porque Nico fue el causante de la muerte de Jacobo y nada de lo que dijera podría remediar el ciclón emocional que azotaba su mente.
Volvió a la lista esperando encontrar los nombres restantes. Solo quería ayudarlo a terminar con la fase de duelo. Rendir honores a los fallecidos y cerrar finalmente el ciclo de tortura.
Mientras observaba los espacios en blanco y calculaba los años, encontró un suceso inquietante. Los años en que Nico permaneció tras un escritorio recibiendo denuncias y avistamientos, estaban vacíos. Pero había otro año vacío. Un año que conocía demasiado bien dado los hechos que marcaron su vida.
Aquel año sufrió un accidente que le paralizó el corazón y le hizo sentir la muerte. El choque desencadenó sus poderes y ante sus ojos vio el alma de su hermano siendo guiada al inframundo por Tánatos.
Nico vio cómo Miranda acariciaba reiteradas veces el espacio número ________. Notó un brillo aflorar en sus pupilas; la desolación fija en su mirar. Veía aquel espacio con amargura y profunda tristeza.
—¿Estás bien?
Su voz la arranca de sus cavilaciones y le recuerda el profundo odio que sintió por su padre durante su adolescencia.
¿Y si Aaron murió por culpa de la maldición de Nico? No, claro que no. Era absurdo. Hades no lo habría permitido. Además, en todos los casos la única constante era la presencia de Nico. Él no estaba con ellos cuando ocurrió el accidente.
—Nada —dijo con ligera alegría.
Si llegaba a ser cierto. Si por su maldición Nico le arrebató a su hermano, no lo odiaría. Odiaría a Hades. Lo odiaría por haber condenado un alma tan pura y buena como la de Nico.
Lo odiaría por permitir que veinticuatro inocentes murieran a expensas de haber tenido que devolver a alguien a la vida.
Aquel mediodía cuando se servía el almuerzo, los marcados fueron citados a una audiencia extraordinaria junto con Lucía y Josh. Su presencia y la de los guardianes hizo suponer que los dioses habían tomado una resolución respecto a quiénes cuidarán de sus hijos cuando estos abandonen la academia.
Los reunieron en una amplia habitación cuyo propósito desconocían. No había sillas ni mesas, por lo que bien podría tratarse de algún recibidor o salón de fiestas.
El hecho de que los llevaran a ese lugar implicaba que la charla sería rápida y concisa, sin posibilidades a que objetaran.
Los dioses dieron su veredicto y nadie, ni siquiera ellos, podrían contradecirlos.
Las puertas al otro lado del salón se abrieron y entraron Meredith, Ross, James, Joanna y Adriana (devota de Hefesto). Sus caras largas y llenas de monotonía hicieron imposible saber si se trataba de buenas o malas noticias.
—Lamentamos que hayan tenido que interrumpir su almuerzo para venir aquí —se disculpa Ross con notorio pesar—. Entendemos que el entrenamiento es extenuante pero el motivo que hoy nos convoca es igual de importante y no podíamos dejar pasar más tiempo.
—Los dioses tomaron una decisión respecto a nosotros, ¿cierto?
Matt se abre paso entre los presentes y toma su posición al frente del escuadrón, dispuesto a recibir su castigo con la frente en alto.
Su padre asiente cabizbajo y la pesadumbre que atormenta su mirar le causa una sensación enfermiza en la boca del estómago.
—Se convocó a los dioses a una audiencia y se expusieron los hechos —dice Adriana—. Se decidió que Victor continuará como guardián de Jennifer Grey. Aunque bueno, eso era una obviedad. Tu trabajo fue impecable.
Jennifer mira a su guardián y nota el brillo de la victoria asomando en sus ojos negros. Estaba orgulloso de sí mismo. Hasta el momento le parecía una persona agradable con un gran interés en la mecánica. Le agradaba tenerlo como alumno.
Así era cómo sobrellevaba los días aislada en una de las academias de Hefesto. Trabajaba en sus proyectos para mantener la mente ocupada y Victor se mantenía al firme siempre, denotando interés y acompañándola en todo momento. Pero si era honesta, el error más grave que llegó a cometer es su desagradable gusto por la pizza con ananá.
Nadie iba a retarlo por eso. Era lógico que no sería removido de su cargo.
¿Por qué siquiera lo consideraron?
—Por su parte, tu madre tomó una decisión respecto a ti —tomó la palabra Meredith, mirando en dirección a Lucía. La joven contemplándola con el corazón en la garganta—.No tendrás guardián.
—¿De verdad? —alcanzó a pronunciar sin saber muy bien cómo. Últimamente había rezado en su nombre y hablado respecto a tener un guardián. No creía que la escuchara, mucho menos que le hiciera caso.
—Insistimos en lo peligroso que podría ser pero se mantuvo firme en su postura: si no es Sarah, no lo será nadie.
Lucía apretó los labios y consigo reprimió las ganas de llorar.
<<Gracias, mamá>>.
—Sin embargo —añade Meredith—, está claro que no puedes ser la guardiana de Belén.
Belén se tensó al oír su nombre. Por las caras de los presentes intuía que el pescado estaba vendido. Su padre le había buscado un guardián y no le preguntaría qué le parecía. No tendría voz ni voto en este asunto.
—¿Tengo un nuevo guardián? —Se acaricia el meñique, allí donde el anillo fantasma descansa y la mantiene unida a Lucía.
Joanna Págoni avanza con la barbilla en alto y un brillo siniestro en la mirada.
Su increíble atuendo — a pesar de ser el mismo que visten todos—, parece haber sido confeccionado con las más finas telas del mercado. Le sentaba como a ninguno y favorecía gratamente su silueta.
—Me complace decir que si bien no conseguí el premio gordo —su mirada se desvía momentáneamente donde Josh y Logan—, logré que un Págoni proteja a un Jóven Guerrero.
Joanna aplaude. El rojo de sus uñas brilla con un tinte semejante al de la sangre bajo la luz del mediodía.
Un joven de unos treinta y tantos se adentró en la sala. De no ser por su uniforme Belén habría creído que se trataba de algún sirviente o mayordomo. Con Joanna todo era posible.
Cuando estuvo lo bastante cerca de ella, Belén pudo ver con mayor detalle al que sería su nuevo guardián. Ojos verdes, pecas rubias salpicando su rostro y cabello rubio oscuro al estilo Ivy League. Debía medir alrededor de un metro ochenta y eso, combinado con su prominente musculatura, eran la mezcla perfecta para aterrorizar a la joven.
Se sintió intimidada. Temía que en cualquier momento levantara la mano y la dejara como moneda de dos pesos en el suelo.
En cierto modo le recordaba a Alex pero él no infundía temor. Tal vez porque siempre estaba sonriendo y sus ocurrencias le daban risa. Este hombre parecía hecho de piedra. Dudaba mucho que tuviera sentimientos.
¿Sería una creación de Hefesto?
Joanna rodeó al joven con los brazos y le dio un apretón afectuoso. Él esbozó una sonrisa forzada, casi que incómodo.
—Belén Bennett, te presento a mi sobrino favorito Sóter Págoni, tu nuevo guardián.
—Mucho gusto Sóter.
—El placer es todo mío. —Lo grave de su voz terminó por cerrar el combo de lo intimidante.
Quedaba claro que a Joanna se le caía la baba porque logró que uno de los suyos fuera guardián de uno de los doce, pero dado cuán ansioso se sentía por toda esta situación, Atticus no pensaba perder el tiempo escuchando a esa mujer. Dio un paso al frente y se unió a Matt.
—¿Significa entonces que seguimos siendo guardianes de Logan y Josh?
Su madre vaciló y Ross se vio perdido en sus pensamientos, hilvanando una oración coherente. Entonces James tomó la delantera, sus manos tras la espalda y el pecho hacia fuera.
Nico contempló a su padre y percibió algo distinto en su rostro. Cuando sus miradas se encontraron sintió que el corazón se le saldría del pecho al verlo sonreír.
—Hades dijo que tu trabajo fue más que impecable y Poseidón coincidió en que su hija no podría tener mejor guardián que tú.
Soltó un suspiro trémulo; su pecho inflándose de orgullo. El que ambos dioses pensaran así de él le hizo creer que valía algo. Que realmente era bueno en lo que hacía y su padre podía sentirse orgulloso de tenerlo como hijo.
De pronto, ocurrió lo impensado. Su padre se le acercó. En su semblante se leía a leguas cuán enorgullecido estaba. Lo envolvió entre sus brazos y estrechándolo contra sí le dio un tan anhelado abrazo de padre. De esos donde puedes palpar el amor incondicional.
Donde sabes que tienes un refugio.
Se aferró a su padre como si fuese el único soporte en la tierra. Ya no podía recordar la última vez en que recibió un abrazo de su parte. No quería que se acabara.
Por fin. Por fin volvía a sentirse amado.
Ross se aclaró la garganta y sintió pena de cortar un momento tan íntimo, en especial porque sabía cuán importante era para Nico. Así que hizo como si no existieran y siguió hablando.
—Los dioses dictaminaron que Miranda continuaría con Shadow, Josh con Matt y... —La voz se le apagó. No sabía cómo decirlo pero estaba claro que si él no lo hacía, Joanna abriría la boca y su poco tacto terminaría por hacer más devastador el asunto. Así que hizo de tripas corazón y se aferró a la primera oración coherente que se le cruzó por la frente—. Pero Atticus ya no será el guardián de Logan.
El piso se derrumbó bajo sus pies y sintió la oscuridad fría y sanguinaria cerniéndose sobre él. Pero no por la sorpresa, sino porque su madre no podía sostenerle la mirada.
Había decepción en su postura aunque intentara ocultarlo.
—¡No! —protestó Logan—. No, no es justo. ¿Por qué?
—Un guardián nunca debe separarse de su protegido.
Joanna chasqueó la lengua.
—Su accionar fue pésimo y si somos sinceros de milagro sigues con vida. —Vio el rostro desencajado de Atticus; sus ojos cristalinos rehusándose a creer lo que estaba ocurriendo—. No lo protegiste. Ese era tu único deber y fallaste. Eres una vergüenza para...
—¡Basta ya! —demanda Meredith—. Sé que hizo mal pero no tienes derecho a hablarle de ese modo.
Joanna ladea la cabeza y hace de las palabras de Meredith un arma.
—Tienes razón, querida. Tú eres su madre. Ponlo en cintura como dijiste que harías.
Un silencio incómodo se dispara en la habitación.
—¿De qué habla?
Nadie responde.
—¿Mamá?
Meredith se voltea y lo enfrenta. El lamento inundando lo aguado de sus ojos.
—Luego lo hablamos, ¿sí? Ahora... Ahora es momento de que Logan sepa quién será su guardián.
—Si no es Atticus no quiero a nadie. Mi padre cometió un grave error al escucharlos.
Si tan solo pudiera decir todo lo que sabía Atticus volvería a ser su guardián. Sin embargo, esos mismos problemas fueron los que terminaron con este fatídico desenlace.
Si nadie se hubiese enterado, si el Consejo jamás lo hubiera sabido, Poseidón habría hecho la vista gorda y todo seguiría como antes.
—Querido, la decisión ya fue tomada y no hay nada que puedas hacer —dijo Joanna. Su postura, su tono de voz daban la ilusión de que realmente le importaba el dolor de Logan—. De igual forma es lamentable que un dios siga prefiriendo a la misma familia que le falló. La manzana nunca cae lejos del árbol.
—¿Eso qué significa?
—Lo que Joanna quiere decir —toma la palabra Ross, lanzándole una mirada fulminante a la devota de Hera—, es que de ahora en más Ethan será tu guardián.
Ethan estaba hasta el fondo y solo asistió porque no quería dejar solo a su hermano.
Las aguas se abrieron y lo dejaron expuesto. Lo dejaron justo en la mira de su hermano.
Vio su rostro; lo enrojecido de sus ojos, la conmoción desajustando su equilibrio. Estaba al borde del derrumbe y esto lo empeoraba aún más.
Le dolía demasiado. ¿Cómo iba a ocupar el lugar de Atticus?
Esto, ser guardianes, era lo suyo. De su hermano y de Matt. Él era un ratón de biblioteca que prefería pasar los días encerrado en un archivo o catalogando ejemplares para la Biblioteca Olímpica.
No es como si hubiera olvidado su entrenamiento pero no era lo suyo. No era lo que quería y su pudiera protestar lo haría encantado.
—¿Por qué yo?
—Poseidón está conforme con nuestra familia y no quiso que Logan tuviera que pasar por un período de adaptación —expone Meredith—. Por eso te escogió a ti.
Ethan no supo qué decir. Sintió la responsabilidad aplastando sus hombros con dureza.
Ross se frotó las manos y aguardó porque alguien dijera algo. El silencio fue unánime y el motivo de la reunión culminó.
—Supongo que ya está todo dicho. Pueden retirarse.
Joanna rodeó por los hombros a su sobrino y le sugirió que los acompañara en el almuerzo para familiarizarse no solo con su protegida sino también con el resto de los doce.
Atticus intentó hablar con su madre pero ésta insistió en que no era el mejor momento para hacerlo.
—Hablaremos más tarde —repitió y se marchó sin más.
La distancia, la decepción eran cosas que no podía fingir que no existían. Estaban ahí, dentro de su madre. Y él era el causante de ellas.
Caminó hacia Logan y le resultó imposible sostenerle la mirada. Sentía vergüenza de sí mismo.
—Att...
—Perdón por fallarte —dijo y sin ver a nadie más, se fue de allí.
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