☾apítulo 4
Ver aquella tienda, un lugar que se convirtió en su segundo hogar, donde vivió una montaña rusa de emociones y aprendió un sinfín de lecciones, lucía vacía y sin vida. Estaba gris, lúgubre, como si supiera que la vida de su dueña pendía de un hilo. Hizo a un lado el recuerdo de su maestra porque eso solo entorpecería su concentración, sin mencionar el subidón sentimental que apretaba sus entrañas y las retorcía sin piedad.
Josh ingresó a la tienda detrás de Lyla. En él también se despertaron emociones que Lyla percibió de inmediato.
La pelirroja presionó ambas manos sobre el vientre y se apartó lo más que pudo de Josh. Ya tenía bastante con sus sentimientos como para compartir los de el joven.
—¿Qué buscamos exactamente?
—Un libro —especificó Lyla, husmeando en las estanterías abarrotadas de ejemplares.
Al acercarse a la biblioteca Josh notó que la joven se apartó instintivamente. No le dio importancia, al menos al principio. Se convenció de que fue pura casualidad y él no era el del problema. Pero a medida que avanzaban en la búsqueda, Lyla repelía a Josh todo lo que podía. Pensó que tal vez tenía mal olor y por eso lo evitaba a toda costa. Comprobó su aliento con disimulo, incluso olió sus axilas por si acaso. Nada. Estaba limpio.
Miró a la joven y descubrió en ella un gesto que solía hacer de vez en cuando, o al menos eso creía. Lo hizo durante toda la cena y ahora volvía a repetirlo.
—¿Puedo preguntarte algo?
—Es grande y de cuero —respondió sin siquiera voltear a verlo.
—No me refiero al libro, me refiero a ti.
Lyla detuvo su búsqueda y contempló a Josh con cierta incertidumbre. El corazón atorado en su garganta por los nervios.
—¿Qué pasa conmigo?
—Veo que no es la primera vez que te tocas el estómago —apuntó con su dedo el gesto de la joven, la cual, al notarlo, apartó su mano—. Te apartas como si no quisieras estar cerca mío o de nadie. Hoy en la cena estabas igual de incómoda. ¿Por qué? ¿Te pasa algo con nosotros?
—No, claro que no. Ustedes son increíbles.
—¿Entonces?
Lyla se rascó la cabeza. Los nervios hacían que el cuerpo le picara y para entonces sufría de un ataque de urticaria.
—Puedo sentir las emociones y sentimientos de las personas. —Se toca el abdomen, evidenciando el lugar exacto en donde lo percibe—. Literalmente puedo saber cómo te sientes. Cuanto más intensa la emoción, más receptiva me vuelvo. Y entre más personas sean, peor es. Por eso estaba incómoda en la cena. Demasiadas emociones me abruman y todavía no he aprendido a «apagarlo». Así que si puedo evitarlas...
—Entiendo —interrumpe Josh. Le alegraba saber que no era él el del problema, aunque Lyla interpretó distinto su reacción.
—Descuida, no puedo saber a qué se debe tu emoción.
—¿Ha?
Ella soltó una pequeña risa. Sus reacciones le divertían.
—Solo percibo emociones, no motivos. Puedo saber si estás triste pero no a qué se debe.
—Ouh, eso. Sí. Vaya, sí que es interesante. ¿Por eso Hécate te escogió? ¿Ese es tu talento?
—No lo llamaría talento pero sí, fue por esa razón.
—Increíble. —Se rascó la nariz—. Entonces, no puedo ocultarte nada ¿eh?
Ella río. El calor afloró a sus mejillas y agradeció que estuvieran en la penumbra.
—¿Y cómo le dicen? A tu habilidad me refiero.
Lyla esbozó una amplia sonrisa, como si le gustara el que le preguntaran respecto a sus poderes.
—Empatía.
—«Lyla la empática». ¿Suena bien no crees?
La joven rodó los ojos, una sonrisa pegada al rostro.
—Mejor dejémosle a alguien más la designación de nombres, ¿quieres?
Josh se defendió ante el ataque pero las risas restaron argumentos a su discurso.
Continuaron buscando por varios minutos. Lyla conocía la ubicación exacta del grimorio de su maestra, pero tal parecía que ésta había decidido cambiarlo de lugar a último momento. La tienda era un desastre andante y encontrar algo ahí era una misión imposible. Revolvió la mesa, las estanterías, buscó debajo de las pócimas y arbustos secos. Encontró de todo menos el grimorio.
Cuando quiso acordar se percató de la ausencia de Josh. La tienda lucía demasiado amplia y aterradora sin un compañero a su lado.
—¿Josh?
Llamó varias veces pero no obtuvo respuesta. La desesperación se abrió paso por su torrente sanguíneo y en menos de un instante ya estaba en estado de pánico. Sorteó algunos objetos desparramados por el suelo y, antes de poder llegar a la salida, percibió una corazonada. Hacía tiempo que no experimentaba un «palpitar» de ese estilo, tan nítido y avasallante. Siguió su instinto, caminando en dirección a un viejo baúl que Freya empleaba como depósito de alfombras. No entendía su amor irracional por las alfombras pero había muchas cosas que no entendía de su maestra.
En medio de las sofisticadas telas persas se resguardaba el grimorio.
La alegría despegó en Lyla como un cohete directo a la luna. Lo tomó entre sus manos y el peso del libro se hizo notar de inmediato. Era mucho más robusto de lo que recordaba o, tal vez, las circunstancias jugaban con sus sentidos.
—Lyla —dijeron a sus espadas y su voz le erizó los vellos de la nuca.
La joven pelirroja pegó un respingo. Se tambaleó hacia adelante, golpeando con las rodillas el baúl. La tapa cayó y el sonido se reprodujo con gran intensidad en la tienda. Aferró sus manos al libro, convirtiendo a sus dedos en gruesas raíces que se negaban a despegarse del grimorio.
Freya estaba ahí... Y a la vez no.
No percibía emociones o energía. La persona que tenía enfrente no era su maestra, sino una proyección. Freya estaba haciendo acopio de sus últimas fuerzas para mandarle un mensaje.
—Maestra, yo...
—No hay tiempo que perder, Lyla —le interrumpió tajante—. Escúchame bien porque voy a necesitar que hagas algo muy importante para mí.
—Lo que sea.
—En la última entrada encontrarás el hechizo que buscas. Apréndelo y cuando lo hayas hecho quema el libro.
Lyla amplió la mirada, sus labios entreabiertos producto del asombro. Ladeó la cabeza creyendo que así escucharía mejor.
—P-Pero aquí está su vida. ¡Sus hechizos! No pue...
—Te di una orden y espero que la cumplas.
La joven selló sus labios, conteniendo el aliento. Había tantos hechizos por conocer que le resultaba imposible imaginarse a sí misma en un escenario sin ellos. Los quería. Quería demostrar que tenía la habilidad de mejorar y ayudar a los guerreros en batalla. Sin el libro sería como... Nada...
—¿Y qué pasa conmigo? Este iba a ser mi legado —musitó con labios trémulos.
—Si vivo ambas crearemos uno nuevo. Si muero, crearás el tuyo propio. Que yo sepa ya conoces varios de mis encantamientos y en el camino aprenderás otros. No necesitas de mi grimorio para ser una hechicera.
—Es lo que me quedará de usted...—Se lamentó—. Si lo quemo será como perderla para siempre.
Freya esbozó una débil sonrisa. Esta podría ser la última vez que tendría una conversación con su discípula. Entendía perfectamente su disgusto.
—Yo estaré bien pero ahora necesito que entiendas la gravedad del asunto. Destruir una página no hará la diferencia, al menos no para una hechicera completa como Circe. La única forma de evitar una desgracia masiva es destruyendo el libro.
Vio la protesta en el semblante de Lyla. Estaba empecinada en conservar el grimorio, en validar la promesa que ella le hizo años atrás. Pero las circunstancias habían cambiado. Las cosas se tornaron más turbias y peligrosas de lo que alguna vez pudieron imaginar. Destruir el grimorio evitaría que recuperaran el hechizo de traspaso.
Freya posó las manos sobre los tirantes hombros de su discípula. Lyla tembló al sentir el contacto.
—Mira en el cajón de mi escritorio.
Lyla obedece. Abre cada uno de los cinco cajoncitos y en uno de ellos descubre un pequeño vial en cuyo interior descansaba una única gota de leche. Con tan solo sostenerlo supo, con terror, que se trataba de agua del Lete.
—Oyeme bien Lyla —habló su maestra, otra vez con implacable seriedad—. Si te atrapan, si te ves entre la espada y la pared, usa eso. Borrará cualquier cosa que desees. Usalo para borrar el hechizo de tu mente.
Lyla amplió los párpados. Quiso soltar el vial en cuanto lo tuvo entre sus dedos. De solo sostenerlo temía olvidar quién era. Cargar con ese frasco era una sentencia.
Si la intención de su maestra era protegerla, borrar sus recuerdos no garantizaba que la dejaran vivir. Se convertiría en un objeto inservible y la tendencia principal sería deshacerse de ella.
—¿Por qué no bloquear mi mente? —expuso—. Como usted hizo.
—Siempre habrá una llave que, tarde o temprano, logrará abrir lo que cerraste. Borrar el recuerdo es la mejor opción.
Lyla estrechó la mirada. Pudo verlo en el rostro de Freya; estaba ahí, gritando, iluminando lo sucedido con carteles luminosos. Deseando que alguien también lo sintiera.
—Había alguien más en Stonehenge, ¿cierto?... ¿Quién? ¿Quién le hizo esto?
La desilusión aplastó los hombros de Freya. La consumió hasta reducirla a cenizas.
—Jamás creí que nos traicionaría —la aflicción tirando de sus comisuras—. ¡Tienes que advertirles! Diles que...
Hay un rugido y Josh irrumpe en la tienda estrellándose contra la mesa. Los libros y cachivaches caen sobre su cabeza y lo aturden. El estruendo provoca que los oídos de Lyla zumben.
Corre para auxiliarlo. Un líquido cálido y resbaladizo tiñe sus manos de carmín. Cuatro zarpados cubrían el hombro de Josh hasta terminar en su pectoral.
—¡Estás sangrando!
El joven soltó un gruñido. Le apretó la mano y la hizo a un lado, justo cuando una criatura cuadrúpeda atravesó la entrada de la tienda a toda velocidad. Los rayos, como látigos letales, salían disparados de las manos de Josh. El animal corría por todo el lugar sorteando la electricidad.
Lyla se refugió bajo la mesa del comedor. No sabía qué causaba más daño: si los rayos de Josh o el iracundo animal.
Intentó descifrar qué clase de criatura era pero se movía tan rápido que apenas y podía ver de qué se trataba. Parecía un perro grande (tal vez demasiado) de patas largas y ágiles, y con la apariencia semejante a la de un galgo. Traía algo atorado en la boca porque cada vez que lo veía se le iluminaba la mandíbula.
Su hogar estaba siendo destruido ante sus ojos y no podía hacer nada para evitarlo. ¿Qué debía hacer? ¿Encantamientos o magia de elementos?
Freya había desaparecido, llevándose consigo la identidad de quién los estaba traicionando. El vial con la gota del Lete pesaba en sus manos, el grimorio era una bolsa de plomo puro bajo su brazo.
La adrenalina se disparó en su cerebro. El odio por aquel animal escurridizo cobró una fuerza inexplicable; quería exterminarlo. Sin embargo, cuando logró entender lo que le pasaba, se dio cuenta que no había tiempo de pelear. Se aferró al momento de claridad en su mente y creó un portal que los sacaría de allí.
—¡JOSH! —gritó por encima del caos—. ¡VÁMONOS!
El joven lanzó un par de rayos más que terminaron por crear nuevas constelaciones en el techo de la carpa. Corrió donde Lyla, sorteando el mugrero del suelo. El ardor creció en torno a su tobillo pero no le dio importancia. Tomó la mano extendida de Lyla y ambos cruzaron el portal.
Rodaron por el suelo hasta casi golpear la pared del callejón. El barro se adhirió a sus cuerpos mientras el agua helada se encargaba de entumecerle los miembros. Entonces, antes de que el portal pudiera cerrarse, el animal que les dio caza saltó ante sus ojos.
No era nada que ambos hubieran visto antes. Lucía como un enorme galgo rabioso. Su piel estaba exenta de pelos y el interior de su boca resplandecía con el fulgor de los relámpagos en el cielo.
Les gruñó, haciéndoles frente.
Chispas volaron de las manos de Josh como un cable en descontrol. Estaba listo para dispararle en medio de los ojos.
Cuando el animal se le vino encima, un bote de basura lo embistió y le dio de lleno contra la pared. Antes de que pudiera librarse del aturdimiento, Zoe lo atravesó con su espada.
El cuerpo estalló en una nube de cenizas y una figurilla de madera se hundió en el suelo fangoso.
—¿Qué diablos era esa cosa? —vociferó Alex—. ¿Y en dónde diablos estaban? ¡Pudieron habernos puesto en peligro!
—Yo... ¡No tengo idea! —Consiguió decir Lyla, presa del aturdimiento.
Zoe recogió la figurilla del barro. Era la primera vez que un monstruo dejaba un rastro físico luego de su muerte. Josh se la arrebató de las manos. Las protestas de la joven no hicieron mella en él. Rompió la figura por la mitad y de inmediato el suelo se llenó de resina.
—¿Qué era eso? —La mirada de Zoe se cargó de intriga y fascinación.
El recuerdo bajó los niveles de adrenalina en el cuerpo de Josh. El ardor en su tobillo se intensificó, ya casi no podía apoyar el pie.
—Algo malo.
☽ ☾
La taza de té humea en sus manos. El ruido incesante de la lluvia oculta sus voces y les calma los crispados nervios.
La chimenea encendida los abriga y protege con su calor.
Nico vuelve de la cocina con una taza en las manos. Había escuchado todo el alboroto debido a que ocurrió bajo su ventana.
Lucía estaba envuelta en toallas y sentada junto a la chimenea. Logan se encontraba a su lado, casi que pegado a ella, preocupado por los dichos de su novia.
—¿Y tú qué opinas? —Le preguntó Logan al joven guardián—. Desde hoy que tienes el ceño fruncido.
—Es solo que... —Toma asiento en el sillón. Su cara se cubre de llamas danzarinas—. No dejo de pensar en el bisturí. Es algo muy raro y específico. Podría haber sido un cuchillo o una daga. Pero ¿un bisturí? ¿Acaso es un cirujano o algo?
—Tienes razón —coincide Lucía —. Es demasiado específico. Quisiera saber qué significa...
En eso, antes de que Nico pudiese dar su punto de vista y Logan saborear un poco de té, la puerta de entrada se abre. La lluvia se cuela dentro y cuatro figuras misteriosas entran en la sala. Escurrían agua, y tanto Lyla como Josh traían las ropas manchadas de barro y sangre.
Los cuatro quedan petrificados al descubrir que no estaban solos.
Lucía vislumbra el pesado libro que cargaban los brazos de Lyla. No le tomó mucho tiempo darse cuenta de qué se trataba.
Logan se pone en pie, la toalla cae de sus hombros.
—¿A dónde fueron ustedes cuatro?
Esa mañana, Lyla y Josh repitieron la historia al resto de sus compañeros. Tuvieron que confesar el estado crítico de Freya, de que alguien más ayudó a Circe en Stonehenge y que muy probablemente esa misma persona ordenó a que rastrearan el grimorio.
—Significa que Epiales está del lado del aftokrátoras —concluyó Matt. Su mente lo llevó en un viaje al pasado. Los pasillos de la escuela West Olympic resurgieron en colores vívidos. La prisión onírica que Epiales creó para él, Sarah y Atticus seguía fresca en el baúl de los recuerdos. Para sus dieciséis años se había enfrentado a una amplia gama de monstruos dispuestos a devorar al hijo de Zeus, pero ninguno de ellos estuvo tan cerca de lograrlo como Epiales. Ese día creyó por un vago instante que había fallado como guardián.
Atticus suelta una risilla nasal.
—No me sorprende. Estuvo de parte de Cronos.
Clarisse hizo rodar sobre el plato un panecillo de moras a medio comer. Aquella mañana se había despertado con más fuerza. No negaba que le harían falta un par de horas más de descanso, pero si tuviera que enfrentarse a un monstruo en ese preciso instante, lo haría sin rechistar.
—Entonces... —empezó. La vista fija en su desayuno—. Además de Epiales tenemos a otro enemigo igual de poderoso.
—¿Freya no alcanzó a decirte de quién se trataba? —comentó Annabeth en dirección a Lyla—. Alguna pista, sobrenombre. Cualquier cosa que pudiera ayudarnos.
Lyla meneó su cabellera cobriza. El disgusto tiraba de sus comisuras.
—No. Solo alcanzó a decirme que nunca creyó que esa persona nos traicionaría. Lo que me da a entender que la conocía, pero ella conoce a todo mundo.
Siderius apareció en escena cargando con un gran tazón de café y una medialuna en la otra mano.
—No se preocupen —su voz grave y calma—, llevaremos a Freya con quien pueda ayudarla lo antes posible. Mientras tanto, sugiero que mantengan los ojos bien abiertos.
Lucía recuerda las últimas palabras de Moros. «Te sugiero que empieces por saber en quién confiarás». ¿Cuántos más se alzaran contra los dioses? ¿Cuántos fingirán su amistad para luego clavarles un puñal por detrás?
Hera mencionó que ya iba siendo tiempo de que los dioses tomaran cartas en el asunto, evidenciando que las cosas se estaban complicando más de lo esperado. Debían ser cautelosos.
—Entiendo que la vida de Freya pende de un hilo —dice Clarisse—, sin embargo, por más apático que suene, creo que debemos concentrarnos en el ahora. Lyla obtuvo el grimorio y sabemos cómo quitar las marcas. Debemos concentrarnos en eso.
—Estoy de acuerdo —coincide Lyla para sorpresa de todos—. Es mi maestra y la aprecio como si fuera una madre... pero el mundo sigue girando y no podemos quedarnos sin hacer nada. No puedo quedarme sin hacer nada.
Annabeth se recoge el cabello en una cola alta. Echa un rápido vistazo por la ventana a su mochuelo, quien degustaba un delicioso platillo preparado por Fey en lo alto de una pajarera.
—Tal vez sintamos que hemos fracasado en varias cosas, pero en retrospectiva corremos con ventaja. Quíone ya no está, Circe está débil y Tánatos completó su plan. La profecía lo dice: «La muerte una solución traerá».
—La espada del Alma —dijo Nico.
Luke terminó de repujar el panecillo con un poco de jugo.
—Sí, bueno, no quiero ser el aguafiestas pero la primera estrofa lo dice todo: «Los de sangre divina en una lucha a muerte combatirán». No lograremos quitar las marcas.
—Actualmente estamos en guerra —aclara Miranda—. No nos será fácil pero debemos confiar en que lo lograremos.
—¿Cómo? Hay un montón de dioses enemigos y quién sabe cuántos más esperan por el llamado del Emperador.
—Moros me lo dijo una vez —habla Lucía con la vista puesta en su desayuno—. Dijo que vio muchos finales, pero que la victoria venía de la mano de las personas en quien confiáramos.
No hizo falta aclarar mucho más. La última vez confiaron en cuatro desconocidos que fueron manipulados y enviados por Circe. Tres de ellos murieron y la Flor Dorada se convirtió en un cachibache inservible.
Confiaron en quienes no debían y perdieron la oportunidad de acabar con la masacre.
Pero luego confiaron en Bóreas y triunfaron.
—Tal vez... —empieza Matt—, tal vez deberíamos intentar descifrar la profecía. Quizás encontremos respuestas. Si lo hacemos estaremos un paso adelante; podremos evitar más desgracias. Trece cabezas piensan mejor que una.
—Así no es como funciona —se lamenta Lucía—. Crees tener una respuesta y luego, cuando ya no tienes escapatoria, los versos cobran sentido y ya no hay nada que puedas hacer para evitarlo.
—No perdemos nada con intentarlo.
Annabeth fue en busca de una libreta y un lápiz. Se sentó a la mesa y mientras recitaba la profecía, sus manos garabateaba con agilidad y rapidez sus palabras.
—«La confianza se habrá de romper para el mal dejar crecer » —lee por enésima vez en voz alta—. Sin duda se refiere a las traiciones que se avecinan. Muchos dioses le darán la espalda a los Olímpicos. Cuantos más seguidores consiga el Emperador, mayor será el mal.
—Pero hablamos de una confianza que se rompe —aclara Logan—. Así que, o nosotros confiamos en quien no debemos, o los dioses lo hacen.
—Concuerdo —dice Matt—. Así como también creo que la parte de «Las almas sobre un lecho de lirios descansarán» se refiere a Hipnos. Él y Tánatos solían tener un juego macabro de ver quién recolectaba más almas en un día. Con el tiempo, Tánatos entendió que no había nada de divertido en la muerte, pero su hermano siguió con la misma práctica.
—Si lo que dices es cierto, Hipnos es mucho más importante de lo que creíamos —expuso Josh con cierto malestar en el rostro.
Lucía y Nico se removieron inconscientemente en sus asientos, recordando cuán indefensos se sintieron al saber que no podían hacer nada contra el dios del sueño.
—Hipnos no es capaz de matar, él solo recoge almas como Tánatos y las guía al Inframundo —aclaró Atticus—. Asumo que debe tener otra connotación. Al que hay que temer es a Epiales. ¿Por qué creen que Iquelo tomó su lugar? Porque rompió las reglas, no puedes asesinar a las personas y no recibir un castigo por ello.
Josh soltó un bufido. Epiales estuvo a punto de asesinarlos en la secundaria, removerlo de su cargo no había sido un castigo duro.
—¡Fascinante! —habló con fingido entusiasmo Luke—. ¿Ahora es cuando toma sentido la parte del Apocalipsis o no?
Annabeth bajó unas cuantas líneas hasta encontrar la parte a la que Luke se refería.
—«Los jinetes el Apocalipsis traerán y la tierra en penumbra se sumirá». Claramente está hablando del fin del mundo —habla con pesadumbre la castaña. La hoja tiembla en sus manos con sutileza. Esperaba que creyeran que era a causa del viento y no a causa de sus nervios.
—O del fin de una era —añade Josh y se gana la atención de todos—. Si el Emperador gana, los Olímpicos serán desterrados y el mundo tendrá un nuevo líder. Ya viví las atrocidades que los titanes crearon, no quiero vivir algo semejante de nuevo.
Zoe lo contempló de soslayo. Logan le confesó que la batalla contra los titanes ocurrió dos veces y en la primera oportunidad perdieron. Josh era el único que recordaba aquellos días apocalípticos (aunque todavía no entendía muy bien cómo). Pero esta confesión daba credibilidad a las palabras de su hermano. ¿En serio los dioses ocultaron la verdad? ¿Tanta gloria arrojada a un grupo de semidioses que perdió en la batalla para la que fueron creados?
—¿Podemos decir que esto ocurrirá efectivamente? —preguntó Alex, angustiado. Su rostro desencajado acompañaba su tono de voz—. Porque de ser así nosotros...
—No lo sabemos con certeza —interviene Lucía luego de que nadie emitiera palabra alguna. Sus semblantes desolados decían más que las palabras—. Pensemos... Pensemos positivo ¿quieren?
—Todo saldrá bien —añade Fey con la esperanza de repuntar el ánimo. Ya bastante desanimados se encontraban como para que esta conversación terminara por devolverlos a las profundidades del pozo que cada uno cavó para sí—. Las profecías tienen ese efecto de multicausalidad. Dependiendo de cómo las veas será lo que interpretes. Hay un sinfín de formas de interpretarlas y cuanto más fino hilen, más significados encontrarán y más perdidos se sentirán.
—Fey tiene razón —Siderius se aproximó a su esposa y la abrazó por la cintura—. Entiendo que es importante lo que están haciendo, pero considero que este no es el momento oportuno. No están listos para interpretarla.
—¿Y si nunca lo estamos? —murmuró Belén; la tristeza asolando sus ojos castaños.
—Lo estarán... pero hoy no.
Nadie emitió comentario al respecto, las miradas bastaron para saber que todos estaban de acuerdo. A medida que profundizaban en la profecía, más desgastados se sentían. Saber que muy probablemente no conseguirían su objetivo era devastador. Venían fallando, teniendo más descensos que ascensos. Una derrota más haría que su autoestima se fundiera en el suelo hasta alcanzar el centro de la tierra.
Cualquier cosa que intentaran interpretar ahora sería corrompido por el lente de la oscuridad; hundiéndolos cada vez más en la miseria.
—Pero para levantar su ánimo, miren aquí —Siderius rodeó la mesa hasta donde Annabeth y leyó en voz alta la frase que rondaba en su mente—. «La muerte una solución traerá». La espada del Alma de Tánatos es la solución a todos los problemas. Si la Guardia Celestial llegara a levantarse, esta será el arma de la salvación. Y ustedes, queridos semidioses, lo hicieron posible.
Lyla percibió en su estómago cómo los sentimientos negativos menguaban conforme la moral aumentaba.
Annabeth se restregó las manos en los muslos y encogió los hombros.
—Hay algo más que he estado pensando últimamente —confiesa, casi que avergonzada por sus teorías—. La profecía dice: «Pandora su perdición será». Y creo que sé lo que significa.
Los ojos de Lucía se desviaron hacia donde Siderius. Él, Tánatos, los cíclopes que ayudaron y ella sabían el secreto. Los Celestiales dormían en los cofres. Seis pithos individuales que contenían a seis distintos primordiales. Todo para mantenerlos alejados de las garras del Emperador.
—La pithos fue creada para contener daimones. Básicamente son primordiales, entonces, ¿por qué no hacer lo mismo con los Celestiales? —calla y observa los rostros perplejos de sus compañeros—. Piénsenlo. Quizás eso era lo que pretendía Tánatos: absorber la escena de los Celestiales de la espada y redirigirla a una pithos.
—La espada quedaría como un señuelo —dice Matt, al tiempo que su cerebro carburaba las palabras de Annabeth.
—Si es así como dices, suena bastante brillante, pero muy arriesgado —expone Alex—. La espada es quien puede destruir a la Guardia. Usarla como señuelo no es precisamente una buena opción.
Annabeth quiso argumentar su punto pero Siderius la interrumpió.
—Como dijo Fey: distintos puntos de vista. —Esbozó una amplia sonrisa llena de secretos—. Solo el mismísimo Tánatos conoce la respuesta y oremos porque nadie llegue a hacerle daño.
—¿Él es quien puede empuñar la espada, cierto?
Siderius asiente y el aire en torno a la mesa se llena de tensión. Si Tánatos moría, también lo haría la esperanza de ganar.
De pronto, Matt se puso en pie. Había decisión en su postura.
—Tánatos no morirá y si por algún motivo el mundo se vuelve en nuestra contra, todos los aquí presentes haremos algo por cambiarlo.
Miranda alza las cejas, impresionada por el discurso de campaña política de Matt.
Tomó la taza medio vacía con café humeante y antes de darle un sorbo, dijo:
—¿Y cómo haremos eso exactamente?
—Hablé con mi padre y éste accedió a mi planteamiento. Ya todo está listo.
Miranda meneó la cabeza confundida.
—¿Listo qué?
—Los llevaremos a una academia donde podrán entrenar y ganar confianza —habló Nico—. Y Lyla tendrá un espacio tranquilo donde estudiar el grimorio.
—Toda la comunidad guardiana está dispuesta a ayudarlos.
Quedaron estupefactos. Tendrían un lugar donde entrenar y prepararse para enfrentar a quien se les pusiera enfrente. Con control de elementos o sin ellos, con aliados o en solitario, lograrían convertirse en los verdaderos Jóvenes Guerreros.
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