☾apítulo 33
La noche llegó. Lucía y Logan volvieron al barco luego de una removedora conversación que dejó a la joven con las emociones a flor de piel.
Los minutos que pasó alejada de todos, siendo Logan la contención necesaria y suficiente para unir los pedazos que tenía por corazón, le hicieron ver que Nico era una pieza más en el juego de la vida. Él no pidió nacer así, como ella no pidió ser odiada en un principio. Sus acciones demostraron cuán equivocados estaban los dichos que la perseguían. Y aunque eso no evitaba que estuviera bajo la lupa, le permitió adquirir cierta confianza sobre sí misma. Eso era lo que debía transmitirle a Nico; él debía confiar en que podía mantener su humanidad, que no importaba lo que dijera Átropos, si estaban juntos (como dijo Láquesis) nada tenía que salir mal.
En sueños había una conexión fluida entre ambos. Era momento de llevarla a cabo en persona.
Logan le pidió a Lucía que fuera a recostarse un rato o a pegarse una ducha. Lo veía en lo demacrado de su rostro, necesitaba un momento para sí. Mientras tanto, él buscaría a Nico y lo llevaría con ella.
Lucía no renegó y se metió a bañar. El vapor y el agua tibia aflojaron lo tenso de su musculatura, le abrieron la mente y, en medio de su relax, pensó el discurso que le diría a Nico en cuanto lo viera.
Pensó en las cosas que deseaba hacer junto a él, todo eso de lo que hablaron en sueños.
Las ganas que tenía de mostrarle su hogar y presentárselo a su padre. ¡Por los dioses, su padre! Otra víctima inocente.
¿Lo reconocería como su hijo? ¿Le entregaría el mismo amor que a ella?
Sam podría tener defectos como cualquier persona, pero tenía un corazón enorme y mucho amor para dar.
Salió del baño vistiendo ropa cómoda y limpia. Se quitó el broche y el cabello cayó ligero sobre su espalda.
Se recostó un minuto sobre la cama, el dolor en las piernas latía bajo su piel extendiéndose a lo largo y ancho de su cuerpo.
Por el pasillo venían Nico y Logan. Lo había encontrado tras un árbol junto a la tumba de Sóter. Desconocía los gustos de Nico, pero en cuanto lo vio, se imaginó que, de haber podido, lo habría encontrado con una botella de alcohol en la mano.
Ante la afirmativa del chico al asegurar que «Ella me odia», Logan aseveró rotundamente: «No. Ella no te odia». Eso captó la atención de Nico, ya que no iba a desconfiar de la persona en quién Lucía más confiaba.
Al aproximarse al camarote, las palpitaciones hicieron eco en los oídos de Nico. ¿Cómo enfrentarse a Lucía después de ver su reacción cuando supo lo de Sarah?
—No puedo hacerlo. —Se detuvo en seco.
Logan lo miró. Bastó una sola mirada para que quisiera agarrarlo y estrecharlo contra sí. Se veía tan vulnerable y fuera de sí mismo.
La manera en que los dioses jugaban con los semidioses como si fueran un trozo de carne era injusta y despiadada.
Él mismo se entregó a Hades para salvar a Lucía. Era un simple trueque donde al morir ella, Logan quedaría como sirviente del dios del Inframundo. A cambio, fue drogado y manipulado, olvidando el amor que le profesaba y sirviendo a Cronos.
Le quedaba el consuelo de saber que no todos eran igual de desalmados. Su padre era un ejemplo de ello. Pese a que intentó crear un nuevo linaje de semidioses guerreros, cortó con éste en cuanto supo que no llegarían a buen puerto. ¿Hubiera sido mejor que no lo hiciera en un principio? Sí, claro que sí. ¿Debió estar más al pendiente de lo que hacían con su hija y los demás? Por supuesto. Pero reconoció que se equivocó. Eso, para un dios, era demasiado humano.
—Claro que puedes.
—Tú no estabas ahí cuando me miró. Esos ojos... ¡Por Hades! —Se mordió la lengua al pronunciar el nombre de otro traidor. Más de dos décadas siendo un leal guardián de Hades, sería difícil erradicar el vocabulario en una noche.
—Yo no soy quién para hablar por Lucía, pero la conozco muy bien. —Se recargó contra la pared y se cruzó de brazos, dándole un tiempo al joven de bajar la ansiedad—. Me contó de ti, todo lo que pasó con Átropos y Láquesis.
Nico tragó duro y adoptó la misma pose que Logan.
—La razón por la que no quería verte fue porque necesitaba un tiempo para asimilar las cosas, no porque te odiara. Ella no puede odiarte aunque quisiera, Nico. Lo veo en sus ojos. —Acompañó sus dichos con una especie de sonrisa melancólica. Quería hacerle creer la realidad para que dejara de sentirse tan miserable, principalmente porque conocía el sentimiento—. No tengo por qué mentirte.
Eso sin duda le dio el empujón que necesitaba para entrar.
—Iré a ver cómo está Zoe. —Le dio una palmadita en el hombro, y por medio de un apretón le aseguró que todo iría bien.
Al ingresar al camarote, Nico descubrió a Lucía dormida sobre la cama. La escena lo remontó a su estancia en la Academia de Artemisa. Se arrodilló junto a ella, le tomó la mano y dijo:
—Hola, «hermana». —Se reservó lo último para sí. Si bien era una palabra que le sabía dulce en boca, reconocía la acidez que podía generar en los otros. En especial si estos no estaban listos para las etiquetas.
—Ella no va a despertar.
Las piernas de Nico se convirtieron en resortes, colocándose en pie de un tirón. La locomotora que tenía en el pecho aceleró el ritmo y amenazó con atravesarle las costillas.
A esa mujer no podía llamarle mamá.
—¿Qué has hecho?
—Sé que me ves como una bruja malvada, y tal vez lo sea, pero no puedo permitir que sigan adelante con este absurdo plan.
Nico notó un cambio en Átropos; sus ojos callaban una agonía tremenda. La que convirtió en pólvora para iniciar la llamarada que le dio rienda suelta a lo colérico y decidido de su semblante.
—Podemos hacer esto por las buenas o por las malas, tú decides.
—¿Por qué? —espetó—. ¿Qué tanto daño haremos si estamos juntos? ¿Y si de esa forma evitamos todo lo malo que hay en mí?
—Todo eso se puede evitar si están lejos el uno del otro —insistió—. Si te quedas como estas nadie podrá acusarte de nada. Seguirás vivo hasta el día en que tu corazón decida dejar de latir.
—Vivo pero solo e infeliz. Qué gran deseo para tu hijo.
—¿Qué prefieres? Estar junto a Lucía, volverte un semidiós completo y morir por orden de los dioses ante la advertencia del Oráculo. ¿Quieres eso? ¿Quieres que tu propia hermana te vea morir? ¿Que se arrepienta toda su existencia el por qué no habrá hecho lo correcto contigo? —dijo Átropos con sentimiento—. O seguir como hasta ahora, lejos de tu verdadera familia, pero consciente de que estás haciendo las cosas bien.
Nico se enderezó y se limpió la nariz con el dorso de la mano.
—¿Puedo hacerte una pregunta? Necesito que respondas con sinceridad.
Átropos se limitó a asentir.
—¿Me amas? —Se detuvo, enojándose consigo mismo por estar temblando—. ¿Alguna vez lo hiciste?
—El amor de una madre es muy complejo y extenso. Limitarse a éste como besos y abrazos es un ideal que forma parte de una mente pobre.
—Tal vez tú creas que no puedes darme eso, y lo entiendo. Quieres protegerme. Sin embargo, ella sí puede darme todo lo que tú no —apuntó a Lucía —. Y me lo quieres quitar.
Átropos actuó como si nada.
—Prefiero tener dos hijos con vida, a que uno de ellos esté muerto y la otra muerta en vida —dijo con expresión contrariada—. Así que decide de una vez: por las buenas o por las malas.
El ardor en los ojos de Nico se volvió insostenible. Estaba harto de llorar, de verse como una delicada flor que sufría por el excedente de agua. Terminó derramando un par de lágrimas que cargaban con el enojo que sentía.
—Nada de lo que diga o haga te hará cambiar de opinión, ¿cierto?
Intuyó que la única capaz de hacerle frente era Lucía, por eso le quitó la capacidad de expresarse.
Nico miró a su hermana una vez más. Cuando por fin encontró la fuente de su felicidad se la querían arrebatar sin escrúpulos.
Lo que menos quería era marcharse. Quería hacerle frente a su progenitora, hacerle ver que no le tenía miedo, pero sí temía las consecuencias.
Lo que hiciera con él lo tenía sin cuidado, no obstante, no se perdonaría nunca si Átropos arremetía contra Lucía.
Presionó las uñas contra las palmas para evitar llorar. Se inclinó al lado de la cama, le besó la frente a Lucía y tomándole la mano dijo:
—Te quiero, hermana.
Se levantó. Un músculo de su mandíbula se tensó mientras le sostenía la mirada a Átropos.
—Quiero dejarte algo bien en claro. Si acepto hacer esto, es porque no quiero que nada malo le pase. No lo hago por ti.
—Me alegra que tomaras la decisión correcta —dijo, haciendo una mueca con los labios—. Lastimosamente Lucía será igual de terca que yo. Cuando sepa lo que hice irá a buscarte, y el amor que le tienes te hará débil. Querrás estar a su lado.
—Claro que no.
La convicción en su hablar, en su postura demostraban cuán comprometido estaba por la causa. Sin embargo, sería ingenuo de su parte creer que después de meses (incluso años) sin verla, huiría lejos.
—Tengo que asegurarme que sigas en esa tesitura. Perdóname por esto.
Avanzó hacia adelante, Nico retrocedió, viéndose atrapado por la pared. La mano de Átropos acarició el pecho de su hijo en contra de su voluntad. La sangre se heló en sus venas y lo paralizó. Sintió que no tenía control sobre sí mismo, que solo estaba allí, de pie esperando por el siguiente comando.
Luego de un tortuoso minuto, experimentó el peor dolor que hubiera sentido jamás. Las venas en su cerebro reventaron y esparcieron ácido en lugar de sangre.
Cayó al suelo, impotente. Un hilo rojo chorreó por su nariz hasta teñirle los dientes.
El volumen de sus gritos fue silenciado para no levantar sospechas.
Se imaginó cuán penosa debía ser la imagen de sí mismo frente a su madre. Agazapado en un rincón con los huesos rígidos y el cráneo al borde del estallido.
La voz de Átropos se oyó firme y clara hasta en lo más recóndito de su mente.
—Vete y jura que no volverás a reunirte con tu hermana. Rompe tu promesa y este será tu castigo.
La cercanía con Lucía le generaba una migraña tan aguda e insoportable que haría al más valiente de los guerreros retroceder.
La moira hizo un giro rápido con la muñeca, materializando una mochila con todo lo indispensable para sobrevivir dos meses.
Al tomarla, Nico firmó la promesa de mantenerse alejado de Lucía.
Se puso en pie a duras penas. Le lanzó una mirada agonizante a Átropos, el fulgor del odio en lo negro de la pupila, y salió tambaleándose por el pasillo.
Un par de segundos después Logan se acercó por el extremo opuesto. Le pareció ver la figura de Nico cargando con una mochila.
Gritó su nombre pero no obtuvo respuesta.
Al ingresar a la habitación, creyendo que Lucía le daría respuestas, se topó con la atemorizante figura de Átropos.
—Átropos —dijo, casi que sin aliento.
La mujer contemplaba a su hija mientras ésta dormía. Luego, cuando decidió que era tiempo de despedirse, miró a Logan e hizo un esfuerzo porque su sonrisa no pareciera un mohín.
—Le haces bien a mi hija, Logan Wesley —habló en tono suave. Quería dejarle bien en claro que lo aceptaba—. Quédate a su lado... porque va a necesitarte más que nunca.
Desapareció sin posibilidades de que el joven le preguntara por qué.
Vio a Lucía tendida en la cama, lo acompasado de su respiración y el semblante distendido rendían cuentas de cuán pacífico era su sueño. Pese a los intentos de Logan por despertarla, no tuvo éxito.
Aunque le preocupaba su estado, no se dejó arrastrar por el sentimiento. Supo que Átropos debía ser la responsable, así que decidió salir en busca de Nico para ver qué fue lo que su madre le pidió que hiciera.
Al llegar a cubierta se acercó a la barandilla. La luna llena dotaba de una luz impresionante, como si estuvieran en pleno medio día. Sin embargo, no veía rastro de Nico.
Golpeó el barandal y soltó una maldición. Se preguntó ¿qué pasó en el camarote?
Bajó a tierra y buscó en los alrededores. Desconocía cuánto tiempo demoró en ir a buscarlo, pero nada que superara los cinco minutos. Tendría que haber un rastro, tendría que ver su silueta alejándose por alguna parte.
Nada. No había nada y de alejarse más temía perder el camino de regreso.
A Nico se lo había tragado la tierra.
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