☾apítulo 32
Lucía miró a su madre con los ojos bien abiertos.
—¿Qué dijiste?
La indignación atravesó a Cloto, quien dio un paso adelante.
—Creo que ya es suficiente.
—¿No te has puesto a pensar que la lanza no atravesó a Sarah en su punto débil? —continuó Átropos, ignorando a su hermana—. Tarde o temprano el hielo se hubiera extinguido de su sistema.
Lucía contempló de a una a las moiras. Su madre era la única que se atrevió a verla.
Las ondas en su cabello se sacudieron en cuanto negó con la cabeza.
—No, mientes. No es posible.
—¿Por qué habría de mentirte? Sarah debía vivir y fue tu hermano quien la mató.
—¡SUFICIENTE! –Láquesis tomó a Átropos por el brazo y lo desvió, apartando el dedo acusador de su sobrino—. No voy a permitir que los pongas en contra, ni mucho menos que los hagas sufrir.
—Necesito hacerles entender ya que tú no fuiste capaz de hacerlo —gruñó por lo bajo—. Si Nico sigue como hasta ahora seguirá matando personas.
—Si están juntos se solucionarán las cosas.
—Si haces eso la barrera se debilitará del todo y accederá a sus poderes. ¿No entiendes lo grave que es eso? ¡Deben estar separados!
Cloto se acercó a su sobrina.
—Nico no tiene la culpa de nada. Átropos solo intenta separarlos.
Por más que intentara, Lucía no la escuchaba.
Lo obnubilado de sus ojos a causa de la cruel revelación demostró que no estaba en sus cinco sentidos.
El dolor se apoderó de su pecho. Era diferente a cualquiera que hubiera experimentado; uno que deseaba arrancarse con las manos aunque eso significara morir desangrada.
Nico asesinó a Sarah. ¿Por qué? Porque la fuga en la barrera sucedió gracias a que hermano y hermana se encontraron.
Ella no debió asistir al cumpleaños.
Moros intervino para que lo hiciera.
Él los quería reunir. El mismo que insistió en mantenerlos separados.
El muy maldito hijo de puta arruinó sus vidas para esto.
¿Su intención? Le importaba una mierda. El daño estaba hecho. Era cuestión de sentarse a esperar y ver quién sería la siguiente víctima.
Sabiendo el turbulento pensamiento de su sobrina, Láquesis intervino.
—Estando a su lado será distinto —habló, esperanzada—. Ambos se complementan y neutralizan. Son como el sedante del otro. Si Nico está bien, nada malo ocurrirá. Nada de esto tiene por qué terminar mal.
Las tres hermanas siguieron discutiendo.
Abstraída del mundo, Lucía dibujaba escenarios ficticios de lo que podría ocurrir; de lo que podría perder.
Nico se le acercó lentamente y guardó distancia. El escozor de las lágrimas ardió en sus ojos en cuanto la vio.
Tantos años de compartir encuentros lo unió a ella de una forma maravillosa e inexplicable. Tanto así que sin saber quién era, la apreciaba. El amor que ella le había demostrado había llenado toda su vida.
Todo el tiempo la buscaba, porque sabía que era real y no una burda fantasía. Necesitaba hallar a la responsable de hacerlo sentir vivo. La que le enseñó que por más difícil que fuera el camino él tenía la potestad de correr los obstáculos de en medio.
Lucía le demostró que lo quería incondicionalmente. ¿Acaso eso se acabó? Siendo consciente de todo, ¿ya no lo veía como él a ella?
—¿Lucía? —musitó.
No era la verdad de haber descubierto que Átropos era su madre, ni el dolor de saber que podría convertirse en un monstruo si llegaba a reunirse con sus poderes lo que lo destrozaba. Era la soledad. El saber que Lucía podría abandonarlo.
La ausencia de palabras en ella, la mirada esquiva y el rechazo de su cuerpo reaccionando a la cercanía de su hermano, confirmaron sus sospechas.
—Jamás fue mi intención hacerle daño a nadie. Lo último que quiero es lastimar a las personas. —No sabía qué más hacer o decir. Estaba turbado por las revelaciones, confundido por el caos de sus propias emociones. ¿Cómo podía hacerle entender que él no sería el desalmado que Átropos decía? ¿Cómo hacerle confiar en él de nuevo si ni siquiera sabía de qué forma controlar sus poderes?
Lucía levantó el brazo, su mano impidiendo que Nico se acercara. Retrocedió, horrorizada por el conflicto familiar. Desconocía a quién detestaba más. Solo sabía que no quería seguir allí.
Se dio la vuelta y corrió colina arriba hasta desaparecer.
Las moiras quedaron igual de desconcertadas que el joven. Cloto bajó la mirada, las fauces de la culpa carcomieron sus entrañas desde dentro. En tanto, Láquesis dio un par de pasos en dirección a Nico. Guardó distancia puesto que sería lo más prudente en su posición.
—Lo lamento tanto, cariño.
—¡Ya cierra la boca! —gritó.
La moira se estremeció. Encontró los ojos de Nico y supo que ya nada volvería a ser igual entre ellos.
—Intentaba protegerte.
—¿No era más fácil decirme la verdad desde un comienzo? Podrías haberme advertido de lo que pasaría, de quién era yo en realidad. Eso habría sido compasivo de tu parte, porque aunque hayas destrozado mi vida, no habrías arruinado la de James y Natalie.
—Eso puede solucionarse. —Le aseguró. Una sonrisa que callaba el dolor de su alma tiró de sus comisuras, sostenida solo por el peso de recuperar el cariño de su sobrino—. Te prometo que...
—¡No prometas nada! No quiero nada de ti. —Vio más allá de su madrina, directo a su madre y tía—. Dicen que traeré el caos, que lo destruiré todo, cuando ustedes son quienes arruinan todo. ¡Ustedes son las que hacen daño a las personas!
—Nico...
El corazón de Cloto se estrujó al ver a Láquesis suplicando por cariño. ¿En qué momento sería concebible que una moira sufriera por el rechazo de un media sangre?
El joven extrajo del pantalón una pequeña esfera transparente, la depositó en la mano de su madrina y le hizo saber que eso le pertenecía. A continuación, se encontró con la mirada de su madre. Lo que escondían los ojos de Átropos le fue imposible de descifrar.
—Conseguiste lo que querías. ¿Estás feliz?
—Si piensas que esto me hace feliz, no me conoces lo suficiente.
—No necesito ver más de ti. Lo que vi hasta ahora es bastante decepcionante.
Se marchó y las tres hermanas quedaron solas en medio del valle. El rugir de las olas acompañó el tormento de sus abatidos cuerpos.
Al llegar al barco, Miranda recibió a Nico con el corazón en la boca.
—¡Aquí estás! ¿En dónde estabas? ¿Te sientes mejor?
Preguntas y más preguntas que si pudiera las tomaría en un puño y las trituraría hasta hacer polvo.
«NO. PREGUNTES.» pensó.
Los años de amistad le hicieron saber a Miranda cuando Nico estaba perturbado. Si eso llegaba a pasar, era mejor mantener la distancia y esperar a que el malhumor se le pasara. Pero había algo distinto en él. Tenía el rostro manchado y los ojos vidriosos.
—¿Qué tienes?
En eso, Logan subió a cubierta seguido por Josh, Ethan y Atticus. Nico se dirigió al novio de su hermana.
—¿Lucía está aquí?
—No. Los hemos estado buscando. ¿Qué pasó?
El muchacho soltó una maldición, preocupando a Miranda. Ya lo había visto enfadado (en especial cuando descubrió que su relación amorosa era una farsa), pese a esto, la situación actual iba más allá.
—Nico, responde.
Siquiera se acercó. Bastó que alzara una mano para que Nico retrocediera y le permitiera ver lo desorbitado de sus ojos.
—Dile a tu padre que es un maldito mentiroso. Si alguna vez le tuve aprecio, eso ya se acabó.
—¿De qué estás hablando? ¿Por qué estás tan enojado?
—¡Por cuán mierda son los dioses! —escupió entre dientes.
Miranda dirigió la atención al pequeño cuarzo que colgaba alrededor del cuello del muchacho. Las arrugas de preocupación en su frente se acentuaron al comprobar el color rojo oxidado de la pieza.
—Yo no morí, mis padres no imploraron por mi vida. ¡Él no fue una mierda de compasivo! Mintió como todos ellos.
El alboroto atrajo a más curiosos a la cubierta.
—¿Qué estupideces estás diciendo? Entiendo que el canje de almas te moleste pero no tienes derecho a hablar así de mi padre.
—¡Él ME MINTIÓ! Si no tuviera nada que ver habría sido honesto conmigo, y no fue así.
—¿Qué intentas decir?
—Que no soy un Cerberus. —Se agitó ante sus propias palabras. Lo aguado de sus ojos le quitó la visión por un latido—. Soy un Anderson, y mi madre es Átropos.
El barco quedó en mortuorio silencio. Nico barrió la vista por los presentes antes de marcharse tierra adentro.
Unos instantes después, Logan abandonó el barco para ir en busca de Lucía. Si Nico estaba así de molesto, si Lucía no aparecía, significaba que algo grave había sucedido.
Miranda deseó hacer lo mismo que Logan pero se abstuvo. ¿Qué iba a decir? ¿Que lamentaba que su padre fuese un grano en el trasero? Eso no subsanaría el dolor por el cual transitaba su amigo.
☽ ☾
La puerta ni siquiera se abrió. Átropos ingresó a la casa a través de un portal en la sala. Láquesis y Cloto la siguieron bien de cerca.
Con un movimiento de muñeca, Átropos encendió las luces. Aquella sala de estar le era más que familiar. Había pasado los últimos dos meses en el mundo mortal, acompañando a su esposo. Que sus hermanas invadieran ese espacio tan íntimo le irritó.
—¡Lárguense! —Se dio la vuelta y les puso un alto a sus gritos.
—Debemos hablar de lo que pasó.
—No quiero hablar con ustedes, mucho menos contigo. —Empujó a Láquesis con el simple toque del dedo índice.
Cloto evitó que su hermana se desplomara de espaldas.
—Te confié a mi hijo. Dijiste que lo cuidarías, que él nunca se volvería una amenaza. ¡Y mira lo que hiciste! —gritó al vacío de la casa, levantando los brazos, exasperada.
—Si hubieras visto cuánto sufría habrías hecho lo mismo que yo.
—¡Jamás! Habría hecho hasta lo imposible por hacerlo feliz, pero nunca los habría reunido. Mucho menos decirles la verdad.
Láquesis sintió la ira caldeando su pecho.
—Vaya madre ejemplar que eres. Abandonas a tu propio hijo, me lo das a mí para cuidarlo, ¿y tú qué? Haces como si no existiera.
—¿Crees que no me duele? Lloré por un lustro el que no pudiera tenerlo. Luego entendí que si no pensaba en él, no dolía. Me enfoqué en Lucía, en mi bebita. Y eso es todo. Tuve una hija y haría hasta lo posible por evitar que me la quitaran.
Cloto se limpió una lágrima del párpado.
—Pero también tenías un hijo que en el fondo sabía que no pertenecía a ese lugar —argumentó Láquesis—. La amargura lo destrozaba. No podía ser feliz.
—¿Y por eso pensaste que sería una gran idea decirle que tenía una hermana?
—¡Sí! —chilló—. Le rogué a Moros que cambiara su destino pero hay cosas que ni él puede cambiar. Así que me dijo que buscara la forma de hacer su estadía amena, porque si era feliz la oscuridad se mantendría alejada. Por eso busqué reunirlos en sueños y allí me di cuenta que si estaban juntos todo se solucionaría.
Átropos frunció el ceño. Le costaba creer que su propia hermana fuese tan ilusa.
—Arruinaste las cosas. Y como siempre deberé encargarme de su reguero.
Oyeron un ruido en la segunda planta. Las hermanas elevaron la vista con dirección a la escalera, donde Sam se encontraba de pie. El hombre llevaba el cabello húmedo y ropa cómoda, signos de haber dejado atrás una larga jornada laboral por medio de la ducha.
Lo pálido de su rostro les hizo saber que la conversación no fue del todo privada.
—Sam... —Átropos contuvo el aliento al ver a su esposo—. Creí que trabajarías hasta tarde en la panadería.
Sin decir una palabra, bajó las escaleras con la mirada puesta en su esposa. Sintió que se le aceleraba el pulso, la desesperación estampándose de lleno contra su cuerpo.
—¿Tengo un hijo? —dijo cuando estuvo frente a Átropos.
La moira guardó silencio. Por primera vez no supo qué decir.
—¡Respóndeme! —Elevó un poco la voz, pero no lo suficiente para gritarle.
—Puedo explicarlo...
—¿Lo borraste de mi mente? ¿Por eso no puedo recordarlo?
—No, yo no...
—Dime la verdad —demandó.
Átropos quedó helada, la sensación de escalofrío se reprodujo en sus hermanas.
—Solo... alteré un poco el recuerdo —confesó en un susurro. Siquiera tuvo el valor de sostenerle la mirada por más de diez segundos.
Aturdido, Sam intentó recordar el día que nació Lucía.
La enfermera trayendo la cuna con una pequeña que no paraba de patalear y llorar. Él sosteniéndola en sus brazos, cantándole el arrorró para que se durmiera.
Cortina por medio, una pareja de recién casados había tenido un hijo, y su personalidad calmada y serena contrastaba con la de Lucía.
«Esa niña sí que tiene pulmones. No los compadezco».
«¿Quieren intercambiar un rato?».
Sam estrechó la mirada, las lágrimas acudieron en respuesta al lamento.
—El bebé. El bebé de la pareja de al lado... ¿Era nuestro? ¿El que me dejaron cargar era mi hijo en realidad?
Átropos aguantó el llanto.
—Lo lamento.
—¡¿Por qué lo hiciste?! —explotó Sam—. ¿Por qué, Aisa?... —sollozó—. Ahora entiendo tantas cosas. Esta casa, esa habitación insulsa que nunca supe darle un uso, de la que siempre me estoy quejando, iba a ser su habitación...
—Sam, puedo explicártelo.
—Oh, sí. Vas a tener mucho qué explicarme. Empezando por la parte en la que no confiaste en mí, en la que borraste de la existencia a mi propio hijo. —Guardó silencio, herido.
—Ya sé que estuve mal pero no quería hacerte sufrir.
—Esto que hiciste no te lo voy a perdonar nunca. ¿Me oíste?
☽ ☾
Había perdido la cuenta de cuántas horas llevaba su tío inconsciente.
El camarote lucía grande y espacioso pese a lo pequeño y abarrotado que era. La ausencia de cuerpos humanos que rellenaran el espacio se sentía. Al menos así le pareció cuando su tío Sóter decidió acomodarse en otra parte del barco.
Solo Thomas y Fernanda ocupaban ese cuarto.
La joven se levantó de su lugar en la cama y miró por el ojo de buey. La pobre luz del crepúsculo teñía las aguas de negro, convirtiendo los retazos de rosa y violeta en líneas borrosas y difusas.
Intentó abrir el cristal pero, como era de esperarse, no pudo hacerlo. En lugar de conseguir aire fresco quedó con una gruesa capa de polvo en los dedos. Las partículas llegaron hasta su nariz y la hicieron estornudar.
El resto de los muebles estaba limpio y en impecables condiciones, sin embargo, los que limpiaban olvidaban que las ventanas también debían lavarse.
Un cosquilleo comenzó en la parte superior de su columna y bajó en picada hasta los pies al oír un ruido a sus espaldas. Al girarse descubrió a su tío Thomas en pie.
El cabello le caía sobre lo poblado de sus cejas. Lo fruncido alrededor de sus ojos y boca, el brillo de la luz artificial haciendo estragos en sus córneas, empeorando el sentimiento arraigado de confusión.
—¡Tío!
Se le acercó, tomándolo por los brazos. Las ganas de llorar se acumularon en su garganta; una mezcla de alegría y tristeza tiró de su corazón.
Mareado y confundido, Thomas apartó las manos de Fernanda. Avanzó tambaleante hacia la salida, alejándose del alcance de su sobrina.
—Tío, espera. Tienes que volver a la cama —insistió en tono dulce—. Josh te lanzó una descarga...
En cuanto lo tocó, volvió a apartarla, ésta vez con más fuerza que antes. Un manotazo limpio que descolocó a Fernanda. Su tío estaba decidido a salir de aquel sitio asfixiante y reducido. No importaba a qué costo.
Ante la reticencia, Fernanda se paró firme y le ordenó que se acostara. El aire cargó con su voz y le sacudió los tímpanos a Thomas, reconociéndola de inmediato. Dejó de pelear.
Sus ojos se encontraron, una sensación electrizante atrapó a Fernanda en el terror.
La ira manó de su tío y llenó el espacio a su alrededor, ardiendo más brillante y furiosa que la relación sanguínea que los unía.
Apenas pudo decir algo, Thomas la empujó contra la pared del camarote. La tomó de los brazos y la golpeó contra una litera, la dio de lleno contra un mueble aéreo hasta arrojarla encima de la cama.
Fernanda soltó patadas que daban justo en el vientre y pecho de su tío, pero no eran más que cosquilleos para él. Todo su cuerpo parecía hecho de acero, o por lo pronto, carente de dolor.
La joven descubrió las armas de Thomas sobre una madera flotante que servía de escritorio. Estiró el brazo, su otra mano golpeando el rostro de Thomas. Sus dedos llegaron a rozar la funda cuando la elevaron por los aires. El corazón le dio un vuelco del susto, su cabeza rompió el cristal del ojo de buey y terminó contra el suelo. Las manos de su tío envolvieron su cuello y presionaron con alma y vida. Los ojos de la joven se abrieron, creyendo que le saltarían del cráneo por la presión acumulada.
En eso, unos brazos tomaron a Thomas por el pecho tratando de alejarlo. Tío y sobrina se pusieron de pie, el aire se filtró de regreso a los pulmones de Fernanda pero la bocanada de alivio duró menos de lo esperado.
Thomas se quitó a Atticus de encima de un codazo, enviándolo directo contra el escritorio que terminó hecho ruinas en el piso.
Empujó a su sobrina contra la pared, dispuesto a terminar de estrangularla. La levantó del suelo, la punta de sus pies apenas rozaban las tablas de madera.
Lo último que lo enrojecido de sus ojos vieron fue la viva imagen de la locura atravesando a su tío.
Alex ingresó por la puerta abierta después de escuchar semejante alboroto. Golpeó a Thomas con la fuerza de su puño en la cabeza, obligándolo a soltar a Fernanda. La muchacha cayó al suelo desmayada. Traía el rostro magullado y la sangre chorreaba por una laceración en el costado del rostro.
Antes de que Thomas se librara del aturdimiento, Alex presionó el antebrazo contra su garganta, aplicando una llave paralizante. Ambos se desplomaron en el suelo; los puños de Thomas lo golpeaban en la cabeza y el brazo. Increíblemente, demoró más que el promedio en dormirse. Y no fue por la técnica de Alex, sino por la influencia de Lyla que llegó justo a tiempo.
Al soltarlo, Alex se desplomó de espaldas, agitado. Sintió un dolor tirante en los músculos, los golpes de Thomas eran pulsaciones calientes a lo largo del brazo.
Matt ingresó al camarote seguido de Ethan, quien fue en auxilio de su hermano. Atticus estaba adolorido pero fuera de peligro.
Lyla examinó a Fernanda. Las abrasiones le recordaron a los campos de cultivo que Freya solía frecuentar a la hora de buscar especias. Tendría que vigilar de cerca su cuello para evitar lesiones en las cervicales.
—Necesito algo para inmovilizar su cuello.
Matt salió corriendo en búsqueda de un botiquín. Era un barco especializado en recolectar huesos de monstruos, pero eso no quitaba que los tripulantes estuviesen expuestos a peligros. El ala oeste funcionaba como enfermería, y aunque no la había revisado en profundidad, encontraría con qué ayudar a Fernanda.
—Maldición —gruñó Alex, exhausto—. ¿Qué esto nunca va a acabar?
—Lo que sea que lo haya inducido a la locura, sigue en él —dijo Atticus. Tocó el cinturón de su hermano y le pidió que se lo sacara—. Servirá para hacer un collarín.
Desde que llegaron, Lyla tuvo tiempo de pensar qué pudo haber ocurrido para que Thomas cayera en la locura. A diferencia del resto, él fue el único que bebió del cálice, donde muy probablemente se escondía alguna especie de maldición, la cual se activó al no cumplir con el trato.
—Habrá que mantenerlo vigilado — añadió Ethan, quitando los cuchillos y entregándole el cinto a Atticus.
Lyla colocó a Fernanda boca arriba, siendo muy cuidadosa con los movimientos.
—¿Alguien sabe dónde está Logan? —preguntó la muchacha. Su ayuda vendría bien para los magullones y arañazos.
—Está con Lucía en alguna parte —respondió Ethan—. Voy a buscarlo si quieres.
—No, está bien. Ya vendrá. Puedo encargarme mientras tanto.
A los pocos minutos, Matt volvió con un botiquín de emergencia y una bolsa repleta de artículos médicos. Entre él y Atticus construyeron un collarín casero que permitió inmovilizar el cuello de Fernanda. La recostaron sobre la cama y Lyla se dispuso a limpiar la herida de su rostro.
—¿Qué hacemos con Thomas? —cuestionó Luke, quien al ver el apremio en Matt lo siguió para ver qué ocurría—. ¿No hay una mazmorra en este barco? Voto por construir una. O mejor aún, ¿por qué no lo tiramos por la borda?
—Aunque sería buena idea deshacerse de él, no podemos. Debe haber una forma de liberarlo de la maldición—meditó Lyla en voz alta.
—Creo que lo mejor será mantenerlo atado e inconsciente.
—Muy bien. Luke y yo nos encargamos de eso.
Alex cargó a Thomas sobre el hombro, sintió los músculos del brazo flaquear pero se recompuso casi de inmediato. Abandonaron la habitación, Luke le indicó que lo llevara al camarote continuo mientras él iba por un par de cuerdas.
Entre tanto, Ethan fue por una escoba para barrer el desorden.
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