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☾apítulo 31



Belén recitó una plegaria con la mano apoyada sobre la roca. El nombre de su guardián había sido recientemente marcado, y leerlo era irrisorio. No podía estar muerto, no cuando comenzaban a entenderse.

Nunca tuvo un guardián que la protegiera pero tenía muy claro que no quería a ningún otro. En especial si el tufo de la muerte los perseguía por detrás.

Una brisa fría sopló de improviso. La joven se sacudió y los vellos del brazo se le erizaron. Alex no pasó por alto dicha reacción.

—Muy bien. Hora de irnos.

—Apenas llegamos —le reprochó.

—Ya pasaron diez minutos. Suficiente para despedirse.

Belén renegó.

—No necesito un niñero. Puedo...

Al ponerse en pie su cabeza dio vueltas. Fue un mareo sutil aunque lo bastante poderoso como para hacerle perder el equilibrio.

Alex la atrapó.

—Te dije que es hora de irnos —La orden se tiñó con la calidez de la preocupación.

Belén no dijo nada. Envolvió el cuello del muchacho con las manos y dejó que la cargara. La última vez que intentó caminar por sí misma, perdió el conocimiento por cuatro segundos.

Curar a Zoe mermaba su energía vital. Permanecer bajo el sol de la tarde le permitía recuperar fuerzas.

—Sería bueno si nos quedáramos un rato más. El sol ayuda a sentirme mejor.

Alex lo pensó y accedió casi de inmediato. Quería dejar de verla enferma.

La depositó en la hierba y se sentó a su lado por un poco de vitamina D.

Se escandalizó en cuanto la vio quitarse el abrigo. Un top no la protegería del viento.

—¿Qué haces? Te vas a engripar.

—A mayor exposición más rápida la carga. —Se recostó en el suelo, cerrando los ojos. Pese a la brisa, el sol era el cobertor ideal. El cosquilleo de los rayos sacudía el agobio de sus células y las rejuvenecía.

Inhaló profundamente y al abrir los ojos se encontró con la viva imagen del arrepentimiento.

—¿Alex?

El joven apartó la mirada para luego volver a posarla en Belén.

—Lamento haber sido un imbécil contigo. Tú y Justin eran... son el uno para el otro. —Mordió lo grueso del labio inferior—. Tenía que decírtelo.

Belén se incorporó a medias. Un zumbido al fondo de la cabeza le perturbaba el equilibrio. Se puso de lado y apoyó el codo sobre el césped.

—Si hablamos de lamentarnos, también tengo que pedirte disculpas. Jugué contigo y no lo merecías. Nadie merece que le hagan eso.

Alex soltó una risa vacía.

—Pues me hiciste sentir como la mierda —confesó—. Pero sí lo merecía. —La contempló con una leve chispa encendida en el avellanada de su iris—. Alguien tenía que darme una cucharada de mi propia medicina.

—Alex.

Le dolía verlo de aquella forma.

Comprendió que Alex no era sinónimo de bromas, sexo y sex symbol. El otro lado de la moneda escondía una soledad tremenda.

Se preguntó si lo vería realmente feliz algún día.

—Te lo dije una vez y te lo volveré a repetir, puedo y quiero ser tu amiga. No estás solo.

Alex le apretó la mano y sonrió en respuesta.

—Lo sé. Tú también puedes confiar en mí.

Belén se acurrucó en el pecho de Alex y éste la abrazó.

—Espero que Monroe no se entere de esto —bromeó y la risa de la joven le llenó los oídos de alegría.

—No se lo diré si tu no se lo dices.

Confiaba en que Justin volvería a ella. Con los cofres en su poder tenían la sartén por el mango. Arruinarían los planes del Aftokrátoras y así recuperaría a Justin; mientras tanto debía ponerse saludable.

—Tengo frío.

—Te dije.

—Cállate.

Rieron por lo bajo y permanecieron así por unos minutos más.


☽ ☾


Cuando despertó, un brazo rodeaba su pecho y la mantenía unida al cuerpo caliente de Logan. El joven dormía; una línea profunda le dividía el entrecejo y le sacudió el corazón a Lucía.

Se inclinó y la besó.

Vio como su ceño se distendía levemente y la preocupación se marchaba lejos de él.

Habría querido permanecer abrazada a Logan por el resto de sus días, sin embargo, notó la presencia de alguien más en el cuarto. Su propia hebra y la de ese extraño latían a ritmo sincronizado. Parecían uno mismo pese a las diferencias.

Al otro lado del cuarto, Miranda dormía en un sofá junto a la cama. Nico la cubrió con una manta y regresó sobre el colchón. Apoyó la espalda contra el respaldo, miró al techo y soltó una respiración lenta y profunda, colmada por la congoja.

Los recuerdos la asaltaron más aprisa de lo que hubiera querido. Se abrumó frente a tanta información, experimentando una sensación de agobio junto a unas inmensas ganas de llorar.

Su propia madre y tías le ocultaron la existencia de su hermano.

Tenía un hermano.

HER.MA.NO

Esa palabra se oía extraña en su mente y, sin embargo, su alma se estremecía ante ella.

Por eso se sentía tan atraída hacia Nico, porque su mente intentaba hacerle ver que ya lo conocía a través de los sueños. Porque su sangre quería hacerle notar el lazo estrecho que los unía.

Se incorporó y Nico reaccionó ante el movimiento.

—Nico... —musitó.

Él contuvo el aliento. Ni llorando lograría liberar la presión de su pecho.

—Necesito hablar con Átropos —Lo ronco de su voz descolocó a Lucía—. No puede ser. No puede ser real lo que vimos. —Una lágrima descendió por su mejilla—. No pudieron ser tan crueles.

La crueldad se quedaba corta frente a todo lo que hicieron para mantenerlos separados.

Le arrebataron a una familia un hijo y un hermano. Lo incorporaron a otra que le entregó todo el amor que tenían para darle hasta que un detalle lo arruinó todo.

Natalie Cerberus intuyó la verdad: Nico no era su hijo y su inconsciente quiso hacérselo ver. La intervención de Láquesis empeoró la cosas, porque no puedes obligar a una persona a amar a otra.

Si Natalie lo supo, si James lo sospechaba, el forzarlos a olvidar los desgastó. Los destrozó por dentro, volcando ese malestar en su supuesto hijo.

Todo por mantener oculta una mentira.

—¿Puedes...? Por favor.

Lucía asintió.

—Ven conmigo.



Se alejaron de la costa, subieron por una colina y al llegar a los pies de ésta se detuvieron en medio de un valle rocoso.

Lucía se preparó mentalmente para lo que vendría a continuación. Cuando estuvo preparada, recitó el verso de invocación.

Recordaba haberlo leído en los libros de la biblioteca de la Academia de Jóvenes Guerreros. Lo aprendió de memoria porque intuía que podría serle útil.

Bastó decirlo una vez para que con la primera brisa, el aire se desdoblara y extendiera en una silueta borrosa que terminó por convertirse en su madre.

Átropos apareció frente a ella luciendo un atuendo casual. Blusa larga con estampado a cuadros, pantalones skinny, balerinas beige y un saco en tonos marinos que iba a juego con lo monocromático de sus prendas.

—Hacía tiempo que nadie me invocaba. Extrañaba la sensación. —La sonrisa se le esfumó en cuanto reparó en la presencia de Nico. Su malestar quedó impreso en las facciones de su rostro—. ¿Qué significa esto?

—¿Es cierto? —Las lágrimas amenazaron con emerger, por lo que las contuvo con la amarga sensación de ver a su madre. Lo último que quería era empezar a llorar y perder la inyección de ferocidad.

—¿Qué cosa?

—No te hagas la desentendida. ¿Nico y yo somos hermanos? ¿Eso es cierto?

El mundo de Átropos dio un vuelco.

—¿De dónde sacaste semejante cosa?

—¡Dime la verdad!

La moira calló ante el grito de su hija.

Estudió a Nico, avistando su rostro manchado de lágrimas, sus extremidades temblorosas.

Hacía años que no lo decía en voz alta, por lo que decir la verdad se sintió agridulce.

—¿Cómo lo supiste? 

Nico sintió que su entorno se derrumbaba a su alrededor, dejándolo en medio de una fría e inmensa oscuridad que le presionaba los pulmones. Todo lo que creía conocer, todo lo que alguna vez tuvo significado para él, se marchitó y pereció. Emociones crudas lo azotaron mientras caía en la cuenta de cuál sería el tipo de vida que llevaría de ahora en más.

Se frotó los brazos, tratando de mitigar los escalofríos repentinos.

—¿Cómo pudiste? —El asombro y el horror paralizaron a Lucía—. ¿En qué diablos estabas pensando?

—Tú no sabes cómo fueron las cosas.

—¡Sí que lo sé! Lo sé perfectamente —La rabia burbujeó en su pecho, fundada sobre el sentimiento de indignación—. Ocultaste la verdad, arruinaste la vida de personas y estabas dispuesta a dejar que tu propio hijo muriera.

Una única lágrima cayó por la mejilla de Átropos.

—Lo que siempre anhelé fue formar una familia. Así que puedes imaginarte lo que sentí cuando insinuaron que mí descendencia era peligrosa y debían morir —argumentó, presa de un profundo dolor—. Moros te salvó pero Nico seguía indefenso. Lo matarían en cuanto accediera a sus poderes...

—¿Por eso intentaste matarlo? —La ira alimentó los cimientos del desprecio que crecía y crecía en Lucía—. ¿Qué clase de madre eres?

—Negarlo sería querer tapar el sol con un dedo, no obstante, puedo asegurarte que de no haber estado Láquesis para detenerme, no le habría hecho daño. Jamás.

Nico percibió la pestilencia del arrepentimiento manando de Átropos.

Los eones le permitieron camuflar muy bien las emociones, pero el brillo en sus ojos no eran más que lágrimas, y lo rojizo de la esclerótica el esfuerzo inhumano que hacía por evitar convertirse en un lío sollozante.

Lo que dijo era cierto. Aferrarse a esa posibilidad, por más mínima que fuera, evitó que Nico se cayera a pedazos.

—Así que fue mejor mentirnos a todos. Manipularlo para disfrazar su dolor...

—¿Cloto te dijo esto? —Átropos la interrumpió. Apoyó las manos en la cadera, harta de la altanería de su hija—. Sí, apuesto que fue ella. Siempre creyendo que hace lo correcto cuando solo lo arruina todo. ¿Quieres decirme por qué no te dio la información completa? Al menos así dejarías de atacarme.

—De hecho, fui yo.

Aquella voz le resultó inconfundible. Átropos sintió que el icor se le congelaba en las venas, mientras Nico perdía el aliento.

Láquesis dio un paso al frente, su hermana Cloto detrás.

—Tú... ¿Cómo pudiste? —Le reprochó, Átropos.

—Nicolás merecía la verdad. Ambos la necesitaban.

—Creí que Cloto era la única que cometía estupideces pero me equivoqué —gruñó entre dientes—. Sabes cuán peligroso es que Nicolás obtenga sus poderes. ¿Por qué insistes en mantenerlos unidos?

—¡Porque son hermanos, Átropos! —habló bruscamente, Láquesis—. Como tú y yo. ¿Qué no es razón suficiente para entender?

—¿Es que no te importa que el mundo se derrumbe por su culpa? —Le costaba aplacar la ira que le generaba ver a su hermana. Ella se comprometió a cuidar de Nico, ¿por qué faltó a su palabra?—. Él solo traerá destrucción. ¿Tanto te cuesta entender que quiera protegerlos?

—¿Protegernos? —dijo Lucía, enjuagando con rabia lo último de sus lágrimas—. Ese concepto es bastante debatible viniendo de tu parte. No nos tratas por igual.

—Tu estabas destinada a salvarnos de Cronos.

—¿Y Nico no? ¿Acaso él no puede hacer su propio destino? ¿Tiene que vivir con el estigma de ser el malo de la película?

—Todo en esta vida tiene un equilibrio. Tú naciste para salvarnos, él para destruirnos.

Nico alzó la vista.

—¿A qué te refieres? —habló con la voz ronca, ahogada por la presión de la aflicción—. ¿Me convertiré en un monstruo, eso intentas decirme?

Cloto decidió desviar el tema antes de que sus hermanas arruinaran por completo a sus sobrinos.

—Las habilidades de una moira pueden llegar a ser peligrosas en manos de semidioses, según dicen por lo impuro de su sangre. —La mueca en su rostro denotó cuán en contra estaba de semejantes dichos—. Son poderes complejos y destructivos si se los usa de forma indebida.

»La habilidad del «Erpeton oscuro» es una técnica complicada que se adquiere con la experiencia y madurez suficiente. Nosotras aprendimos a canalizar su fuerza al momento de manipulación de la hebra. Se suponía que también lo heredarías. El que hayas tenido acceso a éste a tan temprana edad significa que la cercanía entre ambos lo despertó —explicó a Lucía—. Por eso (supongo) te es difícil controlarlo.

Lucía estrechó la mirada y meneó la cabeza. Era cierto que despertó un poder desconocido y por más que lo intentara no tenía la menor idea de cómo invocarlo. Aunque esto último estaba asociado al miedo que sentía.

Temía que semejante poder le hiciera destruirlo todo.

—Sigo sin entender por qué apuntan contra Nico. Yo soy la de los poderes, él no. Se supone que bloquearon su parte divina.

Átropos se peinó una ceja con los dedos. Lo preocupado de su ceño evidenció lo intrincado del asunto.

—Así era hasta que se encontraron. Bastó un simple beso en la mejilla para crear un boquete en la barrera y permitir que sus poderes se fugaran. Sussy Lodge fue la primera víctima.

Dicho nombre le paralizó el corazón a Nico.

—Esa niña debía morir de cualquier forma —aclaró su madre—, lo que no debía pasar era que Nico cortara su hilo. ¿Y por qué lo hizo? Porque ambos se conocieron. —Átropos miró a Láquesis con desdén.

—Mentira —atacó Lucía—. Estuvimos ahí y yo no estaba.

—Nico y tú nacieron el mismo día —empezó Láquesis con la mirada gacha. Jugó con los dedos en un intento por sobrellevar el dolor que le implicaba ver sufrir a Nico—, al igual que el bebé de los Cerberus.

»Creímos que era una fantástica idea. Pasara lo que pasara, ninguno de los dos se cruzaría en la fiesta de cumpleaños del otro.

—Cuando Hades te designó como guardián de Miranda no pude hacer nada (al menos no en un principio) —añadió Átropos—. Eso ponía en riesgo nuestros planes pero Láquesis se comprometió a hacer todo lo posible por evitar que se conocieran.

Nico empezó su entrenamiento a los seis años junto a Matt, Atticus y Sarah. La estrecha relación entre los cuatro, sus familias; y el vínculo que existía entre guardián-protegido, los unía en grandes dimensiones.

Lucía recordó que las fiestas y cumpleaños eran todo un evento en torno a ellos. Asistía a las fiestas de Logan y Josh porque sus padres eran muy unidos, por ende también festejaba los cumpleaños de Joselyn y Claudia. Sin mencionar las divertidas temáticas en casa de Matt y las alocadas noches en casa de Atticus.

Sarah era la única que prefería hacer de su cumpleaños un día más, no obstante, eso no quitaba el hecho que disfrutara pasarlo en compañía de Lucía.

Nico y Miranda no estaban en el radar de los semidioses por aquellos primeros años, pero sí en el de los guardianes.

Para su cumpleaños número seis, Lucía viajó a Indianápolis para celebrarlo en compañía de sus abuelos. Sarah estuvo con ella.

Al siguiente año, Nico festejó su séptimo cumpleaños el fin de semana, tres días después del 22 de julio. Como buen guardián que intentaba ser, comprendía las responsabilidades que lo marcaban; si invitaba a Sarah, la invitación se extendía a su protegida.

No había excusa para no asistir.

—Sin quererlo, ese año tuviste una fuerte gripe. Era insólito pensar que podrías asistir a su fiesta, pero lo hiciste. Amaneciste saludable.

Al ver a su madre y tías supo que ninguna de ellas había tenido algo que ver en su recuperación milagrosa. Eso significaba que alguien más metió mano en el asunto, y aunque no estuviera allí para defenderse, el destino era un hijo de perra.

—Entré en pánico cuando te vi —dijo Láquesis. En su mirada se reflejó una disculpa—. Te provoqué dolor de estómago y Sam fue a recogerte. Creí que todo estaría bien hasta que Nico cortó inconscientemente el hilo de Sussy, y a los nueve tú comenzaste con migrañas.

Las migrañas no eran otra cosa que sus poderes de vidente siendo sofocados por la barrera. Un efecto secundario que debió adquirir entrados los trece años.

Consecuencias muy diferentes e inentendibles, pero consecuencias al fin.

El resto era historia. Átropos le ordenó a Hades remover a Nico de su cargo. El aprecio que el dios tenía por el muchacho le impidieron manchar su imagen. Es así que el propio Hades rompió las reglas presentándose frente a Miranda, obligando a la moira a imponer el castigo deseado.

El alejamiento y la intervención de Láquesis debió haber subsanado la fuga creada en la barrera, mas no fue así. El agujero emergía a causa de las emociones negativas y las víctimas iban más allá de las que Nico podía imaginar. De vez en cuando mataba personas mientras dormía, como si sus poderes se vincularan a los de Átropos, copiando sus movimientos y cortando el hilo antes de que ésta pudiera hacerlo.

—Por eso te obsequié el collar, para mantener la negatividad a raya.

Láquesis lo vio llevarse una mano al pecho y sacar a relucir el cuarzo.

—No eres consciente de lo que haces. —Intervino Átropos al sentir el dolor intentando partir a Nico en dos—. La barrera pone una distancia, tu poder no te reconoce como su portador y por eso actúa por cuenta propia.

—¿Y eso debe hacerme sentir mejor? —Experimentó una punzada ante las palabras de su madre, un dolor agudo que no pudo descifrar; rabia o pena—. Mato a personas mientras duermo.

Átropos vaciló hasta que finalmente optó por guardar silencio. Nico estudió la mirada esquiva de la moira, y lo que interpretó le generó una sensación de cosquilleo bajo la piel.

—¿Qué es lo que estás ocultándome?

Láquesis percibió la duda en su hermana.

—Átropos, no.

Demasiado tarde.

—También lo haces despierto —admitió su madre—. Un claro ejemplo es Sarah Morgan. 

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