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☾apítulo 30




Regresar al barco fue una especie de tortura. Apenas y querían hablar de lo ocurrido en la Isla de los Benditos.

Clarisse, Logan y Atticus fueron los primeros en recibirlos. Desde que descubrieron la ausencia de Nico y Sóter se preocuparon... Y el verlos llegar lo empeoró todo.

Luke cargaba con una Lucía empapada e inconsciente. Matt asistía a Josh mientras éste avanzaba de a saltos. Traía la chaqueta de jean de Annabeth envuelta en la pantorrilla, ya de color punzón.

Miranda tenía un hueso salido y pese al dolor que padecía, ella y Annabeth arrastraban por los hombros a Nico. El pobre se encontraba en igualdad de condiciones que Lucía.

Logan corrió hacia Luke y cargó a su novia. Ante la pregunta de qué había ocurrido, nadie respondió.

—¿Dónde está el resto? —preguntó Clarisse.

—Necesitamos su ayuda —respondió Matt en tono lúgubre.

☽ ☾

Logan curó las heridas visibles de todos, exceptuando a Miranda. Belén era la indicada para la tarea, pero curar a Zoe era un trabajo extenuante y de tiempo completo. Siquiera tenía fuerzas para levantarse de la silla.

Miranda se remontó a sus tiempos de misiones; envolvió la fractura con un trozo de tela e improvisó un cabestrillo. Pensó que se le astillarían los dientes de tanto apretarlos, sin embargo, después de una hora el palpitar menguó. Su propia sangre se dio a la tarea de reparar lo que estaba roto.

Ojalá, pensó, las cosas fueran tan fáciles de solucionar.

Al atracar en la costa enterraron el cuerpo de Sóter. Lo cubrieron con piedras para que ningún animal profanara su tumba.

Fernanda lamentó que este fuera su último lugar de descanso. No merecía semejante destino. ¿Quién vendría a visitarlo? ¿Qué clase de compañía tendría entre el desolado bosque, las montañas y el cielo vacío? Su lugar era en el Santuario, donde tenía personas que lo amaban, donde podían ofrecerle un correcto funeral. Pero era consciente que nada de eso podía ser posible.

Con ayuda de un cuchillo escribió el nombre de su tío sobre la superficie de una roca.


SÓTER PÁGONI


Lloró mientras lo hacía. Seguía sin creer que se hubiese ido. Todavía sentía su pecho palpitante contra la palma de su mano.

Matt le dijo que la flecha perforó su punto débil.

Tantas misiones, tantas anécdotas, tantos encuentros con la muerte y nunca, pero nunca, se lo llevó. ¿Por qué ahora? ¿Por qué a manos de su tío Thomas?

¿Qué le diría cuando despertara?

Eso, claro, si llegaba a ser él mismo. ¿Acaso también lo perdería?

Presionó con fuerza el mango del cuchillo. Su débil llanto se perdió en la inmensidad de la costa.

Atticus se acercó por detrás con un ramo de flores silvestres. Dejó el mismo junto a la piedra conmemorativa y se quedó allí, en silencio, haciéndole compañía a Fernanda.

La joven finalmente se recompuso. Sorbió por la nariz y se limpió el rostro con las mangas del sweater.

—Lamento tu pérdida —habló Atticus en voz baja.

—¿Has perdido a alguien también? —La voz de Fernanda seguía trémula y gangosa. Necesitaba del consuelo de otro; el tan sentido «entiendo lo que estás pasando», porque vivió en carne propia lo que ella. De esa forma sabría qué hacer. Tendría una mano amiga que la aconsejara y arrancara fuera del pozo.

Perdió a su madre a tan temprana edad que ni siquiera la recordaba. No tenía registro de su voz, o caricias, o palabras amenas. Llorarla no era una opción para ella, pero eso no quería decir que fuera una insensible.

Por más que su tío Thomas cumplió con el rol de padre y madre, deseaba una mamá en ocasiones. Era una cosa que imaginaba. Que podía desdibujar y rearmar a su antojo cuantas veces quisiera. En cambio, esto no.

Desde que era una niña de ocho años, Sóter estuvo a su lado. Lo conocía lo suficiente como para asegurar que su muerte le dejó un vacío imposible de recuperar.

—A mi abuela —Atticus jugó con la hierba alta en un esfuerzo por no largarse a llorar—. Ella... Ella era especial. Murió de un segundo a otro. Ataque al corazón.

—¿Cómo lo superaste?

El sonido del mar le dio un repentino momento de claridad.

—No se supera. Aprendes a vivir con ello. —Inhaló, levantó la cabeza; la vastedad del cielo lo acogió, la sonrisa de su abuela en una nube rauda—. Entiendes que ellos nunca se irán. Vivirán siempre en tus recuerdos, en tus sueños. Cada cosa que hagas de alguna forma los conecta. Como si ellos te hubieran ayudado a conseguir lo que querías  —bajó la mirada, una sonrisa triste se perfiló en sus labios—. Tal vez esté loco o solo quiero aferrarme a una ilusión, pero sana. Tú tío Sóter estará contigo de una forma u otra. Solo tienes que aprender a leer las señales.

Ambos callaron y la brisa se levantó sutil y cálida, como una caricia que intentó solventar la tristeza que los aquejaba.

Un abrazo del más allá para recordarles que todo estaría bien.

Fernanda lloró por esa despedida. Después hizo de tripas corazón y se obligó a pensar en el presente.

—¿Mi tío sigue inconsciente?

Atticus se limitó a asentir.

—Lyla está con él. Sigue buscando el cadáver de una mosca.

—Y todavía nada. —Lamentó, Fernanda, cabizbaja.

Tres latidos después, la muchacha se colocó de pie, lo que captó la atención de Atticus.

El chocolate en los ojos de Fernanda seguía triste, pero había decisión en lo fruncido de sus labios.

—Iré a cuidarlo. Quiero ser yo la que le diga lo que ocurrió.

—Sí...

Antes de marcharse, Fernanda se giró hacia Atticus y dijo:

—Lamento lo de tu abuela.

Él se enjuagó las lágrimas. Su pérdida había sido hace años, aunque el recuerdo seguía fresco como aquel día.

—Gracias. —Se incorporó y limpió los pantalones—. Te acompaño.

Ella no se negó.

☽ ☾


Lyla se acomodó en el suelo del camarote con el grimorio de su maestra delante. El frío de la madera suavizó el calor de la ansiedad.

Clarisse estaba recostada en la litera de abajo. Con los dedos se arrancaba los pellejitos de las uñas, a los más rebeldes los mordía y cortaba de raíz. No era una práctica muy higiénica ni correcta, sin embargo, era su tic nervioso. Eso y el movimiento involuntario del pie.

—¡Deja quieto ese pie! —demandó Annabeth con los brazos en alto; recostada en una cama individual. La fricción que generaba su amiga contra las sábanas la sacó de quicio.

—Lo siento.

Annabeth soltó un suspiro exasperado. Cerró los puños a la vez que los ojos. Bajó los brazos y se calmó.

—Perdóname. Lo que pasó allá... —apoyó las manos sobre la frente. Repasó mentalmente cada una de las escenas vividas y todo apuntaba a una posible causa.

—Lo entiendo. No hace falta que te disculpes.

—Yo debería disculparme con ustedes —murmuró Lyla. Se sentó con las piernas cruzadas y la espalda encorvada—. No hice nada para detener a Thomas.

Bajó la vista, una reacción común que las demás encontrarían normal frente a su estado anímico, cuando en realidad leía un encantamiento para dormir.

¿Cómo pudo olvidarlo? Si lo hubiera recordado Josh no se sentiría como la mierda, y Lucía y Nico no habrían caído al Mnemósine.

—Deja de culparte. A todos nos tomó por sorpresa lo que pasó. —Annabeth se giró de lado para contemplar a la sacerdotisa—. Tuve la oportunidad de detenerlo dos veces, y fallé. Parecía un maldito titán.

—No te sientas mal por eso —añadió Lyla—. Ni el mejor guerrero habría adivinado sus movimientos. Estaba loco, sacado. Podría haber perdido una pierna y seguido adelante sin inmutarse.

Clarisse tragó duro.

—¿Entonces es oficial? ¿Enloqueció?

—No hay mosca ni magia en él —dijo la sacerdotisa—. Estando en la isla apenas podía permanecer a su lado. Sus emociones eran un descontrol. Carecía de cordura.

Annabeth y Clarisse intercambiaron miradas. Uno no se volvía loco porque sí, tuvieron que inducirlo a eso. Probablemente Tánatos intentó hacer de su petición un hecho. Si lo engañaban (tal cual sucedió) encontraría la forma de cumplir con su objetivo. Por algo el dios no se presentó antes ellos. Eso podría indicar tres cosas; la primera, Tánatos se vio satisfecho con la muerte de Sóter y dejó de insistir. Segunda, se mantenía al acecho esperando que ellos bajaran la guardia y así atacarlos. Tercera, Thomas seguía bajo los efectos de la locura y mataría a todos los que fingieron su muerte.

Debían tenerlo inconsciente para evitar complicaciones.

—¿Cómo lo hacen? —Lyla interrumpió la conexión silenciosa entre las amigas—. ¿Cómo no se paralizan ante el miedo?

—Siempre tenemos miedo —replicó Clarisse en una mueca lastimera—. Nadie es ajeno a él. El asunto está en evitar que te controle a ti.

Lyla soltó una breve risa carente de emoción.

—Hace un tiempo le dije a alguien que me instalé en esta lucha porque me dejé arrastrar por sus sentimientos. Eran tan fuertes y atractivos que fue imposible distinguir aquello que era mío de lo que no.

Ambas jóvenes se sorprendieron. Era cierto que Lyla los secundó contra Quíone, pero, a decir verdad, después de eso podría haberse quedado con Freya. Su maestra lo era todo para ella. La habrían entendido si decidía quedarse atrás.

¿El que no lo hiciera estaba ligado a ellos? La respuesta era sí. Debían remover las marcas y Lyla era la única con el conocimiento y habilidad para hacerlo.

Aunque eso significa seguirlos a dónde sea cuándo sea, al menos hasta que terminara con el trabajo.

—Quedarme aislada en la Academia de Artemisa me hizo dar cuenta de mis verdaderos sentimientos. Y hoy, por primera vez, me aterró tanto sentir lo que Thomas que... lo apagué. Apagué la empatía.

Una lágrima se deslizó por lo rojo de su mejilla.

En otras circunstancias estaría saltando en un pie. ¡Por fin pudo poner un punto y aparte!

No obstante, gracias a ello, comprobó sus conjeturas.

Esto no era para ella. No estaba lista para el mundo divino.

Junto a Freya se la pasaba con la nariz metida en los libros e ingredientes. Días y noches practicando encantamientos, hechizos que la mayoría de las veces salían terriblemente mal. Pero no había muertes, ni maldiciones, ni dolor o sufrimiento. Solo era ella, una aprendiz que renegaba de los libros y disfrutaba de la compañía de su maestra.

—No pude hacer nada porque soy una cobarde —confesó al borde del llanto.

Ambas jóvenes se acercaron a Lyla y le hicieron saber que no estaba sola.

—Está bien, nadie te está juzgando —Annabeth le frotó la espalda, táctica que pareció surtir efecto.

—Annie tiene razón. Es más, no estás obligada a acompañarnos. —Clarrise se estiró hasta presionar la pierna de Lyla, pero fueron sus palabras las que hicieron que la pelirroja reaccionara—. Si quieres puedes decirnos a dónde te gustaría ir y nosotros te llevaremos.

Lyla sorbió varias veces por la nariz. Miró a ambas y terció una sonrisa a modo de agradecimiento.

—Gracias. Pero no me iré hasta no haber removido todas las marcas. Después de eso, viajaré por los continentes buscando más semidioses marcados. —Acarició el grimorio con afecto—. Al menos eso es algo en lo que sí soy buena.

—Si ese es tu deseo, lo respetaremos.

—¡Sí! —coincidió Clarisse—. Eso cabreará a Circe de lo lindo.

Ja. Eso creo.

Annabeth se cruzó de piernas y jugueteó con los cordones de sus tenis.

—¿Tienes los ingredientes para hacerlo?

—Las escamas que Logan consiguió eran lo último que necesitaba. Puedo remover una marca más. Ya luego necesitaré viruta de roble blanco.

—¡Okay! —Clarisse juntó las manos en un sonoro aplauso. La emoción se reflejó en sus pupilas—. Vayamos por Zoe. Podrán haber muchas marcas de agua pero es la única hija de Poseidón viva.

—Coincido, sin embargo, dudo que sea buena idea. —Una mueca de disgusto se dibujó en los labios de Annabeth—. Mira lo que pasó la última vez con Belén y Lucía. En el estado actual de Zoe sería arriesgarse demasiado.

—Invoca a Hera y asunto arreglado.

—Lo haré si es que mi teoría es errónea.

—¿Cuál teoría? —Quiso saber Lyla.

—Zoe está sufriendo de deshidratación severa. Beber agua no ayuda, tampoco tomar un baño —enumeró con los dedos—, y todos los intentos fueron con agua dulce.

—¿Qué insinuas?

—Que necesita agua salada. Piénsenlo, ella y tú cayeron al mar —señaló a Clarisse—. Cuando salieron su piel era tersa y suave, y su cabello sedoso. Por Atenea, ahora parece una pasa de uva abandonada al sol.

Lyla se rascó la cabeza.

—Podrías tener razón.

—Digámosle a Logan —propuso Clarisse.

—No, Logan ya tiene bastante como para albergar falsas esperanzas —Annabeth sacó a flote el mal trago que estaba viviendo el joven. Lucía seguía inconsciente y nadie estaba seguro de los efectos secundarios que podía acarrear el Mnemósine—. Vayamos con Erick.




Las bombillas del techo parpadeaban con el vaivén del mar.

Pese a la cantidad de mantas, la temperatura de Nico era una montaña rusa descarrilada. Por momentos hervía, otros tiritaba. Había que estar continuamente retirando o cubriéndolo con mantas.

Josh lo vigilaba desde una silla próxima a la cama. Traía el codo sobre la pierna, su mano aguantando el peso de la cabeza. Logan estaba al otro lado del camarote junto a Lucía. Colocó las manos encima de una palangana con agua. De un segundo a otro el vapor se condensó en las palmas de sus manos.

Humedeció un paño y cubrió la frente de Lucía. El calor ayudó a que los temblores menguaran.

Josh reprimió una sonrisa. Recordaba cuán frustrado se sentía Logan cuando decía no poder dominar los estados del agua. La primera vez que lo logró convirtió el rocío del pastizal en hielo sólido; las hebras igual de firmes que agujas en un alfiletero.

Ahora entibiaba el agua como si nada. Con un poco más de práctica sería un maestro.

En cambio él... ¿Qué aprendió? Su entrenamiento en la Academia de Artemisa se basaba en la paciencia, prudencia y, sobre todo, la sutileza. Josh era todo menos discreto.

—Deja de lamentarte tanto. Puedo oler lo quemado de tu cerebro.

Pese a la broma, el rostro de Logan era serio.

—¿Cómo no quieres que me lamente? Matt tenía razón, soy una máquina de asedio. No cambié en nada.

Josh apartó la vista de Lucía, sus dedos entrelazados callando una plegaria. Él le había hecho esto.

Si llegaba a contraer secuelas, si ya no volvía a ser la misma, si nunca más llegaba a despertar, viviría con este arrepentimiento el resto de su vida.

—No fue tu culpa —aclaró Logan. Repasó el contorno del rostro de su novia con el dedo, una sutil caricia que esperaba reconociera—. Si las cosas sucedieron como lo contaron, ella intentó salvar a Nico. ¿Para qué cargar con costales que no te pertenecen?

—Pero yo disparé contra Thomas. Debí haber esperado a que estuviera solo, o haberles advertido antes.

—Y también hubieras llamado la atención de Thomas. —Logan suspiró y sus hombros decrecieron—. Escucha, ya basta. Actuaste en consecuencia de los hechos. Por más entrenamiento que tuvieras no puedes predecir todo... Y yo no te juzgo por ello.

Josh parpadeó. Sería necio de su parte ignorar la sinceridad en el discurso de su amigo. Indirectamente, Logan lo estaba perdonando.

—¿Por qué no vas a descansar? Yo los cuidaré.

El hijo de Zeus sacudió la cabeza para salir de su letargo.

—Ya bastante tienes con Zoe. Ve tú a descansar.

—A mí no me provocaron un infarto —disparó Logan y Josh tuvo que callar—. Estaré bien.

Josh aceptó y se marchó arrastrando los pies. Aunque le costara admitirlo, se moría de cansancio.

Cerró la puerta tras de sí. Lo gacho de su mirada le impidió ver la presencia de otro. Lyla se detuvo en seco y soltó un «cuidado». Josh reaccionó a su voz, quedando petrificado en medio del pasillo.

—Lyla... —Contuvo el aliento.

—Hola. Yo, amm. —Señaló el pasillo detrás de Josh, una excusa que le permitiera irse sin ser descortés bailó en lo fruncido de sus labios.

Josh se dio media vuelta, vio a Annabeth perderse en la esquina y supuso que a dónde sea que fuera, Lyla la estaba acompañando.

—Ouh, sí. Claro, ve.

Se hizo a un lado y con el brazo extendido le dio pase libre. La joven asintió en agradecimiento y continuó camino.

—¿Cómo estás? —preguntó antes de perderla de vista.

Lyla volvió sobre sus pasos con las cejas ligeramente unidas.

—De tu... Ya sabes. —Josh hizo un círculo alrededor del hombro para enfatizar lo pobre de su discurso—. Herida.

—Ah, sí. —Rio por lo bajo—. Estoy mejor. Logan hizo un buen trabajo, ya puedo levantarlo. Gracias por preguntar.

Él se limitó a asentir.

—¿Y tú? —Le devolvió la interrogante—. ¿Cómo estás?

—Pues, bien también. Ya no duele donde...

—No me refiero a eso. Me refiero a lo que sientes.

Josh escondió la pantorrilla. Se rascó la base del cráneo y soltó un tendido suspiro. ¿Cómo se sentía?

—Supongo que mejor. Creo.

Era muy sencillo para Lyla descubrir cuando las personas mentían o no, su cuerpo era un receptor de emociones que las canalizaba veinticuatro siete. No obstante, después de apagar su radar empático involuntariamente, desconocía cómo volver a activarlo.

De todas las personas a las cuales había sentido, la que más extrañaba sentir era Josh.

—Me alegra que así sea.

—A mí igual.

Frente al incómodo silencio y la decisión de Lyla por marcharse, Josh experimentó el renacer de la duda en lo profundo de su mente. Hablar de ello podría significar un antes y un después en su amistad, aunque le era imposible mantenerse a flote en semejante mar de incertidumbre.

Se masajeó el cuello y tímido dijo:

—Cuando estuvimos en la recámara, luego de revivirnos, tú... ¿sentiste algo? —Guardó ambas manos en los bolsillos del pantalón.

—¿Algo como qué?

—Ya sabes, cuando yo... Olvídalo, ¿sí? Estoy cansado y divago. —Se restregó los ojos y el puente de la nariz. Si ni siquiera podía poner en palabras lo ocurrido ¿cómo podía pretender que ella le respondiera?

—¿Como un chispazo? —Dijo y Josh se irguió, estirando los músculos rígidos.

—¿Qué?

La sacerdotisa soltó una risa risueña, el recuerdo parecía divertirle, lo que desconcertó aún más a Josh.

—Debo agradecerte por eso. De no ser por esa descarga habría seguido en shock.

—Descarga... —Al comprender lo que intentaba decirle, la realidad le supo amarga—. Claro. No hay de qué.

Se quedó allí, callado, incapaz de quitarle la mirada, de estudiar su rostro hasta descubrir un hoyuelo imperceptible que se le formaba del lado izquierdo.

El dolor en su pecho se incrementó. Lyla no tenía idea lo que significaba el chispazo, por lo que, en caso de sentir algo por él, no lo sabría.

Para colmo, tampoco Josh sabía lo que sentía por ella hasta que la tocó. Y ni así llegó a creerlo, puesto que no era consciente de ello.

Ahora, escuchando su propio pulso en los oídos, entendió que estar cerca de Lyla era tanto una bendición como la más cruel de las agonías.

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