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☾apítulo 29


PARTE II


Como llave deslizándose en un cerrojo, las memorias se desbloquearon al abrirse la puerta.

Una ola de risas, llanto, sueños, deseos y esperanzas los desestabiliza y los obliga a apretar los dientes. Cada encuentro que mantuvieron. Cada conversación, cada chiste, cada anécdota, cada pequeño detalle se albergó en su mente a fuego para no ser olvidado.

Se desplomaron hacia atrás cuando el suelo se desarmó. Flotaron hasta golpear una superficie fría. La misma cedió y sus pies trastabillaron pasillo adentro.

Un hospital.

Los tubos de luz parpadeaban para acompañar la tormenta del exterior. Doctores y enfermeros iban de un lado a otro mezclándose entre los pacientes.

Todo era tan rápido y confuso que ninguno de los dos entendía nada.

Láquesis le pidió a Morfeo que creara una conexión entre Lucía y Nico. ¿Pero por qué? ¿Por qué Nico necesitaba de esa unión? ¿Y por qué estaban en un hospital?

Aquella pregunta llegó de la mano de un incontrolable llanto. El mismo que atormentaba a Lucía desde que estuvo en casa de Siderius.

Sabía que era el mismo bebé. Podía sentir el sufrimiento destrozándole los tímpanos.

Nico le tomó la mano sin siquiera pensarlo. Todavía seguía en shock por descubrir la verdad; por saber quién era Lucía en realidad. Así que verla sufrir despertó en él un instinto protector.

—¿Qué te ocurre?

Ella no respondió, simplemente avanzó. Lento y después rápido.

El llanto se hacía más y más insoportable.

Estaba cerca.

Llegó a una habitación y vio una escena semejante a la de su visión. Una cuna de hospital, las paredes transparentes dejando ver al pequeño que pataleaba y lloraba con estridencia. Había una mujer frente a él, la mano en alto sosteniendo un bisturí.

El brazo descendió y Lucía se lanzó dentro.

—¡NO!

Un rayo iluminó el cuarto y el ruido transportó a Lucía a un lugar de observadora. Quien detuvo a aquella mujer fue Láquesis.

—¡¿Qué estás haciendo?!

Le quitó el bisturí. La mujer resbaló y cayó al suelo sentada, rompiendo en llanto.

Con sus hábiles manos, Láquesis masajeó el hilo del recién nacido y lo hizo dormir.

Lucía se adentró en la habitación buscando respuestas. Sus ojos rojos por contener las lágrimas.

La mujer del suelo traía puesto un saco largo de cardigan, debajo una bata de hospital. Su cabello en una media melena; los bucles desarmados y llenos de frizz.

Al descubrir su rostro, Lucía quedó petrificada.

La persona de su visión era su madre.

—¿Qué mierda...?

—¿En qué rayos estabas pensando, Átropos? —Le recriminó su hermana.

Se arrodilló a su lado. Átropos flexionó las rodillas y las encerró entre sus brazos.

—No puedes matar a un semidiós que no representa una amenaza activa —guardó silencio y estudió el rostro de Átropos—. ¿Acaso no aprendiste nada con tu hija?

—Tu no viste lo que yo... Él no debería estar vivo.

—Pero lo está y debes hacerte a la idea de que no puedes hacer nada. ¿Quieres que te castiguen?

—¡Ellos me quitaron a mi hija una vez! —sollozó con la rabia atragantada.

—¡Y volviste! Volviste el tiempo atrás porque según tú la tierra era un caos dominada por los titanes. Moros consiguió lo que quería, demostró que Lucía es la mujer de la profecía. Ella destruirá a Cronos.

—¿Y él? —Las lágrimas callaron su dolor—. Las cosas deben tener un equilibrio. Él es la otra cara de la moneda. No puede vivir, Láquesis.

—Claro que puede.

Moros ingresó a la habitación cubierto por una gabardina negra. Se quitó el sombrero y lo arrojó sobre el sillón de la esquina.

Ambas hermanas se incorporaron, una más molesta que la otra.

—Si aislamos su parte divina dejará de ser una amenaza. —Contempló a Láquesis—. ¿No es eso lo que quieres, que viva?

—Sí pero...

—Entonces no se diga más.

Se aproximó a la cuna y Átropos se interpuso en medio.

—Ni se te ocurra tocarlo.

Su reacción le quitó una carcajada a Moros.

—¿Me pides que no lo toque cuando tú intentaste matarlo? Querida, creo que se te cruzaron los cables ahí dentro. —Le tocó la frente y Átropos se apartó de su contacto.

—Yo seré quien lo haga —dijo, demandante.

El dios alzó los brazos en clara rendición.

—Como gustes. —Retrocedió y guardó distancia de las hermanas.

Átropos se aferró a la cuna, una última mirada a Moros, una advertencia de que no se acercara, y se puso manos a la obra. En eso, Láquesis la cazó por la muñeca. La fuerza que aplicó la obligó a detenerse.

Miró a su hermana pero ésta tenía la vista puesta en un objetivo diferente.

—¿Cuál es el truco?

Moros esbozó una sonrisa divertida.

—Me conoces bien, Láquesis. Átropos también, sin embargo, creo que esta situación no le permite ver lo obvio.

Átropos frunció los labios. La rabia palpitando en la vena de su frente.

—¿Qué quieres?

—Solo piénsalo por un minuto. Son dos mitades de lo mismo, se necesitan mutuamente para desplegar su potencial.

—Explícate —demandó Átropos, lo que no hizo muy feliz a Moros. La cara del dios se ensombreció al igual que su tono.

—Si hacemos esto no podrán estar juntos.

Ambas hermanas ampliaron los párpados.

—No puedes hacer eso —habló, Láquesis.

—Si quieren evitar convertirlo en una amenaza activa, deben hacerlo. Ahora, si eso no les importa, déjenlos crecer juntos. Cuando sus poderes aparezcan podrán matarlo. ¡Problema resuelto!

Láquesis se vio asqueada por la indiferencia de Moros. Todo le daba igual, salvo cuando las cosas no iban según lo planeado, lo cual no ocurría muy seguido.

—Eres un...

—De acuerdo. Mantengámoslos separados —dijo Átropos, los ojos puestos en el bebé—. Encontremos una familia que lo adopte. De preferencia una que conozca el mundo divino.

—¿Estás loca? Si hacemos eso pueden encontrarse.

Moros contuvo el aliento al descubrir las verdaderas intenciones de Átropos.

—Y me dicen insensible. ¿Sabes que si muere, tarde o temprano aparecerá alguien para reemplazarlo, cierto? Lo que está destinado a suceder, sucederá.

Láquesis miró a su hermana y en sus ojos descubrió lo mismo que Moros. Si lo insertaban en el seno de una familia guardiana, si lograba enlistarse en misiones, la tasa de supervivencia era demasiado baja. Podría morir por cuenta propia y nadie condenaría a Átropos.

Era el plan perfecto. Y eso le molestó.

—¿Cómo puedes hacerle eso a tu propio hijo?

—Haré lo que sea para proteger a mi familia —alzó la voz. Nuevas lágrimas surcaron sus mejillas—. Si muere nadie podrá acusarlo de nada.

—¿Y si vive?

—Si vive no será una amenaza ni tampoco lo discriminarán por ser quién es.

—Los dioses lo sabrán.

—No tienen por qué. Yo me encargaré de ocultárselos —dijo Moros—. Lucía Anderson será la única hija viva de Átropos.

La mediana de las Moiras retrocedió, moviendo la cabeza de un lado a otro, negando la realidad.

—Están locos. ¿Cómo pueden hacer eso?

Moros chasqueó la lengua. Lo fruncido de su ceño enseñó el fastidio que sentía por Láquesis.

—Si tanto te preocupa entonces hazte cargo de él.

—¿Disculpa?

—Si te preocupa lo que pase con él, cuídalo. ¿Cómo le dicen los mortales? Ah, sí, una madrina. Sé su madrina y vigílalo.

Láquesis miró al pequeño que dormía. Era tan inocente, tan frágil... Lo regordete de sus cachetes invitaban a besarlo. ¿Es que nadie pensaba en la vida que podría tener? ¿A nadie le preocupaba que sufriera?

—Lo haré. —Hubo convicción en sus palabras—. Buscaré una familia para él.

Átropos apretó los párpados. Se hizo hacia adelante con la nariz arrugada, los puños apretados. Cuando se recompuso soltó el aliento.

—Acaba de morir un bebé —habló, pausado y lento—. Su familia es guardiana... creo... —Se llevó una mano a la cabeza. Sus propios problemas no le permitían ver con claridad—. No lo saben todavía.

Moros sonrió.

—En ese caso, apresúrate, querida. —Se dirigió a la hermana mediana—. Su nueva familia espera por un recién nacido.

Láquesis aguardó por el visto bueno de Átropos, o simplemente una despedida entre madre e hijo, pero nada de eso ocurrió.

Átropos recostó en la cama y le dio la espalda a la cuna. Verlo una vez más implicaba recordar todo lo que se le venía encima. Un martirio que deseaba aplazar lo más que pudiera. Entonces, echó a llorar.

Láquesis se limpió una lágrima y ante el apremio de Moros se llevó arrastrando la cuna.

Nico y Lucía se hicieron a un lado, ambos con el corazón desgarrado.

A un costado de la cuna, un adhesivo enseñaba el nombre del recién nacido:

NICOLÁS ANDERSON.

Si de por sí la noticia de tener un hermano le cayó como un balde de agua helada a Lucía, conocer la identidad de éste le fundió el cerebro.

El agua presionó en el interior de su cráneo y la arrancó con brutalidad de la escena.

Al abrir la boca escupió los restos del Mnemósine. Los pulmones se le hincharon de oxígeno y, pese al ardor, agradeció volver a respirar.

Abrió los ojos, encontrándose con un mundo esmerilado. 

Estaba mareada y desorientada.

Unas manos la acogieron. Voces hablaron a su alrededor aunque no entendía lo que decían. Solo pudo escuchar el sonido amortiguado de un llanto lastimero.

En su confusión divisó a alguien intentando reanimar a otra persona, pero tal parecía que era demasiado tarde.



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No saben cuánto esperé para que conocieran la verdad entre Nico y Lucía ❤️ Ahora que finalmente la conocen, espero que sea de su agrado y disfruten de esta hermandad tanto como yo.

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