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☾apítulo 26



A la hora del desayuno, Lyla y Josh reunieron a todos en el comedor para ponerlos al tanto de las sospechas de la sacerdotisa.

Para lástima del grupo, ni Matt ni Annabeth recordaban haber leído respecto a moscas que sirvieran a brujos. Aún así, Zoe se encargó de recordarles que Circe tenía a un séquito de animales trabajando para ella; las moscas, en teoría, no significaban nada especial —como ya habían dicho—. Y si bien podía estar en lo cierto, nada podía quitarle a Lyla la sensación que hormigueaba en su interior.

Luego de la comida los semidioses se desperdigaron por el barco. Logan navegó de la mano de Atticus, un excelente co-capitán. Se podía apreciar la costa de África a lo lejos; una delgada línea irregular que se extendía hasta los límites visibles por el ojo humano.

En eso, Fernanda llegó donde ellos con el rostro drenado de sangre y la boca ligeramente abierta. Atticus sintió que se le paralizó la digestión con tan solo verla.

—Oye, ¿estás bien? —Se aproximó con cautela pero ella hizo como si nada.

Siguió avanzando hasta la barandilla, absorta en su propio mundo a miles de kilómetros de distancia. Atticus le dedicó una mirada fugaz a su amigo quien lucía igual de consternado.

—¿Y ahora qué? —cuestionó Logan con la vista puesta en la muchacha.

La madera de la baranda presionó contra el estómago de Fernanda. Alzó los brazos como si quisiera alcanzar un objeto invisible, sus dedos abriéndose y cerrándose hasta formar un puño. Susurros escapaban de sus gruesos labios y eso alertó a ambos jóvenes.

Atticus se aproximó con cautela, se ubicó a su lado —frente a frente— para hacer contacto visual. Sin embargo, por más que estuviesen viéndose, ella no lo miraba.

—Fernanda, ¿estás bien? —repitió. Tragó duro, su corazón acelerado pensando en lo peor. ¿Y si era Circe? ¿Y si intentaba matarlos a todos de nuevo?

En cuanto la tocó ella se estremeció, despertó de su ensoñación y miró al joven, a su alrededor con el rostro contrariado.

—¿Qué... qué hago aquí? —tartamudeó, azorada—. ¿Y mi cama...?

—¿Caminaste dormida hasta aquí?

—Yo... Eso parece —tragó duro; una gota de sudor rodó por el costado de su cara—. La verdad es que no sé. —Se abrazó a sí misma luego de experimentar una sensación de frío invernal—. Fue como un sueño, que ya...

—Habíamos llegado —finalizaron por ella.

Thomas estaba hasta el otro lado con cara seria. Avanzó hasta donde Logan y en cuanto estuvo a su lado, el joven experimentó una sensación poco agradable.

—Estamos cerca —dijo Thomas—. La Isla de los Benditos está cerca.

—No es posible, todavía falta —aclaró Logan.

Thomas se unió a su sobrina y sin decir nada contempló el vasto océano. El viento golpeó su rostro y le agitó los cabellos.

—Allá —señaló al suroeste—. Debemos ir en aquella dirección.

Logan se rascó la nuca un tanto confundido.

—Esa no es la ruta que marcamos.

—Sé lo que te digo. La isla está por allá.

Atticus se encontró con los ojos de Logan viéndolo, esperando una guía de su parte. No sabía qué hacer tampoco; la ruta de navegación era distinta a la que Thomas estaba exponiendo pero, a fin de cuentas, tanto él como Fernanda fueron elegidos por Tánatos para guiarlos. Si él decía derecha, pues a la derecha debían ir.

Asintió y Logan giró el barco. Clamó por las aguas y éstas respondieron a su llamado.

—Iré por Josh —Atticus apuntó a las velas, aludiendo a la figura del joven y su poder.




Las islas podían apreciarse en su tamaño real.

Navegaban entre ellas, observando, esperando...

Thomas los guió en primera instancia, lo que restaba de camino dependía de Fernanda. Cada quien era portador de un trozo de información; sin el otro no podrían llegar donde las Pithos, por lo que mantenerlos unidos era lo primordial.

Matt bajó al comedor en busca de Zoe. Brillaba por su ausencia en la cubierta y su camarote estaba vacío. Estaban próximos a llegar por lo que era importante que todos estuviesen reunidos en el mismo lugar.

La encontró en la cocina bebiendo un vaso con agua. No había nada de extraño en ello de no ser por la desesperación con la que consumía el líquido incoloro. La mano le temblaba, el agua se le escurría por los costados de la boca. Bebió tan rápido que entre suspiros soltó un eructo.

Con los dedos se limpió la boca aunque parecía expandir el enchastre antes que quitarlo.

—¿Todo en orden? —Entró a la cocina y eso espantó a la joven.

Soltó el vaso y si bien no se rompió, el ruido que hizo al chocar contra la pileta les heló la columna.

—¿Qué haces aquí? —farfulló la muchacha.

—Ya casi llegamos. Todos están arriba. —Señaló al techo pero sus ojos siguieron puestos en ella y en lo confundido de su mirada.

—Ah, sí. Enseguida voy. —Tomó el vaso y lo enjuagó. La frescura del agua hizo vibrar las células de su piel, sin embargo no era suficiente. Nunca era suficiente. Necesitaba más y le desesperaba no saber qué era eso que necesitaba para sentirse plena.

—¿De verdad estás bien? —Matt volvió a consultar, y esta vez notó un cambio en su semblante; uno que le generó un vacío en el pecho.

—Sí... No... —sacudió la cabeza—. No, no lo estoy.

Matt acortó la distancia entre ambos, aguantando las ganas de tocarla.

—¿Qué te ocurre? Puedo ayudarte...

Ella se tocó el cabello, acción que reprimió de inmediato y escondió la mano tras la espalda. Esperaba haberle ocultado la aureola que comenzaba a formarse sobre su oreja.

—Yo... amm... —tragó duro. Recordaba las palabras de Nico pero hasta ahora no había tenido el valor de enfrentar sus pecados. Cuando sus ojos se encontraron con los de Matt se sintió peor que antes—. ¿Por qué? ¿Por qué nunca me dices nada?

—¿De qué?

—Sabes muy bien de qué hablo. —Su tono de voz cambió, volviéndose mucho más bajo y grave—. No lo entiendo. Dime por qué no me gritas, o me ignoras, ¡despréciame si quieres! Pero no finjas compasión por mí.

Matt emitió un suspiro al comprender por dónde venía la conversación.

La sutil sonrisa que esbozó desarmó a Zoe.

—¿Sabes algo? Los Guardianes solíamos proteger y velar por la seguridad de nuestros discípulos. —Se apoyó contra la mesada y cruzó los brazos en el pecho. Su mente se retrotrae al pasado—. Hace mucho tiempo que dejamos de intervenir individualmente.

—¿Eso que tiene que ver con esto? —imitó el gesto con los brazos y ladeó la cadera.

—Todo tiene que ver con todo —dijo, melancólico—. Al aceptar ser Guardián de Josh sabía las responsabilidades que eso conlleva —sorbió por la nariz, la visión se le cubrió por una capa acuosa y brillante. Debió tomarse un instante previo a continuar—. Siempre supimos que podíamos morir.

Matt contempló a Zoe. En ese instante ella fue capaz de ver la transparencia con la cual le hablaba. No había un solo gramo de odio en él.

—Sarah murió haciendo su deber —explicó entre lágrimas—. Por eso, por más que quiera, no puedo sentir odio hacia ti... porque no te lo mereces.

Enmudeció con tan solo escucharlo. ¿Qué debía decirle? Lo único importante y de verdadero valor sería abrazarlo; envolverlo entre sus brazos para evitar que se viniera abajo por el recuerdo de la pérdida.

—Lo lamento tanto —respondió en lugar de actuar.

Matt se limpió las lágrimas e hizo un esfuerzo porque los sollozos se camuflaran con una risa.

—Lo sé. Sé cuánto lo lamentas—se aclaró la garganta previo a proseguir—. Quiero creer que de no ser por el hechizo de Circe, tú nunca nos habrías hecho daño.

Zoe se quedó inmóvil. Pudo haber estado enojada con los Guerreros, pero de ahí a querer lastimarlos era otra cosa. La mancha de odio que alguna vez sintió por los Guerreros no fue fácil de limpiar, sin embargo, a medida que retiraba el pegote, descubrió a un grupo de personas que sufrió un destino semejante al suyo. Nacieron para enmendar los errores de sus padres; dioses imprudentes y ególatras que creyeron jamás ser tocados por nadie.

—¿Te digo algo? Siempre fui un fiel creyente de los dioses —agregó Matt con la vista puesta en el techo—. Creo que las cosas suceden de cierto modo porque ellos tienen grandes planes para nosotros. El que Sarah muriera es uno de ellos...

Zoe arrugó el entrecejo, incapaz de creer lo que acababa de escuchar. Matt se percató de ello y agregó:

—No estoy diciendo qué esté de acuerdo —volvió a sorber por la nariz y acomodó los pies en el lugar—. Lo que quiero decir es que... Duele que haya tenido que ser Sarah —se detuvo, respiró, miró el suelo por un largo instante antes de tener de hablar—. Sigo sin aceptarlo pero... entiendo que ella debió morir para que tú pudieras vivir y redimirte.

Zoe se hizo para atrás, los ojos bien abiertos y cristalinos. ¿Qué se suponía que tenía que decir ante eso? Era absurdo y, sin embargo, llevaba mucha razón. Desde que Sarah murió ella notó un cambio radical en quién era. ¿Cuándo imaginó que estaría llorando por los rincones? Eso jamás se hubiera cruzado por su mente.

El llanto —hiriente y liberador— le hizo dar cuenta de cuán dañada estaba, y de cuánto anhelaba cambiar.

—Haz que su muerte valga la pena. No lo eches a perder —habló Matt desde el corazón.

Sus palabras tocaron a la muchacha de cerca, tanto que cuando menos lo pensó la tenía frente a él, estrechándolo en un fuerte abrazo. Ambos lloraron y no emitieron una sola palabra.

Todo había sido dicho.

Lucía estaba parada justo en la entrada, observando en silencio. En cuanto la vieron, los ojos de ella gritaron una disculpa.

Matt se puso bien derecho y enjuagó las lágrimas; Zoe, por el contrario, volteó el rostro hacia el lado opuesto. Sus manos intentaban inútilmente secar el río que corría por sus mejillas.

—¡Perdón! —Lucía alzó las manos y agachó ligeramente la cabeza, apenada. Si hubiera sabido lo serio de la conversación no los habría interrumpido—. No quería entrometerme...

—Descuida, está bien. —Le aseguró Matt—. ¿Ya llegamos?

—Casi. —Se rascó la cabeza un tanto incómoda. Descubrió lo rojizo de los ojos de Matt, las lágrimas amenazando con ser derramadas de nuevo.

Había tanto que quería decir y este era el momento perfecto.

—Yo... escuché parte de lo que decían —estiró la manga de su sweater, los hilos descubriendo lo intrínseco de la tela tejida—. Sé que estuvo mal pero no quería dejar pasar la oportunidad de pedirle perdón a Zoe.

La joven giró tan rápido la cabeza que parte de su cabello quedó adherido a lo húmedo de los cachetes.

—¿Qué? —Le fue imposible esconder el asombro.

—Porque me equivoqué respecto a ti. —Una de sus comisuras se estiró en una media sonrisa; el brillo de la melancolía destellando en el verde amarronado de sus ojos—. No debí haberte tratado como lo hice. Lo siento.

Zoe parpadeó esperando que eso le ayudara a quitarse la sensación letárgica del cuerpo.

—Está... bien —respondió en automático—. Lo merecía.

—No, claro que no —replicó de inmediato, acortando la distancia entre ambas—. Habías perdido la memoria, no podías defenderte... No podías explicarme lo que ahora sé de ti.

—¿Y qué opinión tienes de mí? —Su cuello rojo producto del calor, de la vergüenza que la sofocaba.

Lucía se rascó una ceja.

—Las personas pueden cambiar para bien o para mal. —Se frotó las manos y sus hombros subieron unos centímetros—. Creo que hay algo en ti que desea cambiar para bien. Te cuesta y es entendible pero confío en que harás una mejor versión de ti misma; una que te hará sentir orgullosa de quién eres.

—Gracias —susurró esbozando una sonrisa tímida.

—¿Crees que puedas darle una oportunidad a Logan? —No quería preguntar aquello, sin embargo ya no podía ver a Logan tan angustiado. Él solo quería pasar tiempo de calidad con Zoe. Conocerla, escucharla. ¿Cuándo podrían hacer aquello?

La respuesta nunca llegó.


☽ ☾


—¡Ahí! —Fernanda apuntó con el dedo entre medio de dos islas.

Logan hizo caso a sus dichos y navegó por entre ambas masas de tierra. La falta de palabras entre los presentes destacó la ansiedad con la que convivían. La Isla de los Benditos estaba a la vuelta de la esquina; los cofres con las almas de los Primordiales a nada de sus manos.

Se alejaron una milla. Todos conteniendo el aliento.

Sin previo aviso el barco atravesó una densa masa de aire que lentamente se cirnió sobre cubierta cual humo blanco.

Niebla.

Estaban rodeados por ella.

El sol dejó de brillar y las nubes grises lo cubrieron todo.

El poder de Logan perdió fuerza hasta desaparecer por completo. Fue incapaz de controlar las aguas y por lo que vio, Josh tampoco podía impulsar las velas con el viento.

La niebla se disipó lo suficiente para permitirles ver la isla en todo su esplendor. La enorme construcción de lo que alguna vez fue un palacio estaba venida a menos por el paso del tiempo. Casi que derruida; la hiedra, el moho y los insectos se extendían por las paredes de ladrillos, uniendo las grietas y evitando que la estructura se viniera abajo.

Oscura, lúgubre y sin vida, la Isla de los Benditos parecía la entrada al Inframundo y no a los maravillosos Campos Elíseos.

Negros pilares de madera emergían del mar, algunos más visibles que otros, pero daban cuenta de un viejo muelle. Los últimos diez metros contaban con una pasarela completa, aunque por la apariencia mohosa y astillada parecía más al borde del derrumbe que de mantenerse estable.

Logan acercó el barco lo más próximo a la orilla. Ante la orden de Atticus, Alex arrojó las dos anclas — como si de una bolsa de papas se tratara— e Ethan desplegó la escalera.

Por algún motivo que desconocían, las ganas de bajar y adentrarse en el castillo disminuyeron enormemente. Todo estaba en calma; una terrible calma que antecede a la tormenta.

La experiencia les decía que no podía ser tan fácil. Las probabilidades de toparse con un monstruo o guardián eran del noventa y nueve por ciento. Es por ello que cuando Matt subió a cubierta con el rostro rojo y lleno de lágrimas, abocaron su completa atención en él.

— ¡Ayuda! —gritó—. ¡Es Zoe...!

Alex se abrió camino entre el gentío hasta desaparecer a toda velocidad por la escotilla que lleva al comedor. Logan lo secundó seguido bien de cerca por Erick. Los demás los siguieron después con un latido repiqueteando en las costillas.

Entraron al comedor y encontraron a Zoe inconsciente en el suelo. Los dientes le castañeteaban, todo su cuerpo sacudiéndose en pequeños temblores. Sus labios presentaban grietas y estaban blanco de tan resecos que los tenía.

La piel visible de sus manos lucía descamada; un descascaramiento que se extendió por el cuello y comenzó a tomar parte de su rostro.

—¿Qué le pasó? —La voz de Logan transparentaba su histeria.

—Estábamos hablando y empezó a quejarse de que le dolía la cabeza. —Matt se pasó la mano por el pelo, desesperado.

Nico leyó lo perturbado de su rostro, a aquello que no ponía en palabras.

—Ayer se quejó por la migraña —aportó Erick con aflicción.

Alex colocó la cabeza de Zoe sobre su regazo, acción que dejó como consecuencia un mechón de pelo enredado entre sus dedos. Lo teñido de las puntas se marchitó hasta dejar un desabrido y reseco amarillo.

—Ah... chicos —llamó, un eco de angustia resonó en sus palabras—. Creo que algo malo le está pasando...

Lucía contempló con espanto la apariencia de la hija de Poseidón. Lo aguamarina de su pelo se destiñó con el latir de los corazones.

Intentó activar su nuevo poder; si lograba ver su hebra conocería de primera mano qué le ocurría.

No pudo.

Por más que se esforzara no sabía cómo acceder a él. Aunque si era honesta consigo misma, no necesitaba ver su hilo para saber qué le sucedía. La respuesta era clara como el agua. Cruzó miradas con Annabeth, Clarisse y Belén.

—Es la maldición —aventuró a decir Belén. Se mordió el labio inferior al pensar que Zoe cargaba con un remanente de la maldición de Justin.

—Entonces sí era cierto. ¡Está maldita! —chilló Logan, viendo como la vida de su hermana se iba apagando—. ¡Hay que llamar a Hera!

—No podemos hasta el crepúsculo —aportó Annabeth con un dejo amargo en la voz—. Son las reglas de su invocación.

—¿No puede hacer una excepción? —exclamó, desesperado—. ¡Está muriendo!

Annabeth se encogió de hombros, incapaz de ofrecerle una respuesta que colmara sus deseos. Entonces, Logan encontró una alternativa.

—¡Tú puedes hacerlo! —habló en dirección a Sóter—. Es tu diosa, le debes devoción y lealtad. Si la llamas puede que venga.

—Aunque quisiera hacerlo no puedo. Solos los Concejales pueden invocarlos.

Logan alzó los brazos y una grosería murió en sus labios. El rostro rojo y las venas del cuello inflamadas ponían en evidencia el enojo y la desesperación que lo atravesaba. 

—Lamento decirlo pero poco podemos hacer si nos quedamos aquí lamentándonos. —Miranda intervino antes de que el humo de las cabezas quemadas comenzara a nublarles la razón—. Recuperemos los malditas pithos y llevémoslas al abismo. Cuando sea el crepúsculo, llamaremos a Hera para que se haga cargo de Zoe.

Los ojos de Nico reprocharon a la hija de Hades cuando, casi de inmediato, se percató de la ausencia de malicia en sus palabras. La intención de Miranda no era minimizar el problema de Zoe, sino poner sobre la mesa la realidad del asunto. Pese a portar las pulseras que Ludmila creó para ellos, Circe les respiraba en la nuca. Cuando menos lo esperaran un nuevo atacante podía aparecer para complicarles las cosas. Debían apresurarse si querían salir airosos. 

—Ella necesita ayuda de inmediato —gruñó Logan.

—Zoe es la única responsable de todo esto —replicó Sóter con igual ímpetu que Logan—. Ella tomó la decisión equivocada. Ahora debe esperar.

Hubo un quejido; un gruñido agonizante que de a poco se transformó en un profundo suspiro.

Zoe despertó en el regazo de Alex, mareada y confundida. La cabeza le dolía tal y como si mil avispas le estuvieran picando el cráneo, sin embargo, en cuanto vio a todo mundo rodeándola —a lo aguado de los ojos del hijo de Afrodita—, se guardó su tormento.

—Sóter tiene razón —vaciló a mitad de las palabras, se aclaró la garganta y se sentó. El esfuerzo, ese simple acto de enderezar la columna, le nubló la vista y casi que le sacude el cerebro.

Las manos de Alex estaban al pendiente, su corazón contraído...

Erick apretó los párpados y en ese momento de distensión se percató de que había estado conteniendo la respiración.

—Sabía que había algo malo en mí... Si no dije nada fue porque no quería comprometer la misión.

Logan se acuclilló frente a su hermana. Zoe había visto aquella mirada en el joven, esos ojos azul verdoso transformarse en oscuridad conforme el disgusto se hacía más grande en él.

Jamás pensó que podía ponerse así por ella. Y le gustó. Le gustó ver que, a pesar de todo, se preocupaba por su bienestar.

—¿Por qué hiciste eso?

—Porque eso fue lo que me enseñaron.

En ese instante Logan deseó estrangular al entrenador de su hermana. Un guardián que enseñara dichos principios era un desalmado que no merecía ser un maestro.

Hizo a un lado cualquier pensamiento turbulento y se enfocó en lo importante.

—¿Te encuentras bien? ¿Te duele la cabeza? —La examinó con la vista para luego palparla. Traía la frente caliente.

Zoe parpadeó para quitarse la sorpresa. Se tomó un momento para contemplar al resto; todos estaban expectantes ante lo que Zoe tuviera para decir. Entonces sus ojos encontraron los de Lucía.

Matt podía estar destrozado pero Lucía no lo demostraba externamente. Se veía un tanto consternada, cuando por dentro se sentía igual que Logan. La ligera curva en sus cejas la delataba.

—Ah... sí... estoy bien —logró decir luego de un par de segundos.

—¿Segura? —Alex se asomó por un costado, su aliento haciendo cosquillas en el rostro de la joven.

—Ya dije que sí. —Se valió del dolor para enfatizar su enfado.

—Es que tú... —empezó Logan pero no pudo culminar.

—¿Llegamos a la isla? —Los párpados de Zoe se ampliaron en cuanto se percató de en dónde podían estar.

—Sí —acotó Sóter—. ¿Vienes?

—¡Por supuesto!

—De ninguna manera —reprendió Erick a Zoe. Se aproximó con las manos en alto para evitar que se levantara—. No estás bien. Es mejor que te quedes aquí.

Por única vez Alex estuvo de acuerdo con el hijo de Hefesto.

Zoe frunció los labios junto con el ceño.

—Estás loco si piensas...

—Apenas y te conozco —habló Thomas por encima de la voz de Zoe, mandándola a callar—, lo poco que sé de ti es que te gusta pelear y eres grandiosa haciéndolo. Por eso supongo que te molesta cuando uno de los de tu equipo te retrasa, sea cual sea su situación.

—¿Estás diciendo que soy un estorbo?

—¿Lo eres? —Le devolvió la pregunta con una ceja arqueada—. La única que tiene esa respuesta eres tú.

No hubo afirmación o negación, solo una cara larga llena de odio infinito hacia sí misma.

En el fondo Zoe sabía que no estaba en condiciones de pelear. Estar sentada implicaba que su cabeza se sintiera bajo la púa del tocadiscos. Si llegaba a pararse el almuerzo terminaría en el piso.

—Esperen —intervino Logan—. ¿Entonces se irán ya?

—Es lo mejor. —Le aseguró Annabeth; una mueca a medio camino de ser una sonrisa triste—. Como dijo Miranda, cuánto más rápido consigamos las pithos más pronto podremos ayudar a Zoe.

—Piensa que si nos están siguiendo debemos actuar rápido —añadió Ethan para bajar las revoluciones en Logan. Acción que pareció surtir efecto.

—En ese caso me quedaré con ella. —La postura que adoptó Logan demostró cuán importante era para él cuidar de su hermana. Nadie podría hacerlo cambiar de opinión, siquiera Lucía—. Puedo intentar curarla.

Belén hizo un sonido con la garganta a la vez que meneó la cabeza, la cola de caballo le rozó la nuca y le hizo cosquillas.

—Sabes que este tipo de cosas es mi área.

Lo descamado de la piel de Zoe eran signos de deshidratación. Teniendo en cuenta que había una maldición de por medio podía tratarse de algo peor.

Era sabido que no lograría curarla del todo, pero intentaría retrasar el efecto de los síntomas.

Belén contempló a su guardián con la intención de saber su opinión. Sóter asintió en silencio, a donde quiera que fuera su protegida él también iría. Aunque no era difícil imaginar que la idea de estar lejos de Thomas lo ponía un tanto nervioso. Estaban a punto de entrar a un castillo tenebroso donde seguramente habitaba un monstruo. ¿Y si le hacían daño? ¿Y si lo capturaban?

Sóter confiaba en la fuerza y en el intelecto de su novio, aunque eso no quería decir que no temiera por su vida.

—Nos quedaremos y así podrás cuidar de Zoe —dijo Sóter.

Alex estuvo en desacuerdo con dicha propuesta. Usar habilidades sanadoras consumía demasiada energía, por lo que, en lugar de iniciar una discusión, optó por quedarse también.

—Entonces yo también. —Erick alzó la mano para postularse, acción que le trajo como consecuencia una mirada afilada por parte de Alex.

—Deberían quedarse todos los marcados en el barco —sugirió Josh—. Por si acaso.

Miranda soltó la carcajada.

—¡Ni hablar! ¿Quieres entregarnos a Circe? —Apoyó ambas manos en la cintura y agitó su largo cabello azabache—. Lo mejor será dividirnos, así le será más difícil encontrarnos si es que se digna a aparecer.

Hubo suspiros de resignación y resoplidos. Pronto entendieron que cualquier cosa que dijeran generaría una pelea tras otra. El cansancio les jugaba en contra y no tenían ánimos de seguir discutiendo. Decidieron levantar la bandera blanca y dejar que cada quien hiciera lo que quisiera.

Para Nico el libre albedrío se vio supeditado a sus creencias. Era el guardián de Zoe y debía quedarse para cuidarla. Si se iba corría el riesgo de quedar en la misma situación que Atticus.

Ya pasó por eso una vez. Dos veces sería insostenible.

Clarisse quiso permanecer para defender el fuerte en caso de un ataque. Entre ella, Alex, Logan, Ethan, Sóter y Nico harían un excelente equipo protegiendo a los marcados.

—Ven con ellos—Sóter apuntó a Atticus con la barbilla—. Necesitarán refuerzos en caso de un ataque.

—Pero yo... —Sin quererlo, Atticus señaló a Logan. En cuanto se dio cuenta de su error esperó que la perspectiva le hiciera creer a Sóter que estaba señalando a Jennifer, una semidiosa marcada sin protección.

El guardián arrugó el ceño y su mirada le hizo temblar las rodillas al joven.

—No te necesitamos aquí. Todos estarán debidamente cuidados.

«Debidamente cuidados».

Logan ya no era su protegido, debía aprenderlo de memoria.

—Lo haré —bajó los hombros, resignado. Percibió la congoja de Logan sobre él e intentó hacer como si nada. Si pensaba en lo que había perdido la desesperanza volvería a acogerlo.

Thomas se abrió paso entre los presentes hasta quedar a una distancia prudencial de Sóter.

—¿Acaso escuchas lo que dices? —La forma tan agresiva con la que le habló tomó por sorpresa a su novio—. Tienes a un marcado sin protección. Él puede hacerse cargo.

—Atticus Delfini fue removido de su cargo por no seguir las reglas, siquiera debería estar en el mismo espacio que Logan Wesley —sentenció—. Las normas dictaminan que debe someterse a capacitación por tres meses previo a acoger a un nuevo protegido.

—¿Y qué es eso tan grave que hizo? —Un tinte de burla se derramó sobre sus palabras—. ¿Mató a alguien, se cambió de bando?

—¡Su protegido casi muere! —exclamó Sóter con los ojos bien abiertos. Aquel acto era inadmisible; una completa vergüenza sabiendo la razón detrás de ésta—. Lo dejó en manos de otro cuando la regla principal es seguir a tu protegido a todos lados.

Thomas siguió el dedo de Sóter y descubrió que Matt Aetós fue elegido por Atticus para que cuidara de Logan.

—¡No puede ser! —Thomas se giró hacia Atticus. Su semblante lejos de la desaprobación—. ¿Cómo te atreviste? Dejar a tu protegido en manos de un experimentado guardián, alguien que lo conoce desde siempre y que sabías que lo cuidaría tan bien como tú —meneó la cabeza y chasqueó la lengua reiteradas veces—. ¿En qué estabas pensando?

Sóter apretó los párpados, harto del sarcasmo.

—De acuerdo, suficiente —demandó con lo grueso de su voz.

—¡Tú eres el que debe detenerse! —Thomas lo atacó con sus palabras—. Deja que se quede para cuidar de Jennifer Grey. Nadie del Consejo se enterará y tampoco creo que le vayan con el chisme.

—¿Podemos parar esta discusión? —indagó Luke en tono pausado. Las brazas comenzaban a arder y en poco tiempo se transformaría en una hoguera—. Estamos perdiendo el tiempo.

Thomas asintió.

—Por mi parte ya acabé. Vámonos de aquí. —Se dio la vuelta y subió por las escaleras.

Sóter quedó inmóvil, mudo. Hace unos días atrás Thomas le demostró que entendía el protocolo Guardián. ¿Había tirado sus palabras por la borda o lo hacía solo para fastidiarlo?

Sintió una presión cálida contra su espalda que subía y bajaba. Descubrió a Fernanda a su lado. La inmensidad de sus ojos tostados lo veían con una película acuosa.

—Se le pasará. Siempre se le pasa.

Quería convencerse a sí misma de que sus tíos estarían juntos hasta el último de los amaneceres. En el Santuario conoció a muchas parejas, y podía asegurar que un puñado de ellas guardaba el mismo amor y respeto que sus tíos. En especial, después de todos los altibajos que tuvieron que atravesar. 

Sóter esbozó a duras penas una sonrisa.

—No lo sé, porotito. No lo sé. —La estrechó contra su pecho y la besó en la coronilla—. Cuida de él por mí, ¿quieres?

—Lo haré.



☽ ☾

Oficialmente vamos entrando en la recta final. No quiero decir un número en concreto pero calculo que alrededor de 6 capítulos. ¡Espero que les esté gustando! Y gracias por llegar hasta aquí <3 

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