☾apítulo 22
Kumiko, James, Ross, Grover y Meredith, lucharon contra los monstruos de Epiales. El resto de los miembros del Consejo apareció justo a tiempo para tapar las huellas del dios de la muerte, permitiéndole salvar a los guerreros varados en la Academia de Artemisa.
Al llegar donde Moros, su morada se revolucionó. Todos estaban sanos y salvos y reunidos para planear su siguiente jugada.
Las sorpresas comenzaron temprano cuando Ludmila llegó sin previo aviso en un portal. Tánatos le ordenó ir con ellos para crear los brazaletes de invisibilidad. Su plan iniciaba con los semidioses protegidos y fuera del ojo divino. Como siguiente paso, Fántaso se encargó de diseñar marionetas que evocaran la viva imagen de los «más buscados». Con una pequeña cantidad de sangre y cabello de cada quien, creó réplicas exactas y humanizadas. Mientras los semidioses iban en busca de los cofres, sus dobles viajarían por todo el mundo despistando a sus perseguidores.
«Cuando su marioneta muera, el ónerio que habita en su cerebro morirá con ella».
Terminado el trabajo, Ludmila volvió al bazar donde aguardó por la llegada de las marionetas. Paso importante para que sus perseguidores creyeran la mentira.
Se suponía que, una vez dotara a las marionetas con las pulseras, viajaría al Santuario de Imítheos para entregar las pulseras restantes a las marionetas de Thomas y Fernanda. Sin embargo, su plan se vio ligeramente desbarajustado por la aparición de Erick. Un imprevisto que les costó tiempo.
Nueva marioneta. Nueva pulsera.
—Debió ser una emboscada. —Ethan murmuró una explicación apresurada.
Thomas arrojó el óneiro a la basura y rezó para sus adentros una plegaria de agradecimiento.
—¿Qué haremos? —habló Fernanda con una cuota de preocupación en la voz—. ¿Cómo lograron encontrarnos?
Sóter se desplazó por el espacio con el ceño fruncido, pensando, maquinando.
—Tánatos fue muy cuidadoso. Es prácticamente imposible que nos hayan descubierto. —meditó Matt en voz alta para calmar las aguas—. Probablemente haya sido una coincidencia que los encontraran.
Sóter se mantuvo taciturno. Puso los brazos en jarra, su postura destilaba una mezcla de impaciencia, apremio y miedo.
—Las marionetas llevaban pulseras. De haber sido un encuentro fortuito, ¿por qué Fántaso se molestaría en enviar a una de sus creaciones hasta aquí? —El verde de sus ojos se inyectó con pánico—. Lo que los haya atacado, está en este bosque.
Se hundieron en el silencio por un breve minuto. El espanto se esparció como hierba mala hasta asfixiar su cordura.
Ponerse a pensar qué pudo haber fallado para que los descubrieran les consumiría tiempo valioso. Ahí fuera había algo o alguien que, si una vez pudo encontrar una Academia y destruir la barrera que la protegía, ¿Cuánto tiempo tenían antes de que volviera a pasar lo mismo?
—Los monstruos acabarán con ellos. Este bosque está repleto de cadáveres —habló Thomas con la esperanza de tranquilizar el ambiente, aunque, en el fondo, buscaba aplacar la estridencia con la que su corazón le golpeaba el pecho.
Matt miró a los allí presentes con una gota de sudor frío atravesándole la ceja. Dio un paso atrás. Su mano tocó el brazo de Atticus y el terror traspasó la dermis hasta sacudir el sistema nervioso de su amigo.
—Debemos buscar a los demás. —Su voz fue controlada a pesar de todo.
Atticus coincidió con él. A esas alturas Lucía debió haber expulsado el óneiro, causando revuelo en la cabaña de la laguna. Necesitaban ponerlos en contexto.
—¡Por el sendero de aquí atrás! —gritó Sóter al verlos desaparecer por la cortina de cuentas.
—¿Qué hacemos nosotros? —inquirió Ethan.
—Dile a Lyla y Ludmila que recojan sus cosas. Nos vamos de aquí ahora mismo.
Thomas pasó junto a Ethan cuando éste se internó en el sótano.
—Parece que ya decidiste por nosotros —expresó serio.
Sóter exhaló por la nariz con fuerza, arrastrando la mayor parte de la frustración que sentía en aquellos momentos.
—Te dije que debimos habernos ido ayer —habló en tono pausado. Cada palabra una pulsación en la cabeza.
—No podía irme así como así. —Se defendió—. Fernanda es quien se encarga de todo cuando no estoy. Tenía que buscar a alguien más.
«Hace tiempo que debiste buscar a alguien más». Sóter se reservó el comentario para evitar causar más daño. Fernanda estaba encantada hasta la médula con ser Guardiana, seguir creyendo que renunciaría a todo eso para permanecer en un lugar donde no obtendría reconocimiento alguno era absurdo.
—Y luego apareció este chico, Erick, que nos retrasó aún más —prosiguió el ex guardián de Deméter—. Que su marioneta, que la pulsera...
—Está bien, ya no importa. —Sóter soltó una respiración profunda, la decisión en su mirada—. Tenemos que irnos, Tommy. No podemos seguir aquí.
Thomas hizo la cabeza hacia atrás con las cejas fruncidas.
—No puedo abandonar el Santuario a sabiendas de que algo está ahí fuera. —Su voz se elevó una octava, fuego ardiendo en sus pupilas—. Dijiste que destruyeron la barrera de la Academia. ¿Y si hacen lo mismo aquí? —añadió con un nudo en el estómago—. Este es mi hogar, Sóter. No puedo irme sin más.
El rostro de su novio se sumió en la depresión. El Santuario era parte vital de Thomas, que lo destruyeran sería como quitarle una parte de sí mismo. Pero si llegaba a ser como en la Academia de Artemisa —criaturas con poderes impensables, la sed de muerte corriendo por sus venas—, dudaba que corrieran con la misma suerte. Las posibilidades de escapar ilesos eran bajas. La población del Santuario era diez veces menor que la de una Academia, los arrinconarían en cuestión de minutos.
—Sé que esto es importante para ti...
—No me iré hasta saber que estamos a salvo. —Le interrumpió. Sus ojos son poco amables con su novio y llenos de disgusto.
Fernanda apretó los párpados.
—Por amor a Deméter —susurró.
—No te dejaré —sentenció Sóter.
—¿Quién está hablando de eso? Solo te pido permanecer esta noche, como habíamos planeado. Estoy seguro que los guerreros estarán de acuerdo.
La puerta del sótano se abrió y Lyla irrumpió como bólido en la habitación, seguida por un fuertísimo aroma a violetas.
—¿Cómo que nos vamos? —demandó enfadada—. Dijimos que...
Ethan la arrastró contra el refrigerador y le puso una mano en la boca. Por la puerta de entrada ingresaba un grupito de estudiantes con rostros sonrientes y libros de texto bajo el brazo.
—¡Sóter! —gritó uno de ellos y se abalanzó sobre el guardián para abrazarlo con fuerza—. No sabía que vendrías.
El guardián se tragó la sorpresa y fingió la más condescendiente de las sonrisas.
—¡Ey! ¡Tulio! —dijo y terminó siendo presa de un abrazo de oso.
Thomas se rascó la nariz y luego apoyó las manos en la cadera.
—¿Qué necesitan chicos?
—Sólo pasábamos para felicitar a Fernanda —explicó el más alto de todos ellos, Cameron—. Maxon nos contó sobre su prueba.
Fernanda esbozó una radiante sonrisa mientras se acercaba al grupo de adolescentes.
—Gracias, chicos. Pero todavía no soy oficialmente una guardiana.
—No necesitamos la aprobación de Quirón para saberlo, ya eres una de ellos para nosotros.
En medio de la conversación, Thomas notó una gota de sangre a los pies de Cameron.
—¿Estás sangrando?
El muchacho miró el suelo y soltó una risa a la vez que se rascaba la nuca.
—Lo siento. Me corté en el gimnasio. —Les mostró un pequeño corte en el pulgar—. Pensé que había dejado de sangrar.
—Iré por un apósito.
Ethan giró la perilla con extrema lentitud sin dejar de mirar al grupo que se reunía en la puerta. Las bisagras cooperaron y tanto Lyla como él se arrastraron dentro de la penumbra del sótano. Ludmila ya estaba guardando todo su instrumental en un gran bolso de cuero.
—¿Qué está pasando? —preguntó la hechicera al tiempo que guardaba unos tubos de ensayo.
—No es nada. Vinieron visitas. —Ethan hizo un ademán con las manos para restarle importancia al asunto—. ¿Ya están listas? Debemos irnos.
Lyla se cruzó de brazos e hizo un mohín. Parecía una niña caprichosa a la cual sus padres no le compraban las golosinas que quería.
—¿Por qué hay que irnos? Tendríamos que quedarnos a ver quién nos está siguiendo.
—¿Y arriesgarnos a que nos atrapen? —Ethan arqueó las cejas—. La última vez logramos escapar por los pelos. No correremos con la misma suerte dos veces.
—Tenemos a los dioses de nuestro lado.
—Lyla —llamó Ludmila en tono serio, su acento persa remarcado—. Muévete.
La joven contempló a la hechicera por un breve instante. Soltó un gruñido de resignación. Tomó un matraz pero nunca llegó al resguardo del bolso. Cayó al suelo, cristales de todos los tamaños bañando el piso. Lyla se agachó justo a tiempo cuando escuchó que una mole rompía la puerta a sus espaldas.
La figura de un muchacho rodó por el sótano hasta golpear la mesa. El reloj dejó de correr en la habitación. Los presentes compartieron miradas de aturdimiento, sus cuerpos petrificados producto de la conmoción.
Ethan miró por el agujero en la puerta, Fernanda había sido aventada contra el lavaplatos. Tulio la tenía agarrada del cuello y ella buscaba a tientas algo con qué defenderse.
Por el ruido, Thomas y Sóter estaban en la misma situación. Luchaban contra sus propios protegidos.
—¡Por la ventana! —gritó el guardián en un arranque de lucidez.
Las ventanas eran pequeñas y alargadas, y de tan sucias que estaban apenas podían ver el exterior. Levantaron una pero el espacio era reducido y solo un niño de cuatro años pasaría por allí. Ludmila envolvió las bisagras con las manos, sus ojos se encendieron en un destello anaranjado cuando sus labios pronunciaron el griego antiguo. La ventana se desplomó sobre sus palmas, los bordes humeantes.
Lyla fue la primera en salir. Se le hizo difícil, toda su ropa se manchó con barro. La siguiente fue Ludmila. Ethan la ayudaba desde dentro cuando alguien lo tomó por los hombros y lo arrastró contra la mesa. Aquel muchacho que irrumpió en el sótano se iba sobre la hechicera para evitar que escapara. Ethan agarró un trípode de hierro, el dolor en la espalda baja desapareció producto de la adrenalina, y lo golpeó en la cabeza.
Harry —según alcanzó a leer en la etiqueta de su casaca deportiva—, cayó al suelo aullando de dolor.
Lyla no paraba de gritar mientras arrastraba a Ludmila fuera de la casa. Ethan sacó el bolso de cuero, el grimorio de Freya oculto en el interior.
—¡Váyanse! —alcanzó a decir antes de desaparecer.
Harry lo tomó por la cintura y acarreó con él hasta la pared del fondo. Le dio un puñetazo en el vientre y otros dos en la cara. Ethan bloqueó el cuatro golpe y le asestó uno en la mandíbula. Harry trastabilló y el guardián se valió de esos preciados segundos para atacar.
Ambos se trenzaron. Los nudillos de Ethan quedaron envueltos en sangre cuando le dio un golpe limpio en la nariz. La cabeza de Harry se hizo hacia atrás, la luz de un relámpago iluminó lo magullado y sangrante de su rostro. Entonces, Ethan fue capaz de ver el vacío en los ojos de aquel joven. Un vacío tan grande como el universo que le hizo sentir miedo. A cambio, recibió una patada en el abdomen. Se derrumbó en el suelo y escupió la sangre que subió por su garganta, caliente y metálica.
Su oponente lo tomó del cuello de la remera y lo levantó hasta que la pared se encontró con su espalda. Para ser un adolescente tenía una fuerza descomunal. Parecía que luchaba contra Alex, pero había algo que no se sentía bien.
Harry sacó un cuchillo, el delirio de ver la garganta de Ethan cortada centelleó en sus ojos.
Ethan miró al techo, las manos le temblaban. Le soltó un escupitajo a su oponente y en ese instante de vacilación le propinó un cabezazo. Logró quitarle el cuchillo y con él rompió la cuerda que sostenía una lona en el techo. Una de las puntas cedió y lo pesado de las cajas y muebles plegables cayeron encima de Harry, dejándolo inconsciente.
Ethan se recargó contra la pared, sus rodillas se doblaron levemente y de sus labios escapó un trémulo suspiro. ¿Qué diantres estaba pasando?
Quería ayudar a los otros pero entendió que si los propios miembros del Santuario estaban siendo controlados por alguien, significaba que los Guerreros estaban en peligro.
Pasó por encima de la pila de cacharros y escapó por la ventana.
En el living, Thomas y Sóter habían logrado controlar a sus protegidos pero Cameron, un semidiós hijo de Deméter, los inmovilizó con ayuda de plantas y enredaderas. Sóter quedó amarrado al suelo. Las raíces de los árboles rompieron las tablas del piso y aprisionaron sus extremidades. Cuanto más luchaba más apretado era el agarre.
Las manos de Thomas envolvían la enredadera que tenía por collar mientras sus pies buscaban algo con qué asirse.
Fernanda había logrado acabar con su oponente pero ahora ambos estaban inconscientes en el suelo de la cocina.
Cameron pateó el cuerpo de Tulio y al ver que no respondió hizo una mueca de disgusto.
—Inepto —susurró. Caminó donde Thomas esquivando los escombros. Inclinó la cabeza y se tronó el cuello, haciendo círculos con los hombros, como si aquello que lo controlara se estuviese acostumbrado a su nuevo cuerpo—. Dime en dónde están los Guerreros.
—No sé de qué me hablas. —La enredadera presionó levemente y le arrebató un quejido.
—Estás mintiendo. ¿Por qué protegerlos? Entrégalos y te aseguro que tendrás todo lo que deseas... y más.
Thomas gruñó.
—Quiero a mis protegidos de vuelta.
—Y los tendrás una vez me des lo que quiero —dijo con una sonrisa frívola en el rostro.
Sóter vio un destello en los ojos de Thomas. El miedo a perder el Santuario era más grande que cualquier cosa en el mundo. No obstante, a pesar del amor que pudiera profesarle, estaba dispuesto a guardar silencio. No hablaría aunque eso significase renunciar a todo lo que construyó.
Lo que sea que controlara a Cameron también se dio cuenta de ello. Asintió repetidas veces, sus párpados revolotearon hastiados.
—Supongo que tendré que incentivarte de algún modo. —Chasqueó los dedos, inclinó la cabeza y vio hacia la puerta. Se relamió los labios producto del placer que le dio ver el terror creciendo en Thomas.
—¿Qué está pasando? —gritó Sóter al ver el rostro de su novio. La desesperación se apoderó de él en una poderosa inyección. Intentó liberarse, las raíces devanando sus muñecas y tobillos, presionando hasta que la sangre manchó el suelo—. ¡Thomas!
La puerta trasera estaba abierta, la lluvia caía serena. Fernanda estaba de rodillas en el suelo de la cocina. Maxon estaba detrás de ella, sosteniendo un cuchillo en su garganta. La cabeza de Fernanda estaba echada hacia atrás y el borde de la hoja se hundía profundamente contra la piel suave. Un hilo de sangre chorreó por su cuello hasta empapar el sweater verde agua.
Thomas soltó una respiración que le aplastó el pecho. La habitación comenzó a dar vueltas y el aire faltó a sus pulmones.
—Maxon. Baja el cuchillo —habló, suplicante
El joven abrió los labios y un suspiro salió acompañado de un quejido.
—No puedo —respondió, la voz forzada y cavernosa. Una lágrima se desprendió del párpado— Duele.
—No, escúchame. Tú jamás le harías daño, no le harías daño a nadie. Tú...
—Él solo me obedece a mí —interrumpió Cameron y sus ojos se encendieron—. Es inútil que intentes convencerlo. Si te quedas sin sobrina será por tu culpa. Ahora, sé un buen tío y dime dónde escondes a los Guerreros.
Thomas guardó silencio. La furia naciendo en su interior.
—Dímelo o haré que las personas de este Santuario se maten entre sí y tu sobrina te desollará vivo.
En lo tenso del ambiente, Sóter se echó a reír.
—Si pudieras hacer eso ya lo habrías hecho.
Cameron entornó los ojos, visiblemente afectado. Las palabras de Sóter fueron dardos venenosos directo a su orgullo.
—¿Disculpa?
—Digo que si pudieras hacer lo que dices ya habrías encontrado lo que buscabas.
Cameron avanzó con una mano en alto, sus dedos cual garras se movieron de un lado a otro. Las raíces respondieron a su llamado y envolvieron la boca de Sóter, raspando las mejillas y apretando en la base del cráneo.
—Me parece que alguien debe aprender modales. —Ladeó la cabeza, el disgusto en lo fruncido de sus labios—. Te enseñaré a respetarme.
Hubo un golpe sordo. El cristal de la ventana quedó cuarteado por el impacto. Maxon cayó al suelo boca abajo, quedando inmóvil. Para cuando Cameron reparó en la presencia de Ludmila fue demasiado tarde. Una masa de aire chocó contra su cuerpo y lo hizo volar hasta golpear la chimenea. La cabeza rebotó contra la piedra y sus párpados se cerraron de inmediato.
Fernanda se hizo hacia adelante sosteniéndose el cuello. Miró a Ludmila y con un asentimiento la hechicera entendió que estaba bien. Corrió donde Thomas. Traía la piel roja y magullada, pronto comenzaría a sangrar. Puso sus manos sobre la hiedra y pronunció una simple palabra.
—Anákaló.
Thomas percibió como la presión alrededor de su garganta disminuía. Ya no le costaba tanto respirar pero, cuando creía haberse librado de su prisión, la enredadera dejó de moverse. Sóter soltó una advertencia a pesar de haber sido amordazado.
Un cuchillo de cocina le atravesó las costillas a Ludmila. La hechicera vio la sangre manchar su túnica, sus manos cubiertas de líquido caliente y rojo oscuro. Miró a Thomas y se desplomó a sus pies.
Detrás de ella, el guardián descubrió al causante del ataque.
—Fer.
Fernanda tocó la punta del cuchillo con el dedo índice y sonrió con picardía. La nada en lo vidrioso de sus ojos contrastó con el delirio psicótico de sus labios.
—Upss —soltó una carcajada—. Me gusta más este cuerpo, ¿sabes? ¿Qué tal si me lo quedo un rato?
—¡Deja a mi sobrina en paz! —Bramó. Si debía golpearla para liberar a Fernanda lo haría, pero la hiedra alrededor de su cuello lo jaló hacia atrás cuando llegó a su límite. Thomas retrocedió y tosió, escupiendo en el proceso.
—Ya basta de juegos. —Su voz sonaba igual a la de Fernanda pero había algo distinto, como un eco turbio y sombrío—. Tu sobrina es mía y puedo hacer con ella lo que se me plazca. Ahora, si no quieres que la obligue a cortarse en mil pedazos, dame lo que quiero.
Los hombros de Thomas bajaron con resignación. Sóter vio el cansancio en lo triste de sus ojos, como si ya hubiera renunciado a combatir.
—Lo haré.
—Así me gusta. Obediente. —Con el cuchillo cortó la enredadera, pero en ningún momento dejó de amenazarlo con la hoja afilada.
Siquiera llegaron a dar un paso. Ludmila tomó a Fernanda por el tobillo y una sensación equiparable a ser quemada viva invadió a la sobrina de Thomas. Gritó tan fuerte como cuando a sus siete años cayó de un árbol y se quebró el brazo. Gritó y gritó hasta que ya no lo resistió y se desmayó.
—¡Fer! —gritó Thomas y atrapó a su sobrina en brazos.
Sóter se removió en su sitio con lágrimas en los ojos.
Thomas dejó a Fernanda en el suelo y, al comprobar que estaba bien, de inmediato auxilió a Ludmila. El charco de sangre comenzaba a expandirse por el living.
Buscó un trapo limpio y lo usó para detener la hemorragia. La hechicera soltó un quejido pero se tragó el dolor.
—Estará bien —dijo, mirando a Fernanda—. Lo que sea que la poseyó no molestará por ahora.
Líneas de preocupación surcaron la frente de Thomas. Demasiado con lo qué lidiar. Su mente estaba al borde del colapso.
Ludmila tomó con sus manos carmesí las del guardián.
—Ayuda a tu novio —susurró—. Esta vieja hechicera es un hueso duro de roer.
Thomas demoró en asentir. Dudaba que estuviera tan bien como ella decía, pero no contradijo su petición. Fue en busca de un cuchillo y cortó las raíces que aprisionaban las extremidades de Sóter.
Ludmila se acomodó contra la pared, el dolor era una punzada constante entre las costillas. Un insecto pasó volando frente a su nariz y lo derribó con un simple manotazo. El mismo cayó al suelo, sus alas se sacudieron como el estertor de una víctima próxima a la muerte.
Lo tomó entre sus dedos para analizarlo más de cerca. La mosca dio un último zumbido y las alas dejaron de moverse.
Los ojos de Ludmila se entrecerraron, el delineador negro ligeramente corrido producto del sudor frío que bañaba su rostro. Creía conocer aquel animal, el uso que solían darle...
—Hay que sacarte de aquí. —Thomas volvió sobre sus pasos y se acuclilló a su lado.
En eso, entraron por la puerta el resto de los guardianes. La escena era caótica pero no tenían tiempo de ponerse a platicar al respecto.
—¿Y los Guerreros? —preguntó Sóter.
—Bien —respondió Atticus—. Están esperando fuera.
—¿A plena vista? —cuestionó, incrédulo por la ineptitud de los suyos—. Llevenlos a la bodega. No pueden ser vistos.
—Es de noche. Nadie los verá.
Sóter abrió la boca para protestar justo cuando Lyla se atravesó en medio de ambos y los hizo retroceder. La joven se inclinó sobre el cuerpo maltrecho de Ludmila. Las manos le temblaban, un poco por el frío de la lluvia y otro poco por el terror de la pérdida.
—Necesito curarla —insistió.
—¿Qué necesitas?
Sóter contempló a su novio.
—No quiero ser el malo de la película pero nos están pisando los talones.
—Yo me quedaré —propuso Atticus—. Ustedes váyanse.
Ethan miró a su hermano como si le estuviera jugando una mala broma.
—No te voy a dejar aquí.
—No tengo responsabilidades —dijo y su voz se tiñó con una ligera angustia. Él ya no tenía un protegido a cargo. Podía tomarse ciertas libertades—. Ayudaré a Lyla y los alcanzaremos luego.
—Esperen —interrumpió Matt. Su cabeza gacha, escuchando. No. Oliendo—. ¿Huelen eso?
Los ojos de Thomas se abrieron como el dos de oro. Miró hacia la cocina, el desastre de la mesada y las puertas rotas de los compartimientos. La manguera de la garrafa sobresalía entre la madera astillada.
—Salgan. ¡Salgan!
Sóter tomó a Cameron en sus brazos y salió junto con Atticus, quien cargaba con Fernanda. Matt, Ethan y Nico fueron en busca de los demás. Ante el llamado de emergencia, algunos de los Guerreros irrumpieron en la cabaña y sacaron a todos en pocos segundos.
En medio de la salida, Ludmila percibió la presencia de alguien más. Un aura inconfundible y un aroma poco común. Miró sobre su hombro y en la ventana del fregadero, más allá de la barrera, vio la silueta del responsable.
La mosca era un símbolo. Un medio para poseer cuerpos. Una magia oscura y sumamente peligrosa.
La sangre se le heló al mirar aquella sonrisa diabólica.
Se soltó de los brazos de Thomas. Una protesta vino por parte de Lyla, quien estaba tan enfocada en Ludmila que siquiera reparó en la presencia de ese alguien. La hechicera empujó a ambos fuera de la cabaña; una ráfaga de viento que los impulsó hasta donde el resto. Agitó los brazos en un círculo hasta cerrarlos en forma de cruz.
Para cuando Lyla intentó incorporarse, la cabaña explotó en llamas.
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