☾apítulo 21
De un tiempo a esta parte la piel de Zoe se sentía reseca y tirante. Sus piernas lucían escamas blancas, como espuma sobre arena húmeda.
Se sentía exhausta todo el tiempo y la única forma de conseguir un subidón de energía era bañándose. Nada de jabón o shampoo luego del primer baño. Sólo agua, agua, agua.
Se vistió y con la toalla secó las puntas goteantes de su cabello. Un mechón, no más largo que su dedo mayor, se adhirió íntegramente a la superficie peluda de la toalla. Frunció el entrecejo. El pánico queriendo cobrar fuerza en su interior. Se pasó la mano por la base del cráneo y pequeños cabellos quedaron enredados entre sus dedos.
Un par de nudillos llamaron a la puerta y la voz de Erick resonó en la soledad de su habitación.
Zoe escondió la toalla tras su espalda y se dio la vuelta.
—Erick —musitó Zoe. Siempre, aunque no lo quisiera, pronunciaba su nombre con una cuota de cariño.
El joven estaba de pie junto a la puerta abierta. Vestía unos pantalones oscuros y una remera sin mangas color gris. Bajo el cuello de la remera asomaban pequeños vellos que crecían en la hendidura de su pecho.
¿En qué momento Erick se había convertido en un hombre?
—¿Puedo pasar? —preguntó, encogido de hombros—. Todos están ocupados y no hay nadie con quien hablar.
—Sí, claro. Entra.
Desde que lo encontraron, Zoe notó la urgencia de Erick por no estar solo. Necesitaba estar acompañado para sentirse bien. Probablemente, la soledad traía a su mente recuerdos que era mejor enterrar seis metros bajo tierra.
Erick tomó asiento en la cama y Zoe se acurrucó en la mecedora. La mayoría del tiempo él no hablaba, se quedaba en silencio, su mente vagando en quién sabe dónde. Pero eso a Zoe no le importaba. Estar a su lado era el mayor regalo que pudieron darle.
—¿Puedo preguntar algo?
Zoe arqueó ambas cejas.
—Lo que quieras. —Se inclinó hacia adelante, ansiosa por responder cualquier duda que tuviera.
Notó el revoloteo de su mirada, la disyuntiva en el castaño de sus ojos. En sus labios entreabiertos se leía la incertidumbre.
—¿Qué animal es el de tu dije?
Ella se llevó instintivamente los dedos al cuello. El collar que Erick le obsequió tiempo atrás seguía contra su pecho, el peso de la plata vibrando por culpa de su corazón latiente.
—Es un hipocampo, mi animal favorito. «Tú solías llamarme así». —Clavó los ojos en él, esperando por algún tipo de reacción.
¿Por qué tuviste que olvidarlo todo? ¿Por qué?
Mirarlo era como ver a un desconocido. El brillo jovial e infantil que solía centellear en su mirada se ahogó luego de que las brasas fueran aplastadas por kilos de densa arena negra.
El dolor predominaba en lo profundo de sus ojos, renuente a abandonarlo.
Erick enterró la mano en su espesa cabellera; sus rizos morenos le cubrían parte de la frente, impidiéndole a Zoe saber cuáles eran sus verdaderas intenciones.
—Yo... —empezó él. Se rascó la pequeña sombra de una barba oscura que crecía bajo su labio—. La verdad es que no quería preguntarte eso.
Zoe arrugó la frente y tragó sin saliva.
—¿Qué es lo que quieres saber?
Erick parpadeó ante el descarado ardor de las lágrimas. Sintió dolor dentro de él, punzante, físico, como si hubiese sido apuñalado en el vientre.
—¿Cómo puedes recordar? —dijo con un trémulo suspiro. Traía los ojos rojos por aguantar las ganas de llorar—. ¿Qué fue lo que hiciste?
Zoe se frotó la frente sin querer. La pequeña cicatriz empezó a escocerle.
Recordó el frasco golpeando su cabeza, el vidrio rasgando su piel y la gota del Lete siendo absorbida por la herida.
—Fueron las Moiras. —Su tono de voz era lúgubre y apagado. No pudo ver a Erick a la cara—. Ellas replicaron un trozo del hilo de mi vida. Me dieron agua del Mnemósine y me dijeron que preparaba una infusión con ambas cosas. Por eso recuerdo todo...
¿Desde cuándo recordar se sentía incorrecto?
Cloto le advirtió de las consecuencias, pero jamás hizo mención de esto. Jamás imaginó ver a Erick tan miserable, y lo peor era que no sabía cómo consolarlo. Abrazarlo, tocarlo siquiera se sentía mal. Podía sentir la distancia que él ponía entre ambos. Ella era una extraña para él, una posible amenaza como lo fue Mimí.
Erick dejó finalmente escapar un sollozo, su corazón listo para partirse en dos. Apoyó los codos sobre los muslos y escondió la cabeza entre los hombros.
—¿Ya no hay esperanza para mí entonces? —Se permitió llorar. El dolor que aniquilaba su pecho era insostenible. Ya no le importaba mostrarse tal cual era. Su faceta de chico serio era una máscara que no podía seguir sosteniendo. Qué importaba si volvían a traicionarlo. Con esta confesión quedaba claro que nunca volvería a saber quién era en realidad.
Zoe sintió que una parte de ella moría junto con Erick. Se sentó a su lado y le apretó la mano, deseando poder detener sus lágrimas.
—Sí, la hay. Yo puedo ayudarte. —Deslizó gentilmente la palma de su mano a lo largo de su mandíbula. Lo tomó de la barbilla y giró su rostro en dirección a ella. Erick se estremeció, sus ojos rojos e hinchados viéndola con suplicio.
—¿Cómo? —jadeó.
—Puedo contarte sobre nosotros, sobre ti. Te lo dije, fuimos mejores amigos. Te conozco, éramos confidentes, sé muchas cosas. —Se aferró a sus manos. La desesperación inyectada en sus pupilas dilatadas. Un sollozo atorado en la garganta queriendo salir—. Sé que no será igual a recuperar la memoria, pero si me dejaras contarte todo lo que sé te aseguro que dejarías de sentirte así.
Erick parpadeó. Le sorprendió ver en Zoe una soledad tremenda. Una angustia que le consumía hasta los huesos y la hacía sentir miserable.
—Déjame ayudarte —suplicó—. Por favor...
Estos últimos meses le enseñaron a Erick a desconfiar de las personas y en esta ocasión no tuvo duda alguna. Zoe no mentía y la prueba estaba en que se caía a pedazos.
—No sé qué tan especial eras para mí, pero veo que fui alguien importante en tu vida —habló con una punzada de aflicción—. Está bien. Te escucharé.
Los labios de Zoe se curvaron en una verdadera sonrisa. Por primera vez ambos sintieron un estallido de esperanza.
Medio escondido, Alex se alejó por el pasillo con la tristeza golpeándole las costillas.
☽ ☾
Lucía corría con Belén en brazos. La sangre empapaba sus ropas y se le escurría por las piernas, caliente y espesa. El aroma metálico le tapó la nariz, pero aún así no se detuvo. La vida de su amiga pendía de un hilo y no permitiría que Tánatos se la llevase.
Debía llegar al Santuario cuanto antes. La ayuda era inminente y, aunque corriera lo más rápido que pudiera, todo lo que veía era bosque bosque bosque. Ninguna teja, ni pared de ladrillo, ni murmullos.
—Aguanta, Belén. Aguanta —jadeó, exhausta y desesperada. Las lágrimas se mezclaban con el agua de lluvia y la sangre de su rostro.
La noche estaba al caer. Los nubarrones grises adquirieron una tonalidad apagada y los relámpagos refulgían con más fuerza.
—Encuentra a Justin por mí —murmuró sobre su cuello la joven. Su voz era un leve suspiro en medio de la tormenta.
Lucía apretó los dientes. ¿Cuánto más faltaba para el Santuario?
—¡Lo encontraremos juntas! —gritó—. Solo no te rindas...
Estaban solas en medio del bosque lluvioso. El rastro de sangre que cubría el sendero era un llamador de monstruos. El aroma los atraería y Lucía no estaba segura de poder luchar contra una horda de criaturas. No siendo ella sola.
El resto quedó atrás, peleando contra un grupo de hermanos poseídos por Circe.
¿Cómo hizo para descubrirlos? Se suponía que las pulseras los mantendrían a salvo. Incluso diseñaron unas para Thomas y Fernanda.
¿Cómo?
Oyó un ruido a sus espaldas. Miró por encima de su hombro pero con Belén en brazos poco pudo ver. Su visión era pobre y no podía asegurar si se trataba de un monstruo o uno de los hermanos.
Maldición. ¿Qué haría si era uno de los niños? Los vio pelear. Sus movimientos eran sobrehumanos, dirigidos por un titiritero sanguinario y despiadado.
No dudaban en apuñalarte. Cero remordimiento en sus ojos vacíos.
Pero eventualmente despertarían. Eran víctimas inocentes a las cuales no podían hacerles daño.
Lucía tropezó con una raíz y sus rodillas golpearon el suelo con estrépito. Belén rodó por entre la vegetación y cayó colina abajo.
Apretando la mandíbula hasta casi astillarla, Lucía se incorporó. Las rodillas palpitaron bajo el peso de su cuerpo, obligándola a sostenerse de un árbol.
Se había hecho un corte en la barbilla que no paraba de sangrar.
Avanzó dando tumbos. El miedo de saber que estaban siguiéndola se impregnó en su pecho y le aceleró el corazón.
Descubrió a Belén a los pies de la colina, inconsciente.
Si bajaba no estaba segura de poder volver a subir. La tierra se había convertido en barro y la ladera era una trampa en potencia.
Escuchó el gruñido de un lobo. O al menos eso parecía. Miró alrededor y no pudo ver a nadie.
Boom. Boom. Boom
Su corazón marcaba el ritmo de sus pensamientos. Las decisiones a tomar.
Boom. Boom. Boom
Miró el cuerpo de Belén. Su rostro manchado de marrón y carmesí. Un vientre supurante y unos pulmones perforados.
Los labios le temblaron. Lágrimas de perdón abandonaron sus ojos en un lamento silencioso.
Echó a correr de nuevo por el sendero. Cuando ya no oyó que estuviesen persiguiéndola, tomó el artilugio de dentro del bolsillo de su mochila y el portal se abrió para ella.
Marchó por el suelo de barro con la pierna coja. Subió las escaleras del porche y abrió la puerta de un empellón. Matt y Atticus saltaron en sus asientos, tragándose el corazón. Sóter se alejó de un muy conmocionado Thomas y se acercó a la joven de aspecto desastroso.
—¿Qué haces aquí?
Lucía jadeó un par de veces antes de responder.
—Están aquí—dijo—. Los encontrarán.
Los ojos de Sóter se ampliaron. La pregunta murió en sus labios. Lucía se desintegró en una nube de aserrín dejando atrás una figurita de madera. El guardián se inclinó para tomarla del suelo, observando el objeto con una línea de preocupación entre las cejas.
Atticus se aproximó por detrás.
—¿Estamos en problemas?
Thomas se quejó de dolor en respuesta. Arrugó la nariz, una punzada directa desde el cráneo. Sintió que algo se resbalaba desde dentro, retorciéndose en sus fosas nasales. Un gusano del tamaño de su dedo anular salió luego de un tortuoso minuto. El óneiro se disecó hasta la muerte en la palma de su mano.
Sóter tragó con dificultad.
—Sí.
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