XXIII
Un silbido rompe con el momento, incluyendo la batalla. Lucía aguzó el oído y percibió que aquel sonido no era un silbido, se trataba de un rechinido. Volvió la mirada al cielo y un grupo de fatalidades aladas rechinaban sus puntiagudos dientes.
Sus alas parecían las de un cuervo gigante, platinadas a la luz de la luna. Vestían ropas ajustadas salvo por la larga cola que ondeaba al viento cual olas adentrándose en la orilla. Portaban cascos de estilo romano en cuyos laterales se ubicaban dos alas, una de cada lado.
De uñas afiladas y cabellos finos e infinitos como la noche, las Keres infundían temor con su sola presencia. En el carmesí de su mirada severa se traslucía su sed de sangre.
Parecían ángeles de la muerte. Y a decir verdad, lo eran.
Descendieron en picada y se unieron a la batalla.
Sobrevolaron la superficie rocosa como las aves de presa que eran. Buscaban carroña; cuerpos abatidos con los cuales alimentarse y así saciar su sed. Aquel que recibiera el abrazo de las garras de una Ker terminaría perdiendo el alma y nunca más volvería a despertar.
Lucía se apresuró a resguardar el cuerpo inerte de su amiga. No permitiría que aquellos demonios femeninos usaran el cuerpo de Sarah para calmar su hambre infinita. Empuñó a Estigia y una tenue luz cálida emergió de la hoja. Conmocionada por la sensación avasalladora, perdió por un instante la noción en la batalla.
Aquel cuchillo parecía tener vida propia. Era como un susurro, una voz en su cabeza que le daba la bienvenida. La energía que contenía aquella arma terminaba siendo arrollada, incluso para una Guerrera como ella. Desconocía cómo había hecho Sarah para acarrear consigo semejante poder.
Se sentía pesada en su mano, mucho más que antes. Sucedió otro destello, otro susurro. Estigia le permitía desplegar todo el poder que poseía para la defensa. Y eso era lo que iba a hacer.
Se colocó en posición de ataque. Cualquiera que intentara acercársele recibiría una puñalada del cuchillo de la muerte. Solo tenía que descifrar cuál era el punto débil de las Keres. No obstante, aquella idea pasó a un segundo plano en cuanto comprendió que aquellas fatalidades no estaban allí para luchar contra ellos. Estaban ahí para llevarse a Gemma y los otros.
Una Ker sobrevoló el área con sus grandes alas puntiagudas como si se tratase de un buitre. Se inclinó hacia abajo y cerrando sus alas se lanzó en picada hasta atrapar el cadáver de Gemma con sus garras.
Incapaz de tolerar que aquella cosa intentara llevarse el cuerpo de Gemma, Josh disparó un rayo lo suficientemente potente como para aturdirla, pero no como para dañar a quien había empezado a considerar su amiga.
Nada de lo que había pasado era culpa suya. Alguien, mucho más poderoso que ellos, los había estado controlado. De no ser así Gemma nunca hubiera lastimado a nadie. Se merecía un entierro digno y eso era lo que le iba a dar.
El rayo viajó por el aire helado dejando a su paso una estela de venas celestinas y el eco de un chisporroteo. Cuando hubo llegado donde la Ker, la hoja de un cuchillo se interpuso entre medio de ambos, desviando el rayo y provocando que éste agrietara la única pared de hielo que quedaba en pie.
Josh dio un paso atrás, incrédulo ante la situación. Aquella criatura había logrado evitar su ataque y solo empleando un cuchillo.
Los párpados de la Ker se abrieron, sus pestañas parecían rozarle las cejas. El rojo de su mirada emitió un destello, como si estuviera mofándose de su ataque. Esbozó una sonrisa torcida y sus afilados dientes salieron a relucir.
Se aferró a su cuchillo y lo lanzó directo a Josh. La cadena que mantenía unida al cuchillo con el cinturón resonó sus eslabones hasta restallar en el suelo de roca. El cuchillo penetró en el suelo sólido, agrietando la piedra y enviándole una advertencia de lo que sucedería si llegaba a cruzar la línea.
La Ker tomó el cuerpo de Gemma y echó a volar. La cadena se tensó y la empuñadura se bamboleó unos instantes hasta que la hoja se vio liberada y regresó al resguardo con su dueña.
Josh volvió a intentar lanzar su ataque pero otras dos Keres se interpusieron en su camino, usando sus cuchillos para desviar los rayos y causando más caos del necesario.
Plumas negras descendían de los cielos. Josh siguió a una de ellas con la mirada hasta verla pasar frente a sus ojos. Como el lente de una cámara, la pluma se volvió una línea borrosa y el fondo cobró nitidez. Las Keres volaban por encima de ellos intentando atrapar a su víctimas: Zoe y Nate.
Tal parecía que el hechizo que los mantenía bajo su control se había extinguido, puesto que sus ojos habían vuelto a la normalidad. Ahora luchaban por defenderse pese a la confusión que los abrumaba. Pero no estaban solos, el resto intentaba defenderlos, aunque, debido al lugar en donde estaban, no había muchas opciones para esconderse. La única salida era siguiendo el río y ni así creía posible el deshacerse de aquellas bestias.
Todo era un caos. Sus amigos estaban lo bastante heridos como para reñir otra batalla y sin embargo daban todo de sí para proteger a los suyos. Él tampoco estaba en condiciones de pelear; sus sentidos seguían letárgicos por culpa del ataque helado de Gemma. No sabía si tenía la fuerza necesaria como para desplegar todo su poder y terminar desmayado antes de tiempo. Aun así usar su poder al máximo en un lugar como ese era una táctica suicida. La última vez sus amigos se habían salvado de milagro; dudaba que en aquellos instantes corrieran con la misma suerte.
No sabía qué hacer. Apretó los puños y se decantó por la opción más sensata: usar las manos.
Mientras un grupo rodeaba a Nate, el otro defendía a Zoe de las garras de las Keres. Miranda disparaba las flechas plateadas de Artemisa pero de cinco tiros, solo lograba atinar uno. Las fatalidades eran rápidas en comparación con las flechas. Unas pocas se desintegraban en nubes de cenizas mientras el resto revoloteaba como un enjambre de abejas. Tanto Atticus como Nico lanzaban estocadas y se protegían de los ataques con los escudos.
Logan usaba su espada y de los tres que protegían a Zoe, él era el más protector, casi que se apegaba a su media-hermana con tal de que no llegaran a ella.
—¡Basta!—bufó Zoe, lanzando un sablazo que llenó el lugar de plumas negras—. ¡No necesito que me defiendas!
—¡Eres una ilusa si crees que podrás tú sola contra ellas!
—¡Puedo hacerlo sin tu ayuda!
—¡Inténtalo! ¡Usa tu poder y verás cómo te atrapan en un segundo!—blandió su espada y un corte en el punto correcto disolvió a la Ker en una nube de cenizas. Zoe contuvo el aliento—. Sin tu poder no eres nada.
Matar a dos Keres era más de lo que ella había podido hacer. Logan lucía exhausto; su cuerpo presentaba un millar de cortes sangrientos y a pesar de todo, a pesar de que esta batalla lo estaba dejando sin aliento, seguía en pie, igual de poderoso que antes.
Un grito le heló la sangre. El lazo dorado de Nate envolvía el cuerpo de una Ker, comprimiéndolo hasta llenarlo de cortes. Cuanto más luchara, más fuerte sería la fuerza empleada. Sin embargo, bastó con que otra Ker rompiera con la defensa de Nico y Atticus para que Nate quedara al descubierto y pudiera ser atrapado.
Lo cazó de los hombros arrastrándolo lejos. Su compañera rompió con sencillez el lazo que la aprisionaba hasta hacer de éste pedazos de cuerda inservibles. No podía creer que hubieran destruido el arma de Nate.
La Ker arrastró a su amigo por el suelo usándolo como maquinaria para crear un surco. Aquello lo dejó indefenso, con varios huesos rotos y desorientado.
—No pudieron cumplir con su misión—masculló con voz profunda. Sus dientes escurrían baba al tiempo que sus ojos ardían cual llamas del infierno—. ¡Son unos inútiles! ¡Por eso morirán!—atravesó el cuerpo de Nate con una de sus garras. El joven emitió un quejido que lentamente fue apagándose junto con su vida.
En lo alto del cielo Zoe vio como la cabeza de su amigo caía a un lado, junto con las manos que hasta hace un momento tenían agarrada a su enemigo por el cuello.
Erick. Gemma. Nate.
Solo quedaba ella y ya no estaba tan segura de querer seguir con vida.
«Serás una gran heroína» fue lo que le dijo Erick antes de morir. Quizás este era el momento de demostrarlo.
Escapó del escudo protector de los Guerreros y corrió directo a su muerte. Antes de que una Ker pudiese agarrarla, un escudo le devanó la cabeza y su cuerpo decapitado calló al suelo. Alguien la tomó por el brazo y la acercó a su cuerpo hasta quedar cara a cara. La furia en los ojos de Matt estaba en plena ebullición.
—¡No seas tonta!
—¡Sueltamente!—ordenó—. ¿A ti que te importa si muero o no? ¡Maté a tu novia, ¡¿o no es así?!
—Te odio—susurró entre dientes—, pero más odio a quien te estuvo controlando. Esa persona es la que pagará por la muerte de Sarah.
«¿Por qué?» se preguntó. ¿Por qué se molestaban en defenderla? Los había engañado. El plan era unirse a ellos para quitarles la Flor en cuanto la encontraran. Previo a eso su vida se había convertido en una total miseria y su única motivación para aceptar había sido la de encontrarse con su medio-hermano y demostrarle cuán poderosa podía ser. En otras palabras quería ser la única hija de Poseidón; la única que se llevara toda la gloria.
Pero luego de la muerte de Erick ya no le encontró sentido a seguir luchando por algo que podía lograr ella misma, sin necesidad de demostrarle nada a nadie.
Ninguno de ellos cuatro tuvo interés en seguir sus órdenes. Y ahí estaban las consecuencias: Gemma y Erick había muerto y ahora las Keres habían venido por ellos por haber fracasado en su misión.
Todo el daño. Todas las mentiras. Todas las pérdidas... Ya no quería seguir con vida. Quería estar junto a Erick, Gemma, Nate... su familia. Anhelaba reencontrarse con ellos y fingir que llevaba una vida normal en donde su divinidad nunca hubiera sido despertada. Y sin embargo todos allí a los que había traicionado ahora planeaban defenderla con uñas y dientes.
—¿Por qu-?—Golpeó el pecho de Matt con violencia. Ambos cayeron y Zoe pasó por encima de él hasta terminar bocabajo en el piso. Todo su esqueleto se sacudió debido al cimbronazo que recibió. Abrió los párpados, unos pies aparecieron en su campo visual. Alzó la vista y vio el rostro de Lucía, quien la observaba con ojos sombríos.
Unas garras afiladas se cernieron sobre sus piernas hasta aprisionarlas, deteniéndole la circulación. Por un instante creyó ciegamente que Lucía podría ayudarla; que ambas podrían acabar con el ángel de la muerte. Pero sus dedos solo encontraron el consuelo vacío y frío del viento.
Con la mirada fija en Zoe, Lucía retrocedió permitiendo que la Ker ascendiera a los cielos con su víctima a cuestas.
Todo se volvió pequeño y difuso por las sombras. Las estrellas brillaban con más intensidad pero su luz no era competencia digna para la luna, la cual parecía haber duplicado su tamaño. Sintió miedo, no, miedo no. Respeto.
Contempló el campo de batalla: cascotes de hielo desprendiéndose desde lo alto hasta desbordar el río. Cristales y estalactitas por todas partes, plumas negras que danzaban en el viento y sangre, demasiada sangre. Todo era consumido por las sombras, o tal vez los puntos negros que se dibujaban en su visión eran la causa de la inminente oscuridad que se avecinaba.
—¡ZOE!—La voz de Logan la devolvió a la vida. Así no era como quería terminar. Si iba a morir, moriría haciendo lo que más placer le daba: luchar.
Logan formó un orbe de agua del tamaño de una bola de boliche. Miró a su hermana y calculó la distancia.
—¡TÓMALA!
La esfera ascendió por los cielos. Zoe estiró el brazo e incluso a la distancia su cuerpo pudo percibir las moléculas de agua. Su energía se unió con la de la esfera y arrasó con esta hasta doblegarla. Las moléculas quedaron a su merced, vivaces. Sentía su movimiento en la palma de su mano como un hormigueo placentero. Dejó que su energía jugase con ellas y les ordenó agruparse hasta conseguir el estado deseado. La esfera mutó hasta convertirse en una bola de hielo con picos.
El tatuaje ardió en su brazo y se retroalimentó de su propio dolor. Soltó un grito y lanzó la bola derecho a la cabeza de la Ker. El casco que le cubría el rostro salió despedido. Los cristales de hielo se incrustaron en sus córneas causando que aullara de dolor. Zoe le propinó un golpe en el brazo y en cuestión de segundos estaba cayendo al vacío.
Casi que ciega la Ker voló en picada con las garras abiertas. Enjauló a Zoe entre sus brazos y ambas rodaron por el suelo hasta terminar estampadas sobre el mismo.
Su cuerpo se estremeció de dolor al intentar pararse. Poco a poco recobró la visión para descubrir cómo sus hermanas eran destruidas. La cólera creció en su interior y con sus uñas dibujó líneas en la roca. Se suponía que debían acabar con los emisarios, no terminar siendo víctimas de los Guerreros.
Se giró hacia Zoe con sus largas uñas listas para acabar con ella, sin embargo la joven estaba lista para la luchar a pesar de que la marca en su brazo le drenara casi toda la energía.
El estruendo de un rayo retumbó en el lugar y los gritos de sus hermanas le hicieron sangrar los oídos. Aquella joven de mechas azules ya no tenía la misma aura gris que antes, la de ahora resplandecía con vigor. Estaba dispuesta a luchar, no le entregaría su vida tan fácilmente.
Conocía sus órdenes pero no permitiría que sus hermanas siguieran sufriendo. Gruñó enseñándole los dientes y de abrupto saltó encima de la joven. Zoe se preparó para lanzar una estocada cuando un frasco, no más grande que su pulgar, salió a relucir del cinturón de la Ker y se hizo añicos en su frente.
El cristal se rompió al contacto con su piel. Pequeños vidrios saltaron a su alrededor y debió cubrirse el rostro para no perder la vista. Por un breve instante se sintió débil. Sus brazos cedieron y su mandíbula besó el suelo.
La Ker emitió otro gruñido cargado de odio. Desplegó sus alas y junto con ella sus hermanas emprendieron vuelo hasta desaparecer en la noche.
Por primera vez en la montaña volvía a reinar el silencio.
Atticus logró sentarse con esfuerzo, los brazos le temblaban y sus heridas no daban tregua. Fue Nico quien lo ayudó a ponerse de pie, y a pesar de que su apretón fue fuerte, pudo notar cuán cansada estaba.
Miranda se acercó a ambos jóvenes con una mano envolviéndole la muñeca. Hilos de sangre bañaban su antebrazo hasta manchar el suelo con grandes gotas carmesí.
—¡Estás herida!—gritó Nico. Contempló su entorno buscando algo que sirviera como vendaje. Al final terminó de romper una parte de su propia remera para así envolver la herida.
—Au, duele.
—Sanarás pronto. Los cuchillos de las Keres no son ponzoñosos.
Logan se sacudió la nieve que le cubría los hombros. Dio un paso al frente y apretó los dientes de dolor. Su mano viajó hasta el muslo donde la tela de sus pantalones se había abierto en un gran hoyo, y su piel había dejado de existir, dándole paso a la sangre y a su músculo palpitante.
Emitió un gruñido y arrastrando su pierna herida buscó en la llanura el cuerpo de su hermana.
—¡Zoe! ¡¿En dónde está Zoe?!
Silencio.
—¡Por allá!
Logan siguió con la vista la dirección en la que Matt apuntaba. Muy cerca del borde, al otro lado de la montaña, se encontraba Zoe hecha un ovillo tembloroso. Corrió hasta ella con el corazón latiéndole en las sienes a mil por hora. Si se movía significaba que seguía con vida y las Keres no habían cumplido con su misión de asesinarla. Una pequeña victoria luego de tanta pérdida.
—¡Zoe!—se dejó caer a su lado y tomándola por los hombros la animó a voltearse. Su cuerpo no paró de temblar hasta que sus ojos se encontraron con la luz de la luna.
En su frente había varios cortes sangrantes que manchaban su rostro. Con su remera limpió la cara de su hermana hasta que la sangre se volvió una sombra rojiza. Le regaló una sonrisa y la esperanza brilló en sus ojos. A pesar de sus dudas Zoe había resultado ser una marioneta, guiada por las manos de un malvado sin corazón que lo único que deseaba era hacer daño. Entendía el sentimiento por el cual debía estar atravesando ahora, abrumador y asfixiante, y estaría ahí para ella. Quizás así podrían fortalecer su vínculo y hacerle ver que él no era nada especial y que ella no era una mera suplente. No obstante sus pensamientos se vieron interrumpidos en cuanto vislumbró un destello diferente en la mirada de su hermana.
Sus enormes ojos castaños se ensancharon el doble, las pupilas se le dilataron y el pánico emergió en ellos. Se alejó de Logan lo más rápido que pudo, repudiando su contacto y arrinconándose en el borde de la montaña, donde un par de piedritas cayeron al río.
Al ver su postura Logan entendió que algo extraño estaba sucediendo. Subió la guardia y alzando las manos en son de paz se aproximó con cautela, manteniéndose al ras del piso para no lucir superior y asustarla más de lo debido.
—Cálmate. Estás a salvo.
Zoe hizo amago de retroceder pero el ruido de las piedras al desprenderse le recordaron que no tenía escapatoria. Alzó la mano y su cuerpo adoptó una pose defensiva.
—¡No te muevas! —ordenó—. ¿Quién eres?
Logan frunció el ceño. La arruga en su frente se tornó más profunda conforme su mente intentaba buscar una solución lógica a esta situación.
—Soy Logan—dijo con cautela—, tu hermano.
—¿Mi hermano?—su rostro se suavizó y en un tris volvió a tensar los hombros y su mirada se vio invadida por el odio—. ¡Nunca vuelvas a decir eso! Tú y yo jamás podremos ser hermanos.
—Pero...
—¿En dónde están mis amigos?—le interrumpió—. ¡Erick! ¡Gemma, Nate!—gritó el nombre de sus amigos varias veces y cuando vio que estos no daban señales de estar cerca asumió lo peor. Tomó su espada y le apuntó a Logan—. ¿Qué les hiciste?
—Zoe... ¡Por favor! Baja eso...
—¿De verdad no recuerdas nada?—Lucía se acercó por detrás. Todavía cargaba con Estigia.
—¿Y tú quién eres?—Elevó la mirada. Fue solo un momento, una fracción de segundo, pero fue lo bastante prolongado como para que Lucía alcanzara a verlo.
De entre la sangre que manaba de su frente, en uno de sus cortes emergió un sutil destello blanquecino que de inmediato desapareció.
Lucía abrió los ojos de par en par. La ira no hizo más que aumentar en su interior.
—Hypnos.
—¿Qué sucede?—cuestionó Miranda al llegar, precedida por sus compañeros.
—Hypnos borró sus recuerdos—respondió con la vista fija en Zoe.
—¿Cómo? ¿Y en dónde está ahora?—Logan se puso en pie y giró sobre su eje buscando a un hombre de cabellos blancos y ojos púrpuras.
—Seguramente las Keres traían consigo una gota del Lete—dedujo Atticus al encontrar restos de vidrio—. Si no podían matarla borrarían su memoria. O al menos todo lo relacionado con el plan de Quíone.
—¿Entonces no sabe quién es?—indagó Nico.
—¡Sigo aquí y puedo oírlos!—Zoe se irguió con dificultad pero aun así no dejó de apuntarles con su espada—. ¿En dónde están mis amigos?
Lucía apretó los párpados del coraje. Encima de haberle borrado la memoria, de arrebatarle el recuerdo de quitarle una vida a alguien, su prepotencia era algo que no iba a tolerar.
—¡Están muertos! —espetó de exabrupto. Zoe quedó paralizada.—. Todos murieron, ¡y tú también deberías de estarlo! —Se aproximó y con un simple golpe de Estigia apartó la espada de Zoe, terminando de romper la distancia entre ambas—. Desearía que recordaras cada una de las cosas que hiciste, pero no puedes, así que supongo que tu castigo será permanecer con vida para recordártelas una por una.
—¡Ya basta!—demandó Logan, queriendo alejar a Lucía de Zoe. Aun así fue Lucía quien apartó a Logan de un manotazo y por voluntad propia se alejó de Zoe. Su mirada seguía fija en la joven, el desprecio a flor de piel. Verla implicaba recordar a Sarah.
Recordar que ella misma había cambiado el curso de la historia para mal...
—¿Qué rayos te pasa?—Le reprochó Logan y esta vez consiguió la atención de su novia—. Estaba siendo manipulada por alguien. No puedes echarle la culpa de la muerte de Sarah.
—¡Yo tengo la culpa! —Su voz llena de rabia se quebró al expresar lo que su corazón sentía—. Pero ella no se queda atrás. ¿Acaso no lo viste?
— ¿Ver qué? Lo único que veo es a ti enojada, echándole en cara algo que ella no quería hacer.
—¿Oh, en serio? —Se mordió el labio inferior. Las ansias de soltarle la verdad hormiguearon en su lengua, pero aún así no dijo nada—. Creo que tendríamos que haber escuchado a Miranda cuando dijo que no confiáramos en ellos. De haberle hecho caso habríamos ganado.
—¡Espera! —Intervino Miranda—. ¿Cómo que...? ¿Qué pasó con la Flor Dorada?
Lucía apretó la mandíbula.
—Destruida.
—¿Eso quiere decir que...?—sus ojos se abrieron de par en par—. ¿No podremos quitarnos estas cosas?
Nadie respondió pero las miradas fueron suficientes.
Lucía bajó la cabeza y sus cabellos ondearon al viento. Se abrió paso entre los presentes; Logan la cazó del brazo pero ésta se zafó con facilidad y continuó avanzando.
Logan cerró los ojos y apretó los párpados con fuerza. El pecho le dolía por la frivolidad e indiferencia con la que Lucía había hablado. Creía que luego de tantos años ciertas cosas en ella habían madurado, pero se equivocó. Debía hacerle entender, recordar, que nada de lo que sucedió fue culpa de Zoe. Existía alguien más tras la cortina que movía los hilos, y era esa persona a la que debe odiar. A la que todos deben derrotar.
Se giró para mirar a su hermana. Su rostro se ocultaba en las sombras de su flequillo. El cabello le picaba el rostro gracias a la brisa invernal, silencioso como las lágrimas que cubren sus mejillas.
—Zoe—Su corazón se agrietó de dolor.
Ella elevó la mirada para verlo. La agonía de sus ojos lo sofocó.
—¿Qué está pasando?... ¿Por qué no puedo recordar casi nada de mi vida?
—Te explicaremos. Buscaremos una solución a esto, pero debes dejar que te ayudemos.
Había duda en sus pupilas, cierta reticencia a aceptar ayuda de la persona que más odiaba en el mundo. Sin embargo, la semilla de la duda se había sembrado en su mente. ¿Y si ellos no eran tan malos? ¿Y si tenían la respuestas a sus dudas? Por alguna razón desconocida una parte de ella le dijo que confiara en ellos y así lo hizo.
Al volver sobre sus pasos encontraron a Lucía de pie junto al cuerpo inerte de Sarah. Su piel morena estaba recubierta por una delgada capa de escarcha que, bajo el brillo blanquecino de la luna, resplandecía cual si se tratara de miles de diamantes. Diminutas gotas de rocío congelado adornaban sus cabellos y pestañas, dotándola de una belleza digna de admirar. Parecía dormida, acogida por un manto helado que la conservaría eternamente.
Lucía se encontraba de espaldas a ellos. En una de sus manos cargaba con la Flor Dorada, recubierta de escarcha y grietas que arruinaban con la armonía que alguna vez tuvo.
Matt se abrió paso a empujones, las lágrimas quemando sus ojos enrojecidos. Las piernas le traicionaron, impidiéndole llegar hasta Sarah, o tal vez intentaban hacerle un favor. Se derrumbó a un metro de distancia raspándose las rodillas. A pesar de lo endeble de sus brazos logró encontrar la fuerza necesaria para levantar el torso, mas su cabeza siguió formando parte de las sombras, puesto que no tenía el valor necesario para mirarla.
Derramó varias lágrimas que al contacto con el suelo helado se convirtieron en copos de nieve. Respirar era un tormento, no solo porque con cada bocanada de aire sus entrañas se retorcían hasta reducirlo a cenizas, sino que era injusto que él pudiera estar respirando cuando ella no volvería a hacerlo nunca más.
El pecho se le agrietó del dolor. Era una agonía placentera, agridulce, ya que no deseaba que el dolor parara. Quería que su miseria lo consumiera por completo, arrebatándole los cinco sentidos y así matarlo en vida.
Atticus se acercó por atrás. Apoyó una mano en el hombro de Matt y se incoó a su lado. Le susurró unas palabras al oído y a continuación su amigo se derrumbó entre sus brazos. Su llanto partió el corazón de los presentes provocando que varios derramaran varias lágrimas.
Lucía apartó la mirada. El viento comenzaba a soplar con más vehemencia. Miró la Flor en su mano. Solo era un pedazo de metal congelado con mil y una cuarteaduras. Se había convertido en un objeto inservible. Casi que quiso deshacerse de ella pero prefirió entregársela a los dioses en persona. Tal vez existía la posibilidad de repararla y si era así todavía no debían perder las esperanzas.
Percibió la cercanía de Logan a su espalda, la calidez irradiando de su mano en alto. Antes de que pudiera tocarla se alejó.
—No —demandó. Encontró los ojos de Logan desbordados por las lágrimas, su propia agonía reptando por el cuerpo de Lucía. Todo en lo que pudo pensar al verlo fue un, ¿qué tal si...?
—Lucía —susurró con melancolía. Aquella joven que tenía enfrente no se parecía en nada a la Lucía que conocía. Su rostro estaba cubierto por la oscuridad, un sentimiento indescriptible que poco a poco se asentaba en su corazón—. Por favor, n-...
—Solo... vámonos...vámonos ya. —Se volvió hacia las escaleras y en ningún momento miró atrás.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro