XXII Parte 2
[Capítulo sentimental. Les dejo un acompañamiento musical para que disfruten mejor la lectura. Ojalá y les guste]
Nate hizo girar el lazo por encima de su cabeza. Su objetivo último era deshacerse de Sarah, pero antes de que pudiera hacer algo, un peso muerto lo derribó.
Impactaron contra una saliente rocosa y rodaron por el suelo alejándose varios metros uno del otro. Nate se sacudió el letargo que asolaba en su mente. No hacía falta intuir quién lo había golpeado.
—¡Tú! —El odio reverbera en sus palabras al ver el cuerpo de Nico intentando incorporarse sin éxito. Nate se irguió producto de la ira e hizo girar su lazo—. ¡Ahora verás de lo que soy capaz!
—¡Nico!
Oyó la voz de Sarah y el ruido del metal cortando el aire. Levantó la mano, atrapó a Estigia entre sus dedos y la blandió frente a su rostro, justo cuando el lazo de Nate intentó destruirle los ojos.
Un simple toque y lo que no pudieron romper sus dagas ahora resplandecía a sus pies. Un trozo de lazo con la punta deshilachada perdía brillo hasta convertirse en una cuerda normal.
Nate llamó a su lazo de vuelta a su lado. El corazón se le detuvo al ver como aquel cuchillo logró destruir con total facilidad las hebras doradas; la única arma que supuestamente era indestructible ante cualquier otra arma normal.
—¿Pero... cómo?—una gota de sudor rodó por su sien—. ¿Qué clase de cuchillo es ese?
Enfurecido, Nate arremetió contra Nico, cuando de pronto, Logan apareció en su camino y su puño lo golpeó en la mandíbula.
—¡Logan!—gritó esperanzado el guardián.
Logan le miró por encima del hombro y le sonrió. Aún seguía algo mareado pero nada que una buena pelea no pudiera quitarle.
—¡Veamos de qué estás hecho, Nate!
Nate miró a ambos jóvenes posicionarse frente a él. Enterró las uñas en la escarcha, raspándose los dedos por culpa de la piedra. La furia se incrementó en su interior volviéndose una parte importante de él. Ella era la única que lo controlaba y ahora estaba diciéndole que acabara con aquellos dos idiotas.
Pegó un grito y atacó. Logan empujó a Nico fuera del camino, mientras él se dejaba caer para evitar el golpe. La cuerda dorada pasó por encima de su hombro y siguió camino hasta dar con otro objetivo.
Al oír su voz Logan se volvió con los ojos bien abiertos. Un corte sangrante empapaba la blusa de Lucía de un color marrón oscuro. Se desplomó en el suelo boca abajo, indefensa ante la agonía que recorría su columna vertebral.
—¡Lucía!—Se incorporó, resbalándose por la escarcha, y al intentar acercársele, Nate hizo de su lazo un látigo y lo empleó para golpear a Logan en las costillas.
—¡Mátala!—Le ordenó Nate a Gemma, quien no emitió queja alguna.
Gemma creó un carámbano de hielo en su mano; fuerte, puntiagudo y, en especial, letal.
Al ver aquella escena algo tiró dentro de Nico. Un impulso lo llevó a coger el cuchillo de Sarah y se lo arrojó a Gemma sin pensar. El mismo entró cerca de su omóplato izquierdo, perforándole el corazón.
Por un momento Gemma desconoció lo que había sucedido. Se sintió como un pinchazo, un piquete de abeja. Nada grave pero que la paralizó de pies a cabeza. Entonces, un calor subió por su cuello hasta aglomerarse en su garganta. Las ansias de escupir llegaron pero en lugar de eso tosió. Bastó una vez para que el suelo a sus pies se tiñera de rojo.
Vio la sangre flotar ante sus ojos. Y solo así el dolor en su espalda se volvió palpable. Percibió el largo de la hoja incrustada en su espalda, latiendo, como si tuviera vida; liberando su poder mortífero hasta paralizarle el corazón.
El gris celestino de su mirada se desvaneció para darle paso al celeste escarchado de siempre; un color puro y transparente, libre de todo mal.
Sus ojos encuentran los de Lucía. Su labio inferior tiembla.
—Lo...Lo lamento...
Y dicho eso, se desplomó a sus pies.
—¡Gemma, no!
Lucía se abalanzó encima de ella. Ni siquiera el dolor en su espalda o su mano congelada impidieron que llegara hasta la joven. A pesar de todo lo que ésta había hecho no le guardaba rencor en lo absoluto, porque comprendía lo que significaba estar siendo controlado por otro.
Por más primeros auxilios que aplicara, Gemma se había ido.
Cogió el cuchillo por el mango y lo extrajo de un saque. La hoja espejada brilló hasta convertirse en oro sólido. Percibía una energía sofocante emanando de ella; la muerte.
Conforme pasaron los segundos, la hoja dejó de resplandecer y su aura destructiva desapareció por completo. La sangre de Gemma se escurre por el cromado del cuchillo hasta esparcirse en la nieve.
—¡¿Qué hiciste?!
Aquella voz resuena en sus corazones con abrumador desgarro. Lucía vuelve la mirada en dirección a Zoe, quien a pesar de haberse mantenido al margen de la pelea, su cuerpo no se había salvado de los ataques de Gemma. Sangre y escarcha cubrían varias secciones de sus brazos, piernas y abdomen; sin mencionar el hilo de sangre seca que descendía de su frente hasta la nariz.
El hielo en su mirada se vuelve acero por la cólera que invade sus entrañas. Una sensación demoledora pero tan cálida que no podía resistirse a ella. Se sentía apetecible y se alimentó de ella hasta recuperar la energía que había perdido.
Agachó la mirada. Lágrimas silenciosas se deslizaban por sus mejillas al tiempo que la carne de sus manos era perforada por sus uñas. Sucumbió ante los temblores que asaltaron su cuerpo. No podía creer que su mejor amiga estuviese muerta.
Primero Erick. Ahora Gemma. No permitiría que nadie más muriera.
Bajo sus pies un trozo de la lanza de Gemma emitió un destillo, casi como un guiño. Supo lo que tenía que hacer.
Tomó su arco y usando el trozo de lanza como flecha apuntó en dirección a Lucía. Toda su furia, todo el dolor que su cuerpo exudaba, lo cargó en la lanza. Sus ojos asfixiados por el control se deshicieron de la vena y el chocolate salió a relucir. Solo entonces disparó.
La punta de la lanza atravesó la blanda carne del vientre y continuó camino hasta sobresalir por detrás. Allí, donde el hielo tocaba, escarcha comenzaba a esparcirse como ponzoña. Diminutos copos se unían entre sí para formar una corteza que congelaba la sangre, el músculo y los órganos. Su estómago se volvió duro como piedra, al tiempo que sus pulmones sucumbieron ante las dolorosas puntadas de los copos que crecían alrededor de éstos.
Soltó uno de sus últimos alientos y de sus labios violáceos escaparon volutas nebulosas. Su piel morena se tornó cenicienta y poco a poco su largo cabello empezó a mostrar pequeños destellos que, con el paso del tiempo, se transformaron en escarcha.
Lucía abrió sus avellanados ojos hasta que casi se le salieron de las órbitas.
Oyó un crujido. Su corazón se había cubierto de grietas sanguinolentas que amenazan con destruirlo todo y dejarla muerta en vida.
Todo su cuerpo goteaba sangre. Sangre que se mezclaba en sus heridas y pasaba desapercibida, pero que no le pertenecía.
Esa sangre le pertenecía a Sarah.
—No puede ser...—sollozó—. ¡SARAH!
«¡NO LO HAGAS!» Las palabras abandonaron la garganta de Matt con un tono desgarrador, tan intenso que casi perdió el habla.
Al ver la sangre danzando en el viento helado sintió como si una flecha lo hubiera atravesado a él también. Rompiéndole el corazón para evitar que sufriera, y destruyendo sus pulmones, puesto que ya no podía respirar.
—¡NOOOOOO!—Sus piernas cedieron y cayó de rodillas al suelo, abatido.
Abajo en el río el eco de los gritos retumbó en las siluetas huesudas de los árboles. El alma les abandonó el cuerpo por un breve instante. Se volvieron presa del pánico, no, de la desesperación.
Harto, Josh invocó un rayo celestino que bajó del cielo hasta atravesar parte de la proa helada. Cascotes de hielo salieron despedidos por los aires y cayeron a las aguas del río con estrépito.
Venas celestinas se dibujaron en el hielo hasta resquebrajarlo por completo, disolviéndose en una explosión que dejó al descubierto los escalones por donde habían subido.
Corrieron tan rápido como pudieron para llegar donde los demás. Una vez arriba fueron testigos de cómo Matt llamaba a Sarah por su nombre, estirando el brazo inútilmente para alcanzarla.
Sarah tomó entre sus temblorosas manos la lanza que atravesaba su cuerpo y la extrajo de un solo tirón. Se estremeció por la sensación que invadió sus entrañas. Arrojó la lanza al suelo. Miró a Matt y le sonrió con ternura, regalándole una mirada de despedida, antes de desplomarse en el suelo.
—¡MALDITA!—escupió Matt en dirección a Zoe. Se levantó y echó a correr hacia donde la joven se encontraba con la única intención de hacerle pagar por lo que había hecho.
Nate sacó a relucir su lazo dorado y envolvió el brazo de Matt, pero ni eso pudo retenerlo. Matt giró el brazo alrededor de la cuerda hasta obtener suficiente de éste, tomó el extremo que le quedaba y jaló de éste con tal vehemencia que Nate terminó arrodillado a sus pies.
Tomándolo por el cuello Matt hizo que Nate quedara a la misma altura que él, quizás un poco más, puesto que el hijo de Hermes apenas sí tocaba el suelo con la punta de los pies.
—¡Suéltalo!—Zoe extendió los brazos y no hizo falta predecir lo que sucedería a continuación. Antes de que Matt sucumbiera al enorme poder de Zoe, Josh lanzó una centella que explotó cerca de la joven.
Zoe limpió la sangre que escurría de su labio. La contempló un instante y luego posó sus fríos ojos en Josh. La violencia del mar invadió su mirada hasta consumirla por completo. Por un instante Josh flaqueó y sintió miedo de ella.
De súbito una cortina de agua emergió por encima de la pared de hielo, majestuosa y destructiva.
Agitó su mano emulando un movimiento hacia adentro. El agua obedeció su orden, sin embargo solo unos pocos chorros de agua terminaron bañando la montaña. Logan se encontraba al otro lado con los brazos extendidos en el aire, reteniendo el ataque de Zoe, prohibiéndole al agua avanzar.
La marca en su hombro emitió un fulgor aguamarina que traspasó la tela de su ropa. Ardía y sus dientes rechinaban por la fuerza exuberante que producía su mandíbula, pero por nada del mundo permitiría que Zoe siguiera haciendo daño.
El caos regresa.
Peleas violentas, los gritos son sordos y todos están conmocionados, enfurecidos, enloquecidos.
Lucía envolvió el cuerpo de Sarah entre sus brazos y la arrastró hasta un lugar seguro. Colocó la cabeza de su amiga sobre su abdomen. Estaba fría al tacto y sus pestañas ahora eran blancas como la nieve.
—¿Por qué? ¿Por qué lo hiciste, Sarah?—se atragantó con sus propias lágrimas. Tosió y lloró al mismo tiempo.
Sarah alzó su mano y sin pensarlo Lucía la tomó, apretándola con fuerza, deseando poder transmitirle aunque sea un poco de calor. Su corazón estaba latiendo tan fuerte que casi no puedo oír la voz de Sarah cuando le habla al oído.
—Te dije que te protegería— murmuró entre jadeos—. Sigo siendo tu guardiana, ¿recuerdas?
Lucía asintió entre lágrimas con el corazón hecho pedazos. Jamás podría volver a juntar todas las piezas. Aunque lo reconstruyera no volvería a ser el mismo de antes.
—Debes salvarnos. Tienes que impedir que nuestro enemigo gane.
—¿Y cómo lo haré sin ti a mi lado?—sorbió por la nariz, un nudo apretando en su garganta robándole el habla.
—No pienso dejarte. Siempre estaré a tu lado— empuñó una última vez a Estigia y se la pasó a Lucía—. Es tuya.
Lucía contempló la hoja espejada que, por un instante, se volvió dorada. Vio su reflejo: ojos rojos e hinchados, cabellos adheridos a sus ruborizadas mejillas producto de las lágrimas. Desconsolada, abrumada... devastada.
Si Estigia era suya significaba que...
—No—rechazó su obsequió apartándolo de enfrente—. No, tú no morirás. ¡Tú vas a terminar esto conmigo! ¡No te permito que me abandones!—elevó la mirada al cielo nocturno—. ¡No te atrevas a cortas su hilo, madre! ¡Juro que nunca te lo perdonaré si lo haces!
—No puedes ir en contra del destino.
—¡No! No....—respiró duro y sus ojos se desenfocaron—. Es mi culpa. Todo esto es mi culpa. ¡Yo te hice esto!
Sarah apretó su mano con fiereza y, por alguna razón, aquel simple acto bastó para calmar parcialmente a su amiga.
—Tú...Tú no hiciste nada—le dice—. Si las cosas deben ser así, lo serán—vuelve a acercarle a Estigia, solo que ésta vez la obliga a verla a los ojos. Lágrimas se acumularon en su mirada—. Tómala, por favor.
Con el corazón hecho trizas Lucía aceptó el regalo de Sarah, provocando que ésta sonriera satisfecha. Con el paso de los segundos la sonrisa en su rostro desaparece. Mira a su amiga y Lucía puede ver historias en sus ojos, pensamientos, sentimientos, incertidumbres.
Se acurruca en Lucía, acunándose en su pecho, protegiéndose del peligro inminente en el que estaban metidas.
—Tengo miedo—confesó, tiritante.
Su amiga se aferró a ella con posesión.
—No temas. Ahora es mi turno de protegerte. Lo prometo.
Al tiempo Sarah dejó de temblar entre sus brazos. Los ruidos externos se apagaron y escuchó a su propio corazón llorar.
—Lo prometo—repitió, depositándole un beso en la coronilla.
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