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XIV

Los portales flotaban como pequeños remolinos de nubes brillantes sobre el mapa amarillento. Junto a este, Lucía anotaba en su libreta nuevas rutas con destino a Luisiana.

El mal rato que había pasado con Logan lentamente se mitigaba conforme encontraba soluciones a uno de sus problemas más grande.

—¿Algo de tomar?

Estaba tan concentrada en el mapa que nunca reparó en la presencia de Sarah. Maldijo por lo bajo y al darse cuenta de lo que había sobre la mesa, la paranoia se apoderó de su cuerpo y con rápidos movimientos ocultó todo de la vista de su amiga.

—¡No vi nada! — confesó Sarah, cubriéndose los ojos con una mano y extendiéndole el vaso con la otra.

Lucía se recostó en el sillón y soltó un gran suspiro. Tomó el vaso y le dio un sorbo antes de hablar.

—Perdón. — Se limpió la boca con el dorso de la mano—. No quiero que nadie urge en tus memorias...

—Dudo mucho que Circe pueda hacer eso. — Se desliza por el respaldo del sillón hasta caer sobre el cojín junto a Lucía. Su cabeza cae sobre el regazo de su amiga quien, al ver su sonrisa pícara, la quita de encima con un leve manotazo.

—Más vale prevenir que lamentar. 

—Y, hum, ¿ya encontraste un portal?— dice, acomodándose en su asiento.

—Sí, varios de hecho. Apenas todos estén recuperados emprenderemos marcha.

Sarah guardó silencio y asintió comprensiva. Observó a su amiga y de inmediato percibió que algo no andaba bien. Su semblante entristecido, sus hombros caídos, toda su postura destilaba malestar y abatimiento.

—¿Estás bien?

Su pregunta la descolocó un poco.

—Sí, ¿por qué lo dices?

Sarah ladeó la cabeza, frunció los labios y analizó de arriba abajo a Lucía. No le creía nada, sabía con claridad que algo la estaba perturbando. Quería atosigarla a preguntas hasta conseguir que soltara la verdad. El que estuviera cansada era ideal para hacerlo, no toleraría ni dos preguntas que ya lo soltaría todo con tal de que no la molestara más, sin embargo no pudo hacerlo. La sombra oscura bajo sus ojos parecía haberse expandido estos días. Estaba exhausta y con una agonía sofocante.

Posó su mano sobre la de ella, aferrándose con fuerza.

—Sea lo que sea, sabes que siempre puedes decírmelo.

Lucía le devolvió una sonrisa de agradecimiento. Dejó que su mano libre cubriera la de Sarah y la apretó  con igual firmeza.

—Gracias.

Se sostuvieron la mirada por lo que parecieron horas. Eso fue suficiente para darse ánimos la una a la otra.

—Iré a ver cómo está Matt.

—Ve... Creo que Atticus ya debió haberlo atosigado demasiado, el pobre está indefenso ante sus anécdotas. Necesita un poco de tu cariño.

Sarah esbozó una sonrisa y le dio gusto saber que al menos su amiga no había perdido el sentido del humor.

—Entonces voy corriendo.

Mantuvo la alegría hasta que Sarah se perdió por entre los pasillos del segundo piso. Volvió el rostro hacia la crepitante chimenea, la tenue luz rojiza le bañó el rostro con su calor, como si quisiera ayudarla a mitigar el mal rato que pasó con Logan. Sin embargo, el mapa brillaba sobre la mesa cual lingote de oro. Verlo era un vívido recuerdo de las cortantes palabras de Nico.

Subió ambos pies al sofá y se llevó la uña del dedo gordo a la boca. Meditó en las palabras del guardián y llegó a la conclusión de que estaba muy equivocado. No la conocía lo suficiente como para formar una opinión tan desinteresada de sí misma para con sus compañeros.

La salud de Logan era lo más importante para ella. No era capaz de pensar en otra cosa más que en él. Y sí, era cierto que cuando escuchó que se retrasarían tres días pensó que no lo lograrían. La misión era importante, porque si fallaban Logan no estará libre de su marca, pero el temor a perderle antes de tiempo era mucho más grande.

Así que Nico se equivocaba. Y lo peor de todo era que sus palabras le hicieron dudar del amor que le tenía a Logan. Ella no era un monstruo desalmado, tenía sentimientos y si la conociera sabría de lo que es capaz por proteger a los que más ama.

Tomó el mapa con rencor y se lo quedó viendo con desprecio. Lo golpeó contra la rodilla y se encaminó hacia la habitación, entonces, lo vio. En la penumbra del pasillo que llevaba a la cocina, con un vaso de agua en la mano estaba Nico. La observaba detenidamente, tanto que Lucía sintió un escalofrío recorriéndole la espina.

Abrió la boca como para decir algo pero de inmediato Nico desapareció entre las sombras.

Una fuerza magnética tiró de ella, tan poderosa que no pudo resistirse.

Lo siguió por los pasillos hasta que lo vio entrar en una de las recámaras de la planta baja. La fuerza, como una cuerda atada a sus entrañas, se tensó y la obligó a avanzar; sin embargo, no fue capaz de llegar más allá de unos pocos pasos. Miranda apareció del otro lado del pasillo. Su rostro perlado y los mechones de cabello oscuro adheridos a sus mejillas eran señal de un duro entrenamiento.

Jugueteaba con un dije en sus manos, lanzándolo al aire como si se tratara de una moneda. Dedujo que había estado practicando con el escudo.

Se escondió tras la pared para no ser descubierta y solo entonces percibió cómo el hilo que lo unía con Nico se desvanecía paulatinamente. A su paso quedaba un vacío tan grande que le revolvió el estómago.

«¿Qué está pasándome?»

ººº


La mañana siguiente se presentó más fría que de costumbre. El sol emergió de entre los esqueléticos árboles y la bruma permaneció a ras del suelo, tiñendo el lugar con una fantasmagórica capa blanquecina.

A medio día las nubes grises encapotaron el cielo y el poco calor de los rayos del sol se vio consumido por el crudo frío de un venidero invierno.

En las esquinas de las ventanas la escarcha comenzaba a formarse; diminutas estrellas de hielo que formaban dibujos exóticos como los de un caleidoscopio.

Su aparición eran un recordatorio de las sospechas que tenía Josh. Sabía, muy a su pesar, que no podía hablar de ellas con Atticus y quizás con nadie más. El único que podría entenderlo era Matt pero seguía inconsciente en una cama.

No podía esperar a que despertara. Debía indagar por cuenta propia y así confirmar o refutar sus suposiciones que, según él, eran más que verdaderas.

Luego de la hora del baño Josh ayudó a arropar a los amigos de Gemma y cuando todos desalojaron la habitación, menos la joven rubia, encontró la ocasión más que oportuna.

—Así que... ¿ustedes son muy unidos, no es así? —indagó, meciendo sus manos adelante y atrás en un juego rítmico.

Gemma tomó la mano de Zoe y observó a sus otros dos compañeros. Los buenos recuerdos afloraron a su mente y una sonrisa tiró de sus labios.

—Sí, somos como una familia.

—¿Desde cuándo era que se conocían? —Tomó un pequeño taburete de una esquina y lo acercó a la cama junto a Gemma.

—Nos conocemos desde la Academia. Primero conocí a Nate y luego nos hicimos amigos de Erick y Zoe— miró a la joven de mechas azules y esbozó una sonrisa—. Recuerdo cuando creíamos que Zoe era hija de Atenea. Muy lista pero demasiado impulsiva. Cuando descubrimos la verdad todo tuvo sentido al fin.— Se encogió de hombros—. El tratarla como una más hizo que confiara en nosotros. En especial en Erick, ambos tienen una conexión especial...

Josh asintió brevemente y antes de que Gemma pudiera preguntar algo él se adelantó.

—¿Por qué no estaban en la Academia?

La joven clavó sus escarchados ojos verdes en los de Josh. Ladeó la cabeza y entornó los párpados intentando recordar si esta conversación ya no la habían tenido con anterioridad.

—No somos prisioneros en la Academia, podemos salir cuando se nos plazca. Además tenemos estudios, familia, la Academia es solo un pedazo de nuestras vidas.

Josh se hace para atrás y alza las manos en defensa.

—Tranquila, solo intento charlar contigo, no es mi intención atacarte— traga saliva—. Me interesa conocerlos un poco más...

Gemma frunce los labios y los mueve de un lado a otro decidiendo si debía creerle o no. Al final enarca una ceja, suelta la mano de su amiga y se vuelve hacia Josh para estar más cómoda.

—Volvíamos de la graduación de Zoe.— Deja escapar un suspiro aunque se oye más a una risa—.Le costó terminar pero nunca se rindió. Pasaba más tiempo entrenando que estudiando.

»Me enteré que Poseidón quiso ayudarla en una ocasión— menea la cabeza al rememorar la personalidad orgullosa de su amiga— pero es Zoe; se rehusó a aceptar su ayuda. Y a pesar de todo, ese día lucía radiante.

—¿Ya habían aparecido las marcas para ese entonces?

—En mí y en Erick sí. La de Zoe apareció de regreso a la Academia— apoyó las manos sobre el edredón y se inclinó hacia atrás. Sus ojos iban de un lado a otro de la habitación pensando en aquel día—. Creo que fue eso lo que llamó la atención de los gigantes.

Josh hizo lo posible por ocultar sus emociones y exhibir un rostro impertérrito, aunque no lo suficiente como para no demostrar compasión o empatía. No obstante, por dentro, su cerebro trabajaba como una máquina bien aceitada. ¿Cómo los gigantes llegaron a encontrarlos si ninguno hizo uso de sus poderes? Se supone que los tatuajes funcionan como un GPS pero sólo si la persona usa sus habilidades.

Se sabe que un hijo de los grandes destila un olor especial, ni se hable de un semidiós guerrero, y aún así le resultó difícil tragarse el cuento de que por casualidad un par de gigantes pasaba por allí.

Tal vez era paranoia pero algo no tenía sentido en su historia.

—Intentamos defendernos pero es difícil cuando no puedes hacer uso de tus poderes— suspiró con pesadez al recordad ese momento. La desesperación apareció en su mirada por un breve instante—. Cuando capturaron a Zoe corrimos tras ellos pero se nos dificultó alcanzarlos por la cantidad de ramas y árboles que caían al suelo. Le perdimos el rastro a uno de ellos pero fuimos tras del otro porque creímos que nos llevaría directo a su guarida...

—Y los llevó directo a nosotros—finalizó Josh.

—Ya habían capturado a nuestra amiga, no íbamos a permitir que los dañara a ustedes también...—Le observa de arriba abajo y hace una mueca con los labios—. Aunque creo que ustedes podrían haberse defendido solos.

—Dalo por hecho— suelta una risa—. Pero un poco de ayuda no viene mal de vez en cuando.

Gemma le miró con agradecimiento. Se sostuvieron la mirada por un breve instante, pero el suficiente como para que Josh experimentara un cosquilleo en todo el cuerpo. Aquella sensación lo tomó desprevenido y casi dejó caer la guardia, cuando unos nudillos llamaron a la puerta y Sarah asomó el torso por el umbral.

—Ahí estas. Matt despertó. — Sus ojos chisporroteaban de alegría—. Quiere verte.

Josh sintió la mente algo aletargada. Paseó la mirada de una joven a la otra como si no supiera qué hacer. ¿Debía ir con su amigo o permanecer junto a Gemma para sonsacarle más información?

Los escarchados ojos de Gemma, dulces y compasivos, se clavaron en los de Josh.

—Ve con él. Hablaremos más tarde si quieres...

Su invitación lo tomó por sorpresa, en especial por el tono acaramelado de sus palabras. Asintió con entusiasmo y se permitió ir a ver a su amigo sin remordimiento alguno.

Al salir de la habitación el aire tibio de la atmósfera le devolvió claridad mental. Solo entonces fue capaz de cuestionarse si Gemma albergaba sentimientos por él.

Todavía no se conocían lo suficiente, aunque la atracción física era el puntapié inicial para animarse a conocer a alguien. Si era verdad podría aferrarse a ello y utilizarlo a su favor.

Tendría que comportarse y convertirse en el chico de sus sueños. Si lo lograba la tendría comiendo de su mano.

°°°

Con el correr del día los enfermos fueron mejorando. Poco a poco la fiebre fue menguando hasta desaparecer por completo. Se preocuparon entonces de brindarles una buena dosis de ambrosía a cada uno para que recuperaran sus fuerzas y así poder partir mañana por la mañana.

Josh permaneció junto a Gemma en todo momento para ayudarla en cualquier cosa que ella necesitara. Sus amigos habían despertado y aparentemente la joven rubia se mostraba más que servicial con ellos; todo lo que quisieran ella se los daba, quizás por culpa o remordimiento. Sea cual fuera el asunto, él se mostró interesado en ofrecerle su ayuda. De esa forma podría pasar más tiempo con ella, conocer a sus amigos y, en el mejor de los casos, develar su verdadera identidad como cómplice de Circe.

Por su parte, Sarah y Lucía encontraron atractivo el guardarropa de la habitación principal. El lugar estaba relativamente lleno de ropa. La mayoría de verano, pero en unas gavetas se encontraron con prendas que bien podrían llevarse en el invierno.

Las carcomía la culpa por usurpar ropa ajena, pero la misma era esencial para su supervivencia. Las mudas que habían traído consigo se convirtieron en un solo atuendo diario, por lo que les vendría bien algo de ropa nueva. Ropa que en aquellos momentos los propietarios no necesitarían.

Vaciaron los bolsillos repletos de bolitas de naftalina y acomodaron las prendas en diferentes grupos.

Mientras Sarah se sentía deslumbrada por las hermosas remeras, no podía evitar notar lo indiferente que se mostraba su amiga. Estaba callada, demasiado tal vez. Pero antes de que pudiera decir algo y como si Lucía lo hubiese adivinado, soltó lo que tanto la estaba preocupando:

—Volví a soñar con él.

Sarah baja la prenda que sostenían sus manos y se vuelve hacia Lucía con las cejas arqueadas.

—¿Otra vez?... ¿Qué estaban haciendo?

—Lo mismo de siempre: sentados bajo un árbol observando el océano. —Deposita una gran pila de ropa sobre el suelo alfombrado y entre las dos comienzan a repartirla en los distintos grupos.

—¿Y qué te decía?

—Parecía estar triste, como si algo le afectara demasiado.— Se encoje de hombros—. Tal vez rompió con su novia.

—¿No le preguntaste?

—¡Claro que no!

Sarah golpea ambas manos sobre sus muslos, exasperada.

—Ya soñaste con él varias veces, ¿por qué no puedes dejar el trauma de lado? Así no averiguarás nunca de quién se trata.

—Pues lo siento mucho pero no es nada grato despertar y ser consiente que aquello que creías estar soñando en realidad pertenece al sueño de otro.

—¡Supéralo!

—Ya lo sé— suelta, afligida—. Y en serio quiero pero me asusta tanto. Es como si él supiera todo de mí y yo en cambio no sé nada de él.

—Tienes que usar eso a tu favor. El desconocido confía en ti, se preocupa por ti... Puedes usar eso para acercarte a él y hacerle preguntas íntimas. Dudo mucho que se niegue a responderlas.

—Sí, tal vez tengas razón.— Termina de organizar la ropa y se regresa al vestidor para buscar nuevas prendas.

—Así que...—empieza Sarah, apreciando la ropa que escogerá para sí—. ¿Siguen peleados tú y Logan?

Lucía se vuelve para verla con expresión sorprendida.

—¿Cómo...?

—Soy tu amiga, te conozco desde pequeña, prácticamente soy como una madre para ti.

—Una madre que debió tenerme al momento de su propio nacimiento—ríe y du amiga rueda los ojos.

—El punto es que te conozco.— Le mira y palpa el suelo a su lado para que se siente junto a ella—. ¿Por qué no me cuentas lo que pasó?

No hizo falta que insistiera mucho, Lucía accedió de inmediato y le confesó todo lo ocurrido.

—¿Hablas en serio? ¿Se le llenó la mente de agua o qué?

—Tienes que dejar de juntarte con Atticus. Ya hasta suenas como él.

—Me da igual. Logan no puede ser tan inconsciente.

—Fue lo que intenté explicarle pero no me escuchó.

—Deberías volver a hablar con él. ¡No, Atticus debería hacerlo!

Lucía ladeó la cabeza no muy convencida al principio, sin embargo, Atticus era el mejor amigo de Logan y quizás este lo haría entrar en razón.

—Sí, probablemente tienes razón. Es mejor que se lo diga alguien que no siguió sus mismos pasos...

Sarah frunció el ceño ante aquella confesión. Le llevó un tiempo darse cuenta de a qué se refería Lucía.

—Tú no hiciste lo mismo.— Lucía alzó una ceja y Sarah sintió como sus mejillas ardían en llamas. No podía ser tan ciega—. Yo quise acompañarte y tú me dijiste que no. Eras humana, por Dios Santo, los monstruos te habrían usado como mondadientes y aun así no querías ayuda —suelta un jadeo y ríe—. No pusiste a nadie en peligro, al menos no por algo que hayas hecho. Cada uno se hizo cargo de sus propias decisiones. Tú jamás los pusiste en peligro... solo a ti misma.

Lucía se frotó las manos, pensativa. Las acercó a su rostro y apoyó los labios sobre una de sus muñecas. Sus ojos se concentraron en un punto de las estanterías. Las palabras de Sarah resonaban en su mente y la hacían pensar. Pensar sobre su actitud y la actitud que Logan estaba tomando.

Sarah tenía razón.

—Hablaré con él.

—Así se habla. Ahora pásame ese sweater.


Para la noche sintió como su cuerpo lentamente recobraba fuerza. Mientras Nate se encontraba escaleras abajo con el resto del grupo, Zoe aprovechó para subir a lavarse los dientes. Tenía sueño, tal vez demasiado hasta para ella, pero no se quejaría de nada. Había sobrevivido y eso era lo único que le importaba.

Nunca había tenido que enfrentarse a la muerte, o al menos, jamás se había sentido tan vulnerable frente a un enemigo.

Apenas había cumplido once años cuando la internaron en la Academia Kalonimos. Allí aprendió a ser un guerrero, un espejo de su hermano. En otras palabras, se convirtió en su sustituto.

Si los titanes llegaban a vencer; si Cronos lograba despertar antes de tiempo; si la mayoría de los semidioses guerreros perecía en la batalla, los llamarían a ellos: los sustitutos. Finalmente sería su momento de gloria. Salvaría al mundo de los titanes. Le enseñarían a todos cuán poderosa podía ser, pero nada sucedió. Y cuando la acción volvió, cuando el mundo se vio amenazado una vez más por las garras de un titán, sus sueños de lucha se vinieron abajo al descubrir que alguien más encontró una alternativa. Una mucho mejor y efectiva. Una que prescindía de ella y los demás.

Se suponía que era una guerrera, una luchadora; en eso la habían convertido. Entonces, ¿por qué no la dejaban pelear? ¿Por qué la desechaban como basura? ¿Por qué no podía luchar codo a codo con su hermano?

Y allí lo comprendió: ella no valía nada. No era más que un sustituto. Un remplazo barato.

Había perdido la mayor parte de su vida encerrada en los cuartos de entrenamiento. ¿Y todo para qué? 

Odiaba a su hermano. Por su culpa ella nunca tuvo una vida feliz, nunca pudo poner a prueba lo que le enseñaron... Pero ahora era distinto. El destino quiso que se encontraran y no desaprovecharía esa oportunidad.

Una de las misiones más importantes del mundo estaba llevándose a cabo y ella formaba parte de ésta. Este era su momento de gloria y no permitiría que su supuesto hermano lo echara a perder.

—Si sigues así te atragantarás con la pasta...

La voz de Erick la trae de regreso. Tenía razón. Su boca estaba a rebosar de pasta y al mirarse al espejo parecía un perro rabioso. Inclinó la cabeza y escupió el exceso, enjuagándose la boca para evitar hacer arcadas.

Erick no pudo evitar sonreír. Tomó la toalla de manos y se la extendió para que se limpiara.

Se reclinó contra el lavamanos doble, se cruzó de brazos y miró hacia la puerta.

—¿Me quieres decir qué onda con Gemma y chispa?

—¿Chispa?— interroga alzando una ceja. Limpia sus labios con la toalla y la deja hecha un bollo sobre la mesada. Se hace para atrás y descubre las cuatro puertas del mueble en cuyo interior guardan tesoros ocultos. Sin dudarlo se pone a investigar.

—El Joshua ese— ladea la cabeza y se acomoda en el lugar, no muy convencido de la nueva pareja—. ¿Le está tirando onda a Gemma?

Entre los tantos tesoros Zoe se hace con una crema corporal que extrañmente huele a bloqueador solar. El aroma le recuerda a la playa, su lugar favorito. Junta un poquito en la palma y lo esparce por sus manos y brazos.

—Yo diría que el coqueteo es mutuo— dice, acercando el brazo a su nariz.

—¿Me hablas en serio?— exclama sorprendido—. No lo puedo creer.

—Y que lo digas.

—Sí... Zoe de León tiene un corazón.

—¡Oye!— golpea su pierna con un frasco de espuma para afeitar—. ¿Qué tiene que ver eso con esto?

—Porque te diste cuenta de algo que yo no... ¡Y algo amoroso! Discúlpame si me sorprende.

—No seas así, yo sí tengo sentimientos. ¿O a caso no te comparto de mi postre siempre?

—Cierto— asiente—. Compartir azúcar es un enorme sacrificio para ti. Debes quererme mucho entonces.

Zoe gira los ojos ligeramente fastidiada. Devuelve todo al interior del cajón no sin antes rosearse un poco de colonia para después del baño con aroma a (supuestamente) mar. ¡Y vaya que sí olía rico!

—¿Ya te vas a dormir?— interroga Erick al ver a su amiga alejándose por la puerta.

—¿Qué más podría hacer?

—¿Socializar?

Los hombros de la joven caen hacia abajo al igual que su ánimo.

—Tengo sueño.

—Sería lindo que pudieras poner en práctica esos sentimientos con estas personas. Nos ayudaron a salvarte, ¿recuerdas?

—Primero que nada yo los salvé a ustedes si mal no recuerdo.

—¿Y dos?

Zoe entorna los ojos.

—No me caen bien.— Se vuelve y al atravesar el umbral se detiene en seco al oír la voz de Erick.

—Y ya empezó otra vez— dijo con algo de fastidio y pésame. Le molestaba que tuviera ese tipo de actitudes con personas que, según ella, "no le caían bien". Lo que se traducía como "esta gente me aburre, mejor sácame de aquí".

Salió del baño y a propósito la pechó en el hombro para hacerla reaccionar. Bastaron un par de pasos para que su menudo cuerpo se llenara de malhumor.

—¿Otra vez qué? Estamos hablando de él, Erick. Sabes como me hace sentir.

—¿Y por eso metes a todos en la misma bolsa?— Se vuelve y sus oscuros ojos la miran con reproche—. ¿Te crees que no vi como te miraba? Hiciste algo, yo lo sé. Le dijiste vaya uno a saber qué y ahora él está pendiente de ti todo el tiempo.

Zoe se cruza de brazos y apoya todo el peso de su cuerpo en una pierna, ladeando la cadera.

—No dije otra cosa más que la verdad— le dedica una mirada de arriba abajo—. Que es mucho más de lo que puedo decir de ti.

—¿Disculpa?

—¿Cuándo les dirás que tú también perteneces a los seis?

Erick suelta un resoplido. Observa un instante la negrura que se esconde tras la ventana y luego posa la vista de regreso en Zoe.

—No lo encontré relevante.

—Ah, claro, disculpa. No es relevante dar esa información cuando tienes tres millones de hermanos en el mundo. Solo eres uno más del montón.

—No es mi culpa que toda tu parentela esté en el geriátrico—brama—. Y si me escondo en el montón es porque eso es lo que soy: uno más.

—Porque no te esfuerzas por ser alguien.

—¡No soy nada!— chilla con dolor en la voz—. Tu te esforzaste por ser alguien igual o mejor que tu hermano. Y, diablos, Zoe lo eres. Eres asombrosa.— Apoya ambas manos en su pecho—. ¿Pero yo? Yo no soy nada. Soy un fiasco. Mis poderes son un fiasco y no te atrevas a decir lo contrario— dice antes de que ella pudiera objetar—. Tú eras la mejor de todos nosotros. ¿Y sabes por qué? Porque tus habilidades son excepcionales de naturaleza. Tal vez no puedes hacer ni la mitad de lo que Logan, pero vaya que haces cosas asombrosas.

Mirarlo la lastimaba por dentro. Sabía que no le gustaba que sintieran pena por él, porque en parte también quería lo mismo. Sin embargo, odiaba cuando Erick se comparaba con ella. Odiaba cuando menospreciaba sus propios poderes y los hacía ver como si no fueran nada.

Había demasiado dolor en su mirada, tanto que Zoe sintió como si alguien la golpeara duro en el estómago.

El podía hacer tantas cosas maravillosas con sus manos que dejarían a cualquier boquiabierto. La forma en que construía artefactos de la nada, la facilidad con la que puede emplear sus poderes sin verse atado por estos.

Ojalá ella pudiera generar agua sin tener la necesidad de estar obligada a permanecer cerca de una fuente. En cambio él, él no solo podía controlar el fuego, sino que también generarlo. Y eso era algo que no tenía precio.

—Piensa en algún hijo de Poseidón; uno grande que haya hecho historia. Teseo, Logan Wesley y ahora también estarás tú...—Su sonría se desvanece casi de inmediato y su postura se torna igual de abatida que su voz—. Ahora piénsalo con un hijo de Hefesto. ¡Ah, sí! Jennifer Grey. O uno con habilidades increíbles: Jennifer Grey.— La mirada se le llena de aflicción—. Erick Holland es solo uno más de los tres millones.

Zoe arrastra los pies hasta llegar a su lado. Erick agacha la cabeza para esconder su pena.
Sin dudarlo Zoe recorre el contorno de su mejilla con un dedo hasta donde su barbilla, hace un poco de presión y los aguados ojos del joven se hacen visibles.

Con delicadeza aparta los rizos que caen sobre su rostro y los mantiene lejos con ayuda de sus manos. Encuentra su mirada y le sonríe con cariño.

—Para mí eres más que eso— susurra contra su rostro—. Puedes hacer cosas que yo no. Y quizás no poseas las mismas habilidades que tu hermana, pero cada uno de nosotros es especial a su manera. Ella es lo que es porque si fuera alguien común habría estado muerta apenas puso un pie en la arena. ¿Pero nosotros? Nosotros somos únicos. Somos fuertes, poderoso y lo mejor es que somos lo que somos por cuenta propia y no porque papi nos hizo así.

Abre los brazos y se entierra contra el pecho de Erick. Casi de inmediato percibe la calidez de los brazos del joven rodeando su cuerpo hasta descansar en la parte baja de su espalda. La fuerza con la que la abrazaba era semejante a la de los latidos de su corazón.

Se aferra a él con la esperanza de mitigar su dolor.

—Tú eres especial para mí— susurra sobre su pecho. Erick refuerza su agarre y la atrae más hacia sí.

—Y tú también lo eres para mí, ippókampos.

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