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XI



Apenas los débiles rayos de sol penetraron por las humedecidas hojas de los pinos, levantaron las tiendas y comieron barras proteicas para mantener la energía. Las mismas, a pesar de ser pequeñas, eran bastante gordas; cargadas con un sinfín de cereales y maníes, y otros ingredientes que en su vida habían escuchado nombrar pero que no sabían nada mal.

El néctar que aplicaba como miel los dotaba con la energía suficiente para pelear y seguir andando por varios kilómetros. En definitiva, el desayuno que cualquier nutricionista aprobaría.

Emprendieron viaje sin rumbo aparente. Lucía encabezaba la marcha y cada tanto paraba para corroborar su posición en el mapa. Su destino era Georgia y dados sus cálculos deberían estar allí en unos cinco días a más tardar.

Aburrida como estaba deseaba poder hablar con Sarah sobre los eventos de la otra noche, sin embargo no quería interrumpir su momento con Matt.

Buscó a Logan entre la muchedumbre y lo encontró platicando con Atticus, junto a ellos se encontraba Josh, quien poco a poco se iba acercando para unirse a la conversación. Podía ver la tensión que se generaba entre los viejos amigos. Esperaba que eso pronto terminara y volvieran a hacer las paces, como ella lo hizo con Josh.

Cuando menos lo pensó unas manos aparecieron desde atrás, agarrándola por el cuello y un peso muerto que pretendía subírsele encima.

—¡Sarah!— chilló al oír la inconfundible risa de su amiga—. ¡Bájate!

—Ay, ya— dijo la joven entre carcajadas—. Estoy cansada y Matt no quiere cargarme. Pensé que como eras mi amiga harías el sacrificio por mí.

—Sí, claro. Espera sentada que ya voy.

Las risas se disiparon tan rápido como llegaron. Sarah observó a su amiga con detenimiento y sin que ésta lo admitiera supo que algo malo sucedía.

Aunque no pudiera leerle la mente, su rostro lo decía todo.

—Volvió, ¿no es cierto?—murmuró.

Lucía agachó la cabeza y asintió en silencio. Sarah volvió la vista hacia el camino y resopló con cierto fastidio.

—¿Cuánto hace qué...?

—Dos años— responde a la frase de su amiga.

—¿Y ahora regresa?—chasquea con la lengua—. Debiste haberle preguntando a Moros.

—Hace tiempo que no sueño con él, perdóname por haberme equivocado.

—No te estoy culpando, te estoy diciendo que hubieras aprovechado el momento en que estuvimos en el templo. Él dejó ese mensaje para ti, ¿o no?

—Eso es lo que yo creo pero ya viste que no me insinuó nada.

—Yo creo que como vio que ya no soñabas con ese chico, volvió a obligarte.

—¿Y qué se supone que quiere decirme? ¿Matarme del susto? Ni siquiera sé si ese chico existe de verdad.

—Puede que no sea de verdad pero, ¿qué es lo que intenta decirte? Aquí hay algo que no estamos entendiendo.

Lucía agacha la cabeza y se masajea la frente con frustración. Demasiadas eran las cosas que bombardeaban su mente como para enfocarse en una sola de ellas.

—Tenemos muchos problemas que resolver—admite con agobio—. No puedo concentrarme en él ahora. Tengo que mantenerme enfocada en la misión... y tú igual. ¿Qué tal los nuevos esta mañana?

Con sutileza Sarah se vuelve hacia atrás por un instante. Al final del tumulto de gente divisó las mechas turquesa de su objetivo.

—No hizo nada raro. Es un tanto reservada a diferencia de sus compañeros.

—Tal vez porque nos odia.

Sarah peina sus cabellos con los dedos para aplacar cualquier pelo fuera de lugar. Se acomoda la gorra de lana y deja caer sus bellos rizos por encima de su hombro.

—Es increíble que estuvieran entrenando a semidioses como sustitutos.

—Me sorprende que Poseidón haya sido el que lo propuso. ¿Qué no confiaba en su hijo lo suficiente? —Suspira con cierto fastidio—. Pero si Logan tiene razón, Zoe está corrompida por el odio. Aquí no se trata de ser el primero en vencer al objetivo, aquí está en juego la vida de todos. Un error nos puede condenar. Y no voy a dejar que una niña con complejo de héroe lo arruine todo.



El estar hasta el fondo le permitía dos cosas: en primer lugar podía estar lejos de su queridísimo hermano. Y en segundo, tenía una panorámica perfecta. Era capaz de ver los movimientos de cada uno de ellos. Aunque entre tanto palabrerío no podía entender ni pío sobre lo que Logan hablaba.

Un ligero codazo en el brazo le hizo perder la concentración. Había estado a un tris de leer los labios de su medio-hermano. Ahora se quedaba con las ganas de saber de qué dijo.

—¿Qué te pasa Erick? —gruñó, devolviéndole el codazo con más fuerza, solo que éste logró esquivarlo a tiempo, recibiendo apenas un ligero apretón.

—Estas muy seria. ¿En qué pensabas?

—Eso no te incumbe.

—Me incumbe porque nunca me guardas secretos—sonríe con amplitud—. Y estoy empezando a sospechar que ahora sí me los ocultas.

Zoe se detuvo de pronto y miró directo al café de los ojos de su amigo.

—Erick, te quiero, sabes que sí. Pero lo que pase de ahora en más no es asunto tuyo, ¿de acuerdo?

Hizo amago de querer avanzar pero Erick no se lo permitió. La cazó por el brazo y sin que nadie se diera cuenta, se escabulleron detrás de un árbol.

El enfado que lo consumía provocó que lanzara a Zoe directo a la dura corteza. Solo un quejido escapó de la boca de la chica, y ni siquiera eso alcanzó para que él sintiera algo de empatía.

—No lo hagas.

—Esto no es de tu incumbencia Erick.

Intentó avanzar pero Erick la arrinconó al poner la mano sobre su pecho.

El ceño fruncido de Zoe lo decía todo. Exhaló por la nariz con fuerza, irritada porque su mejor amigo no comprendiera lo grave de la situación.

—No, tú eres la que no tiene que interferir—intentó cruzar miradas con ella, sin embargo, igual que un niño caprichoso, Zoe clavó la vista en el suelo.

Percibía el roce de la pierna de su amiga moviéndose con impaciencia, ansiosa por terminar la conversación de una buena vez. Su actitud le recordaba a la de un adolescente rebelde, y no era para menos, recién había cumplido los diecinueve.

—Esto no es una competencia, es una guerra. Si entiendes la diferencia, ¿no?

—Lo entiendo perfectamente. —Se voltea a mirarlo. Su mirada se endurece, el chocolate de sus ojos se funde con su pupila hasta forma dos enormes pozos oscuros como la noche. Antes Erick habría sentido miedo, ahora ya no más—. El que no entiende eres tú. ¿Acaso no comprendes por todo lo que tuve que pasar? ¡No tuve vida!

—¡Mentira! —Responde con igual intensidad—. Cuando te conocí en la Academia de Guardianes lo primero que vi fue una chica resentida, que todo lo pasaba por el tamiz del odio. Yo te enseñé a vivir la vida. A ser la persona dulce y amable que todos conocemos; pero esto que estás haciendo ahora no está bien. Entiendo que quieras demostrarle a tu hermano...

Medio hermano—corrige. El veneno se escurre en sus palabras.

—Lo que sea—bufa—. Cuando se dio la batalla contra Cronos en ningún lado salió que Logan Wesley fue el gran vencedor. —Hizo ademanes de victoria para enfatizar su punto—. Se habló siempre de los guerreros. Y aquí sucederá lo mismo. No habrá una Zoe De León porque esto es un equipo... así que no quieras arruinarlo.

Zoe se cruzó brazos y entrecerró los ojos. No hacía falta ocultar su malestar con él.

Le debía mucho a Erick, sí, pero no estaba para nada de acuerdo.

Apenas pudo luchar en la batalla contra Cronos. Esta era su primera misión y le demostraría a todos que era más fuerte y poderosa que su medio hermano.

Abrió la boca para soltarle su opinión acerca de su comentario, cuando de pronto sintió que se caía. Todo su cuerpo se volvió rígido, un dolor agudo en los brazos. Por un instante creyó que iba desmayarse, pero al impactar contra el suelo siguió arrastrándose hasta darse de lleno contra una roca.

Oyó un graznido y al abrir los ojos vio el batir de las alas de una arpía.

Rodó sobre sí misma y la criatura estampó sus garras contra la roca. Pequeños trozos de piedra salieron desperdigados por el aire.

Zoe continuó girando hasta que sus hombros perdieron contacto con el suelo. Se detuvo en seco y al mirar hacia abajo descubrió una aterradora caída de al menos unos treinta metros.

Escuchó el sonido chirriante de las garras de la criatura liberándose de la roca. Sus ojos, como llamas infernales, la vieron cual diamante en bruto. Enseñó sus dientes y soltó un graznido, al tiempo que se abalanzó encima de ella.

Zoe se cubrió el rostro con los brazos. Percibió el frío de las garras rozándole la piel.

Hubo un estruendo, un estallido y una descarga electrizante que le erizó los bellos. Abrió los ojos y vio con asombro el cuerpo chamuscado de la arpía.

—¡Zoe! —Erick corrió en su ayuda, caballeroso. Detrás de él, Gemma y Nate se acercaron para comprobar el estado de su amiga—. ¿Estás bien? ¿Te hizo daño?

—Estoy bien. Estoy bien—repitió un tanto atontada. Todo había sucedido demasiado rápido como para que su cerebro procesara la información.

—Será mejor irnos—sugirió Lucía pero apenas terminó la oración el bosque se vio sorprendido por los estridentes graznidos de un grupo de arpías.

Volaban a toda velocidad por el cielo y sus ojos estaban puestos en sus víctimas.

—¡Rápido! ¡Al bosque!

Corrieron por entre los árboles como alma que lleva el diablo. El graznido de las arpías las ponía en evidencia, así como el aletear de sus alas; factores que usaron a su favor para darse cuenta de que les pisaban los talones.

Se detuvieron cuando dejaron de escuchar ruido. Formaron un círculo y sacaron a relucir sus armas.

El silencio inundó el bosque, solo el latir de sus corazones podía ser escuchado.

Una risa retumbó entre los árboles. Alzaron la vista hacia las frondosas copas. Nada.

Más risas y crujir de ramas.

Ya no sabían a dónde mirar. El eco los confundía; el continuo crujir de las ramas no les permitía dar con el paradero de aquellas mujeres emplumadas.

Varias hojas cayeron frente a los ojos de Atticus. Alzó la vista y allí, al acecho como un guepardo, estaba una de las arpías enseñando sus afiladas garras.

En una fracción de segundo desenfundó un cuchillo y lo lanzó en su dirección. La hoja cortó el aire y se incrustó bajo el pecho de la bestia. La arpía soltó un alarido y sus hermanas salieron a la emboscada.

Miranda corrió hasta verse atrapada por un árbol. Se volvió para ver el cuerpo majestuoso de aquella criatura. Una sensación de déjà vu la embargó.

Ya estaban ahí. No tenía por qué prohibirse de usar sus poderes, en especial si aquella situación se le hacía tan familiar.

El sabor cobrizo de la sangre le empalagó la boca. Una puntada en su ojo izquierdo se hizo presente, pero no iba a dejar que eso la amedrentara.

Jugó a cambiar la espada de mano hasta que se decantó por ambas.

—Atrévete.

La arpía enseñó sus dientes con un graznido y arremetió contra ella.

El recuerdo de la batalla se hizo presente en su mente. No se dejó paralizar por el pánico. Tal y como hizo la última vez aguardó por el momento precisos y cuando sus infectadas garradas de parásitos estuvieron a punto de tocar su cuerpo, soltó la espada y se desmaterializó.

Ahora a su espalda, el cuerpo sin vida de la arpía desaparecía en una nube de cenizas. Volvió por su espada y desapareció en el aire.

Nico luchaba por quitarse a una de aquellas bestias de encima, cuando de pronto su rostro quedó manchado por una explosión de sangre.

Volvió la vista hacia su oponente, quien miraba con desconcierto la herida en su pecho. En un instante su cuerpo emplumado se hizo cenizas.

Miranda volvió a materializarse. La puntada de su espada estaba manchada con sangre.

Nico la miró con desconcierto. Había empleado sus poderes para hacerse invisible.

—¿Qué rayos te pasa?

—Ya están aquí—abre los brazos, enseñándole la escena—. Cuanto más rápido acabemos con ellas más rápido nos iremos de aquí.

Nico la cazó por la muñeca. Quedaron tan cerca el uno del otro que sus respiraciones terminaron por mezclarse.

—No abuses.

—No lo haré.

Se soltó de su agarre. Sus miradas siguieron conectadas un tiempo más, ninguno pensaba ceder ante la intrepidez testaruda del otro, pero debieron hacerlo dadas las circunstancias.

Guiados por el consejo de Miranda, aquellos que estaban marcados hicieron uso de sus poderes para acabar con el enemigo más rápido.

En menos de cinco minutos estaban libres de toda plaga. Sin embargo, el respiro les duró menos de lo que pensaban. Una horda de arpías se acercaba a toda velocidad. Había tantas de ellas que apenas podían contarlas.

Varios susurros soltando maldiciones llegaron a oídos de todos.

Matt se volvió a ver al resto y pudo ver las muecas de dolor en el rostro de los marcados.

—Cuanto más usen sus poderes más vendrán por nosotros—observó a Gemma—. Tú misma lo dijiste: el tatuaje es un GPS.

—Solo intentábamos ayudar—bramó Miranda. El dolor en su hombro era insoportable.

—No ayudarás en nada si te capturan. —Le reprochó Nico.

—Él tiene razón.

Lucía guardó su espada y se abrió paso entre los presentes.

Su pecho subía y bajaba cual montaña rusa. Un corte en su mejilla no dejaba de sangrar, afortunadamente había sido producto de su propia espada y no de las garras de aquellas bestias.

—Váyanse. Nosotros las detendremos.

—Eso es suicidio. —Logan se acercó a ella con ojos de espanto.

—Si los atrapan... eso sí sería suicidio.

Se sostienen la mirada por un breve instante. Varias cosas transitan de uno a otro sin necesidad de emitir una sola palabra. Al final, Logan acepta huir a regañadientes.

—Ustedes vayan también—sugiere Lucía al ver a Matt y Nate.

Asienten sin rechistar y se marchan con los otros.

Quienes permanecen allí se miran entre sí como si fueron los tipos más locos del mundo. Cinco semidioses contra una horda de arpías.

Definitivamente estaban mal de la cabeza.

Por suerte no eran semidioses normales.





Un reducido y casi invisible sendero serpentea entre ellos. Las ramas rozan sus cuerpos, dobladas como están.

A lo lejos podían oír los gritos de batalla, acompañado por el estruendo del rayo de Josh. No obstante, sus esfuerzos por detener a una horda completa de arpías no eran suficientes. Algunas de ellas lograban evadir la barrera y sobrevolaban por encima de sus cabezas.

Hubo un crujido y una arpía apareció de entre los arbustos. Nate blandió su látigo y le propinó un corte profundo en el pecho, lo que la convirtió en cenizas.

Continuaron corriendo, sorteando por los pelos los ataques. De pronto, la ausente tierra deja ver piedra, y más allá un precipicio.

Dos arpías intentaron arremeter contra ellos, pero Nate atrapó a una de ellas y con ésta golpeó a la segunda hasta tumbarlas contra el tronco de un pino, el cual se agitó con violencia por el impacto. Varias astillas salieron despedidas.

Atontadas, no supieron qué les cortó la cabeza.

Todavía no estaban lo suficientemente lejos como para quedar fuera del radar. A la distancia que estaban y a campo abierto, eran presa fácil para aquellas bestias aladas.

—Podríamos bajar por la ladera—sugirió Matt.

—¡Olvídenlo! —chilló Miranda—. Llamaré a Shadow.

—¿Estás demente? —contraatacó Matt—. ¿Quieres estar en el aire con esas... cosas?

—Él podrá protegernos mientras escapamos.

Se llevó dos dedos a la boca, cogió aire y al soltarlo se escuchó como el aullido de un lobo. Frunció el entrecejo, confundida, hasta que tomó conciencia de sus actos: nunca había silbado.

Se volvió hacia el bosque y un grupo de cinco lobos negros, grandes como un hombre pequeño, apareció de entre los arbustos para arrinconarlos.

—¿Alguien llamó a los refuerzos? —bromeó Nate, aunque había seriedad en sus palabras.

—¿De dónde salieron estas cosas? —espetó Zoe.

—Tengan cuidado.

A pesar de las advertencias de Matt, Logan hizo a un lado el miedo que empañaba sus sentidos y pudo notar algo extraño en aquellos animales. Gruñían y lucían como bestias rabiosas, pero sus ojos; sus ojos no denotaban maldad alguna. Parecían... humanos.

Se atrevió a decir que no correrían peligro cuando uno de ellos saltó encima de Miranda y ambos cayeron por el precipicio. 

—¡Miranda! —soltó Logan, corriendo hasta el borde de la montaña.

Dentro de un agujero no muy profundo hecho de rocas, el lobo que atacó a la joven salió rengueando a duras penas. Huyó hasta perderse entre las salientes. Por otra parte, Miranda seguía hecha un ovillo, inconsciente, en el piso.

—Hay que ayudarla—dijo Matt al ver a las arpías rondando cerca como buitres.

Gemma dio un paso al frente y uno de los lobos hizo amago de querer brincar encima de ella.

Un solo movimiento y aquellos animales se lanzarían al ataque.

Sacaron sus espadas; Nate hizo sonar su látigo en la roca, incitando a los lobos a que atacaran.

Estaban listo para luchar, pero Logan no dejaba de notar el comportamiento tan extraño de aquellos animales. Estaban a la defensiva, sus orejas apuntando hacia el lomo, y a pesar del gruñido rabioso no parecían tener malas intenciones.

Aquel lobo pudo haber arrastrado a Miranda fuera del pozo, lastimarla, o aguardar a que una arpía apareciese, y sin embargo se marchó sin más, dejando a la joven inconsciente.

¿Qué pretendían aquellos animales?

Sus ojos parecían los de un ser humano, obligados a hacer algo que no deseaban en realidad.

Y entonces lo supo. Supo quiénes eran y por qué estaban allí.

—¡Cuidado! —oyó decir a alguien.

—¡Di...!

Los lobos echaron a correr hacia ellos, espuma escurría de sus bocas. Uno de ellos saltó sobre sus patas traseras y le enseñó los dientes a Erick.

Gemma soltó un chillido. Por instinto extendió la mano en dirección al animal y una estaca de hielo salió disparada. La misma rozó el vientre del lobo, espantándolo, y continuó camino hasta incrustarse en el tronco de un árbol.

El mismo tenía un gran daño en su corteza por la crueldad con la cual fueron azotadas las arpías. Ahora, con la estaca clavada en la madera, ésta comenzó a congelarse. El hielo consumió gran parte del pino. Débil como estaba y gracias a los reiterados sacudones de lo que parecía ser una violenta batalla, la madera estalló.

Hubo una sacudida y los lobos detuvieron la marcha. Hojas de pino inundaron el suelo. Otro estallido más, una grieta más grande en la corteza.

Los animales salieron despavoridos de regreso al bosque. Los semidioses no contaron con tanta suerte.

Al derrumbarse el árbol, éste arrastró consigo parte de la tierra que lo sostenía. El suelo bajo sus pies dejó de ser firme y cayeron al vacío.

Gemma saltó sobre la rama baja de un árbol y sus manos se apretaron alrededor de ésta como tenazas. El resto cayó por la ladera hasta estamparse contra las rocas y caer dentro del mismo pozo que Miranda.

Alzaron la vista y vieron una mata color verde que se dirigía en su dirección. Buscaron protección bajo alguna saliente rocosa, otros no llegaron a tiempo.

Oyeron un gran estruendo; rocas que se desprendían y rodaban por la ladera. Ramas de pino que se quebraban; tierra que continuaba su camino hasta perderse de nuevo en el bosque.

Cuando todo dejó de moverse, Matt soltó el aliento. Empezó a girar la cabeza buscando al resto del grupo. Apenas podía ver más allá de unos cuantos metros. El pino había caído encima de ellos y ahora sus ramas lo cubrían todo.

Matt salió de debajo de su escondite, el que por poco no terminó derrumbándose con el estruendo. Nate apareció justo detrás de él y cayó al suelo espinoso por culpa de una rama.

Al otro lado del derrumbe Erick hacía todo lo posible para hacer a un lado las ramas, cuando de pronto se detuvo en seco. Vio la punta astillada de una rama, afilada como una cuchilla, que pasaba justo por la base del cuello arqueado de Logan, y las ramas inferiores se extendían sobre el pequeño cuerpo de Zoe.

Se cuestionó el hecho de que si Zoe no hubiese caído de aquella manera; si no hubiese agachado la cabeza; si Logan no hubiera estado ahí para ayudarla...

Logan se frotó el rostro y sobre el lado izquierdo de la frente sintió un dolor agudo. No había sangre pero quizá sí un moretón. Intentó moverse pero le fue imposible. El cuerpo de Zoe aplastaba sus piernas. Su cabeza descansaba sobre su regazo; todo su cuerpo estaba hecho un ovillo.

Al ver que no se movía se preocupó.

—¿Zoe?... Zoe.

Escuchó un quejido de su parte y suspiró de alivio.

Intentó moverse y reculó hacia adelante al sentir el pinchazo de algo en su nuca.

—¡Cuidado! —soltó Erick—. Tienes un arma letal ahí detrás.

—¡Chicos! —La voz de Gemma se oía lejana y desesperada—. ¡¿Están bien?!

Matt se abrió paso por entre las ramas que parecían enredarse entre sus piernas. Las hojas de pino se adherían a su ropa maltrecha, y en las áreas donde la piel quedaba expuesta recibía un montón de rasguños.

Casi que arrastrándose logró encontrar un pequeño agujero entre las ramas. Sacó un brazo y lo agitó en lo alto.

—¡Estamos bien! —gritó, no muy seguro de que todos lo estuvieran—. ¡Ve por el resto!

Por entre las ramas vio la melena rubia de Gemma asintiendo y luego desapareció de su panorámica.

Se dejó arrastrar de regreso al interior. Podía oír el ruido de su propia respiración entrecortada.

—¡¿Están todos bien?!

—¡Aquí estoy! —se escuchó la voz de Logan—. Zoe está conmigo.

—¿Erick? —gritó Nate.

—¡Estoy bien! —Volvió la mirada hacia un costado donde yacían Logan y Zoe—. ¿Ustedes lo están?

—Se podría decir que sí—bromeó Logan. Tenía cuello entumecido al igual que las piernas—. ¿Alguien puede ver a Miranda?

Nate escarbó entre las ramas, apretando la mandíbula para no emitir sonido alguno. Tanto las ramas como las hojas parecían navajas; puntas de lanza que desgarraban su ropa y causaban heridas sangrantes.

Con un poco de esfuerzo logró ver que la joven seguía desmayada pero ilesa.

—¡Está bien! —dijo y se desplomó exhausto en el piso.

El olor a árbol de hoja perenne resultaba opresivo en el interior del pozo. Incluso podían oler la savia que rezumaba de las ramas rotas.

Zoe abrió los ojos y se vio atacada por un mar de agujas verdes. Alargó la mano para romper con la punta de una rama que le apuntaba al cuello, pero por más fuerza que hiciera ésta no se rompió. Asombrados, Logan y Erick intentaron hacer lo mismo y se dieron cuenta de que la madera era igual de dura que el acero.

—Estamos atrapados. Al menos hasta que vengan a sacarnos de aquí.

Ja—resopló la joven—. En tus sueños. —Intentó girar sobre su espalda pero no consiguió ver el rostro de su hermano, las ramas no se lo permitían—. Tenemos que salir por nuestra cuenta.

—Ya viste que las ramas no pueden romperse. ¿Qué pretendes hacer?

—¡Lo que sea! No me quedaré de brazos cruzados—cerró los ojos y exhaló por la nariz con fuerza—. Dios, qué olor tan feo... ¡Y ya deja de tocarme!

—Yo no te estoy tocando. —Se defendió—. Apenas puedo moverme.

Quiso demostrárselo pero se sorprendió al ver que no podía mover las manos. 

Pequeñas ramas, como raíces, envolvieron sus muñecas y con lentitud se abrían paso a lo largo de sus brazos.

Las extremidades comenzaron a entumecérseles, como a Zoe. Se sintió agitado, mareado. Su cuerpo comenzó a temblar como si tuviera frío.

—¿Qué...?—No fue capaz de terminar la oración. Sentió la cabeza demasiado embotada; sus labios ligeramente entumecidos.

Al otro lado Nate intentó llamar la atención de Matt pero no pudo lograr que éste abriera los ojos. Su cuerpo se sacudía en pequeños temblores y sudaba como los mil demonios.

Quiso preguntar si estaba bien, si necesitaba ayuda, pero ni él mismo estaba en condiciones de prestarlas. Comenzaba a sentir espasmos; le costaba pensar con claridad.

Volvió la mirada al frente donde Miranda yacía inconsciente. Del sobresalto se cortó la mejilla con el extremo astillado de una rama.

Como si se tratase de enredaderas, diminutas raíces se enroscaban alrededor de Miranda hasta cubrir su cuerpo; rasgando la tela de su abrigo, penetrando en busca de su piel hasta prenderse como sanguijuelas.

Y lo sabía muy bien porque él mismo estaba padeciéndolo.

Se arrancó una raíz, el esfuerzo que debió hacer fue sorprendente. La vista se le nubló por un instante, aunque intuía que su conciencia no estaría activa por mucho tiempo.

Descubrió que al arrancar las raíces éstas dejaban agujeritos ensangrentados en su piel.

Perdió la sensibilidad de ambas manos. Una rama cayó de improviso y percibió como ésta se prendía a su brazo.

¿Acaso aquel árbol quería succionarles la sangre? ¿Este era el ritual del que tanto había oído hablar?

Fuera lo que fuera no pudo hacer nada para evitarlo. El olor a savia le produjo una sensación de ahogamiento y perdió el conocimiento.

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