VII
Unas enormes puertas llenas de ornamentos y colores exóticos marcaban el fin de un inmenso pasillo beige.
Moros hizo un ademan con las manos y las puertas se abrieron al ritmo de sus movimientos. Al otro lado se escondía lo que podría ser el tesoro más preciado de todos los tiempos. Millones de partículas doradas traspasaban los ventanales hasta converger en un colosal torbellino.
Moros observó a la joven un instante, satisfecho consigo mismo por haber logrado la reacción deseada.
—Aquí es donde ocurre la magia— extiende los brazos para denotar la majestuosidad de su poder.
—¿Cómo...?
—¿Funciona? —terminó por ella—. Ven conmigo.
Avanzaron hasta donde el torbellino de arena. Lucía se detuvo en seco, temerosa. Moros rió ante su mundana reacción y le animó a seguirlo, aunque percibía como ella no confiaba de todo en él.
Creyó que sentiría dolor. Cuando el viento soplaba en la playa la arena se sentía como diminutas agujas pinchando su piel, pero esto, esto no dolía en lo absoluto. Se sentía como una suave brisa que, de un extraño modo, atravesaba su piel, dejando a su paso una sensación refrescante.
Partículas doradas los mantenían atrapados en lo que parecía ser el ojo de la "tormenta". Moros se tomó un momento para observar a su invitada, movió sus manos de forma grácil y pequeños hilos dorados descendieron desde lo alto hasta transformar un magnífico telar.
Moros movía los hilos a su antojo, creando nuevos y desapareciendo algunos.
Al acercarse se asombró por lo que vio. Cada hebra mostraba una situación distinta de un mismo hecho. Millones de sucesos, millones de causas... millones de consecuencias. Más que un telar parecía una telaraña. Todo se conectaba con todo, pero la más mínima perturbación acababa con un hilo y daba lugar a otros cientos más.
—¿Sorprendida?
—¿Cómo puedes llegar a entender algo de lo que está aquí?
El dios suelta una risilla.
—Un pedazo de mí está en todos ustedes. Solo tengo que concentrarme un poco— con su dedo engancha una hebra al azar, tira de ella y lo que alguna vez fue un enredo de estambre, ahora eran delicados hilos dorados, ordenados armoniosamente—, y ya está.
—Creí que solo las Moiras podían tejer el destino.
—Efectivamente. Ellas concretan el destino de cada persona y semidiós que pisa el planeta. Pero mucho antes de que lo hagan, yo ya sé cómo terminará todo— le observa con suficiencia—. Yo lo sé todo.
Lucía entorna los ojos.
—Así que interpretan tu voluntad— concluye.
Moros se muestra impresionado.
—Sabía que no me equivocaba contigo.
—¿Por qué estamos aquí? — pregunta sin rodeos.
—Es cierto que no puedo controlar nada que tenga que ver contigo— desliza sus dedos por las aguas de hebras doradas, distorsionando las imágenes hasta convertirlas en sucesos bastante conocidos para ella—. Cada día, a cada minuto estás tomando decisiones que condicionan tu futuro. Yo puedo ver cada uno de esos caminos.
Ante sus ojos de una sola hebra vio emerger millones de hilos dorados que, cual ramas de un árbol, se dirigían en todas direcciones. Y cada rama tenía su propia rama, y ésta otra más.
Una maraña de posibilidades se desplegaba ante sus ojos. Otra vez millones de caminos, millones de consecuencias.
—Me divierto adivinando cuál elegirás al final. Sin embargo— agrega antes de que ella pudiese decir algo—, no es del todo cierto que no puedo controlarte.
Un par de segundos fueron suficientes para que ella entendiera a qué se estaba refiriendo.
—Mis amigos.
Moros sonríe satisfecho.
—Si quiero que te inclines más hacia un lado de la balanza, sólo tengo que esperar a que te alejes y ahí jugar con ellos.
—¡Basta! — exclama la joven, asqueada. Saber que el propio destino de sus amigos era manipulado para conseguir que ella fuera en la dirección que Moros quería era simplemente aterrador—. Ya entendí cuán poderoso eres. ¿Para qué tanto despliegue de poder? ¿Qué tiene que ver esto con lo que está pasando?
—Querida mía, todo tiene que ver con todo. ¿Sabes cuál es tu historia?
Lucía frunce los labios y se cruza de brazos. Tuvo que luchar contra la ira que se propagaba como fuego en su interior antes de poder hablar.
—La niña que nunca debió nacer... y si lo hacía debía morir— replicó entre dientes.
—Los hijos de una Moira son muy peligrosos, pero quién mejor que tú para entender eso. — Lucía rodó los ojos, apartando la mirada del dios. Éste pareció no ofenderse y continuó con su discurso—. Es cierto que me resultas un espécimen fascinante, pero me tomó un tiempo ver que no representabas una amenaza para mí.
Lucía alzó la vista. Abrió al máximo sus ojos avellanados, confundiendo al dios. No sabía si estaba molesta o anonadada.
—Cuando le dije a Cronos que una joven media-sangre bendecida con la gracia de Niké acabaría con él, ni yo mismo conocía su rostro.
—¿Nunca supiste que era yo?
El dios negó con la cabeza.
—Eso me hizo pensar que sea quien fuera esa joven muchacha, tendría que venir del lado de mi familia... Y no me equivoqué.
—¿Cuándo lo supiste? Que yo era la indicada...
—Justo cuando te cargué por primera vez. — Moros flexiona los brazos y abre las palmas de las manos como si estuviera cargando a un bebé invisible—. Vi claramente como tú nos ayudarías a triunfar. Tú habías sido escogida por Niké para llevar la victoria adonde quiera que fueras. —Inhala y una de sus cejas se alza al recordar el pasado—. Pero dudé. Dudé cuando Cronos logró acabar contigo. Me hiciste pensar que había cometido un error. Que yo, Moros, me había equivocado al ver tu futuro. —Hace la cabeza para atrás y una sonrisa tira de sus labios para formar varias arrugas alrededor de sus comisuras—. Y por suerte, me demostraste lo contrario.
—Yo sola no llego a ningún triunfo. Todos los que están ahí fuera— señala un punto en el espacio—, si no fuera por ellos Cronos seguiría con vida.
—Pero si no fuera por ti los titanes ahora mismo estarían gobernando al planeta. ¿Lo recuerdas cierto?
Lucía apretó la mandíbula, tragándose sus propias palabras. De no ser por ella no habrían ganado la batalla que estaban destinados a padecer. Ella los había llevado a la victoria y, en consecuencia, cada triunfo luego de eso fue por su obra y gracia.
Toma una rápida bocanada de aire y su rostro expresa la conmoción. Aprieta los puños y solo así logra calmarse.
—¿Qué quieres de mí?
—Aunque no lo parezca tengo un gran aprecio por ti —murmura, solemne—. No quiero que te hagan daño.
—No lo harán —le asegura—. Y si lo hacen saldré adelante como siempre.
Moros fuerza una sonrisa melancólica.
—Eres fuerte, lo reconozco, pero junto a tus amigos eres poderosa— acerca su mano al rostro de ella. Lucía retrocede por inercia pero al final se deja tocar. Moros pasea sus dedos alrededor de una de sus sienes, llegando así a su punto débil—. Pueden matarte si descubren tu punto humano— aparta su mano y una sonrisa llena de amargura tira de sus labios—, pero te destruirán en vida si te llegan a apartar de tus amigos.
—¿Qué quieres decir? —le mira, jadeando. El terror en su mirada no tenía más cabida.
—Tú eres más que especial. Ya lo entenderás. Ahora— se aclara la garganta. Con un movimiento de su mano izquierda el telar desaparece hasta fundirse en las paredes— a lo nuestro.
Moros se inclina hacia adelante y le cede el paso. Lucía asiente y atraviesa las arenas hasta descubrir de nuevo la habitación del palacio. Una vez juntos caminan sobre sus pasos de regreso al comedor.
—En caso de que nuestro enemigo conozca a alguien lo suficientemente poderoso como para hurgar en sus mentes, es preferible que solo uno de ustedes conozca la ubicación exacta.
Lucía muerde su labio inferior a modo de reprimir una sonrisa. Difícil creer que él no supiera nada de lo que vendría. De pronto, sin previo aviso, Moros se le aproxima con rostro serio.
Sintió como el corazón le latía a mil por hora en el pecho. Intentó moverse pero sus piernas no obedecieron.
La mirada del dios original parecía escrutarle el alma; no podía ocultarle nada por más de que lo intentase. Entonces, una serie de imágenes aparecieron frente a sus ojos como un rollo de fotografías sin revelar. Las mismas se grabaron a fuego en su memoria.
—Quiero que tú tengas la ubicación.
—Pero... también podrían entrar en mi mente —dice, ligeramente conmocionada por el repentino bombardeo en su cerebro.
—Descuida, cerré tu mente. Nadie podrá leer tus pensamientos.
Los ojos de Lucía se agrandan hasta casi salírseles de las orbitas.
—¡Lo tengo controlado! —Afirma antes de que ella pueda protestar—. No afectará el destino en nada. Te lo aseguro.
Lucía asintió un tanto convencida. Todavía tenía sus dudas acerca de Moros.
—Es importante que no lleves al enemigo directo a la Flor. Despístalos yendo a diversos lugares; sé incoherente. El factor sorpresa será tu aliado número uno.
—Muy bien —asiente, repasando la ubicación en su mente—. ¿Puedo preguntarte algo?
—Creo saber lo que es, pero adelante.
—Lo que dijiste allá, sobre mí. ¿Haces esto porque te importo o sólo para demostrar otras de tus teorías?
Moros sonríe sin mostrar los dientes. La tristeza se refleja en sus ojos por un instante.
—Cuanto más sabes más te empeñas en querer cambiar las cosas. Si te digo lo que sé muy probablemente ocurra lo mismo de la última vez, aunque en esta oportunidad dudo que corran con la misma suerte. —Lucía frunce el ceño ante eso último—. Existen dos finales: uno lleno de gloria y otro sumido en la miseria.
Lucía traga duro, el corazón latiendo en sus sienes.
—Cada decisión los llevará por caminos diferentes, pero serás tú la que condicione el camino que tomarán a continuación. Serás tú quien acabe por develar el final que les depara esta guerra.— Había algo más detrás de aquella mirada y labios titubeantes. Algo que Moros prefirió guardarse para sí.
—¿Cómo sabré si estoy yendo por el camino correcto?
—Habrán muchas formas, deberás estar atenta, pero te sugiero que empieces por saber en quién confiarás.
***
A simple vista nadie parecía haberse dado cuenta de lo que Moros hizo con ellos. Recordaban haber visto la arena salir por la ventana, y luego como el dios del destino se despedía de ellos. Nunca repararon haber estado detenidos en el tiempo.
El regreso fue menos agotador que la ida. Si bien tuvieron que descender con cuidado por la montaña, Moros les proporcionó un portal al pie de la misma. Lo atravesaron sin inconvenientes, apareciendo nuevamente en la misma sala que Zeus los había despedido. Esta vez era Hermes quien estaba para recibirlos. Su mirada era seria y escondía las manos en su espalda.
—Síganme —ordena y echa a andar por el pasillo.
Lo siguieron bien de cerca, casi que pisándole los talones. El dios parecía volar mientras caminaba y para alcanzarlo literalmente tenían que trotar.
Los condujo a la Sala de Tronos, donde todos los dioses aguardaban por su regreso. Hermes hizo una reverencia en dirección a Zeus e inmediatamente tomó asiento en el lugar que le correspondía.
A diferencia de la última vez, en esa ocasión Zeus no creó asientos para ellos. Demandó que contaran todo su encuentro con Moros, mientras permanecían de pie. Lucía y Josh desenvolvieron su papel como voceros, contando lo sucedido. En ocasiones, Miranda no podía aguantarse e intervenía con cierta irritación en su tono de voz. Seguía molesta por toda la situación, y era allí cuando Nico intervenía para calmarla y dejar que el resto pudiera seguir.
Matt y Atticus también hicieron sus aportes.
Transmitidas las noticias, los dioses se mostraron bastante preocupados. Deliberaron los pros y los contras. Ares y Atenea dialogaban acaloradamente, posiblemente discutiendo sobre planes y estrategias de batalla. Otros dioses aportaban ideas y sugerencias sobre los posibles involucrados. Preguntas como: ¿para quién trabaja Circe? O, ¿es posible que Cronos tuviese un aliado? Eran algunas de las dudas que atormentaban a los dioses.
Se planteó la posibilidad de que alguien estuviese haciendo todo eso para revitalizar al destruido Cronos, y así permitirle volver a la vida. Sin embargo, tanto Zeus como otros, encontraron poco probable esa teoría. La Guardia significaba poder, control absoluto. Quienquiera que estuviera detrás de aquello no volvería a ceder el control sobre un destartalado titán.
Zeus encomendó a Hermes que le informara de inmediato a Hades, con la esperanza de que éste tuviese alguna idea de quién era el enemigo. En ese instante repararon en los semidioses allí presentes.
—Será mejor que empiecen su viaje cuanto antes, pero antes de marcharse pensamos que sería buena idea ayudarlos de alguna forma.
Las puertas traseras se abren y por ésta entran Grover junto con Ashton, uno de sus viejos entrenadores. Arrastraban un carrito lleno de espadas, arcos y cuchillos, además de alguno que otro escudo.
Impresionados, se aglomeraron alrededor de las brillantes armas, tomando algunas y examinándolas con admiración.
—Me parece que necesitan nuevas armas —indica Hefesto desde su trono—. Las que tienen ahora dan pena. ¡Necesitan un cambio! Estas tienen varias mejoras. Las espadas son retráctiles, con solo agitarlas la hoja se despliega al instante. Tienen triple hoja y es resistente a casi cualquier cosa. Los cuchillos funcionan de la misma forma. Los arcos son mucho más resistentes y ligeros, notarán una diferencia al disparar. En cuanto a los escudos, bueno, creo que es una de mis mejores creaciones. A prueba de fuego y dientes afilados. A simple vista puede parecer un medallón, y tiene una cadena para llevarlo colgado de su cuello. Cuando necesiten activarlo, simplemente presionen la figura del martillo, la cadena se soltará y el escudo se desplegará a una distancia segura y justa para que puedan atraparlo —apoya las manos en su regazo, orgulloso de sus armas—. ¿Y bien? ¿Qué opinan?
—Impresionante —comenta Atticus, atónito.
—Lo sabía.
—Yo solo tengo una duda —dice Miranda, examinando el arco en sus manos—. ¿Cómo se supone que usaré esto si ni siquiera hay flechas?
Artemisa alza su mano de inmediato. La diadema en su cabeza destella como el resplandor plateado de la luna. Su cabello largo y castaño cuelga de una coleta.
—De eso me encargué yo —anuncia y de inmediato Grover agrega a la bandeja varias aljabas con flechas plateadas y de madera—. Les sedo varias de mis flechas para que las utilicen cuando crean más oportuno. Resultan muy efectivas ante cualquier monstruo. Solo tengan cuidado de no lastimarse con ellas. Además, consideré apropiado entregarles un par de aljabas con infinidad de flechas. Nunca se les acabarán y no tendrán que preocuparse de nada.
—Es bueno saberlo... —Los ojos de Miranda destellan con malicia.
—Eso es todo. Ahora vayan y partan lo antes posibles.
Se hacen con las armas y antes de salir hacen una reverencia en dirección a los dioses.
A medida que se acercaban a la salida, Lucía apretaba la correa del carcaj que atravesaba su pecho. Las manos le sudaban y no dejaba de observar a Logan, quien hablaba en voz alta con el resto. Estaba decidido a neutralizar el hechizo de Circe, a que la marca en su piel y en la de otros desapareciera para siempre.
Llevaba uno de los escudos de Hefesto empaquetado como collar, el cual escondió bajo la camisa para que no le molestara al andar. También cargaba con una espada en su mano. Según él no necesitaba nada más.
La salida estaba a unos pocos metros de distancia y no había indicios de que algo sucediera. Cerró los ojos y exhaló con fuerza. Su corazón ralentizó los latidos, cuando la voz de un guardia lo aceleró de pronto.
—Alto ahí —vociferan.
Se detuvo en seco. Había llegado la hora.
Tan pronto como escucharon la autoritaria voz del guardia, se detuvieron. Lucía miró al suelo por un instante e inspiró profundo. Dos guardias se abrieron paso entre su pelotón, llegando hasta donde Miranda y Logan. Los aferraron por el brazo, un poco violento para su gusto, y los arrastraron fuera de la protección del grupo.
—Ustedes se quedan aquí.
—Órdenes directas.
—¿De qué están hablando? —gruñe Logan, intentando soltarse del fuerte agarre de su, aparentemente, carcelero.
—Por orden de los dioses deberán permanecer bajo custodia permanente en el Olimpo. No se les permitirá abandonar el lugar hasta que el enemigo sea eliminado.
—¡¿Qué?! —La voz de Miranda sobresale por encima de la de Logan—. ¿Tú sabías esto?
Lucía tiembla ante la voz de la joven. Si se sentía así con ella no quería imaginar lo que sucedería cuando Logan se lo preguntara. Tomó coraje y elevó la vista del suelo, sin embargo, su corazón suspiró de alivio al ver que la pregunta no era para ella. Nico tenía la mirada fija en Miranda, sus facciones tensas como el aire que se respiraba.
—Apenas lo supe esta mañana —confiesa apenado, pero en ningún momento aparta la mirada.
Las mejillas de Miranda se tornan rojas, casi que moradas del coraje. No emitió un solo comentario, sus ojos lo decían todo. Y a juzgar por el ceño apenado de Nico, suponía que las cosas que debía estar viendo no eran para nada agradables.
Apartó la vista de ambos y entonces sus propios ojos la traicionaron. El rostro de Logan estaba serio, tenso; su mirada era un torbellino de emociones. La traición sobresalía por encima de todo. Se sentía traicionado por sus propios compañeros.
—¿Hace cuánto que lo sabías?
—El día en que...—pierde la voz, recuperándola al instante—, la marca apareció en ti tú padre vino a verte. Me dijo que no dejaría que su hijo estuviera en peligro.
—¿Y por qué no me lo dijiste? —El tono de su voz se volvió arisco.
—Porque me prohibió hacerlo.
—¿Y desde cuando cumples lo que te ordenan?
Había acertado. Escarbando en sus memorias encontró que acatar las órdenes no siempre fue su estilo. Pero, ¿cómo escapar a algo como eso?
—Logan...
—No quiero escucharte.
Sus palabras la hirieron profundo. Ella no había planeado nada de eso, no tenía derecho a culparla de nada. Admitía que, muy en el fondo, había guardado el secreto porque pensaba que sería una buena idea mantenerlo a salvo. Sin embargo, después de la charla con Moros, la preocupación de que algo malo sucediera se redujo un ciento por ciento.
Si había un verdadero culpable, ese alguien era Poseidón.
Apretó los puños, sus dientes casi que rechinando. Dio un paso al frente para plantarle cara, cuando la voz de alguien irrumpió en la habitación.
—¿Por qué todavía siguen aquí?
Zeus y Poseidón se habrían paso por el pasillo, adentrándose en el hall con aire de suficiencia.
—Llévenselos —ordena el dios del mar, observando a los guardias que retenían a su hijo y a Miranda.
Los hombres uniformados asientes y arrastran a los jóvenes como si fuesen sacos de papas. Miranda no opone resistencia. Observa al frente, dándole la espalda al resto, a aquellos que la traicionaron. En cambio, Logan se resiste a marcharse, luchando contra el guardia que intenta llevárselo a la fuerza.
—¿Por qué me haces esto? —espeta en dirección a su padre.
—Corres un grave peligro.
—¡Puedo defenderme yo solo! No necesito que me protejas.
—Y yo no necesito tu aprobación para que se haga lo que ordeno. ¡Si dije que te quedarías aquí, es porque te quedarás aquí!
—¡No! —Extiende su mano e hilos de agua emergen de entre sus dedos, aglomerándose en el centro, formando una pequeña esfera que crece conforme los segundos avanzan. Pero al cruzar el umbral de una puerta, lo que alguna vez fue una bola de agua, ahora no era nada.
Desconcertado, Logan observa su propia mano en busca de explicaciones. Intenta formar otra esfera pero sus esfuerzos resultan en vano.
—¿Qué me hiciste? —susurra con espanto.
Igual de desconcertada que él, Lucía hecha a correr para ayudarlo. Ve su mano extenderse hacia ella, pero antes de poder rozar sus dedos, las puertas se cierran y los gritos de Logan se vuelven vagos recuerdos.
La sala se llena de silencio. Ninguno de los presentes emite comentarios. Todavía seguían perplejos por la escena que les había tocado presenciar.
—Estarán bien —afirma Zeus—. La habitación anulará sus poderes, volviéndolos invisibles ante cualquier hechizo.
—No lo comprendo —interviene Nico, ciertamente preocupado.
—El hechizo funciona sobre semidioses. —Todavía frente a la puerta, Lucía observa las vetas en la madera. Se gira con cautela, impotente—. Si ese lugar anula sus poderes, significa que quedarán como simples mortales. Nadie podrá encontrarlos.
—Una maravilla, ¿no es cierto? —Zeus sonaba eufórico, desencajando con el paisaje lúgubre a su alrededor—. Un excelente aporte por parte de Hécate.
Apenas si tienen tiempo a digerir las cosas. Zeus les ordena que se marchen y que comiencen el viaje lo antes posible. Incapaces de negarse, bajan la cabeza y asienten complacientes.
Al atravesar el portal de regreso a Washington D.C., Matt llevó a Atticus, Nico y Josh al hotel donde se alojarían por esa noche. Mientras tanto, Lucía regresó a la Universidad y se puso manos a la obra.
Planear una ruta que desconcertara a sus enemigos del lugar específico al que iban, resultó ser todo un desafío. No quería desviarse mucho, así como tampoco el ser muy obvia. No obstante, una noche en vela y varias tazas de té fueron suficientes para ayudarle a encontrar la ruta perfecta.
Entró a la habitación cubierta por una toalla y otra que envolvía su cabello. Buscó en el cajón de la cómoda crema humectante y frotó un poco de ésta en sus piernas y brazos. De pronto, Sarah irrumpe en el cuarto con una sonrisa de oreja a oreja.
—¡Pasajes listos! —anuncia con un dejo de entusiasmo en la voz.
—Estupendo.
Sarah se recuesta en su cama, frente por frente a la de su amiga. Hunde la cabeza entre los millones de almohadones, no sin antes tomar un koala de peluche y estrecharlo entre sus brazos. El mismo había sido un obsequio de Matt por su aniversario de dos años.
—¿Segura que puedo saber que iremos a Asheville? —interroga, jugando con los suaves pelitos de una de las orejas del koala.
—Descuida. Todo está bajo control —asegura. Remueve la toalla de su cabello, secando las puntas que todavía goteaban—. Solo yo sé a dónde vamos en realidad.
—¿Crees que es seguro el que Moros cerrara tu mente? Quiero decir, por algo tu madre te quitó esa habilidad.
—Me dijo que lo tiene todo bajo control. No estoy muy segura de a qué se refiere, pero si el mismo destino dice que no hay problema, supongo que de verdad sabe lo que está haciendo.
Sarah asiente convencida y luego vuelca su atención en revisar las notificaciones de su teléfono, despidiéndose de la vida que habían formado en la Universidad. Cuatro años de vivir como un mortal; cuatro años de no saber lo que es volver a enfrentarse contra un monstruo.
Se gira, arrugando el edredón y tirando alguno que otro almohadón al suelo. Extiende la mano hacia el último cajón de su mesa de luz. Dentro de una pequeña caja de madera descansaba el cuchillo que una vez Átropos le había obsequiado para defender a su hija. Podía matar a un monstruo al instante si conocía su punto débil. Incluso, podía llegar a ser letal para un semidiós, pero no para la persona que lo empuñara.
Lo tomó entre sus manos, sintiendo el cuero gastado de la funda. Estaba algo maltrecha por la batalla contra Cronos, pero aún cumplía su función.
Observó a Lucía, quien ya había terminado de vestirse y ahora se encargaba de peinar su cabello revuelto. Su semblante era serio, no cabía duda de que estaba compenetrada con la misión. Sin embargo, sus ojos escondían otra cosa.
—No hemos hablado de lo que ocurrió en el Olimpo.
Lucía miró el reflejo de su amiga en el espejo. Le sostuvo la mirada por un instante para luego concentrarse en su cabello.
—Sé que al principio no quise que él nos acompañara, en especial por lo que yo podía causarle. Pero después de que Moros me dijera que ya no afecto a las personas de la misma forma que antes... confío en él. Sé que puede defenderse. —Suspira, bajando el peine de regreso al tocador—. Lo aprendí por las malas.
—De seguro lo entendió —dice, con la esperanza de alegrarla.
—Ojalá. ¿Qué se supone que hiciera? Poseidón se apareció sin previo aviso y me informó que Logan no iría con nosotros a ningún lado. No pidió mi opinión.
—Vele el lado positivo. —Se levanta de la cama y camina hasta posicionarse detrás de Lucía—. El que todos estén allí nos asegurará una ventaja.
Meditó las palabras de su amiga y sin duda le dio la razón. Moros les había dejado en claro que por su naturaleza eran un objetivo más que suculento. ¿Quién no querría poseer a un semidiós guerrero? Matarlos sería todo un desafío, teniendo en cuenta que para acabarlos era necesario dañar de gravedad su punto débil. Un semidiós normal terminaría siendo un desperdicio. Morirían en un parpadeo y constantemente tendrían que estar buscando sustitutos.
El que los dioses los resguardaran les aseguraría una ventaja: no harían el hechizo hasta encontrarlos. Lo que les daría el tiempo suficiente para hallar la Flor Dorada y romper con las marcas. Sin marcas no había posesión.
—¿Matt encontró el portal hacia Nueva York?
—Sí, pero el que querías ya no está disponible. Seguramente reaparecerá en un par de meses.
—Descuida, solo necesito hablar con Freya.
—¿Nos ayudará, verdad?
—Lo hará. Estoy segura.
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Nota. Freya es un personaje que aparecerá en "TO; El Retorno". Su aparición será breve y casi que sin importancia, pero en esta saga su personaje tendrá más relevancia.
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