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VI


El portal los condujo a un área donde solo las rocas y la arena nadaban en abundancia. La zona desértica se expandía más allá del horizonte, denotando así la falta de vida humana. No podían entender cómo los pequeños escorpiones y lagartijas seguían con vida.

El calor era abrasador, tanto que tuvieron que proteger sus cabezas con gorras y camisetas. Su piel ardía con el contacto cálido del aire, sofocándolos de vez en cuando y obligándolos a hidratarse cada dos por tres.

Tal y como les había dicho Zeus, apenas llegaron divisaron la morada de Moros. A lo lejos, aproximadamente unos veinte kilómetros más adelante, se alzaban imponentes una cadena de montañas. La principal y más sorprendente se perdía entre las nubes bajas. Mirando hacia lo alto distinguieron fragmentos de torreones que pertenecían al templo de Moros.

Pequeños destellos dorados, como partículas diminutas, surcaban en el cielo como olas en el mar. Cual cardumen de sardinas, parecían ser atraídas por una fuerza magnética en dirección al templo.

Se pusieron manos a la obra y mientras avanzaban por lo que parecía un sendero hecho de rocas, charlaban entre ellos para hacer del recorrido una situación más amena.

Lucía caminaba a la par de Sarah, quien constantemente se secaba el sudor de la frente con el dorso de la mano. Acomodaba su gorra de vez en cuando, percibiendo el vaho que se generaba entre la tela y su cabeza.

—¿No podían habernos avisado del calor? —Se quejó, dándole un gran sorbo a su botella con agua.

—Deja algo para más adelante. La necesitarás.

Sarah hace un puchero, sus mejillas infladas por el agua acumulada. Termina obedeciendo y devuelve la botella a la redecilla que colgaba de su cinturón.

Mientras avanzaban Lucía era incapaz de quitarle los ojos de encima a Nico. Caminaba a unos pasos por delante de ella, siempre acompañado por Miranda. Parecían estar hablando de algo agradable. Hacía mucho tiempo que no veía una sonrisa en el rostro de la joven. A decir verdad, eso era algo histórico.

—Sarah, dime algo... —Su tono resulta bajo pero suficientemente alto como para que su amiga la escuche—. ¿Qué sabes acerca de Nico?

—¿Puedo preguntar a qué se debe ese repentino interés?

—Solo responde a mi pregunta.

—De acuerdo, de acuerdo. —Suelta una risilla—. A decir verdad no sé mucho acerca de él. Lo conocí la primera vez que fui al Olimpo y todos nuestros encuentros fueron en el mismo lugar. Se suponía que unos meses antes de entrar a la Academia, él y Miranda debían de mudarse a Nueva York, pero por culpa de Hades lo removieron de su cargo.

—Sí, ya me acuerdo. Hades develó su naturaleza frente a Miranda, rompió las reglas y por eso mi madre optó por quitarle a su guardián —meneó la cabeza con cierta desilusión—. Espero que no me odie por eso.

—¿Qué? ¿Nico? Claro que no. Si lo hiciera no se comportaría tan amable contigo.

Lucía ladea la cabeza de un lado al otro sopesando las palabras de su amiga. Podía ser cierto que él no sentía rencor alguno, o tal vez solo estaba fingiendo.

Chasqueó la lengua, cansada de sus propios pensamientos.

—De cualquier forma —continuó Sarah—, no puedo decirte mucho acerca de él. Es reservado, algo tímido al principio, pero muy buena persona. Sin embargo, si quieres saber más sobre Nico puedes preguntárselo... o te ahorras el trabajo hablando con Atticus. Todo este tiempo han trabajado en paralelo.

Una mueca de disgusto se deja entreverse por un breve instante, y aún así no pasa desapercibida.

—No me convencen ninguna de las dos opciones. Todavía no lo conozco lo suficiente como para hacerle ese tipo de preguntas... Y con Atticus —suspira—, no lo sé. Siento que las cosas entre él y yo no son como antes.

—¿Todavía sigues pensando eso? Ya te he dicho que lo olvidaras. —Remueve el sudor de su frente.

—Nuestra relación no fue muy buena, y siento que...

—Él ya sabe que no fue tu culpa, que no fue la culpa de nadie, solo de Cronos. Además, las veces que nos ha visitado no me pareció haberlo visto molesto contigo.

Quiso objetar, contarle su punto de vista, pero prefirió callar y fingir que tenía razón. A su modo de ver, Atticus parecía estar en desacuerdo con el romance entre ella y Logan.

¿Después de todo lo sucedido volvían a estar juntos? No tenía sentido para él. Tampoco pretendía su aprobación al respecto, no obstante lo consideraba un buen amigo y le dolía pensar que nunca más volverían a tener una buena relación.

Miró por encima de su hombro solo para encontrarse con otro problema: Josh se había rezagado bastante, caminando varios metros por detrás del grupo aunque a una distancia prudencia.  Se giró hacia el frente y encontró a Logan por delante de Nico y Miranda. Actuaba igual que Josh, cabizbajo y con un andar de resignación. Esperaba que tarde o temprano pudieran solucionar sus diferencias.

Continuaron avanzando por el árido desierto hasta toparse de frente con el pie de la montaña. El aire cálido que quemaba sus vías respiratorias ahora se sentía fresco y agradable sobre su piel calcinada.

Si bien habían suficientes salientes como para escalar sin protección alguna, la altura extrema y las nubes que seguramente bloquearían su visión, eran razones suficientes como para aprontar el equipo de seguridad.

Se agruparon de a dos y unieron por medio de una cuerda. Empezaron a escalar a la par. La soga se estiraba lo suficiente como para permitirles movilidad, pero si se separaban por una distancia considerable, la misma se tensaba y quien llevaba la delantera debía aguardar a su compañero.

Lucía escalaba por delante de Sarah y en su entorno se encontraban solas. Escuchaban las voces de los demás: algunos más arriba, otros más abajo. 

Las primeras nubes bajas embargaban su alrededor de una espesa bruma que solo les permitía ver lo que tenían en frente.

Charlaban constantemente para saber la ubicación de la otra y asegurarse de que estuvieran bien. Cada tanto oían la voz de Atticus, quejándose de lo infinito de la montaña y de cuánto odiaba escalar.

Para cuando Lucía y Sarah llegaron a la cima, Matt y Josh ya están esperándolas para ayudarlas a subir. Detrás, pero no muy lejos, aparecieron Atticus y Logan.

Lucía miró hacia la densa niebla blancuzca esperando por Miranda y Nico, en eso, Sarah le toca el hombro y al voltearse a verla nota su cara de estupefacción. Mira al resto, todos con igual semblante. Distinguió la cabeza de Nico asomándose y al instante sus ojos brillaron de asombro.

Frunció el ceño, extrañada por la situación. Observó el horizonte y solo entonces vivió en carne propia la emoción. Las partículas doradas penetraban por las ventanas de los inmensos torreones que parecían rasgar el cielo.

Puentes, templos y cúpulas, se unían sobre la cima de la montaña para formar un espectacular y único castillo. Se atrevía a opinar que era más asombroso que el mismísimo Olimpo.

Frente a sus narices, un puente perfilado por antorchas les indicaba el camino por donde tenían que seguir. Decididos, avanzan por el puente de piedra carente de barandal. Las nubes esponjosas cubrían el paisaje bajo sus pies. Un paso en falso y caerían en una trampa mortal.

Justo sobre una esquina baja del castillo (denominado erróneamente como templo), había un pequeño templo. Un anexo al que podía llegarse por una escalera externa a la principal. Sobre la entrada, dos en los extremos y una al centro, se disponían tres estatuas en tamaño real de las Moiras. Cada una sostenía un objeto que las representaba.

Lucía acudía allí con cierta recurrencia solo para visitar a su madre. Y en todo ese tiempo nunca había apreciado el exterior de la fachada. Siquiera era consciente de la titánica estructura a la cual se anexaba el pequeño hogar de las Moiras.

Su hogar no se comparaba en nada a lo que era su "templo" en el inframundo. Pero aún seguían frecuentándolo, en especial cuando Moros ya no requería de su ayuda o cuando ellas mismas se cansaban de tanto lujo. No obstante, Átropos prefería que su hija la visitara en un lugar digno y mucho más luminoso, alejado de la pesadilla del inframundo.

Para cuando llegaron a la entrada las piernas les palpitaban tan rápido como su corazón. Miranda, Sarah y algunos otros estornudaron debido al cambio drástico en la temperatura.

Sin siquiera decir una palabra las enormes puertas se abrieron para ellos. Vacilaron un instante y luego se decidieron por entrar.

El lugar les hizo recordar bastante al Olimpo: columnas griegas, ventanales que iban desde el piso hasta el techo, suelos de mármol con un diseño semejante a las arenas del desierto. Molduras y cualquier otro mínimo detalle hecho en oro.

Los colores oscilaban entre el dorado y los tonos tierra, además del blanco.

Las partículas doras que se veían entrar por las diferentes ventanas de las torres, no se veían por ningún lado, lo que les hizo pensar que desembocaban en algún otro lugar.

La tranquilidad en la habitación se vio interrumpida cuando el ruido del andar de unos zapatos hizo eco en las paredes. Lucía tragó duro y se obligó a mantenerse recta, una mirada impertérrita, pero sintió que su máscara flaqueó un poco cuando Moros se hizo presente.

El dios extendió los brazos, sonrió y les dio la bienvenida.

—Bienvenidos, héroes.

Habría querido fijarse en las reacciones de sus compañeros, esperando que alguno de ellos transmitiera un aura de temor como cuando ella lo vio por primera vez. Sin embargo, no pudo apartar la mirada de Moros. Estaba anonadada por la apariencia del dios. Una imagen completamente alejada de lo que ella recordaba.

Sus vestimentas, que antes consistían en una túnica, se habían transformado en un traje color gris y una corbata dorada. Pero lo más desconcertante era su apariencia física. Lo recordaba como un hombre grande y jóven de piel bronceada y complexión de atleta olímpico. Ahora lucía como una persona de cincuenta años, tal vez sesenta. Cabello gris, arrugas de expresión, y sus típicos ojos dorados mutaron a un color café.

Así no era como se debía de ver el destino. ¿Por qué había cambiado? Con esa apariencia nadie entendería por qué ella le había tenido tanto miedo.

—Me alegra que hayan podido venir. Aunque ya sabía que iban a hacerlo de todos modos.

—Nos informaron que tenía algo importante que decirnos —comenta Josh. Matt le observa como si hubiera cometido una falta grave. Se imaginaba la voz de su amigo regañándolo por haber hablado sin permiso.

Moros asiente con la cabeza.

—Así es. ¿Pasamos a la sala? —apunta con sus manos la puerta a sus espaldas. No aguarda por una respuesta y se pone en marcha.

El resto se mira entre sí y entre todos juntaron valor para avanzar. Al entrar en la sala vieron una habitación igual en tamaño que la principal, rodeada de ventanales y una chimenea como punto focal. Al centro había una mesa rectangular con nueve sillas esperando por ellos.

Moros toma la delantera y se posiciona en la cabecera. Con un ademán les indica que tomen asiento y sin rechistar ellos obedecen.

Antes de que pudiera darle inicio a la conversación, Lucía decidió romper con la incógnita y preguntó por la única duda que la atormentaba.

—Disculpe si mi pregunta le ofende pero, ¿podría saber por qué ahora...?—Moros se carcajea a mitad de su pregunta.

—¿Por qué me veo así ahora? —finaliza él—. Primero que nada puedes tutearme. Te conozco más de lo que tú crees.

Lucía tragó duro, sus dedos se aferran al asiento de la silla. Su mirada y tono de voz le helaron la sangre. Posiblemente el resto no encontraría nada extraño en su comentario, pero si lograban leer entre líneas se darían cuenta de que ella para él era especial. Un semidiós único y sumamente valioso capaz de confundir al mismísimo destino.

—Veras, yo no tengo forma propia. Ninguno de los originales la posee, pero elegimos una forma física para poder comunicarnos.

—¿Originales? —interroga Miranda.

—Los primeros en existir. —Vuelca su atención de nuevo a Lucía—. Solo enseño esa forma ante los dioses o mis ministras. Tú ibas a ser una de ellas, ¿recuerdas?

Lucía asiente con timidez, sin prestar atención a la mirada de sus compañeros.

—De cualquier manera me pareció apropiado conservar una forma más... ¿cómo le dicen? Ah, sí, humana, para nuestra charla.

—¿Podríamos ir al grano? —espeta Miranda—. Quiero saber qué significa esta cosa —enseña la medialuna tatuada en su hombro descubierto—. Si van a matarme, al menos quiero saber para qué.

—Idéntica a tu padre: inquieta y mal educada. —Las mejillas de la joven arden ante aquel comentario—. Pero siempre directa al grano. Les mandé llamar porque quería contarles esta historia a ustedes, los únicos que pueden ayudarnos.

—Siempre nos están mandando a misiones suicidas —protesta Josh—. ¿Por qué por una vez no pueden encargarse ustedes?

—Josh —refunfuña por lo bajo, Matt.

—¿Qué?

Moros sonríe ante el comentario y golpea suavemente la mesa de madera con sus nudillos. Podía verse su reflejo sobre ésta de tan limpia que estaba.

—Tienes razón, ¿cómo un semidiós como tú ayudó a vencer a un engendro como lo fueron Cronos y Tifón fusionados, siendo que tu padre no pudo siquiera derrotar a Tifón? —Josh guarda silencio, incapaz de decir algo. Moros sonríe triunfante—.Su sangre es sumamente especial, codiciada por todos, incluso más que la de un dios. Ustedes pueden hacer cosas que nosotros no podemos, o que no estamos destinados a hacer.

»Su primera lucha con los titanes y Cronos fue una cuestión más bien profética —desvía la mirada momentáneamente en dirección a Lucía— . Pero ahora son clave. Solo ustedes pueden acabar con el mal. Su sangre así los condiciona. —Hace un ademán con la mano, sus ojos se tornan blancos en una expresión de desinterés—. Además de que los dioses odian bajar al mundo mortal. No les gusta involucrarse mucho, salvo para divertirse un rato.

—Veo que les gusta bastante divertirse —masculla Miranda, pensando en todos los semidioses que ha conocido en sus misiones.

—Así que por eso siempre esconden las cosas en el mundo humano —concluye Lucía, haciendo caso omiso del inapropiado comentario de Miranda—. Porque la mayoría odia todo lo relacionado con los mortales.

—Y por eso siempre hay monstruos —agrega Matt—. Para custodiar.

Moros hace una leve inclinación de cabeza, satisfecho por sus conjeturas.

—Disculpe —interrumpe Logan en dirección a Moros—, pero, ¿podríamos ir directo a lo que vinimos? Necesitamos saber qué es lo que está pasando para poder comprender y ayudar.

—¡Exacto! —exclama Miranda algo histérica—. Quiero saber qué son estas porquerías —señala el tatuaje en su hombro nuevamente—. ¿Harán un Bloody Merry de semidiós?

Si bien los comentarios de la joven tenían un tono como para abofetearla o mandarla a callar por su insolencia, Moros se mostraba complaciente y con una paciencia digna de admiración.

—Tienes mucha razón, por algo los mandé a llamar. Serán los primeros y únicos semidioses en saber la verdad; por no mencionar que ningún dios sabe sobre esto tampoco.

Sus últimas palabras llamaron la atención de todos. Ni Zeus ni Átropos conocían mucho la historia detrás de las marcas, pero nunca se imaginaron que ninguno sabía algo al respecto.

El dios sacudió con gracia su mano izquierda. Por uno de los ventanales penetró una nube de polvo dorado, la misma se arremolinó por encima de las cabezas de los presentes. Todos se hicieron para atrás, encontrándose arrinconados por el propio respaldo de la silla.

Las partículas doradas, como granos de arena, se juntaron hasta obtener la forma de un balón gigante. Solo cuando Moros comenzó a contar el relato, los granos se separaron y volvieron a unir en diferentes formas, ilustrando para los presentes imágenes de los diversos acontecimientos.

—Hace muchísimos años atrás, cuando tu madre apenas era recién nacida —comenta en dirección a Lucía. Por un instante su mirada se desvía un momento, y luego regresa con una pequeña sonrisa socarrona— Urano reinaba junto a Gea.

Las arenas doradas formaron la imagen de un hombre y una mujer. Ella poseía elementos semejantes a plantas y enredaderas, él parecía vestir una túnica con brillos diminutos, recordándoles a las estrellas.

—Como ya deben saber, ellos engendraron a los titanes, cíclopes y centimanos. —No espera a que respondan, simplemente lo presiente—. Urano regía todo el cielo y el título se le subió a la cabeza. Tarde o temprano sus hijos reclamarían el trono y no estaba dispuesto a entregarlo por nada del mundo. Por eso hizo atrocidades con sus desentiendes.

—Encadenó a los cíclopes y envió al tártaro a los centimanos —interrumpe Miranda—. Cronos fue el único de sus hijos titanes que se atrevió a enfrentarlo y ganó. Conocemos la historia. ¿Qué tienen que ver estas marcas con todo eso?

—Claro, lo olvidé. Ustedes conocen la historia mortal del mito. Aunque para ser justos fue Gea quien se encargó de difundirlo.

—¿De qué está hablando?

Moros sonríe con suficiencia. Las arenas se reagruparon para formar nuevas imágenes.

—Urano sabía que los cíclopes y centimanos no eran rival para él, pero sus hijos titanes eran diferentes. Un descuido de su parte y cualquiera de ellos lo sacaría a patadas del trono. Es por ello que se acercó a Mageia, la primera titanide hechicera, conocedora de la magia y la brujería. En pocas palabras la antecesora de Hécate.

—No recuerdo haber leído algo acerca de ella.

—Es porque no hay registro alguno, pero no te me quieras adelantar. Urano habló con ella y juntos formaron La Guardia, compuesta por originales y titanes que le eran fieles a Urano. Cada uno de ellos correspondía a uno de los elementos.

Las arenas se reagrupan para luego revelar la figura de seis hombres con armadura. En el pecho de cada uno se vislumbraba una marca. Todas distintas entre sí, todas representando a un elemento.

Lucía abrió la boca para emitir un comentario, pero con solo ver la mirada de Moros se tragó sus palabras.

—La Guardia le era leal a Urano, seguían ciegamente sus órdenes y lo defendían de cualquier amenaza que intentara acabar con él. Si estaban a un kilómetro de distancia y percibían que algo andaba mal, llegaban a la velocidad de la luz y destruían al enemigo. 

» Urano no solo obtenía protección y seguidores devotos, sino que se hacía con el poder de lo suyos. El equilibrio incrementaba sus poderes y lo hacían invencible. Nadie podía matarlo; con un tronar de sus dedos el cielo temblaba.

»Se lo conoció como un rey tirano y su reinado estuvo sentado bajo las bases del temor. Así fue por varios años hasta que Gea, asqueada por el comportamiento de su marido, unió fuerzas con sus hijos. Juntos encontraron la forma de destruir a la Guardia, dejando a Urano desprotegido. Cronos utilizó su guadaña para cortar a su padre en mil pedazos, y así auto-proclamarse rey de los titanes. Su primera orden fue mandar a matar a Mageia, borrando cualquier rastro de su existencia. Gea, por su parte, inventó una historia sobre el asesinato de Urano para que fuera difundida por las siguientes generaciones y de esa forma asegurarse de que nadie conociera la existencia de la Guardia. 

—¿Se puede deducir que nuestro enemigo es un original? —interroga Atticus.

—Tal vez sí, tal vez no. Durante el reinado de Urano hubo varios titanes, y considerando que durante la batalla en la llanura de Tesalia las puertas del inframundo se abrieron, alguien pudo contar la historia. Por algo Circe la conoce y está llevando a cabo el hechizo.

—¿Y qué sucedió con aquellos que formaron la guardia? —Nico apoya los codos sobre la mesa y se impulsa hacia adelante para hacerse ver—. ¿Puede que alguno de ellos contara la verdad?

Moros parecía orgulloso, aunque nadie entendió la razón.

—La forma con la que acabaron con la guardia es bastante... compleja. Digamos que están atrapados en una prisión especial para ellos. Aunque al ritmo en que vamos no faltará mucho para que salgan.

Las arenas se reagruparon nuevamente en una esfera gigante.

—¿Podríamos enfocarnos en las marcas? —Insiste Miranda, pero esta vez logra medir su tono de voz—. Entiendo que busquen semidioses cuyos padres correspondan con algún elemento, pero, ¿qué hay sobre esos que no? ¿Por qué quieren nuestra sangre?

—Les dije antes que su sangre era especial, muy codiciada, perfecta para incrementar la potencia de un hechizo. Con ella pueden lograr muchísimas cosas, la más importante: despertar a la Guardia.

»Las marcas no solo sirven para saber a quiénes hay que matar, sino también para saber quiénes son los más aptos. Solo aquellos que cumplan con ciertos estándares serán utilizados como huéspedes. Sus cuerpos servirán para albergar la esencia de aquellos originales que formaron la Guardia en primera instancia.

—¡¿Usarán mi cuerpo como recipiente?!

—Considerando que eres un semidiós guerrero... sí, posiblemente sí.

—¿Y por qué nosotros? —interpela Logan.

—Muy sencillo. No puedes poseer a un dios porque éste no tiene cuerpo propio, tampoco puedes hacerlo con un humano porque éste no lo resistiría —guarda silencio y enarca una ceja. No hizo falta explicar más—. Lo que considero importante aclarar es que estos originales fueron condenados a carecer de forma propia. Vagan como esencia y no les es posible utilizar sus poderes. Para ello deben hacerse con un cuerpo que esté afín con sus habilidades.

—Significa que si llegan a poseer a Miranda —habla Nico—, ¿utilizaran sus poderes?

—Habrá una fusión entre ambos. Se hará más poderosa, pero no será ella quien tenga el control de su cuerpo.

Todo mundo guardó silencio, una pausa para digerir la noticia. El saber que un antiguo original podría ingresar a su cuerpo, arrebatarles el control de su mente y utilizarlos a su antojo para un fin ruin y macabro les revolvía el estómago.

Lucía observó a Logan de soslayo; estaba a su lado con la cabeza gacha y la mandíbula a punto de reventar. Sabía en lo que debía estar pensando. Cronos había manipulado su mente y sentimientos; lo convirtió en una marioneta y le obligó a asesinarla. No podía imaginarse ni un cuarto del coraje que hervía en sus venas. Sus nudillos estaban blancos como las nubes del exterior.

Acercó su mano para hacerle entender que no estaría solo en esta odisea, que entre todos encontraría la forma de salir adelante, y lo salvarían tanto a él como a Miranda y a cualquier otro que poseyera una marca.

Apenas deslizó la mano por su muslo, Logan envolvió su mano con la de ella, apretándola con tanta fuerza que pensó que le rompería los huesos.

No se volteó a mirarla en ningún momento. Mantuvo la vista fija en un punto de la mesa. Mediante su contacto logró tranquilizarse, encontrar la paz que necesitaba para calmar sus crispados nervios. Ella era su cable a tierra

Entre el silencio se escuchó a Nico aclararse la garganta. Todo mundo desvió la mirada en su dirección, incluso Moros. Se veía casi que devastado, un poco más pálido de lo normal. Lucía entornó los ojos y analizó la situación. Miranda parecía estar jugando con algo entre sus manos, pero no lograba ver nada por culpa de la mesa. Por su parte, Nico estaba tan tenso como Logan, su mirada desesperada.

Llegó a preguntarse si entre él y Miranda ocurría algo.

—¿Por qué no quiere decirnos quién es el enemigo? —Le increpa al original—. Me cuesta mucho trabajo creer que siendo quien es, no sepa a quién nos estamos enfrentando.

Moros sonrío casi que satisfecho. Limpió una pelusa invisible de la mesa. Las arrugas en su cara hacían más seria su expresión.

—¿Nunca te dijeron que es mejor no saberlo todo? —Frunce los labios—. Sé perfectamente a quién deberán enfrentarse, qué tendrán que hacer para derrotarlo, si ganan o pierden la guerra. Pero si llegara a decírselos —truena los dedos—, el destino puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos.

»Sus decisiones condicionan su futuro. Si conocen la verdad harán hasta lo imposible por cambiar el desenlace, siendo que en realidad lo habrán modificado todo. —Se echa para atrás en su silla de respaldo ornamental—. El resultado puede ser mejor o peor al original. Como dije, el conocimiento absoluto no siempre es bueno.

—En ese caso —interviene Atticus—, ¿podría decirnos al menos cómo derrotarlo? Porque supongo que por eso también nos mandó a llamar. ¿O solo planeaba contarnos una historia?

Matt observó a su amigo y se mordió la lengua para no emitir comentarios. Su mano se levantó en un acto mecánico, su inconsciente reaccionó ante la manera suya de hablar, pero la bajó de inmediato. Si bien no había sonado tan prepotente como Josh, sabía perfectamente cuán afectado estaba Atticus.

—¡Por supuesto! —Respondió, indiferente al malestar del joven—. Eso ya estaba más que destinado a suceder. Como ésta conversación. Se siente como... ¿un Déjà vu?  

Moros ríe con sorna en el silencio generado por los demás. Agita la mano y las arenas flotantes vuelven a la vida para reagruparse en lo que parece ser una flor.

—Efectivamente es posible acabar con las marcas —recupera la compostura seria de antes—. Lo único que conozco, capaz de acabar con el hechizo de Circe, es la Flor Dorada. A simple vista parece una flor ordinaria, pero a diferencia de sus hermanas está completamente hecha de oro. —Con dos de sus dedos dibuja un semicírculo en el aire. Las arenas copian el movimiento y la flor se transforma en un plato gigante—. Con un ligero movimiento de sus pétalos, la flor se transforma en un poderoso amplificador.

—¿Qué es eso?

—Un amplificador magnifica la intensidad del hechizo en cuestión. Les ayudará a potenciar las posibilidades de borrar la marca en más de uno a la vez.

—Pero... —empieza Matt, razonando en su mente la situación—. Si interpreto bien sus palabras, significa que también puede ser un arma para Circe.

—Esa es la parte peligrosa. Si Circe lo encuentra deberán despedirse de cualquier posibilidad de salvarlos a todos.

—No vamos a permitir que eso suceda —interviene Lucía con voz firme.

—Y sé que así será. Necesitarán la ayuda de una hechicera, y sé de buena fuente que ya conocen una —Lucía asiente, pensando en su amiga Freya—. Lo siguiente y por ello no menos importante, es tener todo preparado para la noche del solsticio de invierno. Solo serán capaces de encontrar la ubicación exacta de la flor cuando la luz de la luna bañe el agua. De lo contrario habrán perdido su oportunidad.

—¿Qué pasa si no podemos encontrarla?

Moros hace una mueca y se encoje de hombros.

—Entonces tendrán que hallar otra forma. No podré volver a ayudarlos, ya hice suficiente y no me concierne seguir interviniendo en su camino.

—En otras palabras estamos solos —refunfuña Miranda, cruzándose de brazos. Sus uñas negras resaltan bajo su piel blanquecina—. No me sorprende.

—Sé que harán un buen trabajo, pero escuchen bien: el camino hacia la libertad está lleno de obstáculos. Deberán aprender a identificar cuáles pueden estar a su favor y cuáles entorpecerán sus planes. Quién es el enemigo y quién es su amigo. Solo así obtendrán el éxito.

Con un movimiento brusco de su mano, sus dedos se cierran en un puño y las arenas se alejan rápidamente por la ventana, creando una ventisca que les despeina. Lucía cierra los ojos, sintiendo como las pequeñas partículas doradas intentan colarse entre sus pestañas. Sus cabellos azotan su rostro, pinchando sus mejillas.

El viento pasa y la atmósfera recupera la quietud. Exhala después de haber estado conteniendo el aliento sin razón aparente. Al abrir los ojos suelta un respingo. La silla bajo su cuerpo salta al igual que ella, moviéndose un poco de lugar.

Pequeñas partículas doradas flotaban ante sus ojos en cámara lenta. Parecían diminutos cristales brillantes. 

Sus amigos se encontraban petrificados, más bien paralizados en el tiempo. Una pared ambarina de textura viscosa parece cernirse por delante de ellos, envolviéndolos y dejándolos fuera de su alcance.

Sus dedos se mojan y hunden en la pared gelatinosa. Por más que lo intentara no podía llegar hasta Logan, quien aparentemente tenía la vista fija en Moros. Se voltea en la misma dirección, pero la silla con respaldo ornamental estaba vacía.

—Es inútil que lo intentes —dice una voz a sus espaldas.

Se levanta de un brinco y gira sobre sus talones. Moros lucía igual que antes, con la diferencia de que con cada gesto o expresión, su cuerpo se distorsionaba y volvía a cobrar nitidez.

Observó sus propias manos, alzándolas con suma lentitud. El movimiento provocaba que su piel se desintegrara en pequeñas partículas que volvían a su forma original al  detenerse.

—Nuestros cuerpos forman parte de lo que a mí me gusta llamar arena. —Mueve una de sus manos, provocando que millones de partículas vuelen en busca del lugar que les pertenecía ocupar—. El destino puede representarse de muchas maneras, pero su verdadera forma me recuerda a las arenas del desierto. Por eso me gusta vivir en uno.

—¿Qué quieres de mí?

Moros no se molesta en reprimir una sonrisa. Mueve la cabeza en dirección a un pasillo y hecha andar con las manos en los bolsillos.

Sin otra opción más que seguirlo, Lucía caminó tras él a una distancia prudencial.

—Quiero enseñarte algo— dice con cierto orgullo.

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