IX
El autobús se detuvo en Asheville, Carolina del Norte, después de dieciocho horas de recorrido. El aire de las montañas Blue Ridge inundó sus pulmones, llenándolos de vida y borrando de sus fosas nasales el aroma a gasolina.
La ciudad invitaba a los recién llegados a explorarla con profundidad para descubrir las maravillas que ésta ocultaba. No obstante, el tour turístico habría de esperar. Apenas pisaron suelo en Carolina del Norte, el plan entraba en acción.
Recorrerían los bosques, alejados de la civilización y de los caminos usados para realizar hiking con el fin de proteger a los humanos. Cualquier peligro que se avecinara —los cuales tarde o temprano aparecerían— serían mejor encarados si no habían espectadores cerca.
Su recorrido sería extenso y recién en Atlanta podrían coger un auto y seguir camino a su próximo destino.
—No entiendo por qué no podemos usar un portal —protestó Atticus, pateando una pequeña piedra del sendero.
—No hay portales en Blue Ridge —argumentó Matt—. Al menos no por ahora.
—¿Entonces por qué no buscamos uno y ya?
—Sería ponernos en riesgo —dice Josh y Sarah se muestra de acuerdo.
—Nos están siguiendo el paso; si llegamos antes de tiempo sería ponernos en evidencia. No hay que dejar que Circe se haga con la Flor.
—¿Qué pasa si lo hace? —indaga Josh.
—Más tatuajes. Más muertes. Y por ende, más destrucción.
—¿Por qué no me sorprende?
Atticus alza la mirada al cielo, varios pájaros vuelan por encima de sus cabezas hasta perderse de vista. El paisaje boscoso le traía viejos recuerdos, en realidad, todo lo que los rodeaba le hacía rememorar sus viejas andanzas. Desde que se unió a la Guardia del Olimpo sus misiones de campo cesaron y ahora, después de tantos años, se daba cuenta de cuánto lo extrañaba.
—¿Alguien más extrañaba esto? Estar en una misión.
—Si te refieres a morirme de hambre, no tener a mano un buen rizador de cabello, racionar la pasta de dientes y hacer tus necesidades en el bosque...—enumeró Sarah—, no lo hago.
Todos emiten una risa que poco a poco se va disipando, mas no la sonrisa en sus rostros.
—La vida de mortal es tranquila, a su manera, claro —comenta Lucía—. Pero la emoción y adrenalina que conlleva ser un semidiós no tiene precio.
—Amén por eso —festeja Atticus, alzando un puño al aire.
Entonces, el estridente batir de las alas de un pájaro irrumpe en la tranquilidad del bosque.
Las hojas de las espadas resplandecen bajo la luz del mediodía. Sus miradas buscan en el cielo a la bestia responsable de dicho ruido.
—¿Arpías?
—Demasiado ruido.
El enorme cuerpo de la criatura cubre por completo el sol como si éste se tratara de una canica. Su cola menea sobre la suave brisa otoñal, al tiempo que sus patas se abren para hacer del descenso un aterrizaje óptimo.
El plumaje negro de la cabeza y las alas les resultó inconfundible. Bajaron las armas, mientras veían, con el corazón en la boca, como las alas del grifo descendían, debelando así a sus dos pasajeros.
—Sorpresa, sorpresa —canturrea Miranda y se deja caer por el lomo del animal—. ¿Nos extrañaron?
—¿Qué hacen aquí?
—También nos alegra verlos —aprieta los labios en una sonrisa irónica—. Me aburrí de la monotonía.
—¿Y por eso decidieron exponerse? —Matt dio un paso al frente, decepcionado por la actitud rebelde de ambos jóvenes.
—Esta es nuestra lucha —tomó Logan la palabra—. Nos involucra a nosotros, los semidioses. Y si podemos pelear, daremos pelea.
Atticus sonríe satisfecho, poniendo los brazos en jarra.
—Como extrañaba esto.
Tan pronto como pronunció esas palabras, Sarah le propinó un golpe en el abdomen. Su rostro lo decía todo: "cierra la boca".
—Está bien —intervino Lucía—. Tienen razón. Si quieren ayudar y pueden hacerlo, que lo hagan. —Observa a ambos jóvenes, pero su mirada se decanta por Logan—. Yo haría lo mismo en su lugar...
Logan esboza una sonrisa de agradecimiento. No le importaba que el resto estuviese en contra de su decisión, si Lucía y Atticus estaban de acuerdo, eso era suficiente para él.
—¡Me encantaría seguir discutiendo pero el tiempo corre! —Chilla Miranda por encima del murmullo—. Ya estamos aquí. Supérenlo.
La mayoría accedió a regañadientes continuar. Todavía creían que era una mala idea tenerlos expuestos ahí fuera, pero hicieran lo que hicieran, ellos terminarían evadiéndolo.
Nico avanzó junto con el resto. Su mandíbula estaba tensa y sus labios ligeramente fruncidos. No pudo evitar pechar a Miranda en el hombro al pasar a su lado. Sentía tanto coraje.
—¿Y a ti que te pasa?
Él se detuvo en seco y la miró con los ojos ardiendo de furia.
—No se supone que estés aquí.
—¿Tengo que recordarte que tú me traicionaste? —Se cruzó de brazos, adoptando una pose desafiante.
—¡Era lo correcto! Si te atrapan será culpa tuya. No pienso cargar con eso en mi conciencia.
—Y no lo harás. Nadie se saldrá con la suya.
—Lo hicieron una vez.
Antes de que Miranda pudiera decir algo, una suave brisa irrumpe sin previo aviso. La calma que antecede a la tormenta se hace presente en cuanto las nubes encapotan el cielo.
La gran mayoría volvió sus cabezas en dirección a Josh. Éste al ver la reacción de sus compañeros se encogió de hombros y meneó la cabeza en forma negativa.
—Yo no soy.
El suelo bajo sus pies comenzó a sacudirse; los temblores eran acompasados por estruendos que meneaban las copas de los árboles, y provocaba que los pájaros salieran despavoridos.
—¿Por qué presiento que esto será un Déjà vu?
Los árboles se agitaron con violencia. Las copas se meneaban en un vaivén intenso que, en muchos casos, el tronco terminaba estallando en una lluvia de astillas.
Una figura corpulenta se asoma corriendo a través de los árboles; empujándolos con los hombros como si se tratara de mondadientes. Conforme se iba acercando su tamaño se asemejaba al de los inmensos pinos. La difusa figura lentamente adquirió nitidez al salir de la bruma que bañaba el bosque.
El gigante se desplazó a toda velocidad hasta llegar al claro. Su cuerpo se arrastró por lo que parecieron varios metros, creando grandes surcos de tierra alrededor de sus pies.
Tan pronto como se detuvo soltó un gruñido que hizo temblar el piso. Bajó la cabeza y sus ojos, inyectados en sangre, se encontraron con el pequeño grupo de semidioses.
Sus fosas nasales se dilataban mientras olía el aire, impregnado con el delirante aroma que los cuerpos de los jóvenes destilaban.
Cuanto más especial y raro se era, la piel despedía el aroma característico de la sangre, la cual los ponía en evidencia ante cualquier amenaza. Y tal parecía que aquel gigante ya se hacía una idea del manjar que tenía en frente.
—Aquí vamos de nuevo.
Blandieron sus espadas y se lanzaron al ataque.
Logan se quedó inmovilizado en su lugar. Desvió la mirada hacia Miranda, quien tenía la vista clavada en la gigantesca criatura. Aferraba la espada con recelo y miraba en rededor calculando sus posibilidades.
Intuía que ella no utilizaría sus poderes, o al menos eso esperaba. Otro episodio como el que había padecido y sería blanco fácil para el gigante.
Creyó que luchar sin poderes sería pan comido, pero al recordar lo fácil que era derrotar a un mondtruo con un simple movimiento de mano, se le haría una tarea casi que imposible. Percibía el poder del agua recorriendo su ser, haciendo vibrar cada fibra de su cuerpo, implorando por ser liberado.
Se mentalizó que ya no podría usar sus dones en batalla. Era un buen espadachín y debería aprender a usar eso a su favor ante cualquier amenaza. Después de todo, Grover los había preparado bien en ese sentido.
Josh alzó sus manos al aire y el crepitar del rayo cobró vida. Una descarga debería bastar para acabar con el monstruo, o al menos dejarla inconsciente. Sin embargo, el gigante solo se sacudió unos instantes, y después de unos segundos de retardo el cólera apareció en acción.
—Creo que te quedaste corto— insinuó Miranda con ironía en sus palabras.
El gigante lanzó un alarido y agitó su porra al aire. Tanto Miranda como Matt y Sarah se lanzaron a la acción. Un corte con el cuchillo divino de Sarah sería más que suficiente para acabar con la vida del monstruo.
Josh se preparó para atacar de nuevo y así cubrir a sus amigos. Vio la porra agitarse por encima de su cabeza y lanzó el rayo. Una estera electrizante surcó el cielo en línea recta, pero el gigante retrocedió, esquivando el ataque con éxito.
Antes de que Josh pudiera atacar de nuevo, el gigante azotó su porra contra Miranda, Matt y Sarah, lanzándolos contra los árboles.
El dolor y la furia tomaron posesión de Lucía. Blandió su espada y estuvo a punto de lanzarla contra el gigante cuando una cuerda se enredó alrededor de la porra y la lanzó a varios kilómetros de distancia.
Gordo y grande, el gigante les dio la espalda con movimientos toscos y lentos. Una escarcha blanca comenzó a trepar por sus pies hasta invadir todo su cuerpo. El monstruo soltó un alarido, el que quedó en el olvido después de que su boca se congelara, y su último aliento se difuminara con el viento.
El grupo vio incrédulo como aquella bestia se había convertido en una estatua de hielo. Dieron un paso al frente y entonces, una cortina de fuego hizo del gigante una llovizna congelada.
Al ya no haber nada que cubriera su panorama descubrieron que sus salvadores habían sido tres jóvenes con apariencia descuidada.
La chica llevaba su rebelde cabello rubio amarrado en una coleta. Tanto su ropa como su rostro estaban cubiertos de barro seco. A su lado había dos chicos, uno de rizos castaños y otro de cabello corto y morocho.
El chico de cabello corto enrolló su lazo —el mismo con el que se había desecho de la porra— y lo enganchó en su cinturón.
—Ya están a salvo.
—¿Y estos quienes son? — susurró Josh al oído de Lucía. Ella meneó la cabeza igual de desconcertada que él.
Por el rabillo del ojo vio como Atticus y los demás ayudaban a poner de pie a Miranda, Matt y Sarah. Los mismos parecían algo aturdidos por el golpe, pero más allá de un par de rasguños estaban bien.
—¿Quiénes son?
—Podría preguntar lo mismo.
Lucía guardó su espada y se adelantó al resto.
—¿Estaban persiguiendo al gigante?
—Él nos perseguía a nosotros— dijo la chica—. Hasta que algo más captó su atención. Solo intentábamos ayudarles.
Dio un paso al frente y se paralizó de golpe. Arqueó la espalda, al tiempo que usó sus manos para cubrirse el cuello. Su boca se abrió para expulsar un grito desgarrador, erizándole los vellos al resto.
Lucía sintió compasión por aquella joven e intentó hacer algo para ayudarla, cuando al descubrir la causa de su agonía sintió como se le caía el alma al piso.
Bajo su clavícula resplandecía el tatuaje de un copo de nieve. La piel alrededor del mismo lucía inflamada y con una tonalidad rojiza, mientras que el propio tatuaje despedía una tenue luz azulada.
Las manos de la chica rubia temblaban y apenas rosaban la zona cercana a la marca. Tal parecía que hasta respirar era un acto de dolor inminente.
—¿Qué le ocurre? —musita.
El chico de cabello rizado se aproxima con una mueca de malestar en el rostro. Tenía ambas manos cubriéndole la cadera donde, dedujo Lucía, estaría su tatuaje.
—Deben irse. Nada bueno pasa después de esto —respondió entre jadeos.
—¿A qué te refiere? — Atticus dio un paso al frente. Su mirada viajó de Logan a los dos jóvenes desconocidos que agonizaban por culpa de las marcas.
Los avellanados ojos de la muchacha rubia destilaban odio cuando elevó la mirada. Sus labios fruncidos, su respiración estridente por la agitación; estaba cabreada.
—Esta porquería absorbe la energía de nuestro poder y luego la irradia como una maldita antena.
—Espera, ¿qué dijiste? —Miranda se abre paso entre los rígidos cuerpos de sus amigos. Las oscuras cuencas de sus ojos observaban a la desconocida con cierto pánico—. ¿Cómo qué irradia? ¿Qué irradia?
El chico del lazo se aproxima a sus dos compañeros que lentamente iban recuperando el color.
—Significa que las marcas funcionan como un GPS para arpías y gigantes. Úsalos en demasía y en menos de diez minutos tendrás a un monstruo pisándote los talones.
Miranda se volvió a mirar a Logan. No hicieron falta las palabras para entenderse.
¿Sería posible que ese gigante les hubiera seguido el paso?
Ahora que sabían la verdad su conjetura cobraba sentido. Les habían seguido el rastro hasta Asheville, condenado a sus amigos en el proceso.
—Entonces hay que huir—apremió a decir Matt.
—¡No! —gritaron los desconocidos al mismo tiempo.
—Necesitamos que nos encuentren—dijo el chico de cabello rizado al ver los rostros de consternación—. Capturaron a una amiga y tenemos que ayudarla.
—¿Ustedes atrajeron a esa gigante?
Su teoría se desarmó.
—Íbamos a dejar que nos capturara—toma la palabra la chica rubia—. Hasta que por alguna razón le pareció más interesante venir aquí. Lamento si los involucramos pero si se van ahora estarán a salvo.
—¿Quién es su amiga?
Antes de que pudieran responder, Matt se acerca a Lucía y la jaló por el brazo.
—¡¿Qué haces?! —murmura cerca de su oído—. No podemos ayudar. Ese gigante olfateó nuestro aroma sin que alguien usara sus poderes. ¡Seremos presa fácil si nos quedamos aquí!
Lucía miró a Logan por encima de su hombro. Capturar a un semidiós guerrero sería como ganarse la lotería. Si la sangre de un semidiós común era especial, no quería ni imaginarse lo que sería la de ellos.
—¡Corran lo más rápido que puedan! Si se alejan lo suficiente ya no podrán rastrearlos.
—¡Esperen! —Logan alza las manos en un intento por detener a los tres desconocidos—. Podemos ayudarlos. Somos buenos.
Los extraños escrutaron los rostros de aquellos jóvenes. No podían entender por qué deseaban ayudarlos, y aunque lo hicieran, la desconfianza era un factor latente que no los dejaba tranquilos.
—No todos tenemos marcas— dice Josh para tranquilizarlos—. Podemos acabar con lo que sea y no llamaremos la atención de nadie.
—Tenemos una misión— espeta Matt a ambos jóvenes.
—Ellos tienen un problema y nosotros podemos ayudarlos. Es casi una obligación. Salvar una vida no nos retrasará, le entorpecerá los planes a Circe.
Matt observó a Lucía con incredulidad. Miró al resto y se dio cuenta de que algunos pensaban como él, sin embargo vio que en el fondo sentían que no podían abandonar a uno de los suyos. Podían hacer algo para salvarle la vida y de no hacerlo la culpa los carcomería vivos.
—Esperen un minuto— habló el chico del lazo. Una sonrisa socarrona se formó en sus labios—. Te conozco— apuntó a Josh con el dedo—. Sí. Debí saber que eras tú cuando vi ese rayo. ¡Eres el hijo de Zeus!
—¿Me conoces?
—¿Qué si te conozco? ¡Hombre, eres una leyenda! Tú y tus amigos lo son.
La chica rubia meneó la cabeza confundida, parpadeando varias veces para reacomodar sus ideas.
—Ustedes son...
—Algunos. Sí.
—Oh por Dios. — Se cubrió la boca con las manos. Sus compañeros reaccionaron casi que de igual forma, enmudeciendo ante aquella revelación—. Esto... Es un honor conocerlos. Quiero decir... ¡Wow!
Miranda apretó los labios y se inclinó hacia el oído de Logan.
—Ya me arrepentí de ayudarlos.
—Me llamo Gemma, hija de Quíone. Ellos son Erick, hijo de Hefesto y él es Nate, hijo de Hermes— dijo, señalando al chico de cabello rizado y al chico del lazo respectivamente.
—Uuuh, hijo de Hermes. Será como tener a Luke aquí.
—¡Shh! —Demandó Logan con mala cara. Miranda hizo una mueca con el labio y cruzó los brazos en el pecho.
—Es un placer. Supongo que ya conocen nuestros nombres.
—Conocemos sus nombres pero desconocemos sus caras; no se permiten fotografías de ustedes. Aunque si fueron afortunados como yo, en la batalla contra Cronos pude verlos en acción.
—Qué conmovedora historia— interrumpe Matt con ironía—. Yo soy Matt, él es Atticus, Sarah y Nico. Guardianes de los hijos de los tres grandes y de la hija de la diosa de la muerte. ¡Es un placer! Ahora, si no es mucha molestia, ¿podríamos movernos antes de que otro gigante nos encuentre? Gracias.
—Matt— le reprochó Josh.
—Es un riesgo que los capturen a Miranda y a Logan. Hay que protegerlos.
—Estaremos bien. Solo hay que poner un señuelo y ya está. — Se volvió hacia el grupito de tres, quienes no dejaban de lanzarse miradas alarmantes y parecían estar conteniendo el aliento—. ¿Todo bien?
—Sí. Yo seré el señuelo— se ofreció Nate—. Ya estoy acostumbrado.
—Genial. Entonces a esperar.
Tan pronto como terminó de hablar el piso bajo sus pies comenzó a temblar como la primera vez. Se pusieron en marcha y se escondieron detrás de unos arbustos.
Nate permaneció en el claro y no fue hasta que vio las copas de los árboles mecerse que se tiró al piso y fingió un dolor atroz en el brazo.
El gigante apareció en pocos segundos mostrando una sonrisa de oreja a oreja, feliz por haber encontrado a su objetivo. Sus regordetes dedos envolvieron el cuerpo de Nate con cuidado.
Desde abajo los amigos de Nate sonreían emocionados. En sus rostros podía verse la emoción de recuperar a su amiga. Sin embargo, sus niveles de entusiasmo descendieron al ver que el gigante no se movía.
Pudieron escucharlo olfatear el aire, sus fosas nasales abriéndose para captar cada pequeña partícula de olor.
Lucía vio la desesperación en los rostros de Gemma y Erick. El plan estaba por venirse abajo. Aquel gigante sabía que había una presa más grande en alguna parte, y podía olerla.
Apretó con fuerza la rama de un árbol. Miró una vez más a Gemma y Erick, y sin dudarlo se lanzó a los brazos del gigante.
—¡Nate!
Sintió los dedos de Logan intentando agarrar los suyos, pero ya había tomado impulso y un simple apretón no la detendría. Salió al claro y el gigante se volvió, haciendo temblar el suelo con cada paso.
El corazón le martilleó fuerte el pecho. Se cubrió el rostro e hizo un ovillo con su cuerpo, al tiempo que sentía los dedos regordetes de aquella criatura rodeándola. En menos de un instante dejó de sentir la tierra bajo sus pies.
Estiró la cabeza y vio las copas de los árboles pasar frente a sus ojos. Lo había logrado.
Miró hacia un costado y pudo ver el rostro de Nate. Una débil sonrisa tiraba de sus labios en forma de agradecimiento.
Salvarían a su amiga y de esa forma frustrarían los planes de Circe.
Todavía tenían tiempo.
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