Capítulo 41 Cenizas y Fantasmas
Sobrevive, debes tener la voluntad. Esta película no termina del modo en el que queremos todo el tiempo, entonces él gritó a la luna: "¡Ella se ha ido!", y el miedo ha salido triunfante.
"Hometown"– Joe Romersa.
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Sherlock trató de recordar cada detalle en cuanto a la visita de Faith Smith; o, más bien, la falsa Faith. A pesar de que, en ese día, tenía una gran cantidad de sustancias en su sistema, Sherlock tenía buen recuerdo de aquellos eventos. Analizó cada segundo transcurrido en su living room, estudió los eventos transcurridos fuera de su hogar; todo lo sucedido pasó por su mente como si de una película se tratase. A su lado siempre estuvo esa Faith Smith, no hubo nadie más, nadie que su cerebro pudiera relacionar. La incógnita carcomía al detective, hasta que, el ruido abrupto de su puerta le hizo volver en sí. Sherlock asomó su cabeza y miró a una alterada y agitada Molly.
—¿Pero qué...? —preguntó sin terminar la interrogante, Molly se acercó a él y le proporcionó una pesada bofetada.
—¡¿Dónde está?! —demandó, casi a llanto
Impactado por lo que acababa de pasar Sherlock movió la vista hacia ella, su cara detonaba intriga ante la furiosa demanda.
—¿De qué hablas Molly?
—¡No te hagas el que no sabe, ¿dónde está mi sobrino?!
Sherlock movió su mirada rápida y analíticamente.
—¿En tu casa? —inquirió.
Molly dejó ver una burlona y, por primera vez en todo este tiempo, psicótica sonrisa. Y entre más se ensanchaba su sonrisa, sus lágrimas salían a flote. El detective sintió una verdadera preocupación por su amiga y, con lentitud, se acercó a ella para tomarle de sus hombros. En ese momento, a la puerta llegó un desequilibrado y atontado John, y al verle ambos quedaron sorprendidos.
—¡Qué demonios...! —exclamó alterado Sherlock.
—¿Sher...? ¿Moll...? —preguntó a pausas. Y sin obtener respuestas John se desplomó en el suelo.
Ante aquella escena, Molly y Sherlock se dispusieron ayudar a su amigo y entre ambos lo cargaron y lo acomodaron sobre el sofá.
—¡John! —Exclamó preocupado Sherlock— ¡John, reacciona!
El Doctor Watson vislumbró a su amigo, por más que lo intentaba, no podía moverse ni hablar. Él cerró sus ojos y se desmayó. Molly, bajo las alteradas órdenes de Sherlock, buscó algodón y alcohol para poder reanimar a John, y la forense logró el cometido. Una vez preparado el algodón, Molly le acercó y le agitó suavemente cerca de la nariz de John.
—¡John, despierta!
Parecía recobrarse, abrió sus ojos y estos buscaban de nueva cuenta cerrarse.
—¿Qué le pasa? —cuestionó nerviosa Molly.
Sherlock negó con su cabeza y en ese instante le arrebató el algodón a su amiga. Ella se asustó pero la prioridad era John. El detective acercó el algodón y, difícilmente, John volvió a la realidad.
—¡Her-her-ma-na! —exclamó en balbuceo, mientras se sentaba en el sillón.
—¿Qué?
—¡Her-mana! —repitió, mientras miraba a todos lados.
—¿Hermana? —preguntó Molly.
—¡Sí, sí! —chilló.
—¿Tú hermana? —continuó curioso Sherlock.
—¡No! —soltó con un terrible suspiró—. ¡Tú hermana! —recalcó, mientras le veía.
Sherlock quedó sorprendido ante ello y Molly observó confundida el momento.
—¿Mi hermana? —cuestionó.
—¡¡Tienes una hermana!!
Esta vez el rostro del detective se mostró pálido y la serenidad le cubrió por completo.
—¿Yo, tengo una hermana?
—¡¡Si!!
Sin seguir creyendo lo que John profesaba, Sherlock se alzó del sofá y observó a sus amigos.
—John, sea lo que te haya pasado, te ha afectado la cabeza. Creo que confundes el hecho que yo, solo tengo un hermano.
—¡¡No!! —Gritó—. ¡Mi nueva terapeuta, la doctora Florence Welch, la maestra de piano de Bell, Elizabeth Walsh, y la Faith Smith que vino contigo resultaron ser una sola persona! Resulto ser tu hermana.
Molly estaba desconcertada ante lo que John vociferaba en cambio Sherlock mantuvo su palidez, creyendo que este estaba realizando una pésima broma.
—No estamos para juegos John, Molly está buscando a su sobrino —dijo, intentando cambiar el tema.
—¡Sherlock, tú hermana me disparó un sedante! —exclamó furioso.
—¡Qué no tengo hermana! —respondió al mismo tono.
Molly, nerviosa por la situación, miró ambos hombres.
—¡Basta los dos! —clamó. Ambos le miraron—. ¡Por favor, paren, que necesito decirles algo importante!
—Ya le dije lo de tu sobrino, Molly, sin embargo, cierta persona está de terca con que yo tengo una hermana.
Apuntó John de replicar ella le detuvo.
—¡No solo mi sobrino desapareció, también Rosie y Bell!
En una estupenda sincronización ambos miraron impactados hacia ella.
—¿Qué dijiste? —cuestionó John con horror.
—¡Los niños desaparecieron! Por un momento pensé que tuviste algo que ver con ello, Sherlock, pero... Ya veo que no... —y comenzó a llorar.
—Molly —habló Sherlock—, ¿cómo que desaparecieron?
—Y-yo... Y-yo no...
La pobre mujer no pudo articular palabras, colocó el dorso de su mano sobre sus labios y se dejó caer en una de las sillas del living room.
—Molly —llamó el detective mientras se acercaba a ella y, sorpresivamente, le tomaba de su mano—. Por favor, respira y dinos qué pasó.
Ella acató a su amigo, respiró y exhaló pesadamente. Sus lágrimas no pararon; la serenidad parecía reconfortarla.
—No lo recuerdo con exactitud, lo último que hay en mi memoria es Bell, luego oscuridad y al final desperté y no estaban.
—Molly necesito que recuerdes que fue lo último que paso con Bell —insistió ansioso Sherlock. Ella volvió a temblar y él apretó su mano—. Te lo suplico.
—Eso trato, eso trato... —Molly cerró sus ojos y comenzó a pensar en lo último ocurrido. Sus últimos recuerdos eran una enorme cortina de humo, pero está lograba, poco a poco, difuminarse— Me encontraba en mi sillón, estaba leyendo. Los niños estaban arriba y, de repente, Bell bajó con algo en mano.
—¿Qué tenía en su mano?
—Era un bote...
—¿Un bote? —preguntó John extrañado.
—Sí, dijo que lo encontró en el baño y que olía raro. Ella... —se detuvo y trató de recordar— ella me acercó el bote, lo olí y todo se volvió oscuro. Luego desperté, llamé a los niños y no respondieron, y fue ahí que me di cuenta que no estaban.
Ambos hombres se miraron confundidos. Sherlock soltó suavemente la mano de su amiga y se alzó.
—Vamos a tu casa, Molly. Necesito ver qué tiene ese frasco.
Ambos se alzaron y obedecieron al detective.
Durante el camino el silencio les acompañó. John parecía recobrarse del sedante, los nervios de Molly era menores y la ausencia de Sherlock a su entorno era el usual. Nadie pareció recordar sobre la hermana. Llegaron a la casa de Molly, se adentraron y buscaron aquel mencionado bote. Sobre el comedor le encontraron y, veloz, Sherlock lo tomó y le miró, era un líquido entre negro y verde viscoso, acercó su nariz y un terrible y nauseabundo aroma le bloqueo el olfato.
—¿Qué diablos es eso? —preguntó exaltado John.
Sherlock posó su brazo sobre su nariz y dejo el bote en la mesa.
—Molly, Isabelle te noqueó con esto.
—¿Cómo que me noqueó?
—Hizo un anestésico, para dejarte inconsciente.
—¿Y cómo demonios una niña de diez años hizo un...? — John se detuvo, y observó fríamente a Sherlock.
—¡¿Qué?! —exclamó.
—La verdad, no sé porque me molesto en preguntar.
—¿Pero por qué? —inquirió Molly.
—No lo sé...
—Pues piensa.
—¡Eso hago John!
Sherlock alzó sus manos y comenzó a moverse por el lugar. Ambos le observaban. El detective caminó de un lado para el otro, regresaba, daba la media vuelta hasta que, sobre la chimenea observó una fotografía. Curioso se acercó a ella y le miro; en ella estaba Molly, junto a su sobrino y una agradable mujer rubia. Los tres se veían sonrientes y felices. Sherlock tomó el marco sin dejar de analizar la foto.
—¿Qué pasa? —preguntó curiosa.
—Molly, tú no tienes hermanas.
—¿Qué? ¡¿A qué se debe eso?!
—Está foto. Esa mujer, no es tu familiar.
—Sherlock, no estamos para eso. Tres niños están desaparecidos.
—Nunca pensé que Thomas fuera tu sobrino.
—¡Si es mi sobrino! —clamó furiosa. John quedó sorprendido ante el tono.
—No tienes hermanos, Hooper —reprochó.
La rabia consumió a la forense; pensó en darle otra buena bofetada al detective pero logró contenerse, cerró su puño y suspiró terriblemente. Molly se enderezó, le rebató la foto y caminó hacía la chimenea. Buscó entre las demás fotos y sacó una, escondida entre unos adornos de mininos. Se dio la media vuelta y se acercó a él.
—Él es mi hermano —soltó furiosa mientras le extendía la foto. Sherlock la miró, de reojo, y retomó la vista a ella.
—Eres hija única, Molly.
Ella tragó difícilmente. John les observaba con exasperación.
—Es verdad —dijo—. No es mi hermano.
—Siempre lo supe —mencionó Sherlock con una media sonrisa en su rostro.
—Es mi primo —continuó, dejando a Sherlock y a John sorprendidos—, y él es el papá de Tommy. Cuando mi padre murió me fui a vivir con mi tía, que es hermana de mi papá. Ella nos crío ambos como hermanos, pero mi tío era un hombre de carácter duro y nos trató mal. Al crecer, Will se convirtió en su padre, un hombre frio y estricto y Tommy... mi niño es todo un Hooper —John poso la mirada en Sherlock, quien parecía sentir pena por lo sucedido—. Es por ello que trato de tener a Tommy conmigo, para que este alejado de su papá... y, ahora, mi niño está perdido...
Molly no lo toleró y las lágrimas volvieron a surgir. Sherlock acomodó la fotografía en su lugar y se acercó a su amiga.
—Molly, tranquila. Yo, te prometo que traeré a tu sobrino, sano y salvo. Él volverá contigo.
—¿En verdad? —preguntó, con un nudo formándose en su garganta.
—¿Alguna vez te he fallado? —Ella sonrió y negó con la cabeza—. Bien, ahora, quédate en casa y nosotros nos encargaremos de buscar a los niños.
—Pero...
—Hazlo, por si ellos regresan aquí.
Ella cabeceó suavemente en lo que sorbió su nariz y buscó limpiarse las lágrimas.
Sherlock y John dejaron el hogar de Molly, iban sobre la cera pensando en cómo todo esto había sucedido y cómo iban a resolverlo.
—¿Alguna idea? —cuestionó John. Sherlock negó con la cabeza.
—Sigo pensado que demonios le pasó por la cabeza a esa niña.
—Pues, ya aprendió tus mañas... —El detective se detuvo y miró severo a John— ¿Qué? Es en serio, no puedes negarlo.
—Sea lo que sea, no sé por qué lo hizo.
—Pues necesitamos interponer una denuncia de desaparición —dijo desesperado.
—No lo haremos.
—¿Perdón? ¡Sherlock, hablamos de niños desaparecidos!
—Lo sé John, pero... no nos alteremos.
—¿Cómo no quieres que nos alteremos? —inquirió furioso—. ¡Te repito: niños desaparecidos!
—Sí, sí, ya lo sé.
—¡Hay cuanto maniaco suelto en las calles y...! —se detuvo abruptamente. Sherlock miró extrañado a su amigo.
—¿John?
—¡Lo olvide!
—¿Qué olvidaste?
—Sherlock, tu hermana —él rodó sus ojos—, ella me dijo que quería a Bell —dijo nervioso.
—¡¿Qué?! —exclamó impactado.
—¡Sí, ella me dijo que te dijera de su existencia, fuéramos con Mycroft y que le entregará a Bell!
—¿Para qué quiere a Bell? —preguntó alterado.
—Sherlock... Tú hermana, ella fue quien mató a Samara —el detective palideció—, y ella manipuló a Sarah. Ella fue la que estuvo detrás de la familia Jones todos estos años.
El detective no escondió el terror que recorrió su cuerpo, tragó difícilmente y acomodó el cuello de su abrigo.
—Bueno, creo que es hora de hacer una visita familiar —mencionó, increíblemente, sereno.
Mycroft Holmes disfrutaba de una velada nocturna, mirando películas del cine "noir", en su hogar. Mientras la función transcurría un sonido interrumpió el momento de quietud del mayor de los Holmes. Curioso ante ello se alzó de su sillón, apagó el televisor y se dirigió hacía el pasillo. El lugar estaba oscuro, desértico, el sonido que escuchó pudo haber sido su imaginación. Mycroft iba a regresar a su sala cuando ese mismo ruido le hizo detenerse. Vislumbró al fondo del pasillo, no había nada, o al menos eso creía. Una extraña figura se mostró y Mycroft, temeroso, se acercó hacía ella y, mientras se acercaba, cogió su paraguas del pequeño buro que había a un lado y caminó hacia ella. Entre más se acercaba más se distinguía la figura, se mostró en guardia y alzó su paraguas.
—¿Quién eres? —demandó. No obtuvo respuesta. La figura seguía inmóvil y él, decidido a todo, deslizó el mango de su paraguas dejando a relucir una filosa espada—.
¿Quién eres? —insistió. La figura comenzó a moverse y Mycroft alzó la espada buscando intimidarle—. ¡Sal de ahí!
Obedeció al mayor de los Holmes y, de entre la sombras, apareció una figura conocida.
—Siempre tuve mis sospechas con respecto a tu paraguas, hermano.
—¿Sherlock? —cuestionó curioso.
—Baja tu arma.
—¿Qué demonios haces aquí?
—Vengo a que convivamos como hermanos que somos.
Detrás de él, John le sostuvo de su brazo y sintió el cañón de un arma.
—Hazle caso a tu hermanito, Mycroft —demandó el Doctor Watson.
—¡Vaya! —Exclamó, mientras bajaba el mango del paraguas—. ¿A qué debo esta emboscada en mi propia casa?
—Necesitamos hablar.
Mycroft cruzó su mirada con la de su hermano quien, ante el juego de sombras, se veía intimidante.
—Creí que habíamos aclarado nuestros asuntos, hace un par de semanas.
—Para nada hemos terminado. Ahora, estamos en el punto más crítico de la situación.
—¿Crítico? —preguntó con burla.
—Así es —continuó John—, la situación se ha empeorado ya que tenemos tres niños desaparecidos.
—¡¿Cómo?!
—Lo que escuchaste —siguió Sherlock—. Isabelle Elicia Jones, Rosamund Mary Watson y Thomas Jeremy Hooper desaparecieron está tarde.
Mycroft frunció el entrecejo.
—¿Y cómo lograron que tres niños desaparecieran? —preguntó incrédulo.
—Por eso estamos aquí, hermano —dijo con una enorme sonrisa—. Estamos aquí para poder terminar el caso Jones y, otra cosa importante, para hablar sobre nuestra hermana.
Mycroft palideció ante las últimas palabras.
—¿Perdón?
—Lo que oíste —y John recargó más el arma a la espina dorsal de Mycroft—, una hermana que, aparentemente, no recuerdo.
—Debes estar equivocado —soltó con una risotada.
—Yo tuve el placer de conocerla —mencionó John. Mycroft le observó por el rabillo del ojo—. Se hizo pasar por mí terapeuta; me dijo que odiaba estar en el olvido.
El mayor de los Holmes tragó difícilmente y retomó la vista a su hermano sin ocultar su miedo.
—Es imposible —soltó.
—Pues no lo es —reafirmó John.
—Necesitamos aclarar dudas, querido Mycroft —continuó Sherlock mientras se acercaba a verle—. Quiero que vayas a Baker Street. Diez en punto. Y prepara tus mejores argumentos.
El detective borró su sonrisa, se hizo a un lado y caminó. John bajó el arma y soltó a al mayor de los Holmes.
—Diez en punto Mycroft, o sino, meteré una bala en medio de tus ojos.
—¿Acaso me amenaza Doctor Watson?
—Por supuesto. Hasta que no tenga a mi hija en mis brazos, mi amenaza estará en pie.
John guardó su arma, se dio la media vuelta y se fue. Mycroft vio como entre las sombras las figuras de su hermano y amigo se desvanecían; y, en ese momento, el pánico se convirtió en su único acompañante.
Diez en punto. Mycroft yacía en el 221B de Baker Street. Frente a él estaban su hermano y el Doctor Watson radiando una impecable serenidad y paciencia, John alistó su libreta mientras que Sherlock colocó sus manos bajo su mentón. Los nervios que irradiaba el poderoso gobierno británico eran increíbles, Sherlock no creía las condiciones de su hermano; ahora no era tiempo de admirar la debilidad del más fuerte, necesitaba encontrar a los pequeños.
—¿Gusta un té? —interrumpió la señora Hudson. Mycroft, aliviado por su presencia, volteó a verle.
—Por favor.
—Claro, ahí está la tetera —dijo la señora Hudson apuntando a una mesita.
Ella sonrió burlona y salió del lugar, John y Sherlock no evitaron acompañar aquella sonrisa. Mycroft suspiró desganado y fue por una taza de té. Necesitaba calmar sus nervios.
—No tenemos todo el día, Mycroft —mencionó Sherlock.
—¿Hace cuánto desaparecieron los niños?
—Dieciocho horas.
—Debieron interponer un aviso.
—Queremos que nos consigas los vídeos de seguridad de Londres en estas dieciocho horas —dijo Sherlock—, los niños no pudieron haber escapado a tu extensa seguridad.
Mycroft soltó la tetera, buscó en el bolsillo de su abrigo y sacó su celular e hizo una rápida llamada.
—Traerán las grabaciones en una hora —mencionó al colgar.
—Gracias. Ahora, vuelve a tu asiento.
Él tomó su taza y obedeció. Se sentó en la silla, cruzó una de sus piernas y dio un ligero sorbo al té. Estaba delicioso.
—No atrases lo inevitable —habló John. Mycroft movió sus ojos a él.
—No atraso nada, Doctor.
—Si es así, comencemos por lo que más me intriga: Mi hermana, Eurus.
Ahora Mycroft movió los ojos hacía su hermano.
Doce horas atrás:
Los niños habían llegado a Northampton. En la estación de tren, burlaron fácilmente a los guardias de seguridad. Solo se habían rejuntado con algún adulto y fingieron que eran familia. Salieron del lugar y comenzaron a caminar rumbo al antiguo vecindario de la niña.
—¿Sherlock tiene a sus vagabundos aquí? —preguntó curioso Tommy.
—No creo. Aquí estaremos seguros.
—¡Ay Bell! —Exclamó el niño, sin soltar la carriola de la pequeña Rosie—. Deberás que tengo un mal presentimiento de todo esto.
—Eres un paranoico Hooper —dijo con cierto aire molesto, mientras guardaba la pañalera en el compartimiento de la carriola.
—¡No soy un paranoico!
Bell rodó los ojos.
—No pasara nada, confía en mí. Si algo llegará a salir mal, yo los sacaré de esto.
Tommy suspiró.
—Bien... ¿Y, por cierto, donde nos quedaremos? No creo que tu investigación dure unas horas.
—Conozco a alguien que vive aquí.
—¿Ah sí?
—Sí, un compañero del colegio. Su nombre es Eric
—¿Eric? —cuestionó alterado—. ¿Compañero?
—Si —soltó fastidiada—. Es algo raro, para que no te vayas asustar.
—¿Qué tan raro? Y ¿Por qué no me habías dicho de él?
—¿Qué más da? Estaremos con él un día o dos.
—¡No, en serio, ¿quién es Eric?!
—Cuando lo veas, lo conocerás.
Bell ignoró los celos de su amigo y continuaron caminando por las calles de Northampton.
Anduvieron por una hora, hasta que llegaron a la dirección que Bell tenía. La niña quedó sorprendida, ya que la calle de Eric quedaba a dos calles en donde ella solía vivir. Isabelle miró curiosa y con cierta nostalgia su antiguo vecindario, hacía más de un año y medio que no vivía ahí, y era todo extraño para ella.
—¿Bell? —llamó Tommy, sacándola de sus pensamiento.
—¿Eh?
—¿Aquí es donde vive ese Eric? —preguntó apuntando a una casa de dos pisos; color crema y adornada con un bonito jardín.
—S-si —respondió, algo confusa.
—¡Qué bueno! Porque ya me canse de caminar, es más, Rosie ya se durmió.
—Sí, necesita dormir. En dos horas le toca su biberón.
Tommy se encogió de hombros y dio media vuelta a la carriola. Ambos niños subieron los leves escalones, Bell cargó parte de la carriola para no despertar a su amiguita, y llegaron a la puerta. Ella tocó el timbre y esperaron a ser atendidos. Unos momentos después, Eric Worth abrió la puerta y les recibió con una enorme sonrisa en el rostro.
—¡Bell, me alegro que llegaras!
—Hola Eric —saludó de mala gana.
El pequeño no se lo pensó dos veces y abrazó a la niña, quien quedo estática ante ese recibimiento. Thomas sintió como la sangre le llegaba a las orejas.
—¿Ellos son tus amigos? —preguntó mientras le soltaba.
—Si —dijo, un tanto asqueada—. Él es Tommy y, la bebé es Rosie.
—Mucho gusto —saludó Eric mientras extendía su mano. Tommy no dudo en tomarla y apretarla con todas sus fuerzas.
—Mucho gusto, Eric —soltó con una falsa sonrisa.
—¡Vaya, qué fuerza! —Exclamó con una sonrisa—. Pasen, mi papá fue de compras. Dijo que nos prepararía una grandiosa cena.
—No tenía por qué molestarse.
—No es molestia... ah ¿Thomas? —preguntó, aun sonriente.
—¿Si?
—Ya puedes soltarme.
Bell miró extrañada el momento y le dio un leve golpeteó a Tommy en su hombro. El pequeño Hooper obedeció.
—Perdón, es que es la emoción de conocerte —dijo entre dientes.
—Ya cálmate, Hooper —susurró la niña.
—Pasen, pasen. Son Bienvenidos a la casa Worth.
Eric se hizo a un lado y sus invitados se adentraron a la residencia. Una vez ahí los niños miraron curiosos el amueblado de la residencia. Todo tenía un estilo victoriano, no muy ostentoso; daba un toque de antigüedad. Los adornos demostraban lo bonita que podría ser Inglaterra y, sin dudas, la vida de la realeza.
—Qué feo lugar —susurró Tommy. Bell le miró seriamente.
—Papá es un ferviente admirador de nuestra realeza —mencionó Eric a sus espaldas, ambos se asustaron—. Tanto es, que una vez me contó que se adornó con las joyas de la realeza —Eric sonrió y ellos se extrañaron—. A mi papá le encanta inventar historias, aunque él me jura que no las inventó.
—¿Y cómo se pondría las joyas de la realeza? Eso es casi un delito.
Eric se encogió de hombro.
—Papá es muy listo. ¡Eh! ¿Quieren jugar Mario Kart? —soltó de repente.
—Si —dijo Bell como si nada.
—Genial, iré por mi Wii. Mientras tomen asiento.
Los dos obedecieron y Eric subió a la planta alta.
—¡Bell, ese Eric está loco! —dijo algo alterado.
—Te dije que era raro.
—Eso no es ser raro. Yo sé lo que es ser raro y, créeme, que eso no lo es.
La niña le ignoró y se dispuso a analizar el lugar. Ese ambiente victoriano, no cuadraba en una persona de clase media; el hecho de admirar a la realeza, Bell entendía el respeto a su reina y familia, sin embargo, nunca había conocido una persona tan obsesionada con ellos.
—Son llamativos —respondió.
—¿Tú crees?
—De momento, ignóralo Thomas. Dejemos que pase un poco el tiempo y luego iremos a mi casa.
El pequeño Hooper suspiró y obedeció a su amiga. Eric llegó con su aparato, le pidió a Thomas que le ayudara a conectarlo y él, fingiendo alegría, lo hizo. Los tres niños se pusieron a jugar, en ese lapso la pequeña Rosie despertó y empezó a comportarse de manera necia, Bell se acercó a ella, le cargó y busco calmarla mientras que Tommy y Eric competían a muerte en Mario Kart.
Tommy perdió un total de ocho veces contra Eric, quien demostraba ser un genio en dicho juego y mientras que el pequeño Hooper buscaba otra revancha, escucharon como la puerta principal se abría. Detuvieron el juego y un hombre, no mayor a cuarenta años, apareció en la sala principal.
—¡Papá! —exclamó alegre Eric, soltó el control y corrió abrazarle.
—¡Eh campeón, ya están aquí tus amigos! —dijo mientras le daba unas leves palmadas en la espalda.
—Si papá —mencionó mientras volteaba a verles—, mira ella es Bell, la bebé es Rosie y el niño es Tommy. Chicos él es mi papá.
—Mucho gusto señor Worth —soltaron al unísono.
—El gusto es mío, pequeños. El gusto es mío —dijo con una peligrosa sonrisa.
Presente, Baker Street:
—Eurus, es un nombre griego ¿cierto? —mencionó Sherlock.
—Correcto, significa viento del este —continuó John.
Ambos miraron a Mycroft.
—Recuerdo que solías asustarme con ello. "El viento del este."
—Asustarte no es la palabra que yo usaría.
—Sí, era esa.
—Era más bien, examinarte.
—¿Examinarlo? —cuestionó John.
—Si... Los recuerdos puede resurgir, las heridas pueden reabrirse. Los caminos que recorremos esconden demonios, y los tuyos llevan mucho tiempo esperándote, hermano. Jamás fue sobre "asustarte", era examinar tu salud mental.
—¿Por qué no la recuerdo?
Mycroft mordió su labio inferior y miró a John.
—Esto es un asunto familiar.
—John se queda.
—Asunto familiar —insistió.
—¡Y es por ello que él se queda! —gritó.
Un silencio flotó sobre aquel living room y Mycroft tuvo que ceder ante aquella petición.
—Bien —habló John—, entonces su hermana ¿tenía eso? ¿La deducción?
—¿La deducción? —interrumpió Mycroft con una sonrisa burlona.
—Aja.
—Más de lo que se imaginan —Ambos se miraron extrañados—. Como sabrán yo soy el más inteligente.
—Eso proclamas —interrumpió Sherlock.
—Pero Eurus —le ignoró—, ella era demasiado lucida. ¿Recuerdas que nos evaluaron? —el detective asintió—. Bueno yo era extraordinario, tú eras impresionante, Eurus la consideraron un genio legendario, superior a Newton.
—¿Y por qué no la recuerdo?
—Hermano, claro que la recuerdas. Todas las decisiones que has tomado, los caminos que has seleccionado en tu vida, son tus recuerdos de Eurus. El hombre que hoy eres, es tu mejor recuerdo de ella. Eurus era diferente —continuó—, sabia cosas más allá de lo común.
—¿Ejemplos?
—Una vez nuestros padres la encontraron con un cuchillo, pensaron que quería suicidarse. Era una niña pequeña, ¿cómo era posible que hiciera algo así? Entonces yo le pregunte sobre ello y su respuesta fue que quería ver sus músculos en funcionamiento.
—¿Y no sintió dolor? —preguntó espantado John.
—Le pregunte por ello, ella me contrarrestó cuestionándome que era el dolor.
—¡Dios...!
—¿Pero por qué la olvide?
—Tal vez fue por Barba Roja.
—¿Mi perro? —cuestionó curioso.
—Ella, un día se llevó a Barba Roja. Nunca nos dijo donde lo ocultó, lo único que hacía era cantarnos una canción hasta que, un día, llegó y nos dijo que Barba Roja se había ahogado. Rápidamente hicimos conclusiones. Tú eras muy allegado a Barba Roja y eso te afecto mucho. Comenzaste a olvidar de ella, bloqueaste tus recuerdos.
—¿Pero cómo pudo hacerlo, si vivían en la misma casa?
—Bueno, lo que paso después de ello fue... terrible —mencionó con un nudo en su garganta—. Eurus incendio nuestro hogar, desconozco la razón, pero en ese momento, decidieron llevársela a un internado.
—¿Quién la llevo? —cuestionó Sherlock.
—El tío Rudy.
—¿Y en dónde está?
—El lugar se llama Sherrinford. Una isla entre Londres e Irlanda.
—¿Pero cómo demonios logro escaparse?
—No tengo la menor idea, Doctor. Yo igual me encuentro sorprendido de ello.
Sherlock se mantuvo serio.
—¿Y, a todo esto, cómo añadimos a la Jones a esta historia?
Mycroft soltó un largo suspiró.
—Eso ya sería otra historia.
—Hay tiempo —habló Sherlock—. Me interesa saber que nos une con las Jones.
—Más de lo que te imaginas, Sherlock.
—Bien, ya sé quién es mi hermana, ahora dime el resto. Porque por alguna razón Eurus quiere a Isabelle.
—No me sorprende.
—¿Ah no?
—No. Lo que te voy a revelar, es el mismo equivalente en haber ocultado a Eurus.
—¿A qué te refieres Mycroft?
—Antes de hablar, quiero saber si, ¿en algún momento dedujiste mi metáfora del conejo?
Sherlock se extrañó.
—¿A qué te refieres?
—El día que vine, y que aún estabas intoxicado, me exigiste la tercera USB y yo te dije que ya no eras tan rápido como los conejos —Sherlock abrió al vista de par en par—. ¿La comprendiste?
—La tercera USB... —soltó sorprendido— ¡Esta en el señor conejo!
—¿Qué? —interrumpió John.
—¡El señor conejo, el peluche de Bell! ¡Ahí escondió Samara la tercera USB!
—Así es.
—¿Tú sabías las localizaciones de las memorias? —preguntó John.
—Si. De hecho, fui yo quien sugerí los lugares de cada una.
—¡No es cierto!
—¡¿Conocías el contenido de cada una?! —demandó Sherlock.
—A la perfección.
—Es por eso que no nos querías en el caso porque Eurus era la culpable, y tenías miedo que Sherlock llegara a ella.
Mycroft miró a John y cabeceó ligeramente.
—Sí y no.
—¿Cómo que sí y no?
—Estaba consiente que en algún momento Sherlock recordaría a nuestra hermana, pero lo que no estaba consciente era que todo esto se juntara. La muerte de Samara Jones, la repentina aparición de Eurus....
—Y la tercera USB narra la participación de Eurus en el ataque terrorista de hace once años —afirmó el detective. El mayor de los Holmes volvió a suspirar.
—Tendrás que verlo tú mismo Sherlock.
—No empieces con estupideces, porque ya no estoy para ellas —el detective se alzó de la silla y miró firmemente a su hermano—. En este momento me vas a revelar toda la verdad sobre las Jones y la participación de Eurus en ello.
Mycroft posó una de sus manos sobre su frente y le masajeó.
—De acuerdo, te lo diré. Te diré lo primero que veras en esa USB. Isabelle Elicia Jones, está muerta.
Sherlock y John quedaron fríos ante esa revelación. ¿Isabelle muerta? ¿Su pequeñita estaba muerta? El detective no evitó sentir como su mundo se iba de cabeza. Primero una hermana que había olvidado y ahora, la pequeña niña que se había dedicado a criar por año y medio, estaba muerta. Esto no era posible.
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¡Hola! ¿Cómo han estado? Espero y bien 😁. Bueno, lamento mucho la tardanza mis compañeros/as Sherlockians, espero que esta pausa los haya hecho reflexionar 😉 ¿Ya lo notaron? ¡Estamos en el proceso de las revelaciones! Muchas/os de ustedes, a lo largo de la historia, han lanzado sus teorías, hechos, etc. Ahora es tiempo para ver si todas ellas se vuelven realidad o no 😈 Pero, de momento, estaré ausente casi todo marzo 😪 Es probable que regrese a finales de mes o mitades de abril pero, no se me desesperen, ya saben que vuelvo y que de repente ando por aquí. Es que la vida, la uni, todo... No sé puede totalmente contra ello 😥
¡Gracias por su paciencia, leer, ser fieles <3 y nos leeremos en los próximos capítulos!
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