Capítulo 2 Ella me recuerda a ti
El teléfono no dejó de sonar y cada vez que se escuchaba el timbre John Watson colocaba la almohada contra su cabeza y apretaba con fuerza para que el sonido no penetrara en sus oídos, pero era imposible, quien llamaba no tenía ningún interés en desistir.
—John... —balbuceó su esposa; Mary, quien parecía no molestarle que el teléfono sonará a altas horas de la noche.
—No Mary... —desganado respondió.
El timbre siguió resonando por toda la residencia Watson y aceptando su derrota junto con toda la rabia del mundo, el Doctor se alzó de su cama y caminó por la estancia muy apenas notando los muebles o cualquier otro objeto con el que pudiera golpearse. Aún no amanecía y el sueño le dominaba profundamente. Al acercarse a la mesita tomó el teléfono y con un enorme bostezo contestó.
—¿Ho...? ¿La? —Curioso, John no escuchó nada—. ¡¿Hola?! —demandó adormitado.
—John, tienes el teléfono al revés —alcanzó a oír, miró extrañado el aparato y resultó ser cierto. Chasqueó fastidiosamente la lengua y acomodó el teléfono como debía ser.
—¿Hola? —repitió.
—John necesito que vengas, tengo un caso.
—¡¿Sherlock?! —Exclamó confundido—. ¡Por Dios, Sherlock! ¡Son las cinco de la mañana! ¿Cómo se te ocurre marcar a estas horas?
—Tú siempre madrugas, John. Necesito que vengas.
—Pero por... Sherlock yo... —en ello escuchó como colgaron el teléfono.
John suspiró con amargura, acomodó el aparato y caminó rumbo a su habitación para volver a conciliar el amado sueño. Al entrar en su recámara, su mujer, de siete meses de embarazo, se encontraba acurrucada entre las sábanas. Sonrió al verle, se veía tan hermosa. Así que con delicadeza se recostó en la cama y en ningún momento dejó de contemplarla.
—¿Qué quería Sherlock? —preguntó al sentir a su marido junto a ella.
—¡Ah! —Exclamó—. Nada de interés.
—¿Seguro?
—Bueno, sí —respondió cansado—. Dijo algo de un caso, pero iré más tarde. Ahora quiero seguir durmiendo —le tomó en sus brazos—, y estar con mi esposa.
Mary sonrió, volteó para abrazarle y darle un beso en sus labios. John no evitó el mimo de su mujer y correspondió a ese beso; en ello, el celular sonó y molesto se separó de los dulces labios de su esposa. Con un suspiró amargo, John tomó su móvil y miró el mensaje de texto que le había llegado. Al percatarse Mary sonrió con diversión.
"Te estoy esperando".
SH.
John rodó sus ojos y expulsando otro amargo y agotador suspiro se alzó de la cama mientras Mary conservaba su sonrisa.
—Creo que es muy importante lo de Sherlock, ¿verdad?
—Eso espero, si no, lo golpearé por haberme sacado de la cama.
John Watson realizó su rutina matutina: un baño, afeitarse y un rápido desayuno que consistía en un sorbo de café y una mordida a una rebanada de pan tostado. Una rutina adecuada cuando se trataba de reunirse con Sherlock Holmes.
Mary veía a su esposo quien se ponía el resto de sus prendas y se alistaba hacía su próxima aventura.
—Trataré de estar aquí para antes de la cena.
—Lo dudo —dijo con una juguetona sonrisa mientras le ayudaba a acomodar el cuello de su gabardina—. John, cuídate y mándale nuestros saludos a Sherlock.
Él le sonrió dándole un cálido beso en aquellos preciosos y suaves labios para después finalizar con uno a su vientre. Con una última sonrisa John salió de su hogar y fue rumbo al 221B de Baker Street.
Aquella pequeña niña lentamente abría sus ojos y se alzaba para distinguir confundida su alrededor. Todo era borroso. Comenzó a tallarse sus ojos y al tener una vista menos nublada, observó más atenta a la habitación que destacaba con un diseño muy hogareño. Se sentó al borde de la cama, pensando por unos momentos, cuando abrieron la puerta.
—¡Yuju! —Saludó aquella señora quien le había recibido en la madrugada—. ¿Cómo amaneciste, preciosa? —ella le miraba aún con miedo y no respondió—. Bien —continuó con una sonrisa nerviosa al no escuchar palabra alguna—. Espero que descansaras bien.
—Sherlock —nombró la pequeña.
—¡Oh, cariño, no desesperes! —Exclamó sonriente, mientras se sentaba a su lado—. Sherlock te recibirá en un rato más, solo que está esperando a John; no puede resolver un caso sin él. Son todo un dúo. Pero, mientras esperamos a que llegue John, ¿por qué no tomas un baño y luego desayunas?
La niña continuaba sorprendida a tal punto que no parpadeaba. La señora mantuvo su sonrisa, pero, realmente no sabía que era lo que pasaba con ella y, muy en el fondo, ya no sabía cómo expresarse.
—Creo que... no nos hemos presentado como se debe —habló para romper el frío silencio—. Yo soy la señora Hudson, soy dueña de este piso y aun así tienden a confundirme con el ama de llaves. ¿Y tu nombre es...? —Los ojos de la pequeña comenzaron a parpadear con la habitual naturalidad más no replicó. La señora Hudson miró perpleja a la niña—. Bueno, ¿te parece si tomas el baño? Yo mientras te preparo el desayuno.
No respondió, solo se alzó y la señora Hudson le guío a donde se encontraba el cuarto de baño. Mientras tanto, Sherlock estaba encerrado en su piso, sentado frente a su laptop buscando noticias sobre todo lo relacionado con Northampton. Su enfoque principal eran los homicidios, sin embargo, no encontró notas de estas últimas cuatro semanas que se hablase de alguno. Consultó robos a mano armada, secuestro, violación agravada; de todo lo que pudiera con llevar a una muerte, pero nada. Colocó sus manos debajo de su barbilla y pensó porque no había notas amarillistas sobre aquella localidad. Curioso tomó su celular y mandó un mensaje:
"Necesito informes sobre cualquier incidente de Northampton. Lo más pronto posible".
SH.
Se alzó de la silla y prosiguió a realizar una llamada.
—¿Diga? —contestaron después del primer timbre.
—Necesito que me envíen los periódicos de estas últimas cuatro semanas y que contengan columnas relacionadas con Northampton.
—¿Para qué necesita todo eso? —preguntó confuso aquella persona.
—Usted venga y déjelos al 221B de Baker Street.
Y colgó.
Por otro lado, el Inspector Greg Lestrade llevaba consigo su café americano y sus rosquillas para complementar su rutina matutina cuando sintió como su celular vibraba. Extrañado y difícilmente lo sacó del bolso de su gabardina y miró de quien provenía el mensaje.
—Ay, Dios mío... —susurró desganado.
—¿Pasa algo jefe? —preguntó la agente Donovan quien llegaba a la par que él.
—Necesito un enorme favor —volteó a mirarle inquietado.
—Tiene que ver con el psicópata ese, ¿verdad? —cuestionó con una ceja arqueada.
—¿Eso importa? Necesito que me consigas registro sobre cualquier incidente que haya pasado recientemente en Northampton.
—¡¿Northampton?! —Exclamó sorprendida—. Ni siquiera es parte de nuestros distritos.
—No importa, Donovan. Tú consígueme todo lo que puedas de estas últimas semanas.
El inspector Lestrade dio una enorme mordida a su rosquilla y entró al edificio a una velocidad increíble, dejando a la agente sobresaltada con la orden.
El baño que había tomado la pequeña le había caído de maravilla. La señora Hudson se encontraba hincada frente a ella, secándole su corta cabellera castaña y descubriendo que su piel era de un color aperlado precioso. Ella no dejó de mirarle, debido a que en ningún momento paraba de hablar.
—Eres una niña muy bonita. ¿Sabes? Tengo un pequeño vestido que tal vez podría quedarte, mientras te conseguimos algo más adecuado a ti, ¿te parece? —Y movió su cabeza con un sí—. ¡Vaya! —exclamó con alegría—, al fin una respuesta. Bien, ya terminé de secarte tu cabello, ahora quiero que te pongas esta ropa interior mientras voy por ese vestido, ¿de acuerdo?
De nuevo la pequeña cabeceó y la señora Hudson sonrió. Ella se alzó del suelo y caminó hacia la puerta para ir por ese vestido. Mientras andaba a su habitación, escuchó como tocaban a su puerta, y sorprendida se acercó para atender el llamado y recibió una enorme sorpresa.
—¿En qué puedo ayudarles? —cuestionó al ver cuatro hombres con diferentes uniformes y varias pilas de periódicos.
—Venimos a dejar esta carga que solicitaron a esta dirección.
La señora Hudson sacó su cabeza para descubrir las cuatro camionetas repartidoras estacionadas frente a su edificio. Sin poder comprender la situación, volteó hacia los escalones y no lo dudo ni momento más.
—¡¿Sherlock?! —gritó.
—¡¡Déjelos pasar!! —respondió desde su living room.
—Pues... adelante señores —despachó muy confundida mientras se hacía a un lado y los hombres comenzaron a pasar con los montones de periódicos.
En ese momento John arribó a Baker Street y al acercarse a su antigua casa pudo ver como pasaban varios hombres cargando las pilas de periódicos. Confundido se adentró al departamento y descubrió a su antigua casera al pie de la escalera.
—Señora Hudson —llamó mientras se acercaba a saludarle.
—John, querido, que bueno que llegas —dijo mientras respondía el saludo—. ¿Podrías quedarte a vigilarles? Tengo algo que hacer.
—Pero, señora Hudson, ¿qué es todo esto? —preguntó extrañado mientras la miraba irse.
—¡Es sobre el caso que tiene Sherlock!
—Debí suponerlo —se respondió y continúo su camino por las escaleras hasta llegar al living room. Entró y encontró al detective, leyendo un periódico y como a su vez estaba en medio de enormes pilas de ellos—. ¿Sherlock?
—Al fin llegas. Tres horas tarde, pero llegaste —respondió sin bajar el diario.
—No iba a venir a las cinco de la mañana hasta acá —alegó molesto.
—Qué pena —en ello cerró el periódico y le miró—. Sin embargo, que irresponsabilidad de tu parte.
John suspiró hastiado y en ese momento escuchó como uno de los hombres que traía las pilas de diarios le pedía permiso para pasar. Él se hizo a un lado y miró confundido a la escena.
—¿En dónde dejo estos? —preguntó el joven a Sherlock.
—Ahí está bien —contestó sin mirarle.
—Sherlock, ¿a qué se debe esto?
—Es parte del caso John, y hablando del caso... —mencionó mientras caminaba en dirección a la puerta— ¡Señora Hudson, ¿ya despertó?! —gritó.
John se mostró más atolondrado de lo que ya estaba.
—¡Sí, estamos desayunando! —contestó.
Sherlock se encaminó a bajar las escaleras cuál gacela en cacería.
—¡Espera Sherlock! —exclamó mientras iba tras de él—. ¿De qué trata este caso?
—Lo verás por ti mismo.
John no hizo más que seguirle la marcha a su amigo hasta que ambos arribaron a la cocina y, para la sorpresa de John, había una niñita comiendo como si fuera el fin del mundo.
Al oírse la puerta, ella alzó la vista y observó a los dos hombres. Uno era alto; tez blanca; cabello rizado y negro y con unos ojos verdes brillantes, el que le seguía era un poco bajo de estatura; cabello café muy claro, casi rubio con unas pocas canas siendo algo visibles por el lado de las sienes y con unos ojos color grises llenos de conmoción.
Al haberlos contemplado, y al parecer analizado, bajó su mirada y continuó comiendo.
—Chicos, ¿quieren desayunar? —preguntó la señora Hudson al no ver ningún tipo de acción por parte de ellos.
Aun confundido John volteó a mirarla y apreció como llevaba puesto su mandil, en una mano una espátula y en la otra un sartén preparando unos huevos revueltos que olían delicioso.
—No, gracias, señora Hudson —contestó Sherlock, claramente por los dos, y tomó la silla que estaba frente a la pequeña y se sentó.
La pequeña volvió a alzar la mirada y vio al hombre alto, quien le observaba con mucho detalle. Ante la presión que Sherlock generaba, John se acercó a su lado y vio como la niña movió sus ojos marrones hacía con él.
—Ah... Sherlock, sería bueno una explicación —habló a regañadientes mientras enseñaba una sonrisa.
—Ella, John, es nuestra cliente —dijo mientras ponía sus manos bajo su barbilla.
—¿La niña? —Preguntó curioso—. Creí que tenía que ver algo con lo de Moriarty.
—No —contestó muy incómodo.
—Pensé que no tomarías más casos, hasta resolver... eso —continúo preocupado ante el tono recibido.
—Hice una excepción. Estás aquí porque mataron a tu madre —John y la señora Hudson le miraron pasmados—, así que habla —demandó quisquilloso. La pequeña le contempló sorprendida.
—Sherlock —habló John con su sonrisa y mientras le tomaba de su hombro—, podemos hablar un momento, ¿en privado? Por favor.
—¿Ahora? —cuestionó atípico y sin despegar la mirada de la pequeña.
—Sí, ahora —dijo muy molesto, tomándolo de la manga de su saco para alzarlo.
Desconcertado Sherlock comenzó a moverse a la par de John y ambos salieron de la cocina.
—¿Qué fue eso? —exigió molesto.
—¡¿Qué diablos pasa contigo?! —regañó John.
—¿En serio estás preguntando eso?
—No... —se detuvo y le vio seriamente— No a eso. Me refiero a como le hablas así a la niña.
—Fue testigo del homicidio de su madre —respondió como si nada y mientras limpiaba la manga de su saco.
—Sherlock —continúo John a la par que ponía una de sus manos en su frente, a señal de desesperación—, es una niña. Estamos ante una pequeña, la cual está traumada por el hecho de su madre, así que te pido que seas delicado con ella.
Confundido Sherlock le echó un vistazo a John y lo único que pudo hacer fue arquear su ceja, dándole a entender que no comprendía lo que este le pedía. Watson suspiró desesperado y le observó severo.
—Lo que trato de decir es... ¡No seas tú!
—¡Oh! —Exclamó—. Entiendo... No, la verdad no —finalizó con su ceño fruncido.
John volvió a suspirar con esa amargura y seriedad que le caracterizaban. Sherlock mantuvo su ceja arqueada y al final aceptó lo que su amigo le había dado a entender, así que ambos regresaron a la cocina y miraron como la señora Hudson le servía aquellos deliciosos huevos a la pequeña.
—Muchachos, ¿en serio no desayunarán? —insistió, tal madre preocupada.
—Más tarde, señora Hudson —respondió John con una sonrisa.
Sherlock volvió a tomar asiento frente a la niña y John tomó una silla para sentarse al costado de la mesa. Ambos miraron a la pequeña que no paraba de comer.
—Hola —habló John para romper el hielo—. Yo soy el Doctor John Watson y él es Sherlock Holmes —la pequeña alzó su mirada—. Sherlock me comentó que necesitas nuestra ayuda para resolver un caso. ¿Cómo podemos ayudarte? —Ella tomó su vaso y comenzó a beber el jugo con mucha desesperación. John y Sherlock se mantuvieron serenos, uno más que otro—. ¿Cuál es tu nombre? —preguntó John al ver que terminó de beber su jugo. Ella se limpió con la manga del vestido y los miró.
—Bell —contestó. La señora Hudson junto a John se mostraron impresionados, mientras que el detective solamente alzó su ceja.
—¿Bell? —preguntó curioso John.
—Es el diminutivo de Isabelle —contestó Sherlock.
—¡Oh! —exclamaron al unísono John y la señora Hudson.
—Bell —repitió ella, un tanto molesta.
—¿No te gusta Isabelle? —preguntó la señora Hudson mientras le servía unas salchichas ahumadas.
—Es por eso por lo que dijo Bell, señora Hudson —continuó Sherlock y ella le miró con cierto disgusto.
—Bien, Bell —continuó John—, dinos, ¿qué fue lo que pasó?
Bell contempló a John y este le veía curioso, había algo en ella que sentía ya había visto con anterioridad, pero no recordaba de dónde. El silencio reinó en la cocina, solo se podía escuchar lo que la señora Hudson freía en el sartén. John y Sherlock no dejaron de verla hasta que ella abrió su boca y lo que dijo dejo a los tres impresionados.
—Afganistán...
Al oírla la señora Hudson volteó a verle aterrorizada, Sherlock bajó las manos de su barbilla y a través de sus ojos se mostró aquella expresión mientras que John abría su mirada de par en par.
—¿Perdón? —preguntó nervioso el Doctor.
—Afganistán —repitió y comió una rebanada de pan sin dejar de mirarlos.
Sherlock y John se miraron abrumados y con cierto temor.
—Perdóname Bell —continuó John sin dejar de observar a Sherlock—, ¿pero por qué dijiste Afganistán?
Terminó de comer la rebanada de pan y retornó la vista al Doctor Watson, el cual le regresó la mirada.
—Guerra, guerra en Afganistán. Una lesión en tu pierna que ya mejoró. Casado, una mentirosa, un bebé en camino y un hermano que bebe mucho...
Nuevamente el silencio reinó en la habitación y todos estaban asombrados, a tal grado que la señora Hudson dejo caer la espátula, trayendo a los dos varones de vuelta a la realidad. Bell se veía tranquila y siguió comiendo como si nada hubiese pasado.
—Sherlock —llamó John con mucho miedo y al retornar la mirada con su amigo admiró como este estaba igual de atemorizado que él—. ¿Sherlock?
—Discúlpenme —dijo mientras se alzaba de la silla. Sorprendido por esa reacción, John se alzó y se fue detrás de él.
—¡Espera, Sherlock! —Exclamó y este se detuvo en el primer escalón—. Sherlock, ¿qué fue lo que acaba de pasar?
Él movió sus ojos verdes grisáceos hacia su compañero y con dificultad tragó saliva.
—E-ella acaba de... aca-acaba de hacer... —mencionó sin poder creérselo— Usó la ciencia de la deducción.
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