El humo del cigarrillo se elevaba e inundaba el estudio. El enorme ventanal era lo que había convencido a Olimpia para alquilarlo, aunque su precio era astronómico, sentía que merecía la pena.
Miró a su alrededor una vez más, las paredes eran de un blanco impoluto, el suelo un precioso parquet gris perla que ayudaban a dar más sensación de amplitud, junto con la puerta corredera que daba al aseo. Una pequeña cocina en aluminio brillante desentonaba bastante, Olimpia torció la boca en señal de disgusto. Tres caballetes enormes estaban dispuestos en media luna justo delante del ventanal, como siempre había pintado. Un par de mesas de dibujo profesionales, también en blanco y aluminio soportaban bocetos de otros proyectos que nada tenían que ver con el trabajo diario de la pintora.
Olimpia tomó el cigarrillo entre sus dedos con suavidad, le dio una calada profunda mientras revisaba el nuevo cuadro que tenía entre manos y fue soltando el aire muy lentamente, disfrutando de su sabor. Siempre había odiado el tabaco y todo lo relacionado con él, pero había estado sometida a mucha presión y aquello la ayudaba a concentrarse y calmar sus nervios. Se rascó la barbilla y se desperezó. Desvió la vista hacia el suelo, había más de quince botes de pintura desperdigados a su alrededor, pero no encontraba el que necesitaba. Con el cigarro en la boca se acercó lenta a una de las estanterías dónde guardaba la pintura.
El timbre sonó, haciendo que la chica diera un respingo y se le cayera encima la ceniza aún caliente.
─¡Joder! ─Se arrastró molesta hacia la puerta mientras revisaba si su viejo jersey había sufrido daños. Parecía que no. El timbre sonaba con más insistencia ─. Ya va, ya va.
Tras abrir una pequeña bolsa negra con un lazo rosa fucsia tapaba el rostro del visitante inesperado. Una preciosa manicura rojo valentino pertenecientes a la mejor amiga de la pintora le hacía entrega de su primer regalo de cumpleaños.
─Felicidades tesoro.
Olga entró en el estudio como si de su casa se tratara. Un traje de chaqueta con falda de tubo ceñida hasta lo imposible, unas medias color carne que remarcaban su moreno natural y unos tacones que la estilizaban como a la más famosa de las modelos hacían de ella una de las mejores relaciones públicas de todo Londres. Soltó su bolso sobre la encimera de la cocina y con toda la confianza que le había dado compartir piso con Olimpia por más de seis años, buscó una de las botellas de vino que sabía que Nate siempre tenía en el refrigerador. Sacó dos copas y las llenó tranquilamente mientras esperaba que su amiga volviera a colocarse a su lado.
─ No tienes que regalarme nada Olga, ya lo sabes.
─ Oli, cariño, acabas de entrar en los treinta. Necesitas ese regalo, de verdad.
Olimpia se acercó a su amiga para tomar la copa que le ofrecía y abrir el pequeño regalo. Apagó la colilla en otro de los ceniceros que tenía y le quitó el lazo. Lo que en aquella bolsa negra tan lascivamente discreta se encontró hizo que en su expresión pasara de sorpresa a incredulidad en cuestión de segundos
─Olga, ¿me has regalado un consolador?
Olga le dio un sorbo a su copa tratando de ocultar una sonrisa pícara y divertida. Olimpia terminó por sonreír también ante la ocurrencia de su amiga. Le dio un sorbo a su copa y dejó el regalo de nuevo en la bolsa, para dirigirse de nuevo al cuadro que tenía aún por terminar. Su amiga la siguió y se sentó en uno de los sofás que tenía para las visitas desde el que podía ver también el lienzo.
─¿Ese es otro para la exposición? ─Olimpia asintió y luego torció la cabeza para tratar de cambiar la perspectiva.
La pintora dejó caer los hombros y soltó un suspiro. Se acercó a su amiga y se sentó el reposabrazos.
─¿Qué opinas?
─Pues no lo sé... ¿tiene algo que ver con el desierto?
Olimpia se dejó caer hasta el suelo gimoteando.
─Esto es una mierda muy grande Olga. En serio, ¿lo estás viendo? Acabo de pintar un camello enorme con unas gafas de sol y un fajo de billetes entre los dientes. ¿Desde cuándo esto es arte?
Olga la miró sin saber muy bien que decirle. Desde luego no estaba pasando por su mejor época, pero se recompondría, Olimpia siempre salía adelante.
─Vamos, tranquila. Solo estás bloqueada, ¿por qué no pruebas mi regalo un rato? Seguro que eso hace que te desbloquees.
Olimpia la miraba con una ceja en alto tratando de mantenerse sería, pero le fue imposible. Olga la siguió con unas sonoras carcajadas. Tras un rato, ambas se calmaron y Olimpia volvió a ponerse seria para mirar el cuadro que aún tenía por terminar.
Olga se permitió observar a su amiga detenidamente. Olimpia era una chica bastante corriente, bajita y aunque cuando se conocieron tenía sus curvas, ahora estaba demasiado delgada. Tenía el brazo izquierdo completamente tatuado de flores de colores, en algunos dedos de la mano derecha también tenía algunos símbolos celtas y vikingos. Su melena negra estaba recogida por un viejo pincela. Olga siguió con la mirada, la línea de su cuello hasta dar con el nacimiento de otro tatuaje en su espalda, una enorme mandala con motivos indios. Los ojos verdes de Olimpia siempre se habían mostrado curiosos y llenos de vida, pero desde hacía un tiempo Olga sentía que esa luz se había apagado. Su amiga era una mujer muy extraña a la par que atractiva; suspiró, lamentando en silencio que Olimpia nunca hubiera compartido sus gustos en cuanto a relaciones se refería.
─Olimpia, ¿tú y Nate estáis bien?
La mirada de Olimpia se clavó en sus ojos marrones.
─Si, claro ¿por qué me preguntas eso?
La chica se acercó lentamente hasta el sofá dónde seguía sentada, acariciando con una de sus manos el viejo colgante que nunca se quitaba. Al cogerlo una de las mangas de su viejo jersey de hilo se le cayó, mostrando un pequeño tatuaje en el nacimiento de sus pechos.
─ ¿Ese es nuevo? ─Olga la miró extrañada─ No te lo había visto antes.
Olimpia asintió y retiró la mano para que su amiga pudiera ver el diseño. Era el mismo símbolo que ya casi había desaparecido de su colgante, dos trisqueles unidos, símbolo celta del amor eterno. Olga sonrió triste.
─Olga, ¿por qué me preguntas si Nate y yo estamos bien? ¿Es que te ha dicho algo?
─No, no. Pero, últimamente te veo...apagada.
Olimpia se sentó en el suelo frente a su amiga y se abrazó a sus rodillas.
─Bueno, no es mi mejor momento. Estoy un poco estresada y esa estúpida exposición me tiene de los nervios.
─No es por la exposición Oli, hace mucho que estás así. Ya no eres la de antes. No pintas como antes.
─Lo sé... pero no sé qué puedo hacer. Llevo bloqueada casi dos años Olga. Estoy cansada ¿sabes? La galería, las exposiciones, los trabajos para George y Frank...
Olga frunció el ceño incrédula, antes de levantó una mano para hacer callar a su amiga.
─Alto, para el carro... ¿trabajos para George y Frank? ¿No se supone que lo habías dejado todo para dedicarte a la galería y tus obras?
Olimpia hizo un mohín y se encogió sobre sí misma, algo avergonzada.
─Si, pero ya no vendo como antes Olga, y necesito el dinero. Es temporal hasta que vuelva a pintar como siempre.
Olga se bajó del sofá para sentarse al lado de su amiga.
─Creo que estás muy estresada, y no volverás a pintar como siempre si sigues así. ¿Por qué no te tomas unas vacaciones? ─Olimpia la miró con curiosidad, no había pensado en esa posibilidad─. ¿Cuánto haces que no ves a tu padre y a Didi?
La chica desvió la mirada al horizonte para pensarlo.
─Creo que dos años, sí. Desde que me acompañaron a la presentación en Nueva York.
─¿Por qué no vuelves a casa una temporada?
─No sé. La última vez que pisé Waycross fue en la boda de Didi, eso es verdad; pero... ¿cómo voy a marcharme con la exposición a medias? A Nate le daría algo.
Olga se levantó algo molesta por la respuesta de su amiga y buscó en su bolso su paquete de cigarrillos. Ofreció uno a su anfitriona y se los encendieron. Habló justo al terminar de exhalar el aire de la primera calada.
─Pues termina la exposición y luego lárgate. ¿Cuándo es?
─A finales de Junio.
Olga miró el cuadro de su amiga como si entendiera algo de lo que estaba mirando.
─Tal y como yo lo veo Oli. No pintas más que chorradas. Tú misma lo has dicho, esto no eres tú cariño. Te he visto pintar y brillar mientras lo hacías, y ahora tienes las mismas luces que un gato de escayola. Tesoro estás apagada, se te han acabado las baterías. Debes largarte, desconectar y volver a encontrarte.
─¿Crees que me he perdido?
Olga suspiró.
─¿Qué si te has perdido? Olimpia, no te encontrarías aunque tuvieras el faro más grande del mundo delante de tus narices. Escúchame, viniste a Londres hace doce años porque querías encontrarte y pintar. Bien, pues ahora te has vuelto a perder, tienes que volver al punto de partida.
Olimpia meditó unos segundos las palabras de su amiga.
─Tienes razón. Ya no siento lo mismo que hace cinco o seis años. La he perdido Olga, he perdido mi pasión.
─Pues recupérala, vuelve a casa, pon tus ideas en orden, vuelve a encontrarte contigo misma.
─¿Y Nate?
Olga hizo un ademán con la mano para restarle importancia.
─Bah, Nate...
En ese momento, la puerta de entrada se abría.
─Ese soy yo... ¿De qué habláis? ¿Estáis pensando en cómo matarme y venderme dentro de alguna escultura a pedacitos?
Nathan era un tipo alto y atlético, vestía siempre bien y tenía el porte del típico lord inglés. Castaño natural, sonrisa perfecta, ojos color miel y una voz melodiosa. Se acercó a Olimpia para regalarle un beso dulce en los labios. Luego dirigió su mirada al enorme cuadro que tenía a su espalda. Una sonrisa aún mayor apareció en su rostro.
─¿Te gusta? Aún no lo he terminado, la verdad es que ...
Nathan extendió los brazos en cruz todo lo que podía dar de sí, antes de interrumpir a la pintora.
─Olimpia, es perfecto. Comenzaremos la puja en mil doscientas libras. Esto se venderá cariño ─Olimpia puso los ojos en blanco unos segundos antes de que Nate volviera a acercarse a ella, esta vez para estrecharla entre sus brazos y buscar de nuevo sus labios─. Por cierto, feliz cumpleaños mi amor.
El hombre entregó un sobre a la chica que lo miró curiosa.
─¿Qué es?
─No es nada, sólo, un par de billetes de avión al destino que elijas. Nos iremos en cuanto acabe la dichosa exposición, de vacaciones, los dos solos. ¿Qué te parece?
Olga regaló una mirada llena de significado a Olimpia, quien la procesó y asintió levemente como respuesta. Sabía lo que tenía que hacer.
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