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Intento 96


Llegaron a su destinación para acampar una hora antes de lo esperado; por lo visto, el Inventor no tenía expectativas que el humano que viniera tuviera como condición un buen estado físico, al dejar amplio margen de tiempo para que él descansara o caminara lento la ruta. La localidad no era muy diferente de donde habían transcurrido todo el día, salvo que, para llegar, debieron desviarse hacia la derecha y pasar por entre dos dunas. Una vez arribados, cayeron en la cuenta que los rodeaban paredes naturales de arena, las que los ocultarían de cualquiera que transitase por allí. También había otra fuente de agua, que les cayó a pelo porque sus botellas ya necesitaban llenarse. Sacaron las carpas de sus mochilas: era impresionante su liviandad y el poco espacio que ocupaban, no obstante, una vez montadas se veían muy amplias. Isabel y Esteban solo tendieron una para ellos y él sugirió que los demás hicieran los mismo; no sabían dónde se encontraban, por seguridad sería mejor que durmieran acompañados. Malcini y Samuelsen lo harían juntos, mientras que Alex, Samir y Mandi compartirían otra tienda de campaña. Era de lo más extraño porque estas parecían comportarse de la misma forma que la ropa que les habían dado 76 y 77; su tamaño se adaptaba al número de personas dentro de las mismas.

Malcini informó que ya tenía hambre y que sería una buena idea que iniciaran a preparar la cena. Se agachó a sacar algo de su mochila cuando oyeron un ruido en ese preciso momento. Samuelsen lo miró con ojos de acusación.

"No he sido yo," pronunció su socio en forma defensiva,

"Shhh...," indicó Esteban, mientras el resto quedaron inmóviles conteniendo la respiración.

El sonido les llegó de nuevo y se detuvo. Segundos después, pudieron escuchar con claridad pasos crujiendo sobre la arena, que pararon al poco rato.

"No hay nada, otro día que tendremos que reportar lo mismo: todo tranquilo y sin novedad. Me pregunto hasta cuándo vamos a estar haciendo estas rondas de búsqueda. Sobre todo si no sabemos qué es lo que tenemos que investigar," manifestó una voz en tono exasperado.

"No es nuestro deber cuestionar, sino obedecer," repuso otra, en forma seca y cortante.

"Ya, pero nos ayudaría saber qué es lo que debemos hallar. No nos sirven de mucho las instrucciones de: si encuentran algo o alguien anormal, tráiganlo de inmediato."

"No veo cuál es tu confusión, está muy claro."

"Pero ¿qué es algo anormal? ¿Qué tal si nos cruzamos con un animal? ¿Un charugilo que se escapó de su casa y se perdió? ¿Considerarías eso como algo anormal? ¿O qué tal la piedra de acá? Nunca he visto una con esa forma."

"No seas cretino. A mí no me vengas con esas preguntas. Si no estás contento, quéjate con el frodaleu."

No hubo respuesta por unos instantes, hasta que:

"No, está bien. Por favor no menciones esto al frodaleu. Sigamos nuestra inspección."

Se volvieron a advertir pisadas junto con el otro sonido que se alejaba. Cuando por fin se encontraron envueltos en el silencio absoluto de nuevo, Alex habló:

"¿Qué fue eso?"

"No sé," contestó Esteban, "pero algo me dice que, a lo mejor, los anormales somos nosotros..."

"Debe ser. 76 y 77 nos pidieron tener cuidado, que seguro nos estarían buscando," recordó Samir.

"Sí, y la voz del Inventor también dijo que esta era una misión peligrosa," añadió Mandi.

"Lo que sea, no me gustaría para nada toparme con el tal frodaleu," intervino Samuelsen.

"¿Por qué no, tío Jorgen?"

"¿No te fijaste como le cambió el tono de voz al que se estaba quejando? Tenía el mismo timbre de pánico que Malcini usa cuando habla del Jefe."

Todos miraron al aludido que, por primera vez, no protestó; su cara de miedo era la mejor prueba que su asociado tenía razón.

Esteban se sintió mal en extremo, ¿a qué cosa había arrastrado a sus amigos? ¿En qué peligros los estaría metiendo? No podía dejar de contemplar a Isabel y pensar cómo rayos ella podría defenderse.

"Humano Único," percibió decir a L-Hembra, "en vez de preocuparte, haz algo para remediar el problema."

Él la atisbó un tanto confundido y, poco después, reparó a lo que ella se refería; si el problema era defenderse, entonces, deberían aprender a hacerlo. Se le agrandaron los ojos, entreabrió la boca y frotó sus dientes con su lengua,

"Tengo una idea," anunció. "No cabe duda que de alguna manera alguien se ha enterado que estamos por acá, y por lo que nos indicó la voz del Inventor, necesitamos pasar inadvertidos o evitar que estas personas nos descubran. En caso que no podamos lograrlo, es probable que tengamos que luchar para que no nos atrapen. No sabemos con seguridad a lo que nos estamos metiendo, pero hasta que no encontremos al Inventor, creo que tenemos que estar preparados para defendernos." Y dejando transcurrir un corto tiempo para que asimilaran lo dicho continuó,

"Yo sé algo de karate que, como les conté, me sirvió justo para eso, defenderme. ¿Qué les parece si ensayamos algunas técnicas básicas, pero efectivas? Espero no se dé el caso para usarlas, pero pienso que es mejor estar listos."

Una vez más, el silencio se hizo audible. Isabel se dio cuenta de que Esteban debía sentirse preocupado por ellos de verdad si ofrecía tal cosa. Ella, en una que otra ocasión, le había pedido que le enseñara algunas maniobras, sin embargo, él no le había hecho caso, diciendo que podría ser peligroso si los usaba contra otras personas porque no eran un juego, añadiendo además, que requerían constante práctica. La misma conclusión a la que llegó la piloto abofeteó al resto, no se hallaban en una aventura, el peligro podría ser real.

"Yaba," dijo Mandi rompiendo el suspenso. "¿Cuándo empezamos?"

"Ahora," afirmó el conocedor de salvaguarda personal.

Todos despertaron del sopor que los había envuelto e iniciaron a experimentar cierto entusiasmo, entremezclado con urgencia, de ponerse en acción. Malcini fue el único que se rehusó a participar, diciendo que él no necesitaba nada de eso porque sabía muy bien cómo protegerse a sí mismo. Se sentó a un lado a observarlos mientras se le cerraban los ojos del cansancio, mas el ruido de su estómago gimiendo por comida lo obligaba a volverse a despertar.

Primero, el científico les enseñó tres maniobras elementales y se las hizo repetir varias veces hasta que las dominaran. No se sorprendió al ver que Samir las duplicó en forma exacta y precisa en su primer intento, e incluso al repetirlas otra vez encontró el balance de fuerza y velocidad óptimos, que hubieran logrado sacar un cumplido hasta de Sugino Sensei. Luego, los acomodó en pares para ejercitarse: Samuelsen con Alex porque el segundo era el único que se acercaba al tamaño y talla del gigantón. Isabel con Mandi, lo que iba a ser un buen adiestramiento para ambas, ya que siendo la menor bajita, se la obligaba a estar presta a encarar alguien de mayor altura, que era lo que ocurriría con probabilidad si se daba el caso de un enfrentamiento. Mientras que el reto de la otra fémina era defenderse de un antagonista con buena coordinación, habilidad que se veía a las claras que su rival poseía a manos llenas. Esteban se puso a luchar con el chico del Einstein y de manera rápida pasó a mostrarle tácticas más avanzadas, debido a la velocidad con que su compañero aprendía.

Alexander tenía experiencia en eso de luchar, era algo que él había tenido que educarse por necesidad para sobrevivir en los campos de producción. El maestro notó que él incorporaba, por instinto, acciones que complementaban lo que le estaba enseñando y le sugirió que les diera ideas extras. Samuelsen era lento para captar, mas tenía la ventaja de su gran tamaño que hacía que sus golpes, aunque tal vez no muy precisos, llegaran con fuerza brutal. La hija del chef poseía la ventaja de su agilidad, la que compensaba su pequeñez. Isabel no dejaba de sorprender al entrenador por su descoordinación, pero también por su determinación; estuvo repitiendo más que nadie cada movimiento, hasta que por fin pudo mal que bien dominarlos. Por último, el heredero de la misión no se pudo aguantar de interrogar a su pareja de combate,

"Samir, ¿ya habías hecho antes karate o algún otro tipo de arte marcial?"

"No," contestó él, sorprendido con la pregunta.

"Nadie lo creería."

"Pero si no es complicado," continuó su contrincante, sin perder el ritmo. "Es tan solo cuestión de observar y después repites lo que has visto, ¡y listo!"

El muchacho percibió que, de pronto, no solo era él quienobservaba, sino que también los demás lo estaban haciendo. Y a quien miraban era precisamente a él mismo. ¡Oh no! pensó, otra vez soy el fenómeno, y en ese instante dio un traspié cayéndose al suelo. El científico le tendió la mano para levantarse,

"Ya sé que lo hiciste a propósito," le habló entre dientes para que nadie más lo escuchara, y adicionó una sonrisa para decirle que entendía su razón. Luego en tono más alto agregó:

"Creo que no solo es Samir que está cansado... Esto es todo por hoy. ¿Qué les parece si cenamos?"

"Por fin se les ocurre una buena sugerencia," oyeron exclamar la voz soñolienta de Malcini.

******

Luego de alimentarse con algo muy sabroso, sea lo que fuera lo empaquetado por 76 y 77, los forasteros se dispusieron para ir a reposar. Gracias al ejercicio de la caminata y la práctica de karate, nadie pensaba en otra cosa que aletargarse al estilo Lasalo: más profundo que una roca. Ninguno pensó en irse a lavar; a pesar de su actividad física no habían sudado, al parecer su ropa también era térmica, adaptándose a la temperatura del cuerpo de tal manera que aquel no sentía ni frío ni calor. Sacaron de sus mochilas unas especies de bolsas de dormir, con una parte suave y cómoda como un colchón, aunque no era gruesa, y otra tenue que la cubría. Estas también se adaptaban al tamaño de la persona que la utilizara, cosa que no dejaba de intrigarlos, en especial a Samir que trataba con desesperación, pero sin suceso, entender el comportamiento de dicho material.

Isabel, ya bien arropada y preparada para partir a soñar, se hallaba mirando a su pareja terminando de arreglar sus cosas antes que él también se dispusiera a descansar.

"¿No te vas a quitar tus lentes de contacto?" indagó.

"No, no los tengo."

"¿No los tienes? Y, entonces, cómo es que no te has puestos tus anteojos, ¡debes estar casi ciego, Esteban!" apuntó ella alarmada.

"No, veo mejor que nunca. Me tuve que quitar los lentes en la base cuando nos cambiamos porque me fastidiaban; sentía que veía pésimo, y cuando ya nos los tuve puestos, veía perfecto todo."

"Increíble..."

"Sí, ya sé," repuso él, entrando también en la bolsa de dormir con Isabel, dándole un beso y cayendo inconsciente de inmediato.

Alex, Samir y Mandi también ya estaban listos para pasar la noche. El primero salió un rato de la carpa para, como él lo puso, hacer algo que nadie puede hacer por mí. La chica del grupo aprovechó para preguntar a su amigo:

"¿Estás bien?"

"Sí, solo cansado. ¿Por qué?"

"Mira a tu alrededor."

Él obedeció sin discutir.

"Ya. ¿Y qué?" replicó.

La joven vio de nuevo para asegurarse que no se había equivocado. El interior de la carpa era un desbarajuste total, con las mochilas de los tres tiradas en una esquina, los zapatos en otra, ropa de Alex amontonada a un lado, barras de comida por otro.

"¿Que te vas a ir a acostar así nomás?" insistió su compañera sorprendida. "¿No te vas a poner a ordenar todo como un maniático? No creas que no me he dado cuenta cómo te molesta el desorden; es algo casi enfermizo... Y he notado que no puedes dormir si, aunque sea, un pequeño espacio alrededor tuyo no está súper bien organizado."

"Será el cansancio, Mandi, pero ni me he dado cuenta. La verdad es que me importa un pepino si la carpa es un desastre. Buenas noches." Y terminó de acomodarse para caer privado.

Al minuto regresó el tercer cohabitante, el que se desplomó como un saco de papas, siguiendo el ejemplo de su amigo. La muchacha rubia aún continuaba boquiabierta pensando en la respuesta de Samir cuando alguien abrió la puerta de su carpa, iluminando el interior con una linterna. Era su tío Jorgen y tenía una expresión de horror que la alarmó.

"Tío, ¿qué pasa?"

"Qué bueno que no estás dormida todavía, sobrina."

"Tal vez ella no, pero nosotros sí," intervino Alexander.

"Perdón, pero es algo importantísimo. ¿Por si acaso, alguno de ustedes tiene pastillas contra el mal olor?"

"No," respondió el pelirrojo en tono amodorrado, "las dejé en la base, acá no creo que vayan usar el mismo combustible apestoso."

"Yo también las dejé, me pareció una buena idea poder sentir todos los olores de un mundo diferente," agregó Samir.

"¿Y tú, Mandi?" inquirió esperanzado y suplicante, el arribado.

"No tío, no tengo. Tampoco me pareció necesario cargarlas conmigo. Pero no te preocupes, como dice Alex, no creo que tengan acá nuestro A.T. ¿Y qué otro olor puede ser peor que el A.T., que no se pueda soportar?"

"Como se ve que a ustedes no les ha tocado dormir con Malcini," dijo Samuelsen en tono resignado, cerrando la puerta de la carpa detrás de él.

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