Los cinco se habían quedado paralizados como estatuas mirando el Mario alejándose, llevándose consigo a Isabel. El único que hizo algún movimiento, sin dejar de observar el negro horizonte, fue Samir. Él sacó su librel del bolsillo y sus dedos apretaron, de forma automática, la tecla que enviaba los mensajes a sus padres, no sin antes comandar otra instrucción: la de retener aquel destinado para la madre de la piloto. En poco menos de un minuto, iniciaron a reaccionar. Primero fue Esteban, que comenzó a correr, pero de inmediato fue detenido por Alexander que lo tomó por los hombros. Al instante, el chico del Einstein también lo estaba sujetando antes que se zafara del control de su amigo.
"A dónde vas, Esteban," le dijo el muchacho de cabellos rojizos. "No hay nada que puedas hacer, solo nos vas a delatar."
"¡Déjenme!" ordenó él, forcejeando, furioso, casi perdiendo la razón.
Ni bien había terminado de pronunciar su protesta, escucharon un gran ruido a lo lejos y vieron un destello aclarar por unas décimas de segundo la oscuridad de la noche. El científico dejó de luchar, tal cual si alguien le hubiera lanzado un baldazo de agua congelada encima sin aviso. Otra vez, todos se quedaron quietos sin saber qué hacer, como esperando que algo sucediese para proseguir.
"¡Un auto!" exclamó Esteban de súbito. "Necesito un auto," y sin esperar a nadie, empezó a caminar hacia la entrada más cercana del edificio del aeropuerto.
El resto lo siguió sin chistar: Alexander preparado a atraparlo de nuevo, en caso que hiciera alguna locura que arruinara su escape; Samir analizando la situación, comprendiendo lo que Esteban planeaba hacer; Mandi siguiéndolos con lentitud y un poco atrasada, confiando que si Samir no protestaba era porque había una gran probabilidad, que hacer esto significaba la mejor vía de suceso para salir del aeropuerto sin problemas; Lasalo..., él no pensaba en nada en realidad.
"El plan es tomar un vuelo de avión para Regulo," indicó el joven pelirrojo.
"Ustedes tómenlo," replicó el científico. "Yo necesito un auto."
"Entiendo, Esteban," intervino con voz calma Samir. "Alex, Esteban quiere un coche para bordear la costa."
"¿Y hacer qué?" repuso desesperado el aludido, que no quería reiniciar la lucha ocurrida momentos antes.
Él también se hallaba conmocionado con la probable muerte de Isabel, si bien no lo demostraba porque no podía darse el lujo de hacerlo, ya que ahora era el momento de actuar y no arruinarlo todo.
"Quiere ir a buscar a Isabel, qué más," escucharon decir a la hija del chef. "Y no lo vas a hacer solo, Esteban," continuó ella. "No sé los demás, pero yo voy contigo a ayudarte."
"No," repuso Alex. "Es una pérdida de tiempo, ¿no vimos todos estrellarse al Mario? Si ella está bien, y espero con todas mis fuerzas que así sea, los del rescate la van a encontrar y salvar. Esteban, tú quédate a esperar a ver qué pasa, a ti no te buscan. Nosotros debemos partir."
"Partan," respondió él. "Pero yo no me voy a quedar sin hacer nada, voy a rentar un auto."
"Yo tampoco me voy," insistió Mandi.
"Samir, ayúdame acá," pidió el chico prófugo de la Compañía. "Hazles comprender, diles cuál es la probabilidad de encontrar a Isabel."
"Alex," contestó su amigo, "no es el momento, yo también me quedo a ayudar."
"¡Esta bien!" claudicó el muchacho. "¡Quedémonos todos y busquemos un bendito auto!"
******
Los cinco se detuvieron ante una puerta de ingreso al terminal de vuelos domésticos del aeropuerto. Habían llegado inadvertidos debido a la confusión de ambulancias, vehículos de socorro y Marios de emergencia alistándose para despegar. Nadie prestó atención a un grupo de gente avanzando a paso veloz porque todos estaban haciendo justo lo mismo, corriendo de un lado para otro, preparándose para el rescate.
Samir, en pocos segundos, pudo deducir el código de seguridad para entrar e ingresaron al interior del edificio. Subieron tres tramos de escaleras, abrieron otra puerta y fueron bienvenidos por el bullicio de las voces de personas que daban vida propia al aeropuerto. Imágenes de las primeras noticias del accidente los asaltaron por medio de las pantallas, pero no gastaron tiempo con ellas, sus ojos se encontraban ocupados en la búsqueda de cualquier cartel que indicara la dirección de las compañías de alquiler de automóviles.
"Por allá," indicó Esteban y se dirigieron a su objetivo.
Una vez al frente de una serie de pequeños mostradores con paneles llamativos, que indicaban que ellos eran la mejor agencia para rentar autos en Camfulhe, el grupo frenó de golpe. De pronto fue Lasalo el que los sorprendió, dando un paso adelante hacia uno de los puestos, donde se localizaba una joven muchacha como recepcionista. Él se vistió con la sonrisa que utilizaba para desarmar a sus futuras conquistas.
"Buenas noches," dijo. "Quisiéramos alquilar un coche."
La chica también sonrío, era ya tarde y se hallaba cansada, sin embargo, hacía mucho que no se presentaba un cliente tan guapo.
"Con gusto, señor, tenemos..."
"Lasalo," interrumpió él. "Llámame Lasalo, por favor, y dame del tú."
"Muy bien... Lasalo," contestó la encargada más contenta aún, pensando que a lo mejor tendría la suerte, que este ultra actractivo le pediría su número personal de librel en algún momento. "Como te iba diciendo, tenemos diferentes planes de renta junto con los últimos modelos de automóviles. Si me explicas qué es lo que necesitas, veré yo misma que tengas eso al mejor precio."
"Muchas gracias," continuó sonriendo con sumo encanto su interlocutor. "Queremos uno lo suficiente grande para todos nosotros, más otra persona que vamos a recoger. Lo necesitamos por un tiempo indeterminado. El costo, por supuesto, no es un problema."
Encima de guapo tiene dinero, pensó para sí la joven, que replicó:
"Entiendo, ¿qué te parece un Guliakh Frensi?"
"Perfecto."
"Muy bien," continuó ella. "Entonces, solo necesito que llenes este formulario y me presentes tu identificación más otra de uno de tus compañeros."
Lasalo no titubeó, siguió sonriendo y, acercando su rostro a la recepcionista por arriba del mostrador, le dijo en tono de confidencia:
"El pequeño problema es que no quiero darla. Mira, estamos en un viaje de una competencia en la que nadie debe encontrarnos. Por el momento vamos ganando. Si te doy mi identificación perderíamos el liderazgo y seguro que también la competencia. Yo soy el capitán del equipo, mírame bien, ¿crees que sería capaz de cometer algo ilegal? Cuando te vi, estaba seguro que eras la persona ideal en la que podía confiar para pedir ayuda."
La muchacha puso una expresión de confusión, ¿qué clase de contienda era esa? Recordó un programa que había visto no hacía mucho, sobre gente compitiendo viajando a través del mundo. A lo mejor esto era algo parecido. ¡Y además este Lasalo era tan guapazo! No le costaba nada ayudarlo poniendo una identificación falsa. No sería la primera vez, muchas veces había hecho lo mismo para personas que querían alquilar autos sin que su pareja se enterara...
******
Los cinco aproximándose al vehículo, Esteban insistiendo manejarlo. No lo dejaron; él no estaba en condiciones de hacerlo con el estrés y ansiedad que cargaba encima. Al final él aceptó para no perder más tiempo discutiendo, sentándose al lado del conductor, mirando a través de la ventanilla. Lasalo, como fue quien rentó el automóvil, era el que se encontraba al volante.
El sistema de posición global del Guliakh Frensi les indicó con claridad por dónde tenían que ir para bordear la costa; había una avenida turística a lo largo de ella que la gente podía tomar en vez de la carretera. Conectándose a la Supernet con su librel, Samir obtuvo la dirección de las corrientes marinas de esa área y sugirió tomar la avenida hacia el norte. Se alegró que ninguno del grupo le preguntara la razón de ello, era un alivio no tener que explicar que el cuerpo de Isabel estaría flotando en esa trayectoria.
Se deslizaron bajo una noche nublada que no dejaba pasar ni siquiera el mínimo resplandor de las estrellas, no obstante, la avenida se presentó alumbrada a la perfección. Siendo turística y diseñada con el propósito que la gente disfrutase del panorama, esta disponía incluso de iluminación apuntando hacia el mar, de tal forma que también se podía apreciar su movimiento rítmico durante las horas nocturnas. El océano se veía tranquilo, como la expresión utilizada por las personas que disfrutan de un baño apacible: El mar está hecho una taza de agua, querida. La costanera se hallaba vacía a pesar que hacía calorcito y no corría viento, pero era casi las dos de la mañana y no de un fin de semana. Los turistas se encontraban bien sea en sus hoteles o frecuentando los bares de la ciudad.
Ya habían recorrido cerca de la mitad de la avenida cuando Mandi gritó,
"¡Esperen! ¡Creo que he visto algo!"
Lasalo se detuvo al lado de la acera de inmediato; a esa hora estacionarse no representaba un problema. Esteban salió disparado del auto ni bien este paró. Samir y Alex lo siguieron, más atrás su amiga porque no podía caminar con rapidez.
"¿Dónde, Mandi? ¿Qué fue lo que viste?" preguntó el científico escudriñando el lugar, apenas ella les dio el alcance.
"No estoy segura... Me pareció ver flotando algo, como una mancha en el agua... Ya no lo veo..."
"¿Hacia qué dirección?" inquirió Esteban con sumo apremio.
"Como hacia tu derecha... ¡Ahí está otra vez!" exclamó ella, señalando con el brazo una forma indefinida en el mar.
El hijo de Mariana sacó el ocufix y se lo puso, a lo mejor este le ayudaba a observar mejor. Tenía razón, le sirvió como una especie de binocular, mas lo que captó tornó sus esperanzas en triste decepción.
"Es solo una gaviota, Mandi," dijo.
"¿Estás seguro?" intervino Samir.
"Sí," contestó Esteban. "Mira tú si quieres."
Él se puso el ocufix y, efectivamente, eso fue lo que divisó; una gaviota meciéndose en el sonsonete ondulante del océano. Bajó la vista para sacarse el binocular improvisado y fue en ese instante que notó algo tirado en la arena. Enfocó su atención a ese punto, pero el aparato ese no funcionaba como un binocular convencional; objetos cercanos aparecían borrosos y difíciles de distinguir. Se lo quitó y trató de ver el bulto que había atisbado, mas era casi imposible reconocer de qué cosa se trataba. Incluso sin la obstrucción del ocufix, parecía que no estaba allí, que era tan solo una pequeña duna de arena. Cuando ya todos habían dado media vuelta para retornar al auto, el muchacho se atrevió a decir:
"Me parece haber visto algo en la playa, no tengo idea qué podrá se..."
"¿Dónde?" demandó Esteban al segundo.
"En ese montocito de aren..." por segunda vez, el chico de Lobla no pudo terminar su frase porque el científico ya había saltado la barrera que daba a la playa y corría hacia la zona que le había indicado.
Él se hallaba con el corazón en la boca y tenía dificultad para respirar, no porque estuviera agitado por correr sobre un suelo de particulas movedizas, sino porque también comenzaba a notar algo que, con cada paso que daba, iniciaba a tomar forma: la forma de alguien lanzado a la playa como un desperdicio del océano.
Más cerca aún.
El color de la ropa, si bien alterado por estar mojada y mezclada con arena, era el que Isabel había utilizado ese día...
Ya solo a unos pasos.
Esteban podía distinguir el cabello amarrado en una cola de caballo revuelta y la silueta de un cuerpo que él sabía pertenecía a su pareja, a pesar de ubicarse en una posición un tanto extraña, como si hubiera colapsado sobre la superficie sin voluntad propia.
Ya a su lado.
Titubeó por unos segundos.
El rostro de Isabel apuntaba hacia otra dirección, pero ya no cabía duda que era ella.
Con el temor más grande que había sentido en su vida, se agachó para tocarla.
Su mano se dirigió, sin vacilar, al costado del cuello pálido que tenía al frente para sentir si todavía vibraba con el flujo de sangre.
Tocarlo fue un contraste del cambio de temperatura de la noche cálida...,
pero ahí estaba,
el pulso que tanto buscaba,
el que devolvió la vida a Esteban.
Él inicio a auscultarla y con otro gigantesco alivio percibió, que aparte de estar congelada al tacto, no presentaba mayores evidencias de golpes.
"¡Es Isabel! ¡Vengan a ayudarme!" gritó por fin a los demás, que ya le estaban dando el alcance.
"¿Esteban?" murmuró ella, recuperando la conciencia.
"Sí, soy yo. ¿Crees que puedes levantarte? Tenemos que llevarte al auto."
"No sé, casi no puedo sentir mi cuerpo. Estoy cansada, Esteban, déjame dormir..."
"No, Isabel, no debe hacer eso," ordenó en tono urgente y, tomándola por la espalda, la forzó a sentarse.
En ese momento llegaron Samir junto con Alex, que lo ayudaron a levantar a su pareja, obligándola a poner peso sobre su cuerpo.
"Déjenme en paz," protestó ella. "Solo quiero dormir y descansar..."
"Trata de caminar, Isabel," replicó el médico. "Es importante que no te duermas y que te muevas un poco, ¿ya?"
"Qué pesado eres, Esteban, yo que estaba tan tranquila... ¡No me molestes!" volvió a argüir la recién descubierta. De pronto sonrío diciendo, "y ahora seguro me vas a decir que yo no digo las cosas, sino que las lanzo, ¿verdad?"
"Así es," respondió él, también con una sonrisa en los labios difícil de equiparar.
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