La joven mesera de uno de los cafés del aeropuerto miraba con atención a la pareja sentada en una de las tantas mesas, que daban al gran ventanal de la pista de aterrizaje. Era el segundo día que tenía en su turno a estos dos tipos, que se la pasaban sentados allí, sin hacer nada. Ella se preguntaba cuál sería el misterio. Por lo menos cesaban de consumir siempre algo: ya habían probado cada tipo de bizcocho, pan y pastel que ofrecían. El bajito barrigón no dejaba de encontrar algún pero a lo que sea que se le pusiera al frente, mientras que el altote oloroso continuaba lanzándole sonrisas. El día anterior no habían pagado su cuenta, la habían dejado pendiente, diciendo que regresarían temprano en la mañana. Era una práctica un tanto inusual, por lo que dejaron su nombre y número de habitación del hotel del aeropuerto, los que el administrador del café verificó antes de aprobar su pedido de pagar más tarde.
"Así que eras dueño de una tienda, Samuelsen, quién lo hubiera dicho."
"¿Por qué te sorprende tanto, Malcini? ¿No se nota a leguas que yo, como tú, soy un individuo de negocios?" respondió él un tanto ofendido.
"No es eso, Samuelsen, es que yo siempre quise tener mi propia tienda. La idea de poseer un pequeño establecimiento de barrio, con clientes regulares a los que pudiera saludar por su primer nombre, es como uno de mis sueños...," el orador decidió interrumpirse, dándose cuenta que estaba ofreciendo una información de lo más personal, en realidad nadie sabía sobre eso.
"¿Y es por ello que estás metido en esto, Malcini? ¿Para ahorrar plata y abrir tu propio negocio?"
Su compañero no contestó, lo que él quisiera hacer con su dinero era asunto suyo.
"¿Qué hacías antes, Malcini? No creo que te hayas dedicado siempre a buscar gente," inquirió su asociado con genuino interés.
"Por supuesto que no, Samuelsen. Pero yo no pasé tu suerte de tener una familia; nunca conocí a mi padre, y fue como si no hubiera tenido una mamá porque ella se la pasaba trabajando como esclava para que pudiéramos sobrevivir. No era que fuera una mala madre, pero no tenía mucho tiempo para dedicarse a mí, ya que tenía dos trabajos. De no haber sido así, no nos hubiera alcanzado el dinero para poner un techo sobre nuestras cabezas y comida en nuestros platos. Ella era una persona solitaria, nunca me habló acerca de sus padres o ningún familiar, no sé qué habrá sido de ellos...
"Yo tenía que ir a la escuela y de allí regresaba a casa a encargarme de la cena, la lavada de ropa y cosas hogareñas que mi madre, por falta de tiempo, no podía hacer. Los fines de semana ella los ocupaba en otro trabajo, así que nunca disfrutamos realmente de nuestra compañía mutua.
"Conmigo no iba eso de ir a la escuela, por lo que muchas veces faltaba y me dedicaba a vagabundear por la ciudad. Los profesores intentaron comunicarse con mi mamá varias veces acerca de mis ausencias, pero para ella era casi imposible hallar un momento para encargarse del problema, y al final la escuela como que aceptó que me apareciera unos días sí y otros no. Creo que pensaban que mejor me tenían algunas horas a la semana, a expulsarme y que abandonara en forma total mi educación escolar. Después de todo, igual no la terminé; cuando yo tenía catorce años mi madre falleció de un ataque al corazón, me imagino el estrés de tanto trabajo terminó por vencerla. El Estado me tomó a su cargo y viví en una casa hogar para adolescentes con problemas. Allí, mal que bien, me obligaron a estudiar y a los dieciocho años pude encontrar un empleo como obrero de construcción que me dio cierta independencia. Yo hubiera continuado en eso, ahorrando dinero para establecer mi negocio en el futuro, pero hubo un problema en el trabajo. El supervisor era un petulante cretino que no podía aguantar, a pesar de yo tener un carácter tranquilo, amigable y con mucha paciencia, como ya habrás podido notar, Samuelsen.
"Un día, como te iba diciendo, le lancé un puñetazo al tipejo ése. Yo pensé que me iba a despedir, pero no, él tenía planeado algo peor para mí. A la mañana siguiente, fui acusado de haber robado algunos instrumentos que fueron encontrados en mi casillero. No solo fui despedido, sino que en mi historial quedó grabado este incidente, que aseguraba que me sería casi imposible conseguir otro trabajo. Entonces, me dediqué a buscar personas; a la gente que me contrata no le importa si mis antecedentes están limpios o no."
"Veo que no ha sido fácil para ti, Malcini, lo siento."
"¡No tienes nada de qué compadecerme, Samuelsen! Al final, el cretino del supervisor me hizo un favor; mira, ahora soy un hombre de negocios, de otro tipo, pero negocios al fin y al cabo. Y soy independiente. Claro que ahora tengo que responderle al Jefe...," y el hombre barrigón de baja estatura no pudo evitar un escalofrío al pensar en él, "pero después de este trabajito, me separo por completo y podré hacer lo que me dé la reverenda gan..." No pudo terminar su frase, a lo lejos, un resplandor fuerte llamó su atención.
"¿Viste eso, Malcini?" exclamó su interlocutor. "Cualquiera diría que un avión se ha estrellado en el agua, aquí nomás."
"Tonterías, Samuelsen, ¡cómo se te ocurre! Pero sí vi eso, a lo mejor solo son esas algas que brillan en el mar..."
"No, imposible. No en esta época del año y en aguas a estas temperaturas. Acá no podrían vivir."
Malcini quiso decir a su acompañante que se ahorrase su lección de trigonometría, sin embargo, la atención de ambos se desvío a la pista de aterrizaje de manera irremediable, en donde numerosas ambulancias y vehículos de emergencia iniciaron a acumularse.
"¿Qué será?" preguntó el rubio de gran tamaño, mientras arrimaban sus sillas hacia el ventanal casi por instinto.
No podían divisar con exactitud algo que les explicara qué estaba ocurriendo. Al cabo de unos pocos minutos, notaron despegar algunos Marios del modelo de rescate en dirección al lugar donde habían percibido el destello de luz. Las pantallas del aeropuerto que daban constantes noticias de vuelos, así como imágenes de sus salidas y llegadas, pasaron a mostrar con mayor detalle lo que ocurría, justo abajo de la ventana a la que Malcini y Samuelsen tenían pegadas sus narices. De pronto, les llegó a sus oídos la voz dulzona y envolvente usada para anuncios:
"Estimados pasajeros, al parecer, se ha producido un serio accidente muy cerca de la costa del aeropuerto. Debido a ello, algunas de las pistas serán utilizadas para el trabajo de salvamento. Les rogamos tener paciencia si su jornada se ve retardada en alguna forma. Para mayor información y detalles de vuelos, por favor, sírvanse a acercarse a alguna de las numerosas pantallas dispuestas en el aeropuerto"
Tanto Samuelsen como Malcini salieron disparados del café hacia el panel de avisos eletrónicos más cercano, donde pudieron ver mejor los esfuerzos desplegados para la operación de rescate. Debajo de la imagen, leyeron con detenimiento el recuento de los sucesos:
El radar aeronáutico había captado la entrada de un Mario 240 en su espacio aéreo, el cual no respondió a las llamadas de identificación pedidas por la torre de control. A pesar de tampoco haber obtenido ningún permiso de la torre, el avión se preparó para aterrizar en una pista vacía cerca de la zona de carga internacional. De un momento a otro, varió de forma abrupta su trayectoria y terminó estrellándose en el océano.
Malcini y Samuelsen cambiaron su expresión de simple curiosidad a una de gran sorpresa, al caer en la cuenta que el número de identificación del vehículo, captado por el radar, correspondía al utilizado por Isabel Simas cuando partió del NatuArenas. La noticia volvía a repetirse en forma continua, una y otra vez. Los dos no se movieron del trasmisor de imágenes, esperando que llegara una versión actualizada de la situación. No tuvieron que aguardar mucho tiempo; como el percance había ocurrido besando las orillas del aeropuerto, el grupo de salvamento llegó al lugar del hecho en pocos minutos. La pantalla mostró en esta ocasión, a través de la videocámara de una de las naves de rescate, un océano negro, calmado, mas vestido de pedazos desparramados aquí y allá de lo que fue el Mario. Por el momento no se veía ningún sobreviviente del siniestro, pero tampoco ningún cadáver.
"Mandi," escuchó Malcini murmurar con tono de horror a su cómplice que se había puesto pálido, color papel emblanquecido.
La información escrita transmitida por la pantalla también cambió. Esta vez agregaba que, a primera vista, el accidente parecía ser fatal y que no se esperaba que alguien hubiera podido salvarse.
"Mandi," volvió a enunciar el altote de aspecto vikingo.
El reporte añadía que se temía, que la operación de rescate cambiaría a una de recuperación de los cuerpos de la gente que viajaban en el avión. Malcini y Samuelsen esperaban que en unos segundos, revelarían al público quiénes eran los que se hallaban en el aeroplano. Para su sorpresa, en ningún instante mencionaron tal cosa. La noticia reiniciaba y se volvía repetir, sin embargo, los dos compinches no se movieron de donde se ubicaban, sabiendo que después de un rato les ofrecerían algún detalle más. No fueron decepcionados: en esta oportunidad, la nueva información fue en relación a la famosa caja negra, el aparato que registra lo ocurrido durante los vuelos. Todo indicaba que se localizaba en el fondo del océano y que, en ese preciso lugar, significaba una distancia extrema, ya que era una fosa marina famosa por su récord de profundidad. Señalaban que el costo de su recuperación podría ser, como mínimo, alrededor de 500,000 Nokras; una suma extravagante que nadie estaría dispuesto a asumir, sobre todo porque el Mario no era parte de ninguna línea aérea, sino de una flota de propiedad privada.
Aclararon que el aeroplano pertenecía al NatuArenas, pero no explicaron cómo es que este terminó en Camfulhe, apuntaron a ello como un misterio, evitando mencionar también el nombre de la persona que lo había rentado. Más bien ponían énfasis en que todo hacía suponer que la falla no era técnica, que el vehículo se encontraba en condiciones óptimas, habiendo pasado por una revisión general solo unos meses antes y que la causa del accidente debía ser por razones humanas. En pocas palabras, que la nave se estrelló porque el piloto cometió un grave error. Fue entonces claro para Samuelsen y Malcini que, por alguna razón, el servicio de información estaba evitando al máximo ventilar ningún dato relacionado con los fugitivos y su sospechado acto de secuestro.
Al cabo de otras repeticiones por fin presentaron, como un flash de último minuto, el nombre y la foto del sujeto que conducía el avión, indicando al mismo tiempo que era el único pasajero. Los empleados del Jefe miraron con ojos incrédulos la foto de un hombre como de ochenta años, llamado Ludovico Bunter, que parecía que en cualquier momento le iba a dar un ataque o algo. Tal cual era la versión que estaban proporcionando, que suponían que al señor Bunter le dio un derrame cerebral o paro cardíaco mientras se aprestaba a aterrizar el Mario y que perdió el control total de este. Pasaron a explicar que dicho señor tenía una larga historia de crisis esporádicas de demencia senil, que seguro por eso había terminado en Camfulhe y que, por la misma causa, se había obstinado en no comunicarse con la torre de control.
A continuación apareció la imagen de un representante del NatuArenas, un tal Rogelio Resoto, administrador del hotel, que a Samuelsen le hizo pensar al instante en una momia. Este declaró que el centro vacacional había revisado, como de costumbre, toda la información proporcionada por el señor Bunter con respecto a su permiso y récord de piloto. El íntegro de los datos entregados por él indicaban, sin lugar a dudas, que se trataba un individuo en perfecto estado para conducir Marios. Al parecer, el sujeto en cuestión había falsificado tal documentación de alguna forma.
"¿Pero quién es este Bunter?" interrogó el rubio barbudo.
"Ve tú a saber," contestó su socio. "Con ese nombrecito tan común puede ser cualquiera. ¿Te imaginas, Samuelsen, la cantidad de Bunters y Ludovicos que hay en el mundo?"
"Tienes razón, Malcini, Ludovico es uno muy usado y ni qué decir de Bunter, ¡hay cientos, si no miles de ellos!"
"Así es, Samuelsen. Si me preguntas, yo te diría que justo es por eso que han usado ese nombre; es solo alguien más. A lo mejor ni existe ese tipo o hace ya años que está muerto."
La pantalla de nuevo inició a mostrar videos en vivo del lugar del accidente. Tal cual como las mismas de antes: ni señal de supervivientes ni señal de cadáveres, tan solo algunos restos de la nave flotando, casi con impunidad, como si nada hubiera pasado. Ahora la conjetura fue oficial, no había sobrevivientes, o mejor dicho, sobreviviente, ya que la historia dada argüía que se hallaba solo una persona en el Mario. Tampoco esperaban encontrar el cadáver del Sr. Bunter, era muy probable que este nunca saliera a flote y terminara preso para siempre en el fondo del océano. Con eso último dieron por concluida la transmisión, pasando a presentar la ya consabida imagen con información y tomas de llegadas y salidas de aviones. El hecho por seguro pasaría en los noticieros e invadiría el listado de las novedades diarias que recibían los libreles. Dentro de un día o dos, sería cuento antiguo y pocos lo recordarían; nadie le daría mayor importancia al asunto, excepto por la gente envuelta en este.
"Mandi," volvió a murmurar Samuelsen, como hablando consigo mismo, "no lo puedo creer..."
Malcini no pudo dejar de notar la cara de desmoralización que tenía su compañero. En cualquier momento se me desmaya, pensó. ¿Y quién me va a ayudar a levantar a este gigantón?
"Bueno, no hay nada que podamos hacer. Mejor regresemos al café a descansar un poco. Allí podremos pensar con tranquilidad qué haremos a continuación," sugirió él.
Jorgen Samuelsen se sentía como dentro de un sopor y se dejó guiar de regreso al establecimiento sin protestar. La mesera dio un suspiro de alivio al verlos de retorno porque por unos minutos pensó, que los clientes que habían consumido más que cualquiera en los dos últimos días habían desaparecido sin pagar su cuenta.
"Samuelsen, no entiendo por qué te ha afectado tanto la noticia," inició a decir Malcini, "es tan solo un accidente. Piénsalo bien, es de lo mejor, ya no tenemos que ir persiguiendo a estas personas como moscas, ¡nos hemos ahorrado un gran trabajo!"
"Nos hemos ahorrado trabajo...," repitió el aludido como un sonámbulo.
"Exacto, ahora ya se acabó el asunto, solo tengo que esperar que el Jefe me llame para pagarme, después te pago lo que acordamos y listo. ¡De lo más simple!"
"De lo más simple...," volvió a reiterar Samuelsen.
"Así es, deberías estar más bien alegre, en buena hora se les ocurrió accidentarse y morir," terminó diciendo su interlocutor con una gran sonrisa.
"Es una maravillosa suerte que se hallan muerto...," repitió por tercera vez su camarada.
"¡Maravillosa en realidad!" exclamó el otro, como si hubiera recibido el mejor regalo del mundo.
"Malcini, si no fuera porque en mi vida no he matado ni a una mosca, en este instante te extirpaba los ojos, te sacaba las uñas una por una, te extraía de un solo tirón la lengua y te torcía el pescuezo."
El amenazado no se atrevió a decir más, su socio parecía hablar en serio de verdad. El sonido de su librel, indicando la presencia de un nuevo mensaje, le dio una excusa para distanciarse de la mirada fulminante de su compinche. No obstante, pasó de un estado de temor a uno de terror: era un texto del Jefe. A los segundos respiró de manera profunda, pensando que él ya sabría la noticia y lo pondría fuera del caso. Comenzó a idear cómo gastaría el pago ofrecido por su trabajo y, sobre todo, como disfrutaría ya no ser propiedad del amedrentador Jefe: ¡libertad por fin! Con los ánimos por las nubes, abrió el texto y se puso a leerlo.
Malcini sintió que el corazón le dejaba de latir, tal como si él fuera el famoso Ludovico Bunter perdiendo el control del Mario por un paro cardíaco, terminando estrellándose en el océano negro que se lo tragaba por siempre jamás.
"Tenemos que partir en este mismo instante para una ciudad que se llama Te-Runo," anunció en tono lúgubre.
"¿Te-Runo? ¿No será Te-Rano? ¿La ciudad famosa por sus calles antiguas que todo el mundo quiere visitar?" replicó Samuelsen, despabilándose de su conmoción.
"Sí, esa," reiteró el otro tan desilusionado, que ni se dio cuenta que su acompañante le había corregido una vez más. "Era el Jefe, dice que no hemos terminado aún, que tiene evidencia que en el Mario también se encontraba al que buscábam..., bueno, buscamos: Esteban Tochigi. No solo eso; que nadie murió, todos están vivitos y coleando, a excepción de tu primita, Isabel Simas. De ella, el Jefe no sabe. Al parecer tu pariente sí se estrelló con el avión.
"En fin, la cosa es que el Jefe cree que Tochigi y el resto están yendo para Te-Runo o cómo se diga. Allá, tenemos que estar vigilando la dirección que nos ha mandado porque seguro van a aparecerse por esos lares. El plan es el siguiente: en Te-lo que sea ya se encuentran dos agentes que trabajan también para el Jefe, estos dos seguirán a Tochigi y, de alguna forma, harán obvia su presencia. El Jefe dice que, entonces, nuestra presa entrará en pánico, no pensará sus movimientos y se apurará en ir directo a donde tenga que ir, sin guardarse las espaldas. En ese momento es cuando tú y yo entramos en juego: también seguiremos a Tochigi. Según el Jefe, nuestra apariencia y torpeza son nuestras mejores armas; él no sospechará que somos sus empleados que lo están siguiendo o que seamos una amenaza. De esta manera, si nosotros lo vigilamos, él nos llevará al lugar que el Jefe desea tanto conocer. Cuando estemos en ese sitio debemos comunicarnos de inmediato, y eso será todo porque él tomará cargo del asunto," terminó diciendo el malhechor panzón en tono muy deprimido, aún había trabajo por hacer, los que perseguían no se habían muerto... ¡qué tragedia!
"¿Qué estamos esperando, entonces, Malcini?" replicó su socio con una sonrisa de oreja a oreja, ¡era la mejor noticia que había recibido en muchos años! "Vámonos de este café ¡y tomemos el primer vuelo que salga para Te-Rano!"
Los dos se pararon al unísono, sus expresiones se habían intercambiado; ahora era Malcini que parecía el ser más deprimido del mundo y Samuelsen alguien con la energía para ir a la mejor fiesta del año. La mesera los vio partir, esta vez con la seguridad que regresarían. En todo caso, el administrador siempre podría encontrarlos en el hotel para agregarle a su cuenta el costo del consumo en el café. Hasta ella se acordaba de sus nombres por lo comunes y fáciles que eran: Ludovico Tama y David Bunter.
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