¿No es algo hermoso el amor?

Es lo que le da sentido a la vida.

El motor de la sociedad y la cúspide de la dicha.

Manjiro me ama mucho, lo sé, cada día me lo repite con descontrol, animoso y deseoso de respuestas iguales.

Completamente hambriento de cariño, a niveles estratosféricos, irreales, casi inalcanzable.

Con un ramo de rosas en las manos, con un beso en los labios, e incluso de vez en cuando, con alguna piedra preciosa presionada sobre la piel dulce en muestra de apasionado amor.

Manjiro llega cada día a casa provisto de víveres y regalos sinuosos, exclamando poemas entre risas amorosas, nunca cansadas, nunca agresivas, nunca dolorosas.

Y yo, yo solo lo escucho desde el borde de la cama, sonriendo como un idiota cuando lo oigo llegar, cuando lo oigo caminar a paso veloz a nuestro pequeño dormitorio del cual no me permite salir sin su supervisión.

Él dice que es peligroso porque podría lastimarme, oh, él tan preocupado suele enojarse por mis deseos de caminar por todo nuestro hogar, porque me ama, dice.

Porque quiere mi seguridad absoluta, refuta a mis plegarias.

Y no puedo negarme, él me ha amado desde antes de todo, después todo, durante todo, él es el único a mi lado, y no puedo más que agradecer su amor incondicional, Mikey me ama tanto que podría asustar a los demás si sus susurros posesivos los oyera alguien más.

Y yo creo que está bien.

O lo creí hasta ayer.

El amor es el motor de la humanidad.

El objetivo irreal.

El deseo inefable recubierto entre la envidia y los celos monstruosos.

Aquel que desea amar y ser amado pierde la humanidad y esta es reemplazada por la necesidad de calmar su corazón desesperado, sin importar cómo.

Mikey siente tanto amor que me asusta.

Porque ayer lo vi, antes de dormir, después de golpearme mientras intentaba alcanzar el control de la televisión pude verlo, manchas, luces, sombras, lloré de felicidad y estuve tentado a contarlo a mi tan amable esposo, aquel que tan amoroso me brinda calor.

¿No era aquel liquido carmesí sangre?

¿No era aquello un cuerpo en la estancia?

¿No era acaso el techo un espejo gigante recubierto con mis fotografías?

Porque mientras lloro desesperadamente oculto en el baño después de decir que iba a darme una ducha, pero lo que hago es seguir intentando abrir la pequeña ventana del lugar sin importarme estar en el segundo piso, mi dulce esposo patea la puerta sin compasión.

—VAMOS, TEKEMICCHI, NO HAS USADO EL ANILLO QUE TE COMPRÉ, VAMOS, TAKEMICCHI, ABRE, CARIÑO.— Grita.

La fuerza que ejerzo sobre la ventana no es suficiente.

Tengo miedo.

No le dije, no le conté, no le avisé. Pero él tal vez lo sabe.

Cubro mis lamentos con la palma de mi mano mientras caigo al suelo.

Patea la puerta nuevamente y un grito se oculta en mi garganta mientras me encojo con el corazón bombeando de manera desesperada, casi saltando de mi pecho con tal de huir.

—SAL, ABRE LA PUERTA, CARIÑO.

La puerta pierde soporte y es destrozada.

Tengo miedo, la sangre se congela en las venas, los músculos se tensan en anticipación y el sonido pierde nitidez.

Pregunta campante, atravesando la barrera de madera inservible, limpiando de astillas su bonito suéter cubierto en sangre:—¿Acaso me has visto, Takemicchi?—

La luz se apaga, la vista se rinde y la conciencia se escapa.

...