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Parte 2 - "Hola, mamá"

No voy a mentirles, cuando llegué al aeropuerto tuve ganas de salir corriendo. Veía por los enormes ventanales del segundo piso las pistas de aviones y un nudo se formó en mi estómago. Si me dirigiera a cualquier otro lugar en el mundo les aseguro que no estaría así.

Daniel, quien se encontraba a mi lado en todo momento, me dio un codazo para llamar mi atención.

— ¿No estarás pensando en salir corriendo, o sí?

— No me des ideas —gruñí.

Daniel rió entre dientes y yo simplemente suspiré afligido. Me arrepentía de haberle presentado a John, porque si no lo hubiera hecho ahora no serían cómplices; mi amigo estaría de mi lado y en estos momentos seguiría haciendo la vida que decidí para mí.

Era raro imaginarme a ambos hablando y planeando lo que harían conmigo. John le había dado a Daniel instrucciones específicas de que debía acompañarme al aeropuerto y no dejarme hasta que abordara el avión.

Dentro de todo, agradezco que sea él y no alguien más. Cooper es demasiado divertido como para tomarse estas cosas en serio, mientras que Olivia se porta exageradamente correcta cuando le dan un trabajo a realizar. Y bueno, no hablemos de Summer. Creo que ella podría, en parte, ser la indicada porque en estos momentos estaría dándome apoyo constante.

Me arrepiento de haberle dicho todas esas cosas. La distancia que puso entre nosotros me hace sentir mal, olvidado. Me duele en el alma ver la mirada que me pone cada vez que nos cruzamos en clases.

Quiero arreglar las cosas, quiero que vea que en verdad me importa y que intento cambiar. No hago esto solo por la publicación del libro, sino que también lo hago por ella. Le voy a demostrar que me importa mi vida y haré todo lo que tengo al alcance de la mano para mejorar. 

Si las cosas no salen bien, por lo menos podré decir que lo intenté.

— ¿Por qué tan serio?

— ¿Eh? —Había estado tan metido en mis pensamientos que apenas sí capté lo que me había dicho.

— ¿En dónde tienes la cabeza ahora?

— ¿Sabes lo que tienes que hacer después de esto, no?

Daniel inhaló por la nariz y asintió.

— Si alguien pregunta por ti tengo que decirles que te fuiste a recorrer el país. Querías alejarte de todo y la fotografía fue un buen refugio para eso.

— Qué bueno eres, hasta yo mismo me lo creo. —Daniel rodó los ojos divertido—. ¿Y qué más?

— Que John te convenció de que lo hicieras y nunca, de los nunca debo decir la verdad. Mucho menos que se trató de una apuesta.

— ¡Exacto!

— ¿Por qué tiene que ser secreto? Lo que haces no es nada malo.

— Ya te lo expliqué. No pienso convivir con ellos, siquiera busco su cariño. Lo único que quiero es que publiquen uno de mis escrito, o a lo sumo obtener una caja de donas glaseadas. Pero si Summer llegara a enterarse de la verdad, ambos sabemos que haría hasta lo imposible para que me quedara con ellos, y honestamente no me interesa. 

— A Summer solo le interesa que estés bien. Te quiere como a un hermano y le duele saber que te estas auto-eliminando.

— ¡Me da igual! Más vale prevenir.

"Atención pasajeros del vuelo 741 con destino a Georgia"

La voz de la mujer por el altoparlante hizo que mi cuerpo se tornara rígido. Ese era el número de mi vuelo, y las palabras que venían a continuación no era precisamente las de "Lamentamos informarles que el vuelo ha sido cancelado", sino que todo lo contrario.

— Ya es hora, viejo.

— ¿Por qué esas palabras suenan como si fuese mi hora?

— ¡Deja de ser dramático y mueve el trasero a la puerta 11!

— Lo dices porque a ti no te espera el infierno —me levanté tomando mi equipaje.

Daniel me miró con cara de asesino serial, seguido de una sonrisa que quiso contrarrestar el efecto de enojo que había querido crear. El problema fue que su intento de sonrisa se asemejó más a la del Guasón que al de un amigo simpático.

Me llamó bastante la atención que el aeropuerto estuviese... ¿despoblado? Creo que esa no es la palabra correcta. Había gente, sí, pero no la que uno esperaría que hubiera en un aeropuerto de este tamaño. Parecía como si hoy las personas no tuvieran ganas de viajar, y solo unos pocos se aventuraron hacerlo.

Sea lo que sea, este efecto me está poniendo bastante nervioso. Es como si el universo se hubiera puesto de acuerdo y me hicieran viajar sin compañía para darme una lección de vida. Supongo que quieren que no hable con nadie para que mi mente maquine constantemente que al lugar al que me dirijo me encontraré con los rostros de mi familia.

Daniel es capaz solo de acompañarme hasta mitad de camino, de resto tengo que hacerlo yo solo. No quería alejarme de él. Sentía que si se iba no podría continuar... 

Okay, muy bien, sé que suena a la porquería que escribo de romance, pero esto no tiene nada que ver. Estando Daniel a mi lado siento que afrontaré las cosas de forma diferente. Sé que estoy engañándome a mí mismo, ideando en mi cabeza algo que nunca sucederá, pero creo que es lo único que me queda como para poder seguir adelante con todo esto.

— Me quedaré aquí hasta que tu vuelo despegue para asegurarme de que no escapes.

— ¿Es en serio?

— ¿Ves esta cara? —movió el dedo índice en forma circular alrededor de su rostro—. Es en serio.

Suspiré y de inmediato nos abrazamos. Nos despedimos mutuamente y algo en mí comenzó a desquebrajarse al momento en que vi la puerta de abordaje.

No había muchas personas, prácticamente no había nadie. Comparado con otras puertas ésta era la única en la que no tenías que hacer fila. Le entregué todo lo necesario a la azafata y casi de inmediato me devolvió todo con una gran sonrisa.

— Que disfrute su vuelo.

Me obligué a sonreír. Podré decir que disfruté del vuelo cuando el destino sea mi casa; Las Vegas.

El avión estaba casi lleno minutos antes de despegar. Al parecer a las personas se les antojó aparecer después de que me acomodara en mi asiento. Por un lado me alegré, porque esto me ayudaría a distraerme, pero por el otro me hacía sentir encerrado, atrapado. Era como si toda esta gente se hubiera puesto de acuerdo para aprisionarme y así llegar a destino sin ningún problema.

Meneé la cabeza e intenté olvidarme de aquello. Comencé a ver los rostros de cada uno de los que allí había. Me encontré con dos japoneses y me imaginé que iba de viaje a Tokio. Finalmente viajaría al tan comentado Japón. Dicen que es un lugar maravilloso y los inodoros tienen calefacción y son automáticos.

Escuché la tonada que los alemanes tienen cuando hablan nuestro idioma y me imaginé viajando a Alemania. Definitivamente sería un lugar al que me gustaría ir. Hay un montón de lugares interesantes por ser "antiguos". Me gusta todo ese tipo de cosas. Sí, lo sé, soy del romanticismo.

Pero lo mejor de todo sería visitar un restaurante llamado "XXXL" en donde todo lo que sirven allí es de un tamaño infernal. Una sola hamburguesa podría alimentarnos por completo... Bueno, tal vez solo la mitad, la otra alimentaría solo a Daniel.

Así fue como me entretuve hasta segundos después de despegar. Ya no tenía más que imaginar y la cruda realidad se estaba haciendo presente. Cuando básicamente estaba entrando en estado de pánico, una señora de unos setenta años —sentada en la fila de al lado—me habló.

Era muy amable y me mantuvo distraído todo el viaje. Me sentía muy cómodo a su lado, charlando de cosas comunes y corrientes. Hablando de temas que no tocaban nuestro grupo familiar. Sentía que podía pasar horas y horas con su compañía... como con John.

Cuando quise acordar la voz del piloto anunció que estábamos a punto de llegar a destino y debíamos de abrocharnos los cinturones y apagar nuestros artefactos electrónicos.

Betty, mi nueva amiga de vuelo, me acompañó por todo el interior del aeropuerto hasta la zona de taxis. En todo el camino no parábamos de hablar y nunca tocamos el tema de qué hacíamos ahí. Tengo que confesar que cuando las puertas corredizas se abrieron y nos revelaron el mundo exterior, sentí miedo. Iba a salir del aeropuerto, mi zona de confort, para pisar el suelo de Georgia. Ya sé que lo estaba pisando, pero permanecer en el aeropuerto era como un mundo aparte. Un lugar en el cual puedo irme a cualquier parte del mundo y no pensar en dónde estoy ahora mismo.

— ¿Te vas a quedar ahí parado todo el día?

La voz de Betty me sacó de mis pensamientos. Estaba unos pasos por delante de mí y me sonreía traviesamente.

— Hay que apresurarnos si queremos tomar un taxi.

— Sí, claro —concordé con ella y mi pie derecho se adelantó para salir del aeropuerto a Georgia. Un hormigueo me recorrió todo el cuerpo y las nauseas no demoraron en aparecer. Me sentía mal. La cabeza me daba vueltas y un sueño repentino me estaba afectando.

Betty y yo caminamos hasta los taxis y demoramos unos pocos minutos en conseguir uno. Nos dirigíamos a puntos diferentes, pero la estación de autobuses quedaba dentro de su recorrido. No paramos de hablar ni por un segundo. Por primera vez me daba cuenta de que era ella la que sacaba constantemente temas de conversación. Era como si supiera lo incómodo que me sentía y por ello me obligaba a hablarle. Sea lo que sea, se lo agradezco en el alma.

Me costó mucho despedirme de ella, pero sabía que esto llegaría tarde o temprano. No es como si pudiera llegar a casa con ella y olvidarme de la existencia de mi familia por estar con Betty. Aunque es una fantasía muy tentadora, la realidad es completamente diferente, y se siente como una bofetada.

Uno de las cosas más extrañas fue que cuando me despedí de Betty, antes de que el taxi arrancara, ella dijo algo que me dejó desconcertado.

— No le temas a tu familia.

¿Cómo sabía que iba a visitarlos? ¿Acaso se lo dije y no recuerdo haberlo hecho? Millones de preguntas me acompañaron parte del trayecto a Covington. De resto me la pasé durmiendo. Fue destructor para mí escuchar como el guarda avisaba que habíamos llegado a destino. 

Lo mismo que sucedió en el aeropuerto ocurrió aquí mismo, solo que mucho peor. Imágenes fugases de mi vida me asaltaron cuando mis pies tocaron el suelo. Quise salir huyendo,  correr al fondo del autobús y esperar a que éste volviera para poder largarme. 

¿Por qué acepté hacer esto? Nada de lo que me prometieron puede sacarme este dolor del pecho. Me duele y mucho. Quiero irme, ¿acaso nadie lo entiende? Ya no quiero hacer esto. No me importa nada, solo quiero volver a mi casa.

Me quedé sentado en la plaza por lo que parecieron horas. Veía a la gente ir y venir. Mi mente parecía haberse desconectado y solo procesaba lo que observaba. Supongo que lo más idiota fue dejar que el autobús se fuera. Me quedé viéndolo como un perfecto imbécil y siquiera pude levantarme y correr hasta él. 

¿Acaso quería quedarme? ¿Había algo en mi interior que se mantenía aferrado a este lugar? Nadie de los que aquí habita puede ser esa ancla. Por un segundo llegué a pensar que podía ser John, pero de inmediato me di cuenta de que era algo más. Otra cosa que no podía comprender.  Era como una sensación, un sexto sentido que me decía que no debía de irme. Y aunque lo despreciara, aunque odiara a esa cosa, no podía irme. Al menos no por mi cuenta.

Tomé mi maleta y decidí caminar hasta la casa de mis padres. Mi antiguo hogar.

Algunas pocas cosas habían cambiado, pero la gran mayoría seguía estando igual a como las recordaba. Fue un tanto devastador, ya que comenzaba a recordar cosas que no quería. No todas eran malas, al contrario habían muchas buenas. Sin embargo, no me apetecía acordarme de nada. Esas personas que una vez me hicieron feliz terminaron haciéndome daño. No vale la pena que los recuerde.

Las ganas de vomitar me inundaron cuando entré a mi vecindario. El sol del mediodía me pegaba justo en la cabeza y eso solo empeoraba el dolor palpitante. Un calor abrasador me inundó de repente. Mi corazón latía como a cien por hora, enviando sangre a cada rincón de mi cuerpo y eso provocaba que mi temperatura se elevara como los dioses.

No era un día muy caluroso de por sí, y la ropa que traía no ameritaba que me sintiera como si estuviera bañándome en el infierno. Los jeans se sentían bien, la camiseta beich era liviana y no veía manchas de sudor. Lo único que podría llegar a darme sarampión, si me lo pusiera, era el saco marrón que colgaba de mi maleta. Lo había traído puesto hasta antes de bajarme del avión.

Todo podría decirse que estaba bien, en cierta forma, hasta que me detuve en frente de mi casa. Pensé que me derrumbaría porque las piernas me temblaban al igual que mis manos. Repentinamente me ardieron los ojos y el calor en mi cuerpo se duplicó. Era mejor caerme muerto por un ataque cardíaco que entrar a ese lugar.

Había ensayado millones de veces lo que diría, pero ahora había olvidado el guion. 

No recuerdo haberme movido. No recuerdo haber caminado hasta el pórtico. Siquiera subir las escaleras y pararme en frente a la puerta. Era como estar caminando dormido, porque en aquellos momentos me sentía en una pesadilla. Tantas cosas venían a mi mente estando parado en ese maldito lugar. ¿Por qué diablos no se iban? ¡Ya no quiero recordar más eso! De toda la mierda que viví, ¿por qué justamente estoy recordando eso? No quiero eso en mi mente. Su imagen me causa repulsión.

Me tragué todo. Mi temor, el odio, las lágrimas, las nauseas, toda esta porquería que había dentro de mí y no me dejaba tranquilo. Llamé a la puerta, obligándome a no pensar en nada. Aun así, la típica frase que vengo pensando desde que comenzó esto, "que no estén en casa", me asaltó antes de que pudiera encerrarla en el fondo de mi mente.

Me tensé en cuanto escuché la voz de mi madre. No había cambiado en lo absoluto.

— ¡Ya voy! —su voz sonó amortiguada, así que supuse que estaría en la cocina o en el segundo piso. Recordaba que el sonido era bueno estando en la sala de estar.

Apreté los puños en cuando escuché como alguien tomaba la perilla y la puerta se abría con gracia. Mi madre apareció en el umbral con una sonrisa en el rostro. Ella sonreía todo el tiempo, aunque las cosas fueran en picada. Pero en cuanto sus ojos grises se encontraron con los míos, su alegre sonrisa se esfumó como el polvo, y se me quedó viendo como si estuvieran frente a un fantasma. Supongo que la razón por la que se aferraba tanto a la perilla era para no caerse de espaldas.

Me quité las gafas de sol que hasta el momento me hacían ver con un tinte marrón. Por primera vez estaba viendo a mi madre, frente a frente con todo y colores. Nunca creí que esto podría llegar a pasarme. Era demasiado pronto como para "reconciliarme" con ellos. Hubiera hecho la apuesta a los 31. Al menos así habrían pasado diez años.

Quedó muda. Su boca quería expresar algo, pero no lo conseguía. Sinceramente me sorprende que me haya reconocido, pensé que quizás se habrían olvidado de cómo luzco.

— Logan. —Mi nombre escapó de sus labios con una exhalación. Sus ojos se tornaron vidriosos por las lágrimas que amenazaban con querer salir.

Yo me mantuve lo más serio posible. Más aun cuando la volví a ver sonreír.

— Hola, mamá.

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