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Parte 2 - "Estoy roto"


El almuerzo fue bastante incómodo. Tuve que sentarme a la mesa porque prefería que nadie cuchicheara a mis espaldas sobre mi ausencia, sobre por qué no estoy con ellos. No me interesan que sepan que me gané más problemas de los que ya tenía, que sigo acumulando peso sobre mis hombros — temo que un día la carga sea tan pesada que me quiebre y no pueda volver a levantarme.

Esto es cosa mía. No quiero darle lástima a nadie, no quiero que nadie se preocupe por mí. Ya he tenido suficiente sobre esta mierda y me estoy cansando realmente.

Mañana es fin de mes. Mañana es el último día del trato que John y yo teníamos. No sé qué es lo que debo hacer. Deseo irme. Irme como hace cuatro años y no volver a verle la cara a ninguno de los aquí presentes. Quiero correr. Embriagarme hasta que ya no pueda estar de pie, hasta que ya no recuerde ni mi nombre, y olvide por un par de horas todo por lo que he tenido que atravesar en estas cuatro semanas.

Pero hay algo. Algo dentro de mí me dice que aún hay esperanza. Si me marcho tal vez pierda la oportunidad... No sé qué sea, pero lo siento así. Es mínimo el sentimiento, sin embargo, se siente tan vívido, tan sobre la superficie de mi conciencia que no puedo ignorarlo. Tengo que sacudir la cabeza para dejar de sentirlo, para arrastrarlo de nuevo a las sombras, pero es imposible. Siempre está ahí, latente, y ya estoy comenzando a irritarme.

Mi exasperación aumenta por el silencio que hay a lo largo de la mesa. Nadie habla, nadie ríe, nadie comenta nada. ¿Qué diablos es esto? Un velorio.

Cierro los ojos de pronto y me castigo a mí mismo por haber dicho eso. Mi mano se aferra con fuerza al tenedor, y estoy haciendo el mejor esfuerzo por no llamar la atención. La respiración se me acelera, me apresuro a beber algo de agua con la esperanza de que eso ayude. Estoy bebiendo y de pronto me doy cuenta de que el vaso se tambalea, no, tiembla. Estoy temblando.

Necesito salir de aquí. Necesito que alguien diga algo y rompa con el silencio. Mis padres no han querido hablar con nadie y eso provocó que las risas, bromas y demás desaparecieran por completo.

Voy a enloquecer.

El funeral.

El silencio.

El ataúd.

Me levanto tan rápido que me golpeó las rodillas en el proceso. La silla chirrea, la losa y los vasos tiemblan por mi culpa. Todo el mundo me está viendo y no me importa. Decido si es mejor dejar la comida o llevármela conmigo; tengo demasiada hambre como para desperdiciarla, pero los recuerdos me están matando. No puedo comer un solo bocado, no obstante sé que cuando todo pase estaré mejor. Volveré a tener apetito y no quiero que se deshagan de mi comida.

Recojo mi plato y los cubiertos apresuradamente. Me muevo demasiado rápido, aún no logro controlar el temblor en mis manos. Las arvejas se sacuden, y aunque no logran caerse del plato se pasean por entre la ensalada y la carne.

— Logan —la voz de mi padre suena firme, me está reprochando—. Siéntate a la mesa. Estamos comiendo en familia.

— No puedo —digo, y me sorprende de lo temblorosa que se escucha mi voz. Parece como si estuviera a punto de quebrarse.

— ¿Logan? —pregunta April al otro lado de la mesa. Su cara de preocupación es más que evidente, aunque no me lo trago. No me trago el que le importe—. ¿Estás bien?

Las palabras no quieren salir de mi boca, ni siquiera sé lo que estoy haciendo. Cojo el bajo con agua, la transpiración de este reacciona con el sudor de mis manos, y tengo que aferrarme a él para no dejarlo caer.

Mi padre vuelve a insistir que me siente en la mesa, ahora todos me preguntan que me pasa. No sé cómo debo de lucir, pero a juzgar por sus rostros creo que nada bien.

— N-no puedo... —logro finalmente decir, y mis piernas se dirigen al interior de la casa.

Siento como mi entorno parece dar vueltas, los oídos se me tapan y solo escucho el retumbar de los latidos de mi corazón en mi pecho. Me estoy asustando, mucho. Creo que fue una mala idea llevarme la comida, el olor a carne me está dando nauseas.

Paso junto a la isla y dejo todo lo que cargan mis manos sobre ella sin detenerme. Mala idea. Mis dedos se enredan en el vaso y lo arrastro hasta que se hace añicos en el piso. Me volteo momentáneamente para ver lo que hice, estoy horrorizado, pero no me detengo a pensar en ello. Sigo de largo hasta la sala y escapo por la puerta principal.

Me voy lo bastante lejos como para que nadie me encuentre a simple vista. Encontré un perfecto lugar para meditar junto a orillas del río. Tomo asiento sobre una roca y recargo mi espalda sobre un montículo de tierra. Mi vista se clava en las tranquilas aguas del lago, mientras que mi mano se desliza por el bolsillo de mi pantalón y extraen mi celular.

No sé por qué lo hago. No sé por qué me torturo de esta manera. Mis dedos saben lo que buscan, mi mente parece intuirlo pero no quiere creerlo, y mi corazón empieza a doler. Duele porque sabe lo que se avecina. Leo el contacto que aparece en pantalla:

SUMMER.

Mi corazón se agrieta.

Tengo amigos, pero ella sobresale por encima de todos. Es igual de importante que John. Es mi mejor amiga, mi hermana. Todo lo que Samantha no fue para mí ella sí lo es. Nos contamos todos, no hay nada que ninguno de los dos no sepa sobre el otro. Y lo arruiné. Lo arruiné todo por ser un egoísta, por solo pensar en lo que quiero, lo que deseo; y me arrepiento profundamente de lo que hice. No me gustó escucharle decir que no vendría a mi funeral. No es que tenga planeado morir pronto, pero cuando ya sea viejo y no pueda caminar me gustaría que ella estuviera ahí, diciendo algunas palabras en mi honor; rememorando nuestra vida juntos.

Quiero llamarla y decirle que lo siento. Quiero contarle todo esto que siento, todo por lo que estoy pasando. John es genial, es como un padre para mí, pero con Summer es distinto. Es hablar con mi hermana, con mi otra mitad. Y lo peor de todo es que sé que si la llamo no me atenderá; rechazará mi llamada y me sentiré solo, vacío.

Deslizo el pulgar por la pantalla hacia arriba. Busco su nombre y una vez que lo encuentro marco la tecla para llamar. Necesito sacar esto que llevo dentro, necesito contarle a alguien la razón por la que mis manos no dejan de temblar, por la que mi pecho parece una montaña rusa y mi mente se encuentra embotada.

Necesito hablar con él.




Odio el silencio. Todo el mundo lo sabe. Lo que no todos saben es el por qué.

Siempre quise a mis tíos, eran las mejores personas en el mundo. Cuando mi tío murió de cáncer sentí que había perdido a mi mejor amigo. Es un dolor inexplicable, algo que no se lo deseas a nadie. Creo que sería muy parecido a perder a Summer.

Mi tía pasó a convertirse en la cosa más importante en mi vida. Estaba sola y mi madre se preocupaba mucho por ella, así que todos los días después de la escuela íbamos a visitarla. Hacía la tarea en su casa, comía la merienda que con tanto cariño me preparaba y jugábamos con mis hermanos en el jardín.

Mis tíos no habían tenido hijos, no porque no pudieran sino porque así lo quisieron. Terminaron algo tarde de asentarse, de encontrar estabilidad económica. Mi tía ya no estaba como para tener hijos; ninguno de los dos estaba como para soportar la rutina que eso conlleva. Así que por eso nos adoptaron. Eramos como sus propios hijos. En parte los trataba como mis abuelos, porque eran dulces, nos malcriaban y nos defendían de los regaños de nuestros padres. Nunca conocí a mis verdaderos abuelos. Mi abuelo murió cuando Samantha tenía 9 años y mi abuela poco antes de que yo naciera, así que no pude disfrutarlos.

Sin embargo, cuando mi tía quedó sola empecé a verla con ojos diferentes.

Intentábamos estar cerca de ella para que no cayera en la angustia, dejándole su espacio para que pudiera meditar la situación y siguiera adelante.

Cuando empecé la secundaria me volví un poco más independiente (mis padres se ocupaban de los problemas de Adrian), así que cada vez que quería iba a visitarla. Todavía recuerdo que me esperaba con un milkshake (sea invierno o verano), siendo la comida lo único que variaba. Pero ella sabía lo que me gustaba. Llegó un punto en el que comencé a tratarla como mi segunda mamá. Cada vez que no podía ir a verla la extrañaba, la extrañaba muchísimo.

Pero aquel día. El día en que mi madre me golpeo por haberla sacado de quicio. Por haber desafiado sus reglas, por hacerme el rebelde y querer salir con mis amigos. Por hacerle ver que estaba haciendo de mi vida un infierno. Ese día me di cuenta de que no me quería. No me quería en lo absoluto, Adrian era y sería su favorito siempre. Él no recibió castigo alguno por lo que hizo, en cambio yo sí.

Corrí con mi tía y me refugié en el amor de sus brazos. Nunca le conté lo que mamá me hizo porque sabía que la rezongaría, y no quería eso, no quería que le dieran importancia a esa mujer. Fue entonces cuando la relación con mi tía se hizo más estrecha. Pasaba más tiempo con ella que en mi propia casa. Me irritaba cuando mis padres aparecían o cuando mi madre llamaba para ver dónde estaba, obligándome a volver a casa. Obviamente me rehusaba y al final papá tenía que ir a buscarme. Cuando aprendí a conducir iba y venía cuando quería.

En esos meses me sentí libre. Estaba encerrado, pero me sentía libre. Mi tía pasó a ocupar lo que mi madre nunca logró. Todo mi amor lo incliné hacia ella, la única mujer que alguna vez me amó de verdad. Era joven, ciertamente inexperto, pero nunca sentí algo tan grande y especial. De verdad me amaba, y yo la quería.

Pero esa mañana jamás podré quitarla de mi mente. Bajé las escaleras y no encontré a mis padres por ningún lado. No había nadie, estaba completamente solo.

La casa estaba en silencio.

Llamé a mi padre pero no me atendió. Esperé pacientemente a que llegaran. Era domingo, ninguno de ellos trabajaba así que me llamó muchísimo la atención el que se fueran.

Cuando finalmente aparecieron a eso del mediodía Adrían estaba con ellos. Entraron a la casa y empecé a preguntarles en dónde habían estado. Nadie me respondió, ninguno me miró a la cara.

Silencio. Todos guardaron silencio.

Mi hermana apareció unas horas más tarde. Su llegada me tomó por sorpresa, se suponía que estaba en la Universidad. Volví a insistir, preguntándole qué hacía aquí.

Más silencio.

Estaba enloqueciendo. Nadie me decía nada, nadie me quería mirar a los ojos. El teléfono sonaba cada tanto y mi madre se encerraba en el despacho de mi padre, hablando en susurros para que no pudieran oírla.

A eso de la tarde, cuando ya me había cansado de preguntar y preguntar y no obtener respuestas, estaba dispuesto a visitar a mi tía cuando mi padre me detiene y me hace tomar asiento.

Guardó silencio previo a hablarme. No me miraba y cuando lo hacía era solo por unos pocos segundos. Me sentía como si estuviese viendo en mí una abominación, algo que era detestable de ver.

— ¡Dilo de una vez! —Grité desesperado—. ¿Por qué nadie me dice nada? ¿Por qué todos guardan silencio?

— Logan... —Me miró con ojos vidriosos y serios al mismo tiempo—. Tu tía... murió.

Nunca olvidaré esas palabras. Mi mundo se desmoronó en un abrir y cerrar de ojos. Todo lo que quise, todo lo que alguna vez amé se había ido para siempre.

"Avísame cuando llegues" fueron sus últimas palabras cuando me despedí de ella.

"Que descanses. Te quiero" fue el último mensaje que recibí de ella.

Permanecí encerrado en mi habitación por tiempo indefinido. Sabía que era de noche porque podía ver oscuridad a través de mi ventana, sabía que era de día porque pude apreciar el amanecer.

Paseaba de un rincón frío y oscuro a la soledad de mi cama. No quería ver a nadie, no quería estar con nadie. Quería sumirme en la tristeza, en la oscuridad que lentamente comenzó a cernirse sobre mi corazón, sobre mi alma. Fue en ese momento en que mi vida se hizo literalmente pedazos.

Lo único que escuchaba en el funeral era "Lo siento" "Lo siento mucho" "Mis condolencias", pero nadie se tomaba el tiempo de preguntarme cómo me sentía.

Solo podía oír algunos sollozos, murmullos y el llanto desconsolado de mi madre. Nadie dijo nada. Nadie preparó un discurso para ella; decían que estaban tan conmocionados que no podían hablar.

Yo no dije nada porque todo lo que alguna vez sentí por mi tía se lo dije en persona. Tuve la oportunidad de decirle que la quería, que era la mujer más especial en mi vida, que era la madre que siempre había querido tener. Sin embargo, había algo que sí quería decirle. Algo que hasta el día de hoy sigue atorado en mi garganta.

Me arrepiento tanto de haberle hecho caso a mi madre, de permanecer a su lado mientras me sujetaba del brazo para que no me acercara.

Quería verla, aunque sea el ataúd. Necesitaba decírselo.

— Adiós, mamá.

Jamás pude despedirme de ella. Jamás pude acercarme y darle el último adiós. Mi supuesta madre no me lo permitió. Y el silencio fue lo único que hubo mientras la enterraban.

Silencio.

Por eso lo detesto. Por eso odio que nadie hable. Instantáneamente recuerdo el día de su funeral, su ataúd, la cara de tristeza de todo el mundo pero nadie con el valor suficiente para decir algo.

Siempre existe un momento para decir las cosas, nunca se es tarde. Porque puede pasar que sean como yo, que hasta el día de hoy me sigo arrepiento eternamente de mis acciones.

Tuve que haber dicho algo. Y no lo hice.

Esa es la razón de por qué odio el silencio. De por qué me afecta tanto que las personas no digan nada. Solo es augurio de malas noticias, solo los cobardes callan.

— Tú no eres ningún cobarde Logan. — La voz de John me transportó a la realidad.

La suavidad y calidez de las lágrimas bañaban mis mejillas. No sé cuánto tiempo he estado llorando, solo sé que los ojos me arden al igual que mi pecho y los pulmones.

— Lo fui ese día —logro decir.

— Lo fuiste, pero ya no más. Lo sé, te conozco.

Sorbo por la nariz, apoyo mis codos sobre las rodillas y descanso el rostro sobre mi mano libre. Una sonrisa estúpida se forma en mis labios.

— ¿Sabías qué? —digo—. Cuando conocí a April volví a sentir ese amor incondicional. El amor que mi tía me enseñó. Pero este era distinto, era mío, propio. Podía explorar, podía tocar y sentir como las cosas tomaban un giro diferente, más intenso —clavé la vista en el lago. Mi voz se volvió áspera—. Le di todo lo que tenía y ella así me lo pagó.

— Ay, Logan —logro distinguir la frustración en su voz. Me lo imagino cerrando los ojos y presionando el puente de su nariz. Sé lo que piensa, sé lo que quiere decir, sin embargo me sorprende lo que dice—. Ya llegará alguien que te querrá y amará tanto como tú lo haces.

Me tomo un segundo para escuchar a mi cuerpo, a mis emociones, a mis sentimientos. Todos lo saben, me lo están gritando y aunque nunca quise admitirlo esta es la primera vez que lo digo en voz alta.

— No. — Mi voz es apenas un susurro— . Estoy roto. Nadie quiere algo defectuoso.

— No lo estas. ¿Por qué lo dices? ¿Por qué te denigras de esa manera?

— Porque la vida me hizo así. Porque esta me jodió de todas las formas habidas y por haber —trago duro y aprieto los ojos, sintiendo como las lágrimas se escurren por mis mejillas—. Porque olvidé lo que era amar... y tengo miedo de recordarlo, no quiero terminar herido de nuevo. No creo que lo soporte.

— No lo has olvidado, solo has reprimido el sentimiento. Si te abres, si te permites sentir de nuevo veras lo hermosos que es. Las cosas cambian, se tornan de un color distinto. No te reprimas de sentir algo maravilloso como el amor por miedo a resultar herido. Todo el mundo pasa por altos y bajos, y cada uno lo supera a su manera, pero eso no significa que debas olvidar todo aquello que alguna vez te hizo feliz.

» Recuerdo haber leído una frase de alguien bastante famoso: "...Yo solo puedo dar buenas razones para ser querido..." No te contengas, no te llenes de odio. Hazlo a un lado, porque en definitiva das lo que recibes. Si te abres al amor, si das buenas razones para que la gente te quiera verás como la vida te premia por ello.

Me estoy riendo por dentro. Esto es tan estúpido, tan estúpido y cierto al mismo tiempo. Pero no puedo hacerlo, no puedo abrirme porque cuando lo intento, cuando lo intento solo un poco algo malo pasa.

— Además, que yo sepa quieres mucho a tus amigos. ¿Eso no cuenta cómo amor?

Meneo la cabeza aunque sé que no puede verme.

— Eso no cuenta. Mi tía me enseñó un amor único, indescriptible. Era tan maternal que nunca jamás volveré a sentirme tan protegido como en sus brazos. Y luego April —agacho la cabeza y rio, porque es la forma que encuentro para no sentir dolor—. Dios. Nadie podrá hacerme sentir lo mismo. Odio admitirlo, pero April fue mi primer y último amor.

— Para ti todo es blanco y negro, no ves la escala de grises. El mundo está lleno de estos, y tú te quedas solo con los extremos. Date una oportunidad y verás cómo las cosas resultan ser distintas a como pensabas.

Cruzo mi brazo libre sobre mi pecho hasta tocar mi hombro izquierdo, dejo caer mi barbilla sobre mi muñeca y exhalo. El agua calma del lago parece lentamente estar formando olas, rompiendo con la tranquilidad del ambiente. Se siente como mi interior.

— ¿Por qué siempre tienes algo para decir? ¿Por qué nunca te quedas sin palabras?

— Los años, la vida; las experiencias que he tenido me dan eso. Entiendo por lo que estás pasando, porque de alguna forma u otra todos pasamos por situaciones similares.

— Lo dudo —susurro.

— Solo... date una oportunidad.

Me recargo sobre la colina de tierra y mi vista se clava al otro lado del lago. Trago duro y el corazón parece tamborilear en mi pecho.

— ¿Sabes que mañana se acaba nuestro trato, cierto? —digo en voz baja, tanto que dudo que John me hubiese escuchado.

— ¿Encontraste el por qué?

— ¿Después de lo que te acabo de contar crees que lo hice?

Él se aclara la garganta y escucho el chirrido de una silla mientras él parece removerse en el asiento.

— Yo tampoco. Cuando creo encontrar una razón para querer al prometido de mi Katie, desaparece al instante. ¿Y Alexander? Ni hablemos de él. Me da rabia solo pronunciar su nombre.

— ¿Qué vamos a hacer?

Suspira y guarda silencio.

— No te diré nada si decides irte —dice con amplia sinceridad en su voz—. Pero todavía queda un día. Espera y tal vez encuentres algo que te haga quedarte.

Me rio porque eso es básicamente imposible.

— Siempre pensé que mis padres sabían la razón de mi partida. Ahora que me di cuenta de lo contrario no sé cómo verlos a la cara.

— Espera —repite—, y verás.

Ruedo los ojos. Me habla como si supiera que algo va a pasar, como si supiera que de verdad voy a quedarme. Y me asusta, porque no sé lo que se avecina, no sé qué tan grave será.

Me dice que él también estará aprueba mañana y al caer la noche me llamará para conocer mi decisión. Para conocer ambas y ver qué haremos con nuestras vidas.



Entro a la casa arrastrando los pies. Los oídos me zumban, siento la cara algo adormecida. El viento comienza a soplar con fuerza y choca contra mi rostro, entumeciendo mis músculos, pegando las lágrimas a mi piel. Siento que soy un zombie andante. Cuando colgué con John me quedé un tiempo observando el lago —tal vez más de la cuenta—, llorando en silencio, sintiendo como el dolor me desgarraba el pecho, como las grietas se abrían a lo largo de mi torso, convirtiéndome en un muñeco de porcelana —frágil, débil— al que acaban de dejar caer al piso para que se rompiera en mil pedazos.

Pensé que decirle a mi madre la verdad solo me ayudaría a quitarme esta carga, pero ahora me doy cuenta de que estaba equivocado. Mis padres, mis hermanos, mi tía... April.

Lo que sucedió hoy abrió viejas heridas que pensé ya habían cicatrizado. Hacia tanto tiempo que no experimentaba un dolor semejante. Creí que esos días ya habían terminado, que ya lo había superado. Pero es entonces cuando entiendo que la vida que solía llevar en Las Vegas me protegía de esto. Mis amigos, las fiestas, mi carrera; todo eso había formado una burbuja protectora a mi alrededor lo suficientemente resistente como para repeler cualquier cosa.

Y ya no la tengo. Ya no tengo nada que me proteja. Me dejaron en un desierto sin alimento, sin agua, sin ninguna herramienta que me permita sobrevivir. Estoy desprotegido, ya no me siento tan fuerte como antes, y lo odio. Odio sentirme así. Tan débil, vulnerable, como un animal indefenso.

Al abrir la puerta el eco de las voces cobra fuerza. Los veo a todas sentados en el living, hablando, sonriendo. Ojalá pudiera sentirme así.

Quiero escapar, correr lejos y nunca más volver, pero estoy tan cansado. Tan desesperadamente agotado que no tengo la fuerza suficiente como para subir hasta mi habitación.

De pronto todo mundo calla y me ven, me ven con los ojos bien abiertos. No tengo idea de cuál sea mi aspecto, pero a juzgar por sus expresiones creo que es bastante malo. Y así me siento.

Mi madre se pone de pie rápidamente y veo una mezcla de terror, preocupación, dolor y culpa en sus ojos. Es un caleidoscopio de emociones. Y me veo atraído, interesado por lo que está sintiendo. ¿Es por mí? ¿Se siente así por mí?... ¿Por qué?

No puedo pensar con claridad. Todo me da vueltas y siento como mis parpados pesan, tiran hacia abajo para intentar cerrarse y estoy reuniendo toda la poca fuerza que me queda para que no lo hagan, para intentar estabilizarme en dos pies y caminar hasta el segundo piso.

Quiero hacerme a un lado y seguir mi camino hacia arriba, pero mi madre parece repentinamente más rápida, logra intersectarme y me toma de los brazos.

— ¿Qué te pasó? ¿Por qué estás así? ¡¿En dónde estabas?!

Su boca parece una imprenta. Cada segundo nuevas páginas llenas de artículos son expulsadas para formar el periódico. Deseo que se calle, que deje de hablar por un segundo. No entiendo lo que intenta decirme, no sé por qué se ve tan preocupada. Veo como sus labios se mueven, pero mi cerebro no decodifica la información.

— Logan, cariño —me dice y siento sus manos sobre mis mejillas, presionándolas ligeramente. Sus manos están tibias y mi rostro se siente bendecido. Finalmente una fuente de calor—. ¿Qué tienes? ¿Por qué no me contestas?

Noto como una lágrima se escurre por un lado de su rostro. ¿Por qué llora? ¿Qué le pasa?

— ¿Logan? —La voz de mi padre se hace presente. No lo miro, pero sé que está junto a mi madre, apoyando una mano alentadora en su hombro—. ¿Hijo?

Mojo mis labios y mi boca se abre ligeramente como para decir algo. No soy consciente de lo que digo, mi cerebro está desconectado y otras partes de mi cuerpo se ven obligadas a tomar el mando.

— Duele.

— ¿Qué cosa? —pregunta mi madre alarmada. Inmediatamente se pone en busca de alguna mancha de sangre en mi ropa, de algún indicio que pueda decirle qué me pasó.

— No —digo y se detiene. Me mira desesperada en busca de una respuesta. Más lágrimas son derramadas por sus ojos al no saber qué es lo que me pasa. O al menos eso es lo que creo, es lo que me gustaría que pasara—. Recordar.

El agarre de mi madre se hace más fuerte sobre mis brazos. Su pecho sube y baja demasiado rápido. Ya no soy capaz de leer su mente, ya no comprendo lo que dicen sus ojos. Me siento confundido, mareado. ¿Por qué no me dejan ir?

Mi labio inferior comienza a temblar.

— Me acordé de ella.

— ¿Quién?

— La tía.

El rostro de mi madre se vuelve ceniciento y sus manos se deslizan por mis brazos. Ella supo cuán importante fue para mí... sabe que nunca podrá igualar el amor y respeto que le tuve a mi tía. Lo sabe y lo estoy viendo en su rostro.

Sus brazos caen a un lado de su cuerpo. Noto el desconcierto en su mirada y tomo esto como una señal de escape. La evado —tanto a ella como a mi padre— y con las pocas fuerzas que me quedan subo la escalera, casi tropezando en el último escalón. Las piernas comienzan a fallarme. Estoy comenzando a desmoronarme.

El corazón me late rápido, demasiado rápido. No me había percatado de ello. Olvidé tomar mis pastillas y me siento desvanecer. Apresuro el paso y doy gracias a Dios cuando cierro la puerta de mi habitación.



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Espero que les gustara el capítulo :3

No tengo ninguna canción para recomendarles (no escuché ninguna mientras lo escribía), pero si lo leyeron escuchando algo déjenmelo saber en comentarios.

Gracias a Unravel Me (Shatter Me #2), porque las palabras de Juliette ( Tahereh Mafi) me inspiraron para este capítulo.

Si no entienden mucho por qué Logan se comportó así piensen que él dijo que estaba acumulando una carga en sus hombros, lo que pasó con su madre lo dejó mal y ahora el recuerdo de su tía lo empeoró.

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