Parte 2 "¡Admítelo!"
Sam abrazaba a mi madre como si no la hubiera visto en ciento cincuenta años, y en cuanto sus ojos celestes me vieron se alejó muy lentamente. Mi madre pareció percatarse de su cambio y enseguida dejó de abrazarla para voltear la cabeza y verme. Una sonrisa se formó en sus labios y vio a mis hermanos como diciendo "sorpresa".
La misma actitud ocurrió con Adrián. Y ahí estaban: mis dos hermanos viéndome como si fuera un extraterrestre del planeta Marte. Honestamente no me molestaba en lo absoluto, lo que sí me irritaba era el silencio. ¿Por qué no podían decir algo? ¿Por qué tenían que callarse y quedarse como dos pasmados?
— ¿Qué hace él aquí? —juro que le agradecí internamente a Sam por decir algo.
— Sí, también me alegra verte.
— Tu hermano acaba de llegar hace cosa de dos horas. ¿No es maravilloso?
La mirada de Sam se había vuelto intimidante, seria; me veía como si fuera el ser humano más despreciable de toda Georgia.
— ¿Acaso viniste a mi boda para reconciliarte con nosotros?
No pude evitarlo y solté una pequeña risa. En serio que tenía sentido del humor.
— Sí, ya quisieras que viniera a tu boda. No tenía ni idea de que te casabas —me acerqué y apoyé mis brazos sobre el respaldo de una silla—. Por cierto, aún no he recibido mi invitación.
— Y no la tendrás... —avanzó como para hacerme frente, pero mi madre se interpuso en su camino.
— ¡Samantha, por favor!
— ¿Qué? ¿Por qué me echas la culpa a mí? ¡Él es el inmaduro que les dio vuelta la cara! ¡Es a él a quien tienes que exigirle una explicación!
No lo podía creer, mi propia familia estaba discutiendo y la causa del conflicto era yo. Mis padres y mi hermano me defendían de las barbaridades que decía mi hermana. Debo admitir que estoy impresionado, yo pensaba que mi estadía aquí sería de lo más incómoda porque me echarían en cara todo lo que les hice, pero resulta que la única que tiene agallas para hacerlo es Sam. Sinceramente nunca me la imaginé, ella se había ido cuando las cosas aún funcionaban bien y no puedo entender por qué se mete si no tiene nada que ver... al menos no directamente.
— ¡SILENCIO! —Había olvidado lo poderosa que podía llegar a ser la voz de mi padre cuando se enojaba—. Su hermano acaba de llegar y es inconcebible que estemos peleando.
— Papá, es inconcebible que tú estés diciendo cosas como estas. Logan...
— ¡Es tu hermano y lo respetas! Más vale que en el día de hoy no te escuche hablar mal de él.
Tuve que contenerme para que nadie viera mis múltiples caras.
Así que Sam vivía hablando mal de mí como las viejas chusmas en el puesto de verduras. La pobrecita no sabe que el rencor hay que dejarlo de lado para vivir con plenitud. No puede vivir amargada, aunque supongo que ella siempre lo ha hecho porque su frente se arruga considerablemente cuando frunce el ceño.
En serio lo lamento por el pobre ingenuo que quiere casarse con ella. Desde hoy le digo que tendrá que trabajar duro porque Sam no logra mantener un empleo por más de un mes.
— La comida está casi lista, así que comeremos como una familia normal, ¿entendido?
La más irritada era Sam, a quien no le cayó muy bien la noticia de encontrarme y tener que sentarse en la misma mesa que su queridísimo hermano.
Le entregué la jarra a mi madre y ésta la llenó con el jugo recién exprimido que había en el exprimidor. La llevé a la mesa del jardín y tengo que admitir que éste si cambió bastante. Había muchas más flores y una piscina que antiguamente no estaba. Recordaba que la mesa del jardín era del estilo que encuentras en un campamento, pero ahora, en su lugar, había una mucho más delicada. Las sillas eran blancas, forjadas al estilo francés; la mesa igual, pero para que nada cayera de ésta había un vidrio que sostenía todo lo que se le pusiera encima.
La verdad que todo estaba dispuesto como si estuviéramos en los jardines de la reina a punto de tomar el té.
Me di media vuelta y me encontré con Adrián caminando en mi dirección, trayendo los cubiertos y las servilletas. Mi intención era cruzarlo y seguir de largo, pero él apresuró el paso y se acercó a mí de forma peligrosa. Solo me pongo así de cerca con mis amigos, no con él.
— Hola.
¿En serio? ¿Cuatro años sin vernos y lo único que hace es decirme hola?
— Hola. Y adiós.
Quise escabullirme, pero puso su brazo en forma de barrera. Juro que lo hubiera esquivado, pero la punta de dos cuchillos apuntaban peligrosamente a mi pecho.
— Oye, espera. Mamá y papá están muy felices de que estés aquí. No lo arruines, ¿quieres?
— ¿Arruinarlo? Creo que deberías reformular la pregunta, hermanito.
Esta vez poco me importaron los cuchillos, aparté su mano de mi camino y me adentré en la casa.
Debo admitir que la comida estaba sumamente deliciosa. Mis padres podrían haber sido los peores padres, pero no puedo decir que eran los peores cocineros. Todo se veía delicioso y se me hacía agua a la boca. Lo malo era que la situación no se prestaba y no degustaba como se debía el platillo. ¿Ya mencioné que odio escuchar los cubiertos contra el plato? Pues es lo único que se escucha ahora, y para peor olvidé traer los auriculares conmigo.
Me siento incómodo, exasperado, irritado y un montón de emociones más que no sé explicar. Esta reunión familiar es una verdadera mie...
— ¿Cómo está Jonathan? —la voz de mi madre irrumpió en el silencio.
— Bien. Me despedí de él en el centro comercial y le dije que nos veríamos en la tarde.
— ¿Su madre ya arregló lo de los centros de mesa?
Sam asintió, apresurándose a terminar de beber el jugo de limón.
— Sí, ya está solucionado. Pensaban cobrarle por el arreglo de los cristales, pero Aurora tiene ese no sé qué y consiguió que no le cobraran nada.
— Adoro a esa mujer. Todo lo que toca se vuelve gratis.
— Tú porque eres un tacaño que no quiere pagar por nada.
— Pagué por el vestido, ¿o no?
— Ya déjalo. Tu padre hizo su aporte. La que lleva las cuentas soy yo, así que la que gasta sin decirle a este hombre es su querida esposa.
— Por eso es que oigo llorar mi chequera.
Hubieron risas y continuaron hablando un poco más de lo mismo. Mientras tanto aprovechaba a comer y disfrutar del inconfundible sabor a las patatas con perejil y ajo.
— No puedo creer que mi pequeña se case en dos días—apretó la mejilla de mi hermana como si fuera un abuela extremadamente cariñosa—. Y hablando de la boda, creo que ahora que Logan está con nosotros considero que él también debería formar parte de los padrinos.
Casi me trago entero el pedazo de carne cuando escuché eso.
— ¿Qué? —dije con la boca llena. Traté de masticar, pero la carne parecía más dura de lo normal.
— Mamá —empezó Sam, pero mi madre la detuvo.
— Tú misma me dijiste que uno de los padrinos de Jonathan no podrá asistir, aquí tenemos al suplente perfecto. Toda la familia estará en la boda y a tu hermano le corresponde estar en el lugar que debe.
Sí, Las Vegas.
— No creo que sea buena idea.
— Exacto.
— Sam —la voz de mi hermano sonó como si quisiera tranquilizarla.
— Es mi boda. ¿Qué acaso no tengo voz y voto?
— La familia es la familia. Tenemos la suerte de que Logan esté aquí y no voy a permitir que se quede en casa cuando un acontecimiento importante está sucediendo.
— ¡¿Por qué diablos estás aquí?! —Me espetó mi hermana—. Estábamos muy bien sin tu compañía.
— Tu hermano está aquí por un trabajo universitario.
— ¿Y por qué viene a la casa? Se fue hace cuatro años sin siquiera decir nada, ¿y ahora ustedes lo reciben con los brazos abiertos? ¿Qué es lo que les sucede? ¡Su propio hijo los despreció y a ustedes parece no afectarle!
— Sam, cálmate.
— Samantha no voy a permitir este comportamiento tuyo en la mesa. —La voz de mi padre era bastante severa.
A leguas se veía que mi madre estaba disgustada, mi hermano intentando calmar a mi hermana y Sam prácticamente que echaba humo por las orejas. Creo que por respetar a mi padre aun no se levantaba de la mesa. Aunque honestamente no sé por qué no soy yo el que se va de aquí.
— ¡Pero es la verdad! ¿Por qué no te quedaste en algún hotel? ¿Por qué viniste a una casa que ya no es más tuya?
— ¡Samantha!
— Créeme que si fuera por mí no hubiera puesto ni un solo pie en esta ciudad. Me dejé convencer por mis amigos y hasta el día de hoy sigo pensando en por qué accedí a venir.
— O sea que en realidad no tienes ningún trabajo que hacer —mi hermana se cruzó de brazos satisfecha. Si estuviera en un juicio sería el idiota del año por haberme vendido de esa manera tan estúpida—. ¿Entonces por qué estás aquí? ¿Dinero? ¿Te metiste en problemas y necesitas que tus papis te ayuden? ¿Qué acaso no tienes vergüenza? ¿Cómo te da la cara para venir aquí y hacer como si nada hubiera sucedido cuando en realidad dejaste a mis padres destrozados? ¡Eres un sinvergüenza!
— No te permito que me hables así —le amenacé.
— ¿Por qué? ¿Por qué sabes que en realidad tengo razón? ¿Te da rabia saber que descubrí tu pequeña treta? ¡Admítelo!
— ¿Realmente quieres saber por qué estoy aquí? Muy bien, te la diré: estoy muriendo.
— Logan, esas bromas en la mesa no se hacen —se quejó mi padre.
— No estoy bromeando —dije muy serio—. Hace un par de meses tuve un ataque al corazón mientras conducía un auto. El doctor dijo que tenía que cambiar mi estilo de vida porque no sobreviviría a otro ataque. Así que más vale que cuides tus palabras porque no querrás cargar en tu conciencia como la responsable de la muerte de tu hermano.
Otra vez todo se volvió silencioso. Todos me miraban con cara de asombro y a mi madre incluso se le cayó el tenedor. Creo que logré hacer que mi hermana cerrara la boca de una maldita vez. Su voz es tan irritante.
Solté un suspiro. Me sentía bien, era bueno no tener que seguir mintiendo.
— Creo que le erraste... y muy feo —sonreí y le di un gran sobro a mi limonada.
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