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Chapter XXIV


Los puños me tiemblan del coraje. Sigue gritándome y yo siento que estallo.

— ¡Porque ella fue mejor madre que tú! —Espeto y la veo dar un respingo—. Nunca serás lo que ella fue para mí. Nunca.

Sus ojos, grandes y bien abiertos, me miran con desconcierto, una inmensa tristeza.

— ¿Cómo puedes decir eso?

Le observo incrédulo.

— ¿En serio me lo preguntas? ¿Tengo que volver a repetírtelo acaso?

— ¡Todo lo que hice, lo hice para protegerte!

— ¡Me asfixiabas! —Contraataco.

— ¡Te amaba!

— ¡Mientes!

Sus ojos se cierran y descubro una mueca de dolor en su rostro. Aprieta los labios para luego morderlos, quiere llorar pero se está conteniendo.

— Tu padre me contó lo que sucedió aquella vez en el hospital... —Su voz, calmada y pausada, me produce pavor. Sus palabras me hacen temblar por dentro. Sé a lo que se refiere, otro recuerdo enterrado que quiere que deje salir.

—Dijo que pudo sentir tu cariño... ¿Qué fue lo que sucedió? Él creyó que las cosas serían distintas, yo creí que también sería distinto. ¿Por qué cambias? ¿Por qué no quieres dejarnos entrar en tu vida?

La respuesta se atora en mi garganta. Empuja, hace presión contra mis cuerdas vocales, pero me muerdo la lengua y aprieto los dientes.

La necesidad de decirlo me invade. La urgencia de expresar todo lo que siento está aquí, esta es la oportunidad, sin embargo no puedo hacerlo. No quiero hacerlo.

— Para hacerte el indiferente, el despreciativo y el chico independiente de 25 años que eres... —Se ve agitada, sus ojos llenos de lágrimas—. Vete.

Me quedo allí en silencio, sin emitir una sola palabra. ¿Qué si me dolió? Sí, lo hizo. Pero mi orgullo es demasiado grande como para admitirlo en voz alta.

— Vete y no vuelvas. Ya he sufrido bastante y aunque me cueste admitirlo, creo que será mejor para todos si te vas.

No digo nada. Agacho la cabeza y la veo darse media vuelta para marcharse.

Quizá tenga razón, quiero decir, he estado esperando el momento perfecto para marcharme de aquí. Y sin embargo... no lo hago. No lo hice antes y no puedo hacerlo ahora. ¿Por qué? ¿Por qué no puedo irme y dejarlo todo atrás? ¿Qué es lo que me retiene?

Las palabras cobran fuerza, empujan y arrasan con mi voluntad. Soy incapaz de controlar lo que digo y, en el fondo, una parte de mí desea que así sea.

—Tengo miedo —digo lo suficientemente alto como para que me escuche.

Mi madre se detiene y se voltea para verme. No la estoy viendo, no tengo el valor para hacerlo.

Se acerca. Quiere tocarme, tal vez abrazarme, pero veo su mano dubitativa. Finalmente la esconde en el bolsillo.

— ¿Miedo a qué? —Su tono de voz me recuerda al de tía Juliette; suave, dulce... amable.

Las lágrimas acuden a mis ojos, parpadeo para quitármelas pero solo logro empeorar la situación. Agacho la cabeza y limpio rápidamente todo rastro de una lágrima.

—He sufrido tantas desilusiones, tantas perdidas que tengo miedo de volver a sentirme débil, triste, con esa maldita opresión en el pecho que no me permitía respirar.

Me tomo un instante para recobrar el aliento. Las gotas de lluvia se mesclan con mis lágrimas; me cuesta distinguir el frío del calor. Tengo las mejillas entumecidas al igual que todo mi cuerpo. Creo que puedo ver mi aliento.

—Si lo dejo salir...Si me permito dejar salir todo lo que siento, ¿quién me asegura que no volveré a pasar por lo mismo? —Observo a mi madre, pero esta vez con una mirada distinta. Ya no la veo como un monstruo, con odio y rencor. Me estoy abriendo ante ella, estoy dejando que vea mi interior, que sienta lo que estoy sintiendo en estos momentos. Necesito que alguien sea mis cimientos, que me ayude a estar de pie cuando mis rodillas sedan. Necesito sentir su cariño, el mismo que me regalaba cuando apenas era un niño.

Estoy implorando por su amor, por sus abrazos, por sus besos.

Ella tiene los ojos clavos en mí y puedo distinguir el dolor y el sufrimiento por el cual está atravesando. Siente pena, desea hacer algo para ayudarme pero teme que yo la reprenda por ello. ¿Acaso no ve por lo que estoy pasando? Estoy muriendo por dentro, desesperado por aferrarme a alguna muestra de cariño para escapar de este enorme agujero negro en el que he estado por más de seis años.

— ¿Por eso te alejaste de tu padre? ¿Le abriste tu corazón y terminaste cerrándolo por miedo a que te fallara de nuevo?

—Necesito con desespero que alguien me muestre que estoy equivocado, que me haga ver que las cosas no serán así. ¡Necesito escapar de todo esto! Vengo enterrándolo por mucho tiempo y siempre, siempre puedo sentirlo. No puedo escapar y ya me cansé de huir... Estoy perdiendo la fuerza y tengo miedo de lo que pueda pasar.

—En la vida siempre habrá momentos felices que atesorar, pero también estarán aquellos desagradables, tan fuertes y resistentes como los buenos. Pero va en ti el que levantes la cabeza y dejes atrás todo aquello que no te permite avanzar.

—No puedo —respondo al cabo de unos segundos.

—Claro que puedes. —Sus manos apartan el cabello de mi rostro, para luego acariciar una de mis mejillas—. Eres la persona más fuerte que conozco. Siempre que te caías volvías a levantarte, no importaba cuantos raspones obtuvieras en el proceso.

Aquel contacto de su mano contra mi mejilla... puedo sentir su calor, el amor que hay en ella me está haciendo temblar por dentro. Me cuesta controlar las cosas, la planta sigue creciendo, el capullo se sacude.

Respiro profundo y dejo de luchar. Las barreras ceden, siento como el resto de los recuerdos emergen —me bombardean—, y el capullo se abre. Una hermosa rosa florece, la primera del jardín.

Miro a mi madre directo a los ojos.

—No puedo hacerlo... si no estás tú a mi lado.

—Oh, cariño.

Quiere abrazarme así que me adelanto y la estrecho contra mi cuerpo. Pierde el paraguas en el proceso y la verdad es que ya importa. Ya no siento frío.

—Te extrañé tanto. —Oigo musitar a mi madre en mi oído—. Mi bebé.

—Perdóname. Perdóname por el daño que te hice.

—No, tú perdóname a mí. Yo tuve la culpa de todo...

Quería protestar, decirle que en realidad ambos tuvimos la culpa. Fue un espiral de situaciones que nos llevaron a cometer errores, pero no puedo, no me deja hacerlo.

Vuelve a abrazarme y consigo una oleada de sentimientos me toma desprevino. No sé lo que son ni tampoco por qué están aquí, pero se siente tan agradable, tan cálido y acogedor que no quiero dejarlos ir.

La estrecho con más fuerza y entierro la cabeza entre el hueco del hombro y el cuello. Recuerdo las veces en que era pequeño y ella me abrazaba de esta manera. Se siente igual de bien, como si nada hubiera cambiado.

Mis labios pican, siento la urgencia de decirlo. Las palabras salen de mi boca con sinceridad y de lo más profundo de mi corazón.

—Te quiero mamá.



Abro los ojos, los rayos de luz se cuelan por la ventana. Sinceramente odio el sol por la mañana, no me deja seguir durmiendo. Tanteo la mesa de luz en busca de mi teléfono, lo enciendo y leo la pantalla:

10.30 AM

Lunes, 15 de agosto.

Diablos, quién diría que ya ha pasado un mes desde que me reconcilié con mis padres. Dejarlo salir fue la mejor cosa que pude haber hecho en años. Saqué todo lo que sentía, todo el rencor que había estado acumulando. Parece como si me hubiera desecho de un peso extra.

Agradezco el hecho de que mis padres me escucharan, así como yo tuve la paciencia para escucharlos a ellos. Creo que esa conversación fue bastante fructífera y ahora las cosas van viento en popa. Ya no tengo ganas de regresar a Las Vegas; no me mal entiendan, la adoro, pero ahora solo quiero pasar tiempo de calidad con mi familia.

El año escolar ya está por comenzar y honestamente no me importa. Sacrificaré un semestre si con eso logro recuperar todo el tiempo perdido.

Observo mi cuarto, por primera vez lo veo bastante equipado, como si me fuese a quedar aquí para siempre. Se siente como en casa. Estoy en casa.

Llaman a la puerta y antes de que pueda decir algo mi madre está asomando la cabeza por la puerta.

— ¿Estas despierto?

—No. Me gusta dormir con los ojos abiertos.

—El sarcasmo lo heredó de mi —escucho la voz de mi padre, proveniente del pasillo.

En eso, empujan la puerta y mi madre entra con un pequeño cupcake en sus manos. Incrustada al frosting hay una pequeña vela encendida.

— ¡Qué los cumplas feliz...!

Oh, no. Esto no, por favor.

Me cubro con la almohada y no paro de reír. Una cosa es que mis amigos me hagan esto, otra muy distinta es verlos a mis padres. A decir verdad no han celebrado mi cumpleaños por cinco años, supongo que puedo perdonarlos.

En verdad extrañaba este tipo de cosas.

—Pide un deseo —dice mi madre.

Pienso en algo y soplo la vela. Al instante mis padres aplauden y vitorean.

— ¡Qué grande está mi bebé! —Mi madre se abalanza sobre mí y me asfixia, digo, me abraza—. ¡Veintidós años!

— ¿Qué? —Retrocedo, pensando que el humo de la vela le afectó las matemáticas—. Hoy cumplo vein...

— ¡Veintidós! —Corrige mi madre—. Nos hemos perdido cuatro de tus cumpleaños, así que hoy lo festejaremos todos.

Resultaba extraño y un poco cursi, pero me agradaba la idea. Cinco cumpleaños en un mismo día, ¿quién puede tener eso?

—Me parece más que excelente.

Mi madre aplaude extasiada.

— Ahora vístete. Hay una sorpresa esperándote abajo.

Temo por mi vida, mi madre siempre suele hacer cosas... extravagantes. No sé con lo que me encontraré ahí abajo, pero tengo la sensación de que será inolvidable.

Termino de aprontarme, arreglando mi cabello frente al espejo. Voy a salir de la habitación cuando escucho sonar mi teléfono. No conozco el número pero me gusta atender por si llega a ser algún premio, una vez me gané una bicicleta.

—Hola.

— ¿Logan Brown?

Bueno, generalmente las radios no conocen tu nombre.

— ¿Quién pregunta?

No voy a arriesgarme a revelar mi identidad ante un desconocido.

—Me llamo Chuck Di'Caro, amigo de John Turner. Trabajo en una editorial y me dijeron por ahí que eres un escritor en potencia.

Cubro mi boca para no gritar, aunque eso requiere mi mayor esfuerzo. No lo puedo creer, no puedo creer que esto esté pasando.

John me prometió que si me quedaba un mes con mi familia él hablaría con conocido que trabajaba en una editorial. Pensé que lo había olvidado... o que tal vez yo faltaba al trato por no convivir bajo el mismo techo con mis padres. ¡Da igual! El punto es que sí cumplió. ¡Es increíble!

—Me pasaron un escrito tuyo... —Hace una pausa—. Fuego invernal. Bastante bueno, creo que tiene potencial para un best-seller. ¿Crees que podrías terminarlo y mandármelo?

¡Es imposible! Estoy saltando de alegría. Esa es la historia que dejé antes de venir aquí, supongo que el que él la tenga es obra y gracia de Daniel.

Corro a mi escritorio y busco entre los papeles el escrito que llevo sobre Fuego Invernal, sé que no es mucho pero en mi mente llevo al menos unas setenta páginas. En medio de mi búsqueda frenética me topo con un manuscrito que había olvidado por completo. Leo mis palabras por arriba, la historia me resulta conocida.

— ¿Logan? ¿Sigues ahí?

La voz de Chuck me trae de vuelta.

—Sí, sigo aquí... —respondo, con la vista aún en el manuscrito—. ¿Qué tal si tengo algo mejor para ofrecerte?

—Eso depende. Mándalo a mi correo y lo leeré.

—De acuerdo.

—Un placer hablar contigo Logan.

Cuelgo y de inmediato recibo un mensaje con la dirección de correo de Chuck.

¡No lo puedo creer! Mi sueño de publicar un libro se está haciendo realidad. No puedo desperdiciar esta oportunidad, tengo que hacer de esta historia la mejor.

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