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Chapter IV

AMABA con locura los fines de semana. Sé muy bien que les dije que la mayoría de estos mis amigos y yo hacíamos la tal famosa HIGH, pero últimamente la estábamos dejando de lado. Más bien por culpa de Summer.

Aun así, había fines de semana en la que nos juntábamos en casa de Daniel a mirar películas. Él era una persona a la cual no le gustaba mucho comprar la comida preparada — por eso casi nunca iba a mi apartamento. Todo en él es comida pre-cocinada—, y por ello nos vemos obligados a hacer nuestra propia cena.

Puede sonar algo aburrido pero la verdad es que es super divertido. Olivia y yo somos quienes preparamos la masa, mientras que Cooper es quien hace la mejor salsa de todas. Summer y Daniel son quienes se ocupan de comprar algunas cosas para beber y de ordenar la mesa.

Todo siempre era pura risa y descontrol total. Al final, a la mañana siguiente, cuando nos levantábamos, teníamos que organizar todo ese desastre, pero hasta la limpieza se volvía algo divertida cuando estabas entre amigos.

Las opciones de películas para esa noche iban desde: "Batman, el caballero de la noche asciende" hasta "Cuestión de Tiempo". La verdad es que a mí se me dan más las películas de acción pero las románticas no se quedaban muy atrás.

— ¡Huele delicioso! —La voz de Summer retumbó en la cocina ni bien se abrió paso por la puerta trasera. Cargaba con algunas bolsas llenas de comestibles y tenía una sonrisa de oreja a oreja. Daniel venía detrás de ella, pisándole los talones. Él era quien traía la bebida, y aunque fuese alguien fuerte, se notaba que necesitaba ayuda.

Me limpié las maños con un trapo húmedo, llenándolo de haría, y me fui a ayudar al pobre de Daniel.

— Mi salsa es la mejor. —Se regocijó Cooper, mientras picaba unos ajos.

— Veo que trajeron muchas cosas. —Comenté,  echándole un vistazo a las bolsas que Summer colocaba sobre la isla de la cocina—. Somos cinco no cincuenta.

Summer me golpeó con suavidad en el brazo, portando una sonrisa en el rostro.

— ¡Es que habían unas super ofertas en cupones! —chilló Daniel.

Daniel era una persona que adoraba gastar lo menos posible. No era un tacaño al extremo, pero en ciertas cosas se privaba de gastar más de lo necesario. La comida era una de esas cosas.

En su tiempo libre juntaba cupones de los periódicos, y una vez cada dos semanas se dirigía al supermercado para realizar un surtido. En ocasiones yo lo he acompañado, pero la verdad es que me da vergüenza estar a su lado al momento de pagar las cosas. No lo sé, es extraño ver que entregue todos esos cupones para luego tener que pagar una cifra ridículamente pequeña. No me mal entiendan, creo que eso es maravilloso. Daniel ahorra mucho dinero en cuanto a comida y otros productos más, pero me resulta un tanto, no lo sé, extraño estar parado junto a alguien que se rehúsa a pagar el precio completo de las cosas.

Aunque él se muestra tacaño para algunas cosas, las películas son un claro ejemplo de que no lo es. Tiene una enorme colección de películas, las cuales aún no he podido terminar de ver en lo que va de un año que lo conozco.

Su sala de estar contiene una pared tapizada de estanterías, pero en vez de tener libros, tiene DVDs. Él dice que la sala de estar es para ver la televisión, si quiere leer simplemente tiene que irse a su cuarto de lectura, el cual es como un despacho dónde tiene una gran variedad de libros y un escritorio dónde, según él, la magia comienza.

Daniel es uno de los amigos que hice cuando entré a Codex, y la verdad es que es un gran escritor. Se le da muy bien el estilo de acción y comedia. Summer, quien también conocí en ese lugar, es más del drama, misterio y fantasía. Yo, por otra parte, soy más bien del romance. Lo sé, suena raro pero me gusta. Me gusta escribir historias románticas. Imaginar la pareja perfecta y creerme que yo soy uno de ellos. Aunque bueno, no les pongo la vida tan fácil. Me gusta que los personajes sufran, porque a fin de cuentas la vida no siempre es color de rosa. Sé que a veces se me pasa un poco la mano pero lo arreglo enseguida. Supongo que soy así por lo que me sucedió una vez; pero no quiero hablar de eso. No quiero recordar mi vida pasada.

Ni bien colocamos las pizzas en el horno, Daniel se puso a hacer su famoso fainá de pizzería. ¡Y no les miento! Es exactamente igual al que venden en las pizzerías. Ahora cada vez que queremos comer fainá, solo tenemos que llamar a Daniel.

Mientras él hacia sus cosas, nosotros nos concentramos alrededor de la isla y comenzamos a beber y a charlar. Daniel había comprado dos packs de latas de cervezas y uno de coca-cola. Todos instantáneamente tomaron una lata de cerveza, pero cuando yo estaba a punto de tomar una, la mano de Summer golpea la mía y me hace retroceder.

— ¡No! — Chilló enojada.

— ¡Oye! ¿Qué te sucede? — me quejé, apartando la mano en la que me había golpeado.

— Tú tienes tu coca-cola.

— ¿Qué? — Estaba tomándome el pelo, ¿no es cierto?

— No puedes tomar cerveza. Ya no más.

— ¿Me ves cara de niño? ¿Qué acaso ahora soy tu hijo?

— Lo hago por tu bien, ¿entiendes?

Suspiré y exhalé con fuerza. Summer era una gran amiga y no quería discutir con ella, sin embargo, la verdad era que ya no la soportaba más. Desde que me dijeron que tenía que dejar mi antigua vida, Summer se ha tomado eso muy a pecho, como si fuese ella la del problema. Me prohíbe absolutamente de todo, pero yo siempre encuentro como zafarme de ella.

— Yo también beberé coca-cola. Para que no te sientas solo.

Vi como abría una lata de cola y la efervescencia comenzó a salir por el agujero de la tapa. Me desilusionaba ver que no salía aquella deliciosa espuma blanca que tanto me gustaba. No soy muy fan de la coca-cola pero si tengo que beberla lo hago. A decir verdad, prefiero el alcohol o el agua mineral.

Tomé la lata a regañadientes y me sentí como un niño chico al que le prohíben hacer algo. Ya bastante había tenido con mi madre como para tener otra al mando, ¡Y encima de mi misma edad!

El único consuelo que me quedaba era que no era el único idiota bebiendo refresco. Supongo que al cabo de un rato todos se sintieron culpables y terminaron bebiéndose todas las latas de coca-cola. Eso hizo que lo único que pudiese beber fuese agua con gas. Ahora que lo pienso, me gustan todos los tipos de agua, no obstante me molestaba beberla en una noche como aquella. ¡Yo quería una cerveza! ¿Tanto le costaba a Summer entender? ¿Qué hacía una sola?

Vimos unas cuantas películas de acción y comedia. Mi favorita de la noche, hasta el momento había sido Luna de miel en Familia. Amaba a Adam Sandler y a Drew Barrymore. Esos dos sí que hacían una buena dupla juntos.

Además de eso, la historia que había entre Jake y Hilary me inspiró para escribir. No lo sé, de solo verlos ideas afloraron a mi mente y creo que tengo una buena historia para mi próximo trabajo de estudio.

Todo estaba siendo estupendo. Nos reíamos y divertíamos hasta que Olivia tuvo que ir al baño y Summer la acompañó. Supongo que era por "asuntos de chicas". Ya saben... El amigo que las visita cada mes y las pone de un humor tan armonioso que me dan ganas de estamparles la cara contra la pared.

Lo único que había sobre la mesa eran restos de pizza y  muchas migas. Bolsas de Doritos y papitas a medio comer estaban también esparcidas por ahí.

Observé a Daniel y a Cooper, quienes parecían muy concentrados en la película. Mi concentración inmediatamente se disparó a las latas de cerveza que descansaban sobre la mesa. Me parece que les aburrió el agua con gas.

Habían varias latas vacías y tan solo dos se mantenían erguidas, ocultando en su interior el deliciosos líquido ambarino. Juro que una de ellas estaba pidiéndome a gritos que la tomara y bebiera del dulce néctar de los dioses.

Me estiré para tomarla y luego me volteé en dirección a las escaleras para ver si Summer  u Olivia venían. Como no vi movimiento decidí volver a recostarme en el sofá y abrí la lata.

— ¡Oye! —saltó Cooper—. A Summer no le va a gustar eso.

— ¿Y qué? —contesté—. No está aquí para verlo.

— Te vas a meter en problemas Logan. —Daniel me miró con ojos de severidad. ¿Quién se creía? ¿Mi padre?

— La voy a beber igual —acerqué la lata a mi boca y comencé a beber de aquel manjar del cielo. La frescura que recorría mi garganta no tenía precio. Extrañaba tanto este sabor amargo-suave que creí que nunca más volvería a probarlo.

No sabía cuánto tiempo tendría antes de que Summer apareciera y me viera bebiendo de esa «porquería» — así era como comenzaba a llamarle—, lo cual es bastante irónico ya que hace un tiempo atrás la adoraba.

Me fueron suficientes dos pausas de tres segundos para poder beberme la cerveza. Tengo que admitirlo, ¡estaba buenísima! Me sentía tan vivo por dentro. Era como la cafeína para algunas personas, simplemente no puedes vivir sin ella. Yo no podía vivir sin mi bebida color ámbar favorita.

Sé que puede sonar extraño decirlo pero tengo que admitir que en circunstancias como esta, Summer puede hacer que me olvide del sabor que tiene el alcohol. Y antes de que me mal interpreten, déjenme explicarles mejor. 

Si a un adicto a la nicotina le quitan el cigarrillo de un tirón, ¿creen que dejará de sentirse atraído por éste? ¡No!  Eso es justamente lo que me sucede a mí. Cada vez que Summer evita que beba alcohol, las ganas de querer beberlo se incrementan el doble. Simplemente no puedo contenerme, es una maldita adicción a la cual no pienso renunciar. 

Lo único que ella hace es hacer que desee más las cosas. Es como cuando uno le prohíbe algo a un niño. Lo primero que éste hará será hacerlo,  porque forma parte de nuestro ser; está en nuestra sangre. 

El deseo de experimentar algo que se sabe que está mal, es fascinante. 

Conocemos las consecuencias de antemano pero aun así lo hacemos. Nos sentimos los reyes del mundo por hacer algo prohibido, y lo mejor de todo es que lo disfrutamos.

Yo me siento así en estos momentos. Me siento el rey del mundo y nadie puede arruinarlo. 

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