Dua Lipa - Thinking 'Bout You
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La silueta azulada y oscura del perfil de Timothée se mantenía a unos pocos centímetros de su rostro; a esa distancia el aliento cálido que expedía el chico llegaba a los labios de la muchacha dejando allí la huella del aroma de su aliento. En aquel momento, lo único que sus sensibles oídos podían escuchar era el sutil correr del agua marina afuera y justo con ello, las agitadas respiraciones de ambos, chocándose entre sí, inundando el vacío espacial de la habitación con el eco de sus suspiros.
La muchacha presenciaba la mirada oscura de él sobre sus ojos pero ella, incapaz de sostenerle la mirada por mucho tiempo a esa distancia, decidió en un impulso desesperado, recorrerle con las pupilas fijas el rostro, siendo testigo así, de la hermosa cantidad de pecas y lunares que inundaban su piel. Entonces, un algo, no sabemos qué, muy escondido dentro de ella le hizo sentir la necesidad de conocer a través del tacto aquella aparentemente suave piel, quería tocarle el rostro, llevar su dedo índice hasta allí y recorrerle la línea de su perfil, acariciarle los bellos y desconocidos lunares que hacían de su cara algo tan genuino y peculiar.
Y lo hubiese hecho, pese a que su respiración entrecortada delataba su intensa agitación en el movimiento brusco que hacía su pecho en ese momento, ella estaba dispuesta a serlo, porque se sentía como sumergida y abrumada por una presión que le incitaba a levantar su mano y comenzar a deslizar sus dedos por la blanquecina piel de su "odioso" compañero de viaje. Pero ocurrió que cuando hizo el ademán de levantar su mano para llevarla hasta él, sintió que una de las palmas del castaño comenzaba a deslizarse, a manera de caricia, desde su cadera desnuda, subiendo por su ombligo hasta finalmente llegar a su cintura, reafirmando con ello el atrevido muchacho, su postura ligeramente por encima de ella: la estaba acorralando contra la colcha, y aquello le generaba a Cloe casi el mismo temor que verse expuesta frente al abismal océano.
Timothée notó el asombro en los ojos desorbitados de la chica, así que decidió al instante que se alejaría con cuidado, porque no, lo que menos quería era espantarla o hacerla sentir intimidada. Pero antes de que él diese un paso atrás y más importante aún: antes de que ella comenzara a proferir contra el muchacho por haber osado tomar aquella parte que sentía tan íntima de ella, ambos escucharon la puerta principal abrirse de golpe y con ello las risas sigilosas de los padres de Cloe entrando al salón.
— ¡Qué diablos haces Timothée por dios, no vuelvas a tocarme!—profirió en un susurro levantándose de un salto de la colcha para encender la luz de la pequeña lámpara a su lado. No sabía bien cómo enfocar sus pensamientos en ese momento: sabía que debía pensar en cómo proseguiría en el caso de que uno de sus padres juzgara apropiado entrar a su cuarto para verificar que se encontraba bien pero su interior se encontraba tan alterado e inquieto que en lo único que podía concentrarse era en el temblor que envolvía todo su cuerpo y que le llagaba hasta los pulmones y hasta el corazón.
—Lo siento, Cloe. No creí que te estuviera molestando—confesó—, parecías muy cómoda de hecho—soltó el castaño con un molestoso tono juguetón en su voz que le hizo hervir la sangre a Cloe.
— ¿Qué barbaridades dices? ¡Claro que no! ¡Por supuesto que no! No porque haya accedido a dejarte a entrar a mi pieza significa que te esté dando libre paso para que hagas conmigo lo que se antoja. No te confundas conmigo, Timothée, yo no soy como las otras gentes a las que fácilmente logras persuadir ¡No juegues conmigo!—le advirtió enfurecida en un murmullo iracundo.
El gesto ceñudo no tardó en aparecer en el rostro del muchacho, manifestando la confusión que le produjeron aquellas inesperadas palabras. Se levantó de la cama y caminó hacia ella a paso lento, sigiloso, aunque firme. Aquel movimiento corporal la hizo estremecer, como si su cuerpo temiera que aquel caminar pausado pero seguro escondiese alguna extraña pretensión de él para con ella.
—No pretendo jugar contigo—dijo serio, muy serio, ya parado justo frente a ella. Quizá demasiado cerca para el quisquilloso gusto de nuestra querida Cloe—. Pero está bien—resopló cambiando su expresión rápidamente al de su ya acostumbrado semblante juguetón—, no me confundo contigo—terminó por decir, levantando sus manos en señal de derrota sin dejar de sonreírse con amplitud.
¡Es un descarado! Pensó Cloe, ¡lo único que pretendía era tontear con ella, molestarla hasta el cansancio, reventarle los sesos, colmarle la paciencia! Ella cerró los ojos, se cruzó de brazos y apretó sus labios en una mueca de cansancio, pero no, no le seguiría el juego.
Afortunadamente para ella, ninguno de sus padres se acercó a verificar su bienestar al cuarto, y solo pudo sentirse tranquila y segura de aquello en el momento en que escuchó la puerta de la habitación de enfrente cerrarse para no volver a oír más los murmullos de ninguno de sus dos progenitores.
—Bien, es hora de dormir Timothée—anunció, moviéndose con rapidez para ordenar el caos en que había quedado su habitación con las cajas, bolsas, latas y toda la chatarra consumida.
—Genial—soltó el chico para de un segundo a otro desplomarse sobre la cama de la chica y así cerrar sus ojos y entre abrir sus labios, dispuesto a dormirse. Cloe le miró boquiabierta, aunque aguantándose la risa porque aquella escena ya resultaba en demasía graciosa. Tuvo que voltearse para que él no viese en ella la inesperada risa que estaba saliendo de su interior.
—Me refería a que debes irte a tu cama, Timothée. No puedes quedarte acá—aclaró ahora recompuesta.
—Oh, ¿enserio? Está bien—se levantó a regañadientes el somnoliento chico para caminar hacia la puerta.
—Ya sabes cómo salir. Sé sigiloso, por favor—pidió Cloe, intentando no mirarle mientras salía.
—Entonces... ¿nos vemos mañana?—se volteó Timothée antes de cerrar la puerta tras de sí.
—Claro—cómo iba a ser de otra manera, se preguntó la muchacha. Le miró en son de despedida y se sorprendió cuando vio que Timothée le sonreía, pero no era una sonrisa burlesca que buscase molestarla, era un esbozo sincero, sencillo y afable.
Desapareció tras la puerta y el sonido mesurado que hizo al cerrarse le causó a Cloe una cierta sensación de vacío en el pecho. Volvía a estar sola. Miró con aire desolado las huellas de lo que hace unos momentos había sido la estancia de Timothée en su cuarto y se sintió invadir por una inquietud irreflexiva: no era capaz de pensar en nada, se sentía exhausta. Así que se desnudó, abrió sus sábanas y dejó que el algodón le cubriera el cuerpo: le rozaba la piel casi con la misma suavidad con que las manos del castaño habían llegado a su desnuda piel unos minutos antes.
Removió su cabeza con esmero cuando notó que allí guardada ese necio pensamiento. En un afán por distraerse miró su celular, 2:23 a.m, y entonces se sintió mal al ver aquellas cuatro llamadas perdidas de su querido Lucca a las que no había atendido.
Resopló con frustración, apagó la luz y se dispuso a descansar. Pese a todo, el ansía por el día siguiente la mantenía con un buen ánimo porque durante la tarde tendrían su primera parada en Cos, una de las islas griegas más hermosas según había googleado. Aquello le motivaba sobremanera porque el hastío a causa de que el único paisaje frente a sus ojos fuera el del crucero, le comenzaba a sobrepasar; ella necesitaba con urgencia de otros aires, de otros cuadros que mirar y en los cuales fundirse.
Como todas las noches, con la pretensión de dormirse de costado, apoyó la mitad de su rostro en la almohada y junto con ello, para sostener durante el sueño su cabeza, deslizó su mano bajo la suavidad de la tela de la almohada. Hubiese alcanzo a dar el primer suspiro que la induciría al sueño, pero contrario a eso, un escalofrío le recorrió el cuerpo cuando un objeto le impidió el paso a su mano allá abajo.
Se irguió de golpe para encender la luz, quitó la almohada y se encontró que bajo ella yacía escondido junto a una nota aquel tan anhelado libro que horas antes durante la tarde había querido conseguir: La vida está en otra parte. Miró con precipitación hacia la puerta, como temiendo, o quizá anhelando, quién sabe, que la persona que lo había dejado se encontrase escondida tras las paredes esperando ver su atónita reacción. Pero no, claro no había nadie.
En la nota se leía:
Tenía en la tranquilidad de su cuerpo, la tristeza que se deshacía y se convertía en agua.
T.C
Fue entonces consciente de la estupefacción reflejada en sus labios ilustrando una "O" y así, como si de una ola rompiendo sobre ella se tratase, se sintió desbordada, sumergida en sus propias inexplicables emociones, sintiendo que su corazón y junto con él todo su interior se despredían para siempre de ella, desorientándola, arrastrándola fuera de sí e incapacitándola para volver.
Bajó la vista para ojear el libro que, aunque trémulas, ambas manos sostenían con firmeza. Ojeó por segunda vez en el día la portada y aquellas hojas color marrón claro, y entonces la dicha la invadió: se sintió feliz por aquel obsequio, muy feliz. Pese a todo, pese a no entender nada, ni el por qué se lo había dado, ni por qué había escogido una frase como esa para plasmarla en la nota, ni incluso, el por qué lo habría hecho de aquella tan sigilosa manera; parecía que el chico quería confundirla a propósito, hacerla adentrarse en la ambigüedad de todo lo que era él, como queriendo evidenciarle que pese a las apariencias seguía habiendo algo oculto entre ellos allí donde quiera que anhelasen pegar sus miradas.
Luego de estar un rato intentando calmar el estado de alerta en que la extraña situación la había puesto, creyó que lo más conveniente era dormirse y dejar de pensar en ello, de todas formas era solo un regalo, un bello regalo que le había sido otorgado por su compañero de viaje y nada más, debía disfrutarlo en vez de andar divagando inútilmente sobre el por qué o en cómo le afectaría. Nada pasaría, aquello no quería decir nada.
Claro que su plan por dejar de pensar en el chico y en todo lo que él implicaba se vio prontamente perturbado cuando Cloe dio ese primer suspiro antes de cerrar los ojos y disponerse a dormir, porque con ello, llegó a sus fosas nasales la fragancia del muchacho ahora impregnada en su almohada, haciéndole llegar abruptamente al sueño todas aquellas imágenes que la sensible chiquilla guardaba del castaño.
A la mañana siguiente, aunque sin percatarse de ello, Cloe despertó con la imagen de Timothée como grabada en la cabeza, y en un movimiento inconsciente, gatillado por la neblina del profundo sueño, hundió su rostro en la almohada en un intento desesperado por inhalar toda su esencia, como si con ello lograse adentrarse en la imagen mental con la que había despertado, y así, finalmente, conseguir aquello que sus más hondos deseos le pedían a gritos: sumergirse en él.
(...)
El ya acostumbrado desayuno compartido por ambas familias llegaba a su fin, y ahora tanto los Chalamet como los Gibbons, con el frescor del sol matutino dándoles encima, se disponían a arreglar algunas de sus pertenencias a causa de que en solo un par de horas más el crucero arribaría en la tan esperada Isla de Cos.
Sin embargo, antes de ello, Cloe quería acercarse a Timothée con el único fin de agradecerle por su tan sorpresivo obsequio, y es que aunque en un momento había optado por no mencionarle nada al chico, la sensación de que aquello perpetuaría un tipo de secreto que ni ella entendía le hacía crispar los pelos de solo pensarlo, así que con la convicción de no dejar que algo así pasara, había desistido de aquella idea que por lo demás también guardaba matices de descortesía, y ella podía serlo todo, pero descortés jamás.
—Timothée—habló con seguridad tras él cuando le vio a solas en la terraza parado de cara al mar.
—Cloe—dijo incluso antes de terminar de voltearse.
En aquel escenario en el que ahora ambos se encontraban, Cloe alcanzó a distinguir los ojos aturquesados del castaño en su más profundo esplendor, y es que a diferencia de las otras veces en que el sol le daba directo en su rostro, aclarando así el matiz azulino que guardaban sus ojos, esta vez el astro se encontraba dándole de espaldas al chico, por lo cual, la intensidad de su color natural se hacía notar como nunca antes, y Cloe, que acostumbraba a pegar su vista a manera de precaución al mar donde sea que fuese, notó por primera vez la increíble semejanza que había entre el matiz de los ojos del castaño y la honda tonalidad del océano justo desplegándose tras él en aquel momento. Eran prácticamente idénticos.
Cloe abrió ligeramente sus labios porque pese a que el percatarse de aquello le hizo percibir en su interior una incipiente inquietud, también estaba consciente de que no podía mostrarse flaqueando ante él; tenía que salir del trance y hablar, para eso se le había acercado.
—Quería agradecerte por el obsequio de ayer... ya sabes, el libro. No tendrías que haberte molestado—habló decidida, intentando no despegar los ojos de él porque de lo contrario notaría su nerviosismo y quizá hasta intuiría que su corazón ya había comenzado a pulsar más intenso.
—No fue ninguna molestia—contestó con simpleza, esbozando un gesto de indiferencia en sus labios—, quería hacerlo; quise hacerlo desde que te vi con él en las manos en la librería pero no me diste tiempo ni de preguntar, aunque claro, luego asumí que si lo hubiese hecho en ese momento no lo habrías aceptado, ¿o sí?—sonrió amplio y con una mirada astuta.
Cloe se sonrió. Él tenía razón.
—Creo que tienes razón—asintió, mostrando una corta sonrisa.
Pero al momento su faz cambió de expresión porque recordó la nota y lo mucho que realmente deseaba preguntarle por ello. La curiosidad la carcomía, pero no tenía idea de cómo plateárselo al resuelto muchacho—.Timothée, verás...—comenzó.
—Dime—respondió de inmediato, como si hubiese estado esperando aquello.
Se acercó un paso a Cloe, quedándose a solo unos centímetros de ella. Había llevado sus brazos a la espalda y había erguido su torso ligeramente, y junto con ello, también había procedido a ladear sutilmente su cabeza hacia el lado ¿Estaba coqueteando? Pensó Cloe, indignándose de pronto y sintiéndose despertar de aquello que le impedía hablar con soltura.
—La nota, ¿qué fue?—soltó rígida, sin despegar su mirada de la de él.
Lo escuchó soltar una carcajada espontánea.
—Lee el libro y lo sabrás, Cloe—sonrió burlesco.
¿Pero cómo? ¿Él lo habría leído ya? Eso era imposible si lo había conseguido en una tarde. Pensó la confundida muchacha. Hizo el ademán de decir algo, pero la ráfaga de un viento suave le hizo detenerse porque la manera en que el cabello del chico se agitó, como anunciándole el deseo de irse a volar junto con el viento, la detuvo. Cloe casi pareció ver el sabor del océano impregnándose en los rizos y en toda la piel del muchacho y no pudo evitar que sus narices dieran nuevamente con aquel aroma que había mantenido atesorado en su pensamiento noctámbulo. Era la brisa la que parecía resguardarse en el chico y hacía que todo él cargara con su esencia.
—Espero que lo disfrutes—finalizó Timothée en un susurró, moviéndose para pasar justo al lado de ella.
Con aquel gesto, en un movimiento discreto, hizo que su codo desnudo rosara el antebrazo de Cloe, aquella chica que se había quedado mirando el vacío del viento como anonadada, como si la misma brisa que ella había contemplado hace unos instantes se la hubiese llevado para hacerla viajar juntas hasta él y resguardándola a ella también en él, en su piel, la misma piel que había quedado impregnada en la almohada de la muchacha y con la que efectivamente, había dormido y soñado toda la noche anterior.
Ayayai, yo honestamente no sé qué tiene el Timoté pero yisus 🔥por favor voten y/o comenten si les gustó el cap y quieren que siga ❤❤ gracias por los votos, comentarios y el apoyo hasta ahora💕💕 Abracitosss
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