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»Capítulo uno.

El sonido de la lluvia incontrolable anula por completo los gimoteos del hombre que se encuentra en el suelo, con el cuchillo atravesando su abdomen y una serie de agujas incrustadas en su pecho formando una A. Él no deja de llorar mientras observa a la mujer que tiene enfrente, temblando ante la idea de su siguiente movimiento. Aquella pelirroja encapuchada no ha dejado de torturarlo en las últimas dos horas, desde que salió del club y tomó la mala decisión de seguirla por aquel callejón, en definitiva imaginaba otra escena en aquel momento.

— ¿Esta escena no te parece familiar? —inquiere la muchacha, en tono ronco y bajo—. La diferencia es que los roles estaban invertidos y tú sentías más placer que horror.

Él lloriquea, intentando fundirse contra el muro a sus espaldas, pues ella comenzó a acercarse nuevamente. No podía gritar, estaba amordazado, y sus cuerdas vocales quemaban por todo el tiempo que había pasado chillando. Esa "perra" le había roto los tobillos a patadas, por lo que no podía salir corriendo, solo tenía como opción verla acercarse mientras sacaba otro instrumento de tortura de su gran capa roja.

—Ella estaba de espaldas, tú la penetrabas mientras marcabas su espalda con tus uñas y navaja. Te sentías genial, ¿no? Te sentías con mucho poder —Lo toma del cabello y tira de él, ignorando sus quejidos—. ¿De verdad aún no lo recuerdas?

Claro que lo recordaba, solo había pasado una semana. Había sido el mejor sexo en mucho tiempo, pues al fin liberó su lado salvaje; le había parecido mejor que llegar a casa y clavar cigarrillos en los brazos de sus hijos. Lanzó el cadáver de la pobre ganadora al basurero al notar que para cuando terminó, ella ya no se movía.

—Anna te manda un mensaje, dice que espera que te pudras en el maldito infierno —le murmura, con demasiada parsimonia a pesar de la situación, para luego rebanar su cuello con el cuchillo.

Él cae al suelo, formando un gran charco rojizo a sus pies. Irene, quien seguía observándolo sin emoción, ahora al fin cambia su expresión a una de asco. Saca un pañuelo y limpia el cuchillo mientras lo maldice entredientes.

Se gira y camina rápidamente entre las sombras, volteando su capa para quedar con el lado negro hacia afuera y el rojo escondido. Aprovecha el hecho de que es de madrugada y nadie sale por la lluvia, caminando por las calles de Queens con grandes zancadas. Desde que salió del callejón la lluvia la golpea sin ponderación, y a pesar de que agradece que limpie sus zapatos de sangre, a la vez se siente jodida porque mañana podría amanecer con un resfrío.

De pronto la lluvia deja de caerle encima, e Irene se gira por acto reflejo cuando sus sentidos se encienden alertándole una presencia. Se giró con el ceño fruncido, y echó la cabeza hacia atrás al chocar con un enmascarado.

Era Spiderman, el amigable héroe que se había ganado a Nueva York últimamente.

— ¡Ho-hola! —balbuceó él, y era obvio que intentaba distorsionar su voz—. ¿Qué tal todo?

Irene parpadea varias veces, preguntándose si en serio dijo eso.

—Bien... Mojado —responde al fin, levantando los brazos empapados. Observa el pedazo de automóvil que se encuentra sobre su cabeza, resguardándola de la lluvia, e intenta no reírse—. Gracias.

El otro se remueve en su lugar, sujetando su telaraña con una mano. Se podría decir que bajo su máscara estaba sonriendo.

—Claro, claro. Mojado por la lluvia, es obvio. Y no es nada, esto se salió cuando atrapé a esos chicos malos.

Irene respiró hondo, asintiendo a sus palabras para no ser grosera. En esos momentos solo quería ir a casa a bañarse y dormir profundamente, no escuchar hablar a un enmascarado que parecía tener solo quince años por la forma en que se expresaba.

—Genial. Mira, yo... Yo debo ir a casa —informa retrocediendo.

Él de inmediato salta, tomando el pedazo de automóvil y sujetándolo con los brazos. Camina junto a ella, un poco de puntillas.

— ¡Te acompaño a casa! —exclama con voz chillona, carraspea para volver a repetirlo, ahora en un tono más grueso—. Yo te acompaño, para que no te mojes... Más.

Al menos quedaba poco para llegar, y el paseo incómodo donde Spiderman parecía una bailarina de puntillas se terminó rápido. Irene se giró hacia él para agradecerle, y la mejilla de ese chico chocó contra sus labios aún bajo la máscara. Se quedó paralizada en su lugar, preguntándose qué demonios fue eso.

Mientras el arácnido al fin bajaba su paraguas improvisado, y se retiraba haciendo un gesto con la mano.

— ¡No fue nada, Irene!

Se alejó balanceándose en sus telarañas, entre los edificios. La pelirroja soltó un suspiro tapándose los ojos.

—Maldición, es un niño.

Al fin se metió a la casa, sacándose los zapatos y avanzando hacia su cuarto con expresión de cansancio. Ignoró los susurros que la acompañaron durante todo el camino, incluso las miradas apagadas e insistentes. Pronto se encontró desnuda bajo la ducha, dejando que el agua caliente relaje sus músculos.

—Gracias —le dice la única que se atrevió a seguirla hasta el baño.

Anna estaba recostada contra la pared, con las manos juntas ante ella. Le dedicó una pequeña sonrisa a Irene cuando esta se dignó a mirarla, pero no fue correspondida.

—Ya puedes irte —es lo único que recibe en respuesta, antes de que la pelirroja le dé la espalda para cerrar la ducha.

Al no sentir más la presencia del espíritu tras ella, toma una toalla para secarse y luego se viste. En el camino hacia la cama toma su celular, poniéndose los auriculares y subiendo el volumen al máximo. El sonido de un piano la inunda, opacando las voces de las demás.

Irene se recuesta en la cama, y a su alrededor se posicionan varias almas en pena, intentando llamar su atención. Mientras ella solo es capaz de mirar al techo, con los ojos un poco cristalizados. Era tan jodido no poder dormir como una maldita chica de diecisiete años.

A veces deseaba ignorar el hecho de que existía un mañana, a veces deseaba cerrar los ojos y no volver a abrirlos. Pero a la vez le tenía miedo a eso, porque temía quedar igual que ellas; a la deriva, nuevamente atrapada en ese mundo.

Se quedó dormida al fin, boca arriba y con canciones arrulladoras ejecutadas en el piano. Con varias manos rodeando su cuerpo, manos que al menos ya no podía sentir.

Entretanto, Peter Parker se metía a su habitación cuidando no despertar a su tía. Se sacó la mascara y el traje sonriendo como un chiquillo de diez años que acababa de ganarse un dulce. Lanza su cuerpo a la cama, escondiendo el rostro en la almohada, antes de girarse y tocar su mejilla con una mano.

—Irene Miracle me besó —murmura—. Es tan genial.

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