Capítulo XV. Unidos Siempre
(15 de Agosto de 2019, Fort Wayne, Indiana)
Estaba acostado en mi cama, en posición fetal, mirando hacia la pared; tratando de olvidar este desagradable encuentro con mi papá adoptivo. Sus palabras aún hacían que mi estómago me doliera. —¿Cómo se atreve? No puedo permitir que me trate así, prefiero vivir en la calle a soportar más tiempo en esta casa —pensaba—, necesito a mis amigos, necesito a Will, pero no puedo arrastrarlo a mis problemas.
Se abrió la puerta de mi recámara, inmediatamente cerré los ojos y decidí hacerme el dormido. Escuché pasos que acabaron cerca de mí. —¡Vete! —grité en mi cabeza—, ¡lárgate de aquí!
—Alexander —dijo mi madre adoptiva en un tono suave, tomando asiento al borde del colchón—, sé que puedes oírme, solo quiero que me escuches un minuto, después me iré para dejarte con tus pensamientos.
No contesté, solo abrí mis ojos y apreté la almohada con mis manos, tratando de controlarme y no correrla a gritos.
—Tu padre solo quiere lo mejor para ti, este camino que has elegido, va en contra de la voluntad de Dios —decía con absoluta serenidad—, la sodomía, es considerado un pecado imperdonable, garantizando tu entrada al infierno. Pero nosotros, sabemos que Dios es un ser misericordioso y estas a tiempo de ser redimido; si tan solo prestas atención a su palabra.
Comencé a bullir como tetera en estufa. —Si bien existe una fuerza suprema, le pido me conceda la fortaleza para no arrojar a esta loca por la ventana —me decía a mí mismo.
—Tu padre confía en Dios y confía en que tú serás librado de cualquier pecado, solo quiere que leas y le recites los pasajes sobre el Apocalipsis, para que comprendas todo el dolor que puedes ahorrarte, si tan solo aprendes a recibirlo en tu corazón.
Apreté mis dientes, controlando mis impulsos más oscuros.
—¿Si hago esto, dejarán de molestarme? —le respondí golpeando mi pregunta.
—Nuestra intención no es molestarte Alexander, queremos salvarte.
—¿Por qué son así? ¿Porque tuvieron que cambiar a esta forma? —le contesté evitando explotar.
—Todo lo hemos hecho por recibir la gracia del Señor; como bien te dije, tu padre y yo presentimos, que la vida en la tierra está por acabar y es imperativo que tus pecados sean perdonados.
—No logro entenderlos, no quiero ser como ustedes.
—Pues no lo hagas, solo entiéndelo a Él —me dijo mientras escuché que hojeaba un libro.
Percibí ese aroma de papel viejo entrando a mi nariz, provocándome un tremendo repudio.
—Comenzaré por leer un versículo, después tú deberás continuar, para que después se las comentes a tu padre. ¿De acuerdo?
Con el estómago más que revuelto y con ganas de salir corriendo de aquí, le conteste:
—De acuerdo.
Su voz me erizó la piel, se escuchaba como aquellos cantos gregorianos que se oían en una catedral abandonada:
"Los hombres se meterán en las cuevas de las rocas, y en las grietas del suelo, ante el terror del Señor y el esplendor de su majestad, cuando él se levante para hacer temblar la tierra."
Isaías 2:19
(Día 2. Antes Fort Wayne, Indiana)
Jorge estaba desconsolado, su duelo no fue menos fuerte que el mío. Lloró durante horas y horas; nos mantuvimos abrazados, tratando de aliviar nuestro dolor. Ahora había una sensación de melancolía en el ambiente. Creo que todos podíamos optar por un suicidio colectivo, si así lo quisiéramos, pero yo seguía iracundo con la palabra 'alatara', sabía que era la causante de nuestro agobio y por su culpa, éramos huérfanos en este irreconocible lugar. Teníamos que hacer algo, no podíamos quedarnos aquí para siempre, pero salir significaba arriesgarnos a caer a las profundidades del espacio o ser devorados por esas cosas. —¿Qué podíamos hacer? ¿Cómo podíamos ayudar a Jorge a no hundirse en una total depresión? —pensé.
—Debemos de hacer algo. Tenemos que salir aquí —les dije.
—Pero Jorge no se siente bien —me dio Alex.
Jorge estaba llorando abrazado de Alex, apenas podía mantener su respiración estable.
—Tienes razón —nos contestó.
—¿Pero? —dijo Alex.
—No sé ustedes, pero esto está bien jodido; quisiera partirle la cara a quien sea que nos haya puesto esta mierda en la mano y nos haya hecho perder a nuestros seres queridos. Hasta después, podré morir en paz, de nada sirve seguir llorando.
Me di cuenta que mi amigo tenía los mismos deseos de venganza y a pesar de estar en duelo, los tres apuntábamos hacia un mismo objetivo. Nos dimos la mano y nos volvimos a abrazar. Sabíamos que mientras nos mantuviéramos juntos, no habría forma que nadie ni nada nos detuviera.
Después que Jorge pudo recuperar su energía, limpiando sus lágrimas de su rostro; decidió canalizar todos sus esfuerzos para encontrar una salida y a los culpables de todo esto.
—¿Qué piensas Jorge? —le pregunté.
El dejó escapar una muy sutil sonrisa de entre toda su angustia, mientras extendía su mano al centro de nosotros.
—Pienso que, si deberíamos estar muertos, entonces hagamos valer que seguimos con vida y pateemos el trasero de 'alatara' —dijo al terminar de enjuagar la última gota en su ojo.
Juntamos nuestras manos y los tres gritamos al mismo tiempo:
—¡Unidos Siempre!
Iniciamos por recorrer cada centímetro de la oficina, buscamos conductos de aire acondicionado, algo que conectará a otros edificios. Nos asomamos por las ventanas para ver si había alguna forma de llegar a la ciudad, si podíamos trepar los árboles y llegar a otro lado, pero no había manera, todo era muy peligroso. Fuimos al segundo piso de la oficina pero solo había más cosas tiradas y ninguna salida a la vista.
—¿Han encontrado algo? —les pregunté.
—¡No! ¡Aún no! —me contestó Alex.
—¡Ya se empieza a ocultar el Sol! —gritó Jorge.
—Sigamos buscando —les dije.
Se hacía tarde y estábamos preocupados por la cosa que se llevó a Emma y Stuart.
—¿Será seguro quedarnos una noche más? —preguntó Jorge.
—No lo creo, me parece que sí tiene el mismo instinto que un depredador, estará acostumbrado a cazar en la oscuridad —dijo Alex.
—Menos mal —le contestó Jorge.
Terminamos exhaustos, estábamos tirados en el piso a un lado de la sangre coagulada.
—¿Qué vamos hacer?, no hay forma de salir de aquí —dijo Jorge.
—No hay que darnos por vencidos, seguramente encontraremos algo —les dije mientras me ponía de pie, decidido a continuar.
—Espérame Will, solo un minuto más —me dijo.
—No hay tiempo que perder, ¡el sol se oculta!
—Solo dame unos segundos,
—¡No!
Un rugido se escuchó a la distancia y guardamos silencio. Nuestros corazones golpeaban con fuerza a nuestras costillas, tratando de salir por nuestro pecho. No hicimos ningún movimiento, no hablamos, solo permanecimos atentos a la oscuridad y al sonido monstruoso.
—¿Escucharon eso? —dijo Jorge temblando en su lugar—, ¿cuáles son las probabilidades de que regresen aquí?
—Altas por la sangre, esto ya es parte de su territorio —dijo Alex.
Los gruñidos volvían a escucharse como la vez anterior, cada vez más y más cerca.
—Rápido hay que bajar al segundo piso —les dije aún sin moverme.
Se escuchó un fuerte ruido en la entrada.
—¡Vamos ya! —les ordené.
Salimos de nuestro trance y brincamos al segundo piso lo más pronto posible, ayudándonos a bajar uno por uno. Nos refugiamos en medio del tiradero, cubriéndonos con todos los objetos que encontramos.
Se hizo un silencio total, no había ningún grillo cantándole a la noche, ninguna brisa o ráfaga de viento, solo aquel rugido acercándose mientras la luna iluminaba la pequeña oficina.
De pronto, nos estremeció otro golpe fuerte en la pared, ocasionando que el polvo y varios pedazos de concreto salieran disparados por la oficina. Esta vez, sea lo que sea que nos acechaba, había entrado más rápido, sus pisadas hacían que todo el lugar temblara. Podíamos oír su respiración justo al lado de nosotros, dando la impresión de ser omnipresente.
La sombra de la criatura cubrió las escaleras en el techo.
—¿Qué demonios es eso? —dijo Jorge entre dientes.
Unas desproporcionadas garras se hicieron visibles en las escaleras, parecían capaces de rebanar el metal. Creo que esa cosa sabía que estábamos aquí. —Ahora no había manera de escapar —me dije a mí mismo.
—¡Williaaam!
—¿Otra vez? —pensé.
Se escuchó un derrumbe en el primer piso de la estructura. Entre los tres nos protegimos por inercia. La garra que vimos en las escaleras retrocedió al escucharse el impacto.
—¿Ahora qué? —dijo Jorge.
Nos mantuvimos quietos durante unos segundos, después de asegurarnos de estar solos, salimos sigilosamente de nuestro escondite.
—Escuché la voz del espectro —les dije en voz baja.
—¿Qué demonios quiere? ¿Y porque sólo tú lo escuchas Will? —dijo Jorge preocupado.
—Quisiera saber eso también.
—No es buena señal estar escuchando voces amigo.
—Lo sé, estoy consciente. Ustedes quédense aquí, iré a ver.
—¡No!, ¡quédate aquí!, no tienes que hacer eso —me dijo Alex.
—No tardaré, lo prometo. Ayúdenme a subir —les dije.
Entre los dos me cargaron para ayudarme a subir al primer piso. Me impulsé con mis brazos lo más fuerte que pude. Logré subir y me paré inmediatamente para mantenerme alerta. Salieron varios ruidos de mis pisadas al dar pasos sigilosos entre el tiradero y la sangre que había derramada. No había señales de esa cosa, tal parece, que el estruendo la ahuyentó.
Al levantar la mirada, me percaté de algo que no había estado ahí. Había aparecido un enorme socavón.
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