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Capítulo XIV. Deberíamos Estar Muertos

—¿Qué les ocurre?, parecen drogados —decía Jorge.

Alex y yo corrimos hacia él. Emma y Stuart estaban inconscientes, desparramados en el piso.

—¡Mamá! ¡Papá! ¡Reaccionen! —les gritaba Jorge.

—Esto no puede estar pasando, primero los papás de Alex, mi papá y ahora los de Jorge
¿Qué está sucediendo? —pensé.

Emma movió un poco su cabeza y trató de hablar.

—¿Jorge?
—Sí mamá soy yo, ¡reacciona por favor!
—Jorge, no puedo respirar bien...
—¿Qué? ¿De qué hablas mamá? ¿Hay algo que te duela o te moleste?
—No... Aire, no hay aire —le dijo inhalando con esfuerzo.
—¿Aire? ¿Pero si la puerta está abierta de par en par? —dijo Alex.
—¿Tus padres sufren de asma o de alguna enfermedad respiratoria? —pregunté.
—No.
—¿Sufren de ansiedad o han tenido problemas del corazón?
— No ¿Eres doctor acaso?
—No amigo, pero hay que descartar posibilidades obvias.
—¿Obvias? ¡No tenemos gravedad! ¿Eso no te dice nada Einstein? —refiriéndose a Alex.

El rostro de Alex se puso pálido, se perdió unos minutos en sus pensamientos y miró hacia la puerta.

—Deberíamos estar muertos.
—¡Exacto! Por favor, explícanos por qué —dijo en un tono sarcástico.

—La anti gravedad es mera diversión para los científicos, pero todos concuerdan que si llegara a suceder, todos moriríamos de una forma u otra, si no es qué instantáneamente. También, en el remoto caso de sobrevivir, deberíamos estar flotando como lo harían los astronautas pero no lo estamos, caminamos como si la gravedad se hubiese invertido, nos expulsa hacia el espacio
—dijo Alex sorprendido de sus propias palabras.

—Gracias y ahora dime, ¿qué le sucede a mis padres?

Alex dirigió su mirada a Emma y Stuart, quienes continuaban inmóviles.

—Los humanos no estamos hechos para sobrevivir sin gravedad, los que van al espacio sufren cambios en su cuerpo, pero estoy hablando de astronautas, no tengo una explicación de lo que sucede aquí.

—¿Cómo es que seguimos con vida, que podemos respirar y caminar como si nada? ¿También no han notado que no hemos tenido hambre en casi dos días? —les pregunté.

Los tres estábamos escépticos. Hasta que, sutilmente, bajamos nuestra mirada para ver la marca en nuestra mano izquierda.

—¿Ustedes creen que esto tenga que ver?
—Es una teoría interesante —dijo Alex
—¡Qué les pasa a mis papás! —exclamó Jorge furioso.
—Hay que revisar su mano izquierda —sugerí.

Los tres revisamos cuidadosamente a los papás de Jorge, pero ellos no tenían aquella palabra en su mano, ni había señales de haberse lastimado durante el cambio de gravedad.

—Entonces, es posible que solo los que tienen esto en su mano, pueden sobrevivir a este ecosistema y los que no...

Alex cuido sus palabras. Nos volteamos a ver entre los tres pero ninguno se atrevía hablar.

—No, ¡no pueden hablar en serio! —nos gritó Jorge.
—No hemos dicho nada —le contestó Alex.
—Tal vez no están recibiendo la misma cantidad de oxígeno que nosotros.
—¡Qué hacemos! —gritaba Jorge.
—Intenta darles respiración de boca a boca, ¡es lo único que se me ocurre! —le dijo Alex.

De alguna manera Jorge sabía lo que hacía, le dio respiración de boca a boca a su mamá y después a su papá. Yo oprimía el pecho de Emma mientras que Alex hacía lo mismo con Stuart, pero seguían sin reaccionar. Vi como un ligero brillo recorrió el brazo de Emma, me espanté y retrocedí.

—¿Qué pasó? —dijo Jorge.
—Nada, creí haber visto algo —le contesté.
—¡Esto no funciona! ¿Qué más podemos hacer?

—Debe de haber algún motivo detrás de nuestra supervivencia, ¿por qué o para qué seguimos aquí? —se auto cuestionó Alex.

—Yo creo Will, que tú sabes más al respecto, ¡debes saber cómo ayudarlos! —dijo Jorge con firmeza.

—¿Qué cosas puedo saber yo? —le contesté.
—Antes que todo esto pasará, sufriste un ataque, como un espasmo o convulsión. Después supiste que esta estructura podría soportar la fuerza de gravedad. ¡¿Cómo es eso posible amigo?!

Jorge y Alex me miraban curiosos, esperando mi respuesta. No estaba seguro de contarles lo del espectro otra vez, pero no tuve opción.

—No sé cómo esto puede ayudar pero, ¿se acuerdan cuando alguien supuestamente me atacó en los láseres, hace unos años?, mi papá estaba furioso porque pensó que había hecho una mala broma.
—¿Cómo olvidarlo? —me dijo Jorge.
—Antes que la gravedad acabará con la mayoría de nosotros, me volvió a pasar. El espectro me sujetó en el coche, me enseñó la misma marca que tenemos nosotros en nuestra mano y dijo una serie de cosas que no logro entender.

—¿Qué fue lo que te dijo? —me preguntó Alex, tomando mi historia en serio.
—Que si estaba listo para mi prueba, si salvaría a todos o los dejaría morir. Él me sugirió que entrará aquí, a este lugar, eso es todo.

Ambos se voltearon a ver preocupados, pero de alguna manera sentía su apoyo y estaban convencidos que decía la verdad.

—¿Cómo es el espectro? —me preguntó Alex.
—Lleva un traje mugroso lleno de rupturas, sus manos están negras y su voz es rasposa. ¿Seguro que ustedes no lo vieron?
—No —contestaron al mismo tiempo.
—¿Te dijo algo al respecto de lo que le sucedería a las personas sin la marca? —me preguntó Jorge.
—No.
—¡Rayos!, quisiera saber cómo puedo ayudarlos, mamá, papá. ¡Por favor, reaccionen! —gritó Jorge.

Escuchamos un rugido espeluznante afuera de la oficina, mientras la noche se hacía presente bajo nuestro escenario apocalíptico. El sonido era corpulento, no parecía nada de este mundo, estaba cerca, muy cerca. Nos quedamos petrificados al lado de Emma y Stuart, sin mirarnos o decir nada. La temperatura comenzó a disminuir, sentía esa ligera brisa del viento pegandome en la cara. No había iluminación ni forma de luchar contra la oscuridad o lo que sea que estuviese haciendo esos ruidos.

—¿Alguna idea de lo que estamos escuchando, Alex? —preguntó Jorge.
—No reconozco a ningún animal que produzca ese sonido ni mucho menos que pudiese estar merodeando allá afuera —contestó.
—Voy a investigar...
—¡No Will! ¿Estás loco? —me dijo Jorge.

Pero yo ya estaba a un pie de la entrada, volví a toparme con el tenebroso paisaje, un atardecer al revés cubriendo a la ciudad de Fort Wayne, completamente destruida; algo que no se ve todos los días. Puse total atención a los pedazos de rascacielos que quedaban a lo lejos, a las casas y árboles de nuestros alrededores; no parecía haber nada.

—¿Ves algo? —me preguntó Alex.
—Shhhh —le dije.

A través de la llanura, entre las casas y arbustos de cabeza; pude ver algo moverse rápidamente de un lado a otro.

—¡Algo se movió! —grité espantado y retrocediendo con Jorge y Alex.
—¿¡Qué se movió!? —gritó Jorge.
—No lo sé, fue muy rápido.

Los rugidos ya no se escuchaban tan distantes de la oficina.

—¿Soy yo o se está acercando? —preguntó Jorge.
—Se escucha cerca —afirmó Alex.
—¡Ayúdenme!, tomen todos los escombros que quedan y escondan a Emma y Stuart. Nosotros debemos de hacer lo mismo —les indiqué.


Entre todos recogimos pedazos de escritorios, sillas, papeles y cubrimos a los papás de Jorge. Nos escondimos detrás de un enorme archivero lo más rápido que pudimos y esperamos en silencio.

Las paredes de la oficina comenzaron a tronar, como si algo muy pesado estuviese caminando alrededor de ella, los tres estábamos temblando, procurando no hacer ningún ruido.

—Creo que está adentro —dijo Alex en voz baja.

Los gruñidos lastimaban mis tímpanos y me ponían los cabellos de punta. Se escuchaba como un león o lobo hambriento, deseoso de devorar a cualquiera que estuviese en su camino. Sus pisadas sonaban cerca de nuestro escondite, al parecer, sabía nuestra ubicación.

De pronto, el escándalo que generó fue insoportable, las cosas de la oficina volaron de un lado a otro, los rugidos se volvieron más intensos. Estábamos rogando porque no volteara el archivero, en el cual estábamos ocultados, parecía que iba a destrozar la oficina. La estructura crujía como pan tostado a punto de partirse, no teníamos otra opción más que abrazarnos y cubrirnos entre los tres —¿Qué diablos era esa cosa? —me preguntaba.

Después de oír un fuerte golpe en la entrada, hubo un silencio prolongado. Tal parece que salió por la puerta de la oficina, pero estábamos muy asustados para revisar. Solo oímos a Jorge decir:

—Mamá, papá.

(Día 2. Antes Fort Wayne, Indiana)

Había amanecido, la luz del sol estaba por encima de nuestras cabezas.

—¿Cómo se nos ocurrió quedarnos dormidos así? —pensé—, Creo que tuvimos tanto miedo que preferimos arruinar nuestros cuellos y espaldas a buscar un lugar más decente para dormir.

—¡Hey!, Jorge, Alex, despierten —les dije y ambos abrieron los ojos lentamente.
—Creo que estar aquí apretados no fue buena idea —dijo Alex.
—¿Se habrá ido la cosa? —preguntó Jorge.
—Creo que sí, hay que salir de este lugar, ya no aguanto mi espalda —les dije.

Los tres empujamos el archivero y nos asomamos para asegurar que esa fiera no estuviese ahí. Al principio vimos la entrada hecha pedazos, parecía como si un elefante la hubiera atravesado. Por desgracia, al bajar la mirada, no pudimos quitar los ojos de encima del enorme charco de sangre que había en el piso. Los papás de Jorge habían desaparecido.

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