Capítulo XII. Gravedad
(21 de junio de 2020, Fort Wayne, Indiana. 6 AM)
Los gritos de Jorge despertaron a todos de un susto, la casa se volvió un caos, Emma y el señor Cartwhite corrieron a su cuarto para ver qué era lo que sucedía.
—¿¡Hijo qué pasa!? ¿Qué tienes? —le dijo Emma mientras lo abrazaba efusivamente.
—¡Mi brazo mamá, me arde! ¡Tráiganme hielos, tráiganme hielos! ¡Por favor!
Fuimos corriendo a la cocina por una bolsa llena de hielos y regresamos velozmente al cuarto de Jorge.
—Póngala en su brazo —indicó mi papá.
—¿Estás seguro Bill? —le preguntó el Sr. Cartwhite
—¡Sí, háganlo!
El señor obedeció, Jorge pegó el grito de su vida al igual que Alex. Él y yo nos volteamos a ver, sospechamos que la misma marca le aparecería en su muñeca izquierda. Mi taquicardia regresó una vez más, no soportaba ver a Jorge así. Él seguía gritando a todo pulmón.
—¡Calma mi Jorgito, Calma! ¡Ya pasará, ya pasará! —le decía Emma con lágrimas en sus ojos.
Jorge parecía estar mejorando, dejó de dar esos alaridos nefastos y se quedó mirando al techo.
—¡Ya pasó mi amor, ya pasó!, todo está bien ahora —le dijo Emma.
Él se sentó en su cama, casi de forma inmediata y se dirigió a mí.
—Ve mi mano, ¡Will ve mi mano! —me dijo.
Me acerqué a él para examinarlo, en su muñeca izquierda, al igual que a Alex, le apareció la palabra Alatara.
—Es la misma marca.
—¡Suficiente! ¡Nos vamos de aquí! —dijo enojado, saliendo de su cama y comenzando hacer su mochila; utilizando únicamente su mano derecha.
—¡Hijo! ¿Qué sucede? ¿Qué estás haciendo?—le preguntó su papá.
—Algo que debí haber hecho hace mucho tiempo papá. Les sugiero que también empaquen sus cosas y se suban al auto con nosotros.
—Pero corazón, estás seguro aquí con tu familia —le dijo a Emma, tratando de chantajearlo.
—¿Lo estoy mamá?, creo que ustedes nunca han querido que aprenda a solucionar mis propios problemas, siempre estoy pensando que nunca nada malo va a suceder, por qué me han mantenido en esta enorme burbuja. Si ustedes no vienen conmigo, pude ser la última vez que me vean.
Mi papá, Alex y yo estábamos boquiabiertos.
—Esta reacción de Jorge merecía un galardón —pensé.
—Tienen cuarenta y cinco minutos para decidir si me acompañan o se quedan —gritó, metiéndose a su baño, azotando la puerta y abriendo la llave de la regadera.
—Bueno, ya lo oyeron, cuarenta y cinco minutos —repitió mi papá petrificado.
El día amaneció frío, el sol salía a través de los edificios de Fort Wayne. Todos estábamos listos para salir, incluyendo los papás de Jorge. «¿Quién diría que iba a ser él quien los convencería de salir de su zona de confort?»
—Bueno nunca es tarde para turistear. Siempre he querido conocer Detroit —dijo Emma con sarcasmo.
—¿Todos listos chicos? —preguntó mi papá.
—Sí —afirmamos en sincronía.
El papá de Jorge estaba cerrando su casa, con una cara de malhumor, que ni él podía con ella. Metimos nuestras cosas a la cajuela y nos apretamos un poco al entrar. No podía creer, que llevaba a mis amigos con mi familia. Ante esta terrible crisis, si lo peor había de ocurrir, por lo menos estábamos juntos. Nos alejamos de la casa de Jorge, mientras el aire frío de la mañana nos pegaba en la cara y respirábamos ese aroma, a pasto mojado.
Salimos del fraccionamiento, notamos que el carro iba con un ligero sobrepeso provocando que mi papá no pasará de los cuarenta kilómetros. «Qué bueno que no había policías, seguramente nos hubieran hecho la vida imposible por llevar a tantos pasajeros». Pensé, mientras trataba de separarme de Jorge, quien se había desparramado por los asientos.
Nos dirigimos hacia New Haven, casi al exterior de la ciudad, para tomar la carretera veinticuatro, pasando por el edificio donde rescatamos a Alex, el cual, me hizo recordar algo. —¿Papá, la moto de mi tío?
—No tengas cuidado Will, regresaremos por ella cuando sea seguro —me contestó.
«No sabía qué tan contento iba a estar mi tío Robert, cuando regrese sin su amada motocicleta».
Al seguir avanzando, una camioneta negra cruzó la calle a toda velocidad. Si no hubiera sido por la habilidad de mi papá al volante, nos hubiera pegado.
—¿¡Que rayos le sucede!? —gritó, tocando el claxon furioso.
—Es el primer carro que vemos en días —dijo Emma.
Al llegar a Rose Avenue, la salida a la carretera, notamos algo al fondo. Mi papá disminuyó la velocidad hasta detener el auto. Tal parece que miles de personas estaban regresando a la ciudad.
—¿Ahora qué? Señor Cartwhite, ¿Puede salir conmigo por favor? Los demás, quédense adentro —dijo mi papá.
El papá de Jorge obedeció sin decir nada, seguía con un pésimo humor. Teníamos razón, había cientos de personas marchando hacia nosotros, había carros y gente a caballo; parecía un carnaval.
Nos alegró el día al ver a más individuos, ya empezaba a sentirse como si la humanidad hubiese sido borrada del mapa. La masa de gente nos pasó como río, mi papá trató de averiguar qué era lo que hacían.
—¡Disculpen! ¿Podrían decirnos qué está pasando? —les preguntó aumentando su tono de voz y levantando sus manos.
—¡Estamos regresando a nuestras casas! —gritó una señora.
—Nadie nos ha dicho nada, estamos incomunicados —contestó alguien más.
—¡El gobierno nos tienen como tontos! —se escuchó dentro de la multitud.
Emma decidió salir del carro y correr con su marido.
—¡Stuart!, creo que podemos llevar de regreso a Jorgito —le dijo para después asomarse por la ventana del carro—, lo ves mi amor, todo está bien, podemos regresar a casa —le dijo a Jorge.
—¡No mamá!, nada está bien, súbete al carro, es peligroso —le contestó.
—¡Jorge!, bájate de ahí, nos vamos a regresar —le gritó su papá.
—¡No!
Mientras ellos discutían, sus voces y el ruido de la multitud pasaron a un tercer y lejano plano, una sensación muy familiar recorrió mi cuerpo. Sentí una mano pesada cubriendo mi boca, la cual, me jaló hacia los asientos del carro.
—Miraaaaaaaaaaa —dijo el sujeto soltando una risa macabra—, es tiempo William, tú serás testigo de su furia, ¿podrás soportar su prueba, serás tú, quien logre calmar su hambre, o dejarás que devore todo a su paso? Miraaaaaaaaaaaa.
Sea quien sea, me tenía indefenso; me enseñó su mano izquierda con la palabra Alatara, tal cual como aquella ocasión. Pude ver a Jorge y Alex tratando de liberarme.
—¡William! —me gritó mi papá, abriendo la puerta del carro y tomándome entre sus brazos.
Entre los tres me sacaron, pero aún sentía una fuerza espeluznante. Me di cuenta, que ninguno de ellos podían ver aquel espectro.
—¡Will! —gritaban Alex y Jorge.
**
En el Pentágono, Washington D.C.
—¡Comandante! ¡La frecuencia está fuera de control! ¡Está cubriendo al mundo entero!
—Que nuestros hijos nos perdonen —dijo el comandante en voz baja.
Miles de personas, edificios y varias casas de la ciudad de Washington comenzaron a elevarse por los cielos. El Capitolio se despedazó, ascendiendo sus restos a las alturas.
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En algún lugar de Brasil, una mujer tomando el sol, entró en pánico al ver que el mar se disparaba hacia las nubes. Ella junto con otros turistas, corrieron con la misma suerte, al ser levantados del suelo a máxima velocidad.
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En Nueva York, los rascacielos se partían en dos o se arrancaban de la tierra. La bóveda celeste se llenó de lamentos, aludiendo al fin de humanidad.
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En algún lugar de Estados Unidos, el profesor Rojas y la profesora Peril, estaban en un refugio, equipado y resguardado por militares.
—¡Está comenzando! ¡Los monumentos más importantes, resuenan entre sí! —exclamó Julia.
—Dios proteja a esas pobres almas Julia —dijo Maximiliano con tristeza.
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En la exosfera y espacio exterior, toneladas de objetos flotaban alrededor del planeta tierra, al igual millones de cuerpos humanos.
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En Fort Wayne, Indiana.
—Miraaaaaaaa —me decía el miserable espectro.
—¡Suéltame! —le grité.
Me liberé de él y con ayuda de mi papá, me puse de pie.
—¡Will!, ¿estás bien?
—Sí papá —le contesté tosiendo fuerte.
A distancia, vi como varias cosas comenzaban a elevarse sin razón, entre ellas, las personas quienes habían entrado a la ciudad.
—¡Papá! —le grité, señalando hacia la carretera.
—¡Dios Mío! ¡Corran! ¡Todos Corran! —gritó.
Se generó una manada de personas corriendo por sus vidas. Había niños y mujeres siendo pisoteados. No pude contener mis lágrimas, mientras iba de la mano de mi padre. «¿Qué haríamos? ¿Será este nuestro fin? ¿Nunca volvería a ver a mi mamá? ¿A mis tíos y primos?, ¿Cómo pudo ser Dios tan cruel con la humanidad?»
Mientras nos movíamos ágiles por la carretera veinticuatro, perdiendo la fe en cada paso que daba, vi una pequeña oficina del lado izquierdo, lo suficientemente compacta para refugiarnos. Y de nuevo, escuché la voz del espectro en mi cabeza.
—Entra ahí William, entra ahí —me decía soltando esa risa malévola.
—¡Papá! —le grité, señalando la pequeña edificación.
De alguna u otra forma sabía que aguantaría la fuerza de gravedad.
—Alex, Jorge de prisa, por aquí —les grité.
Mi papá aceleró el paso, llegamos al lugar y trató de abrir la puerta de una sola patada, pero no lo logró. La gravedad se acercaba con rapidez hacia nosotros, seguía viendo cómo miles de seres humanos se elevaban hacia el espacio.
—¡Rápido! —grité.
—¡Está muy sellada está mierda! —dijo.
En eso, el papá de Jorge se lanzó en contra de la puerta y entre los dos, hicieron lo posible por derribarla.
—¡Se está acercando! —grité.
En un último esfuerzo, Stuart y mi papá, la patearon con todas sus fuerzas, despedazando la madera.
—¡Entren rápido! —gritó.
Dejamos pasar a los papás de Jorge y a mis amigos primero. Y al momento que quisimos entrar, la gravedad nos alcanzó, obligando a mi papá a lanzarme al interior con sus manos. Sin pensarlo, me dirigí al marco de la puerta y tomé su mano. Todos, junto con las cosas de la oficina, 'caímos' al techo. A excepción de mi papá, a quien tenía sujetado firmemente.
—¡Papá, sostente! —le grité.
La gravedad era impresionante, de verdad iba a dejar caer mi padre si no lograba meterlo al edificio. Su peso me estaba ganando.
—¡Alex! ¡Jorge! ¡Ayúdenme!
Mis amigos corrieron a mi auxilio, pero ya no podía cargarlo más tiempo.
—¡Papá! ¡Por favor sube!
Su rostro se llenó de lágrimas. —Te amo hijo —dijo suspirando y con gran una sonrisa.
—¡No papá! ¡NO!
Mi papá cayó, se fue entre las nubes hasta que se perdió en el inmenso color azul del cielo. Sentía como si una flecha me hubiera atravesado el corazón. "Deje ir a lo más preciado para mí, ¡Esta maldita mano, débil e inútil, lo dejó ir!»
Al desgarrarme la garganta con mis gritos, en mi muñeca apareció aquella palabra, la cual, despreciaría desde lo más profundo de mi corazón, hasta el día de mi muerte.
"Alatara"
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