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Capítulo XI. Nostalgia

(20 de Junio de 2020, Fort Wayne, Indiana. 11:30 Hrs.)

—William, despierta.
Escuchaba la voz de mi papá en la lejanía, abrí mis ojos muy despacio y lo vi ahí, sentado al pie de mi cama, con una expresión bastante seria. Jorge estaba en mi sillón, durmiendo en una postura imposible, roncando y babeando el cojín.
—Buenos días papá —le contesté muy tranquilamente, como si fuera un día como cualquier otro.
—Quiero decirte, que lo que hiciste ayer fue muy irresponsable, tu mamá está más que preocupada y tuve que venir hasta acá por ti. ¿Qué acaso no has visto lo que sucede en el mundo? ¿No te importa tu bienestar? —me dijo sutilmente.
—Papá, sabes que no puedo vivir sin mis amigos. Alex amenazó con quitarse la vida, no podía quedarme ahí sin hacer nada. En estos momentos estaría muerto si no fuera por Jorge y por mí.
—¿Por qué no pediste ayuda? ¿Por qué siempre tú solo Will?, te pude haber ayudado —me contestó.
—Creí que ibas a detenerme; pensé que nunca volvería a ver a Alex. Siempre has sido muy claro con las reglas —le dije, sorprendido de su tranquilidad.

—Lo se hijo y lo hago para mantenerte a salvo, para que seas responsable, no para perjudicarte a ti o a tus amigos. Ahora sé, que las cosas son diferentes y quiero que me tengas confianza. Prométeme que no volverás hacer algo así sin antes avisarnos —me dijo tomando mi hombro con su mano pesada.
—Sí, papá, lo prometo. De hecho, si hay algo que quisiera pedirte —le dije un poco nervioso y evadiendo su mirada.
—Claro.
—¿Podríamos llevar a mis amigos y a los papás de Jorge a Detroit?
—¿¡A los papás de Jorge!? —exclamó, elevando su voz.
—Por favor papá, tú eres el único que puede convencerlos, no es seguro que se queden ahí. Por lo menos, si vienen con nosotros, estarán a salvo en el refugio de mi tío.

Mi papá me miró con mayor atención, tomando su tiempo para contestarme.

—Lo voy a pensar Will, no debemos quedarnos en Fort Wayne mucho tiempo. Despierta a tus amigos y llévalos a la cocina, les prepararé el desayuno.
—Sí, gracias papá. ¡Ah! Solo una cosa más.
—¿Si Will?
—Alex no se encuentra muy bien, acaba de perder a sus padres y puede volver a intentar algo tonto.
—Lo tendré bajo control, no te preocupes —me dijo mi papá guiñándome el ojo, levantándose de la cama y saliendo de mi habitación.

Jorge seguía en las profundidades de sus sueños, podía pasar un tren y no lo levantaría por nada del mundo.

Salí de la cama, me acerqué al bodrio de mi amigo y traté de levantarlo.

—¡Hey!, Jorge, ¡despierta! —le grité.

Pero estaba completamente dormido, haciendo sonidos inhumanos. Se me ocurrió cantarle una canción de "Bieber", a quien sabía que "amaba con todo su ser". Poco a poco empezó a reaccionar molesto, sentándose en el sillón.

—¡Eh, eh! ¿Qué pasa? ¡Callen a esa niña escandalosa! —gritó, terminando de babear el piso.
—Buenos días, apúrate que estoy por convencer a mi papá que hable con tus padres —le dije sacudiendo de sus hombros.
—¡Nunca! ¡En la vida! ¡Me vuelvas a despertar con canciones de esa señorita! ¿Me oíste?
—Sí, de acuerdo. ¡Ya apúrate que hay que despertar a Alex!
—¡¿Al pakistaní?!
—¡Ya levántate! —le ordené dándole un coscorrón.

Jorge se levantó haciendo todo un espectáculo, se estiró e hizo unas poses ridículas, según él, eran poses de yoga para aumentar su flexibilidad. Caminamos hacia el cuarto de mis papás, donde habíamos dejado a Alex, entramos muy sigilosamente.

—¿Alex, estás despierto? —le pregunté.

Pudimos ver que se encontraba viendo hacia la ventana en posición fetal, no nos percatamos que tenía los ojos abiertos.

—¿Podrían desatarme, por favor? —me contestó.
—Solo si prometes no actuar como terrorista, ¿De acuerdo? —dijo Jorge en tono burlón.
—¡Desátame ya, no soporto mi mano izquierda! —se quejó.

Jorge y yo nos quedamos viendo.

—Jorge, ¿qué no tú también me habías dicho algo similar por teléfono?
—Sí, de la nada, mi mano me ardía como si la hubiera puesto en la chimenea, fue insoportable.
—¡Quítenme esto ya! —gritó Alex.

Jorge y yo nos apresuramos, lo sentamos en la cama y le quitamos la soga que habíamos utilizado para amarrarlo. Escuché los pasos de mi papá subiendo por las escaleras.

—¿Qué sucede, están bien? —nos preguntó alarmado.
—¡Es Alex papá, le arde su brazo izquierdo!

Mi papá en un solo movimiento, levantó a Alex como cachorro recién nacido y lo llevó a la sala. Corrimos tras de él. Sus gritos nos pusieron los cabellos de punta. Mi papá lo acostó en uno de los sillones.

—Déjame ver Alex —le dijo con tranquilidad, explorando su brazo—, no veo nada, ninguna quemadura o picadura de insecto. Will saca unos hielos del congelador, ponlos en una bolsa y tráelos para acá.

Jorge y yo corrimos a la cocina para traer lo que nos pidió.

—Toma papá —le dije entregando los hielos.
—Gracias, esto puede arder más Alexander —le dijo colocando la bolsa en su muñeca.

Él soltó un grito ensordecedor y mi papá mantuvo su mano firme en su muñeca. Pasaron unos segundos hasta que Alex comenzó a bajar la velocidad de su respiración.

—¿Te sientes mejor? —le preguntó mi papá.
—Sí señor, gracias —le dijo recuperando su aliento.
—Bien. Ahora escúchenme todos. Desayunamos, empacamos unas cuantas cosas y nos vamos a casa de Jorge. Trataré de convencer a sus padres pero no les prometo nada. ¿Quedó claro?
—Sí —le contestamos.

Tal parece que al estar mi papá con nosotros ni Jorge hacía chistes malos, ni Alex intentaba hacer tonterías.

—Déjate eso unos minutos Alexander, te traeré algo de comer —le dijo mi papá.

Desayunamos demasiado rico, siempre fui fanático de la cocina de mi papá. Todo lo que preparaba, le salía estupendo. Alex parecía sentirse mejor también, no volvió a tener otro episodio, afortunadamente. «¿De verdad iba a quitarse la vida?».

Nos apuramos a ayudarle a mi papá, llenando dos maletas con provisiones, en caso de emergencia.

—Te harás cargo de esta mochila Will.
—Sí, papá.
—Vayan al garaje, saquen la escalera que está ahí y amárrenla con esta cuerda, arriba del carro de tu tío Robert, por favor.
—Este, sí papá —le conteste dudoso, sin tener claro porque quería poner una escalera en el carro. Hasta que me acordé de aquella terrible escena en la carretera y me hizo un poco de sentido.
—¿Por qué nos puso hacer esto tu papá?
—Más vale prevenir que lamentar amigo.
—¿A qué te refieres? —me preguntó.
—Tu solo hazlo, no tengo porque volver a revivir esa experiencia.
—Está bien. ¿Oye, crees que lo de mi brazo, sea lo mismo que le pasó a Alex?
—No tengo idea, espero que solo sea una coincidencia —le contesté.
—¿Habrá sido porque le apretamos mucho las manos?, si fue así, que nena —dijo riéndose de su propio comentario.

Amarramos la escalera en el coche y volvimos a entrar a la casa.

—¡Will! —me gritó Alex desde la sala.
—¿Qué? ¿Qué pasa? —le pregunté.
—Mira.

Nos acercamos al sillón y nos enseñó su muñeca izquierda. Tenía una palabra extraña, una palabra que ya había visto antes.

—¿Alatara? ¿Por qué te pusiste ese nombre en tu brazo? ¿Tenías una novia hindú o algo así? —le preguntó Jorge.
—¡Acaba de aparecer frente a mis ojos idiota, esto no lo tenía hace unos momentos! —le contestó.
—Yo ya lo había visto antes —les dije asombrado—, se acuerdan ese día en la plaza, en los láseres. Imaginé que alguien me atacaba; esa persona tenía esa misma palabra en su muñeca izquierda.
—Esto no me está gustando nada, creo que debemos salir de aquí —me dijo Alex.
—Andando chicos, démonos prisa —dijo mi papá, entrando a la sala con varias cosas en sus manos.

Nos apuramos a salir, subimos al auto y fuimos hacia la casa de Jorge, con la esperanza de convencer a sus papás de venir con nosotros.

Eran casi las dos de la tarde cuando llegamos. Jorge vivía en un vecindario muy lindo, había muchos parques y áreas verdes para jugar con tu mascota o jugar baloncesto. Su casa era de dos pisos y su cochera era ridículamente grande; pero en general, era un lugar muy acogedor. Nos bajamos del carro y caminamos hacia la puerta.

—Espero que esto funcione, solo tenemos una oportunidad —nos dijo mi papá.

Él tocó el timbre y esperó unos segundos, se escucharon unos pasos detrás de la puerta.

—¿Quién? —preguntó el papá de Jorge.
—Papá soy yo, tu hijo y mis amigos.

La puerta se abrió, de ahí salió un señor casi idéntico a él, medio llenito, pelón y con una camisa de su equipo favorito de futbol americano.

—Buenas tardes señor, soy el papá de William, Bill Thurman. No quisiera tomar mucho de su tiempo, pero creo que debemos hablar de algo muy importante.
—Hola Bill, Stuart Cartwhite, ¿De qué se trata? ¿Mi hijo se ha portado bien, verdad?
—Sí señor, no tiene que ver con su hijo. ¿Podríamos pasar?
—Si claro, ¡bienvenidos!, pásate hijo. ¿Dónde te habías metido?
—¡Ay papá!, te escribí diciéndote que iba a ver a Will y a Alex.
—Sí pero nos tenías preocupados, debiste haberte quedado en casa —le dijo su papá dándole una palmada en la espalda.

Pasamos, ya tenía tiempo que no venía para acá, estábamos más acostumbrados a reunirnos en mi casa o a jugar en las canchas de baloncesto. El lugar estaba decorado con innumerables artículos deportivos, trofeos y gorras. Parecía un museo dedicado a los deportes.

La mamá de Jorge apareció por la cocina.

—Hola, ¿Cómo están? ¿Will y Alex? —nos dijo con un saludo cálido—, pasen por favor—. Después su mamá se dirigió a mi papá. —Hola señor Thurman, Will me ha contado mucho de usted. Soy la señora Cartwhite pero puede decirme Emma —le dijo dándole la mano.

—Encantado Emma —le contestó mi papá.

Emma tenía unos cachetes muy redondos, era mucho más llenita que su esposo, tenía el cabello recogido y llevaba un mandil morado. Al parecer estaba preparando el almuerzo, porque olía a una combinación de mantequilla y tomate; el vapor de la olla llegó a mi rostro en cuestión de segundos. No sé cómo podía tener tanta hambre, después de haber desayunado bastante bien en mi casa.

Estaba un poco sorprendido por la reacción de los padres de Jorge, no parecían estar enterados de lo que estaba sucediendo, su actitud de servicio y hospitalidad me tranquilizaba.

—¿Gustan que les sirva?, llegaron justo para un súper espagueti a la boloñesa.
—Me temo que no podemos quedarnos Emma, de hecho vinimos para decirles que no es seguro que se queden aquí, mi hijo ha llevado una buena amistad con Jorge y es nuestro deseo que vengan a Detroit con nosotros —le dijo mi papá tomando a Jorge por sus hombros.

Emma y el señor Cartwhite tensaron los músculos de sus caras, como si hubieran escuchado unas uñas rasguñando un pizarrón.

—Pero no hay nada malo sucediendo aquí, eso fue en otras partes del mundo. Jorge estará a salvo aquí en casa —dijo Emma tranquilamente.
—Es muy probable que esto sea obra de algún terrorista o algún invento del gobierno. No hemos escuchado noticias desde ayer —dijo el señor Cartwhite.
—¡Por favor!, señor y señora Cartwhite, no pueden quedarse aquí, es muy peligroso. —les dije casi tirándome al piso.
—William, espérame con tus amigos afuera, platicare un momento a solas con ellos —me indicó mi papá.

Le hicimos caso y los tres salimos donde habíamos estacionado el carro.

—¿Ahora qué? Tengo hambre, no me puedo perder el espagueti de mi mamá —reclamó Jorge.
—Debemos confiar en mi papá, ¿qué acaso no quieres venir con nosotros?
—¡Claro que sí!, es solo que tengo hambre.
—Deberías dejar de pensar en comida todo el tiempo —le dijo Alex.
—¡Bueno ya! Solo espero que no tarde demasiado, oigan ¿y si hacemos unas retas mientras?

Los tres intercambiamos miradas y afirmamos. Fuimos al garaje de Jorge para sacar una pelota de baloncesto. «Seguramente la plática entre mi papá y los señores Cartwhite iba a tardar mucho».

Qué raro se sentía tener un partido con mis amigos en este ambiente apocalíptico, por lo menos vi que Alex se sentía un poco mejor y no había tenido otro arranque desde el edificio. Preferí no preguntarle nada al respecto, por el momento.

Mientras jugaba con ellos, vino a mi mente los recuerdos de la carretera, las imágenes en las noticias, la palabra Alatara apareciendo en la muñeca de Alex, todo esto me provocaba un sentido de urgencia. En mi cabeza golpeaba un gran "tick, tack, tick, tack", como si una cuenta regresiva estuviese por concluir.

La pelota me dio en la cara, Jorge y Alex se rieron sin parar.

—¿Qué pasa Will? ¿A qué planeta te fuiste? —se burló Jorge.
—Perdón, me quedé pensando unas cosas.
—¿Crees que ya podamos entrar?, necesito pedirle agua a tus papás —le preguntó Alex a Jorge.

En ese momento mi papá abrió la puerta de la casa y nos indicó que ya podíamos pasar.

—¡Eh! ¡Espagueti! —gritó Jorge.
—Vamos —le dije a Alex.

Jorge entró de volada, mientras que Alex, fue con Emma para pedirle un poco de agua. Mi papá me detuvo en la puerta, lo noté decepcionado.

—Lo siento hijo, tal parece que los papás de tu amigo no han afrontado la realidad de las cosas, prefieren vivir en su propio mundo y no aceptar los cambios.
—¿Pero papá?
—Lo lamento Will, en verdad hice lo que pude. Despídete de Jorge y vámonos, hay que tomar la carretera.

Mis ojos se llenaron con unas cuantas lágrimas, no quise que ni Jorge ni Alex se dieran cuenta, pero fue muy difícil contenerme.

—¿Qué pasa Will? —me preguntó Alex.
—Tendremos que dejar a Jorge atrás, sus papás no quieren venir.

Alex sintió un poco de nostalgia el mismo, Emma y el papá de Jorge se percataron de nuestra pequeña escena. Emma se nos acercó.

—No pongan esas caras mis niños, les prometo que todo va a estar bien, ¿por qué no se quedan a cenar y salen mañana temprano? Ya son casi las siete de la noche.

Mis ojos brillaron al escuchar la idea de Emma, de esta forma podíamos estar más tiempo juntos.

—¿Podemos quedarnos sólo hoy papá?
—Will, tu madre ha de estar muy preocupada y tus tíos nos están esperando. Debemos irnos ya.
—Papá puedes mandarles un mensaje desde aquí, Jorge pudo comunicarse conmigo. Te prometo que mañana a primera hora estaremos listos para irnos, ¡por favor! —le dije dándole un abrazo de oso.

Mi papá suspiró y, por primera vez, lo vi sucumbir ante mis peticiones.

—Está bien, pero mañana los quiero listos a las siete en punto y ningún minuto más. ¿Quedó claro?
—Te lo prometemos papá.

Me sentí feliz por unos instantes, a pesar de esta sensación de urgencia, que sentía a mí alrededor.

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