I
El maravilloso Reino de Realbar
Verde en el césped, Azul en el mar
Se alza imponente entre las cordilleras,
Los hombres más bravos y las mujeres más bellas.
Dios me bendijo con el don de la voz,
Para anunciarles la salida del sol
¡Despertad, mortales! ¡Es hora de luchar!
¡Larga vida al Rey y larga vida a Realbar!
El juglar pregonaba estas palabras a todo pulmón a medida que transitaban las calles del pueblo, sonaba una campana con regocijo para anunciar el nuevo amanecer. La luz bañaba el ambiente, empezando por el mar del Este y sus diversas vertientes provenientes de las montañas, pasando por el Castillo hasta perderse en la extensa llanura del Oeste.
La familia Real dormitaba en sus aposentos, el Rey Santiago X (Décimo) yacía tranquilamente al lado de su esposa, la Reina Catalina V. En la habitación contigua, se encontraba la Princesa Victoria I en compañía de su joven hijo, el Príncipe Cristiano.
Victoria I, de veinticinco años, la futura heredera al trono no había tenido una vida fácil: nació por un milagro; la Reina Catalina, después de tantos intentos, no podía concebir un hijo, era una situación precaria, sin un heredero al trono, Realbar se hundiría en caos. Nunca se dio por vencida, visitó médicos, espiritistas, curas, entre otras entes hasta que, al fin, dio a luz a una hermosa niña de cabello oscuro y ojos cafés. Ella creció protegida de cualquier peligro, siempre acompañada de sus guardianes, una división de la Caballería Real encargada de proteger la zona central, específicamente a sus líderes. Se casó a los quince años con el Conde Dos Santos Aveiro, uno de los miembros más influyentes en el Consejo Legislativo, ellos dos se amaban de verdad pese a la prolongada diferencia de edad y, al poco tiempo de haber contraído los votos, concibieron a su primer y único hijo, Cristiano Ronaldo, un hermoso niño de cabello oscuro y rizado y ojos cafés. Trágicamente, el Conde falleció en un viaje hacia otras tierras debido a una desastrosa tormenta en Altamar, para ese entonces el pequeño Cris tenía apenas dos años. Esta noticia fue devastadora para toda la familia Real, en especial para Victoria, pero se propuso salir adelante junto a su hijo.
Pasaron los años, Victoria seguía siendo una joven hermosa y fértil a la que aún le llovían pretendientes; sus padres le instaban a conocer a alguno pero ella se reusaba pensando que jamás amaría de nuevo. Todo ello cambió en cuanto conoció al Duque Da Silva, un joven de su misma edad proveniente de un país lejano. Ellos se enamoraron y se casaron al poco tiempo de haberse conocido, él fue aceptado por los reyes y también por el príncipe, cuya relación era de padre e hijo pese a no serlo biológicamente. A los pocos meses de casamiento, la princesa anunció un segundo embarazo, el pueblo celebró este hecho con júbilo al saber que tendrían otro posible príncipe o princesa, Cristiano era el más emocionado, siempre había querido tener un hermanito.
En fin, volviendo al principio, la princesa Victoria yacía en su habitación en compañía de su hijo de diez años mientras su esposo se hallaba de viaje por otras tierras; estaban retozando y haciendo bromas como todas las mañanas, el infante siempre destilaba energía, se levantaba lo más temprano posible sólo para poder jugar. Le encantaba hablarle a la panza de su mamá, a su hermanito, siempre le decía que lo querría sin importar nada y que esperaba que saliera de allí pronto para que fuese su compañero de juegos porque, a pesar que tenía todo dentro del castillo, se sentía muy solo. Eran pocas las veces que disfrutaba al lado de otros niños, sólo cuando otros nobles acudían a palacio en compañía de sus vástagos, uno de ellos, un niño casi de su misma edad llamado Karim Benzema.
Esa mañana fue bastante rutinaria, Cristiano recibió la visita de sus tutores, debía recibir una buena educación si quería ser un gran gobernante, ellos le instruían en ciencias, lenguas y artes. En las tardes, como de costumbre, se iba con su abuelo a las llanuras del Oeste, en donde cabalgaban por horas y practicaban arquería y esgrima, cabe destacar que Cris era especialmente bueno en estas áreas, solía sorprender al Rey, el cual no dudó en dejarlo asistir a los entrenamientos con la caballería, para que puliera mejor sus técnicas.
Cristiano amaba entrenar con ellos, era su sueño convertirse en un Caballero, específicamente en un Guardián, los cuales ocupaban el puesto de mayor jerarquía dentro de la Caballería, siendo ellos los protectores de la zona central, específicamente de la familia Real.
- Abuelo, ¿crees que pueda ser un Guardián algún día? –le preguntó el pequeño al Rey con ojos tiernos.
- No lo sé Cris, nunca antes ha existido un Príncipe Guardián –le respondió con una sonrisa al tiempo que le sacudía el pelo.
- Seré el primero entonces –mencionó alegremente, ambos rieron.
Su abuelo trataba de apoyarlo en todo, no obstante, sabía que era un sueño complicado, no era común que un miembro de la familia Real quisiera dedicarse a ser Caballero, ni siquiera sabía si era bien visto o no. Por otro lado, la Reina Catalina y Victoria se negaban rotundamente a que asistiera a los entrenamientos, considerando incorrecto que un príncipe se mezclara con las caballerías, por ello, el Rey lo llevaba en secreto, no quería que su esposa y su hija se enojaran con él, pero tampoco quería decepcionar a Cris, él era su nieto favorito (él único hasta ahora) y quería consentirlo en todo.
Esa noche fue la más extraña de la temporada, se suponía que era verano, sin embargo, se desató una horrible tormenta. Los relámpagos encandilaban los cielos mientras que los truenos retumbaban en los oídos con estridencia. Victoria se encerró en su habitación, le tenía un miedo tremendo a toda tormenta, pues, le hacía recordar la pérdida de su primer esposo, se encontraba en su cama rezando, pidiendo que Da Silva volviera sano y salvo, la idea de perderlo a él también suponía algo realmente insoportable. Mientras tanto, Santiago y Catalina estaban en la sala, sentados en grandes sillones de terciopelo frente a una gran chimenea de piedra, Cristiano los acompañaba mientras jugaba en el suelo con figuras de madera. En eso, el infante escuchó un ligero ruido proveniente del exterior, le llamó la atención, no eran truenos, ni tampoco grillos, mucho menos el característico sonido de las gotas de lluvia, era leve, como un murmullo, casi imperceptible.
- Abuelo, abuela, ¿escuchan eso? –expresó Cristiano señalando hacia la ventana.
- ¿Qué cosa mi cielo? –preguntó la Reina aguzando los oídos.
- Viene de afuera, voy a ver qué es –vociferó determinado el niño de diez años.
Los abuelos no protestaron, pensaban que el niño estaba imaginando cosas y simplemente le permitieron alejarse. Cristiano tomó un pequeño candelabro con una vela para poder transitar por el oscuro pasillo que daba hacia el exterior. El sonido provenía exactamente del patio delantero, ubicado justo afuera de la puerta principal, el recorrido hasta allá era bastante largo, aterrador si se tomaba en cuenta la oscuridad y la tormenta, en varias ocasiones el pequeño estuvo tentado en llamar a uno de sus Guardianes pero se abstuvo de hacerlo, "Tengo que ser valiente si quiero ser un verdadero Caballero", pensaba con determinación.
Llegó a la puerta principal y la abrió con dificultad al ser tan pesada. Volteó hacia todos lados tratando de hallar la fuente de aquel curioso sonido, en eso divisó a lo lejos un cuerpo extraño, que gemía (si eso se podía llamar gemido) y se arrastraba en el suelo en medio de la lluvia, era increíble como ningún Guardián lo había visto antes ni cómo llegó hasta el jardín pasando por las rejas custodiadas. Cristiano sintió temor al ver aquello, quiso regresar con sus abuelos y cerrar la puerta pero una fuerza extraña le impidió hacerlo, en cambio se acercó lentamente hacia aquella figura en movimiento.
De lejos parecía apenas una mota pero la realidad era completamente diferente, a medida que el príncipe se acercaba notó que se trataba de una persona, un niño para ser exactos, bastante pequeño, con sus ropas cubiertas en su totalidad con fango al igual que su cara y su cabello, la lluvia le mojaba sin clemencia mientras él se hallaba tirado en el suelo boca abajo tratando de aferrarse con las manos a la superficie para poder avanzar lentamente, se detuvo cuando miró que Cristiano se acercaba sólo para desplomarse en el suelo. El joven príncipe corrió rápidamente hacia él, lo tomó de la espalda y lo volteó boca arriba, el chico estaba inconsciente, Cris entró en pánico y empezó palmear su cara pero seguía sin reaccionar, emitió fuertes gritos de auxilio sin respuesta alguna, rompió a llorar, pensaba que el chico había muerto. Como pudo, Cris lo subió a su espalda para llevarlo adentro del castillo, tarea complicada por el hecho de la lluvia porque ciertamente aquel niño era sorprendentemente ligero y pequeño.
Cristiano avanzó unos cuantos metros, entrando en el pasillo con el pequeño a cuestas, profiriendo repetidamente llamadas de auxilio, "¡No mueras, por favor!", pensaba entre lágrimas. En eso apareció el Rey Santiago al final del pasillo seguido de su esposa, se horrorizaron al ver tal escena, el primero corrió rápidamente a auxiliar a su nieto con el chico fangoso mientras Catalina llamaba urgentemente a un médico y le ordenaba a la servidumbre que preparara un cuarto inmediatamente para albergar al convaleciente. Estos mandatos se cumplieron más rápido que inmediatamente, Cristiano observaba horrorizado como se llevaban al niño inconsciente hasta otra habitación, "¡Está muerto!", sollozaba. Fue rápidamente con su madre, la cual aún estaba en su habitación sin percatarse del alboroto de afuera, cuando vio que su hijo se encontraba empapado de pies a cabeza y llorando desconsoladamente se sobresaltó.
- ¡Cris! ¿Por qué vienes así? ¡¿Qué paso?! –exclamó preocupada al tiempo que tomaba las mejillas del infante.
- Fue... fue... ¡Horrible! ¡No pude hacer nada mamá! ¡Él estaba muerto! ¡Muerto! –expresó en un llanto desgarrador.
- ¡¿Quién?! ¡¿De quién hablas?!
- ¡El niño, mamá, el niño que estaba bajo la lluvia!
Madre e hijo se abrazaron fuertemente, el chico apoyaba la cabeza en su regazo, mojando el vestido de su madre con sus lágrimas. Después de un rato, Cristiano se fue a cambiar, la tormenta aún no cesaba, era una escena perfectamente lúgubre, él se marchó a su habitación cabizbajo, se acostó en su cama pero no pudo cerrar los ojos, las lágrimas no dejaban de salir, pensaba constantemente en ese pobre chico, decidió ver qué le había pasado, sabía que no podría conciliar el sueño hasta que tuviese noticias.
Se dirigió rápidamente a la habitación en donde supuestamente se encontraba, en la puerta estaba Santiago junto con su Guardián principal y el médico Real, estaban charlando con expresiones serias, el infante se detuvo justo antes de llegar, parándose en una esquina para evitar ser visto y aguzando los oídos para escuchar claramente.
- Está bien, sólo se golpeó la cabeza, además de unos cuantos raspones –vociferó el médico, en ese momento Cristiano emitió un leve suspiro de alivio, "¡No murió!", pensó alegremente- Lo mejor será que descanse toda la noche.
- De acuerdo, así será, quedas encargado de su cuidado Pep –expresó el Rey dirigiéndose al Guardián, el cual asintió y se puso firme- A propósito, ¿sabes de dónde ha venido?
- No sé con exactitud su Majestad –dijo el médico- Por el fango puedo suponer que llegó por una de las vertientes que dan hacia el mar, probablemente, de algún pueblo que esté río arriba.
- ¿Cómo es posible que se haya arrastrado hasta aquí? ¿Cómo pudo traspasar los muros sin que nadie, a excepción de mi nieto, lo sintiera?
- Eso es un misterio mi Rey, un gran misterio –suspiró el médico.
Terminaron de hablar, el facultativo se marchó del lugar, Cristiano salió tímidamente de su escondite dirigiéndose a la puerta de la habitación.
- ¿Va a... estar bien? –expresó el infante con nervios.
- Claro que sí, pequeño –dijo el Rey con voz tierna besando la frente del príncipe- ¿Quieres entrar a verlo? –el chico sólo asintió- Sé silencioso, está dormido y debe descansar.
Pep abrió la puerta, permitiendo que Cris ingresara en la habitación y cerrándola tras él. Era uno de los tantos cuartos de huéspedes, no tan lujosa como las recámaras principales, apenas unas pocas ventanas cubiertas por cortinas, para evitar que el destello de los relámpagos incomodaran al pequeño; unos cuantos muebles de madera y, como centro de atención, una cama en donde se hallaba tendido el infante. Lucía diferente sin todo el lodo encima, se distinguían perfectamente sus facciones, era de piel muy pálida, contextura pequeña y delgada, el cabello castaño hasta las orejas, una venda cubría su frente y gran parte de su cabeza. Dormía pacíficamente, o al menos eso parecía, Cristiano se acercó a él lentamente, tratando de no hacer ruidos, no quería molestarlo, no obstante, apenas se acercó al marco de la cama y el pequeño durmiente abrió los ojos de par en par con expresión asustadiza, ambos se sobresaltaron de miedo; el chico desconocido posaba sus ojos cafés en el príncipe con nerviosismo, Cris no supo cómo reaccionar, tenía la misma sensación.
- Lo... lo siento, no... no quise despertarte –tartamudeó el príncipe.
El desconocido no emitió sonido alguno y siguió con su misma expresión, incomodando aún más a Cristiano, que ya no tenía ni la menor idea de qué decir.
- Tú... tú... ¿eres de por aquí? –el chico seguía sin mostrar reacción alguna- ¿Entiendes lo que te digo? ¿Hablas mi idioma?... ¿Hola? –Cristiano se estaba impacientando, el pequeño no emitía ninguna señal, absolutamente nada, sólo lo observaba, no podía dejar de hacerlo- ¿Tienes nombre? ¿Cómo te llamas? –la reacción fue la misma.
Cris estaba bastante incómodo, la mirada del chiquitín era verdaderamente intensa, lo intimidaba, viró la vista hacia todos lados evitando hacer contacto visual con él, en eso divisó en el fondo del cuarto un perchero de donde colgaban los harapos fangosos que el desconocido traía en un principio. Pudo notar un ligero bulto en el bolsillo derecho del pantalón, le generó curiosidad, se dirigió hacia allá para averiguar de qué se trataba mientras el chico de la cama lo seguía con la mirada. Cristiano metió su mano en el bolsillo y extrajo una pequeña bolsa de cuero, dentro de ella se hallaba un medallón de oro bastante peculiar, en la cara delantera tenía grabado la imagen de un león, mientras que por el otro lado se hallaba inscrito el nombre del dueño de dicho objeto y su fecha de nacimiento.
- ¿'Lionel Messi'? ¿Así te llamas? –el chico reaccionó y asintió levemente, el príncipe se alegró porque al fin mostraba un indicio de vida- Un gusto, Lionel, mi nombre es Cristiano Ronaldo, pero puedes llamarme Cris –le sonrió, al tiempo que se acercaba de nuevo al marco de la cama- ¿De dónde eres? –Lionel se encogió de hombros- ¿No lo recuerdas, verdad? Debe ser por ese golpe en la cabeza –expresó señalando a su vendaje, el chico se llevó las manos en la cabeza sólo para comprobarlo- Debes estar cansado, te dejaré para que puedas dormir.
Cris dejó la medalla en la mesita de noche al lado de la cama, era tarde, no quería seguir molestando a Lionel después del mal día que tuvo, aparte, lo más probable es que fuese mudo así que nunca le contestaría. El príncipe estaba a punto de salir del cuarto, cuando:
- Gracias por salvarme, Cris –susurró Messi, Cristiano se paró en seco y volvió su vista hacia la cama para encontrar que el pequeñín ya se había dormido.
"Eso fue extraño", pensó el príncipe, dio media vuelta y emprendió su camino de vuelta a su habitación. Trató de dormir, al menos sabía que la primera persona que salvó no murió, no obstante, seguía con dificultades para conciliar el sueño, se sentía intrigado: ¿Quién era este niño tan extraño? ¿Qué le había pasado? ¿De dónde venía? Estas y otro sinfín de preguntas se aglomeraron en la cabeza del príncipe, perturbando su sueño y generándole un fuerte dolor de cabeza...
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