VIII
¿Sabes una cosa, querido lector? En el mundo del que vengo, todo está conectado. Las personas pueden hablar con gente al otro lado del mundo en un instante, viajar alrededor del mundo con pocas o nulas limitaciones, y consumir productos de lugares exóticos. Y con todo y eso, sigue habiendo conflictos entre los países; siguen habiendo amenazas de guerra; siguen habiendo ataques económicos, racismo, xenofobia y declaraciones de que una nación o cultura es mejor que las demás y debería ser adoptada por el resto del mundo, a veces por la fuerza. Lo que más odio es el crimen, la corrupción y el abuso de poder que tanto destruyó al país que amo, pero nunca me detuve a ver una de las fuerzas que está en un ciclo vicioso con estas: el odio a lo diferente. Y aunque ya había pasado por la liberación de los esclavos y la libertad de religión, nunca había pensado en el odio que sentirían otros, y en cómo eso podría cambiar el país y el mundo. Nunca me detuve a pensarlo, hasta esa noche en que vi al gran General Levante con un revolver en mano, parado en la línea de un muelle.
-¿Capitán Cienfuegos?-pregunta el General. Su cara seguía dura como piedra, pero su voz se escuchaba algo triste-¿Qué hace usted aquí, a estas horas?
-Digo lo mismo de usted, señor-pregunto sin quitar mi vista de la pistola-Yo vengo aquí a relajarme, pero no creo que usted haya venido con eso en mente, ¿necesita ayuda, señor?
-¿Esto?-dice el General agitando el revolver enfrente-Oh, no. No está cargada. Y no tengo la más mínima intensión de suicidarme, si es lo que piensas-Procede a sentarse en el borde del muelle-Sólo esta...estaba pensando en cosas
-Ya veo-digo yo, mientras me siento a su lado-¿Puedo preguntar qué cosas, señor?
El General da un suspiro-Está bien, muchacho, te diré-me da una palmada en la espalda-Tengo ciertos pensamientos sobre esta...guerra con los franceses, si les puedes decir así. No hemos disparado ni una sola bala todavía y me siento como un traidor.
-¿Un traidor, señor?-pregunto algo confundido
-Soy mexicano-responde él-Pero mi familia es de Europa. Lo más atrás que hemos rastreado es Grecia, pero alrededor del siglo XVI, mi rama de la familia se movió a Francia, donde permaneció hasta la Segunda Guerra Mundial. Mi padre, de hecho, fue quien huyó en el 39 hacía acá, donde conoció a mi madre, que era refugiada de España, y aquí nacimos mis hermanos y yo. Estar en guerra con Francia en este período...-toma un suspiro largo-es como estar en ambos lados
-Lo entiendo, señor-afirmo-Pero tomó la decisión de liderar esta misión. Necesitamos que usted, junto al General Sierra y el Almirante de la Mar, nos guíen para crear un México mejor. Eso fue lo que prometieron a todos nosotros.
-Lo hicimos sonar muy sencillo-me muestra la pistola de cerca-Esta era suya. Fue su compañera hasta la muerte, y ahora me acompaña a mí. Pero también es un recordatorio de que México no está solo en el mundo. Sí, México es mi responsabilidad, y la haremos lo más grande que se pueda, pero no quiero que este país sea grande sólo porque los demás se quedan atrás-apunta su pistola al horizonte-Ahora somos enemigos, pero quiero convertir a Francia en el país hermano de México. Y no sólo a Francia: España, Italia, Estados Unidos, Sudamérica...Si México tiene la oportunidad de renacer, que el mundo también la tenga.
-Su ideal es muy noble, señor-contesto-Una vez que México sea el país que siempre debió ser, estoy seguro de que podremos ayudar al mundo.
El General da otro suspiro más profundo mientras guarda su arma-De nuevo, no es tan simple. Los hombres pueden ser rencorosos y odiosos. Mucha gente odia todo lo francés en estos momentos, y ese odio persistirá. Pero lo que más temo son los que vinieron en el viaje. De la Mar es enigmático, pero creo que tiene una postura neutral. Sierra, por el contrario, puedo notar cierto odio en sus palabras cuando hablamos de Europa. Parece controlado por ahora, pero si comienza a hacerle caso a esa...serpiente en su cabeza, traerá muchos problemas si empieza a ganar seguidores. Dios no quiera que arrastre al país a una guerra de odio.
-¿Cómo podemos evitar eso, señor?-pregunto, algo angustiado por la revelación
-En tu caso, sé el héroe del pueblo. De todo el pueblo: criollos, mestizos, africanos, nativos... tienes que unirlos a todos bajo la bandera de México, y cuando esta crisis haya pasado y vean que no son tan diferentes entre sí, comenzarán a ver que no son tan diferentes de los europeos ni de nadie más-Se para del muelle-Ve a descansar, muchacho. Todos tenemos una parte que cumplir. Duerme bien para que cumplas con la tuya. Cuento contigo, hijo-y se fue
Ese pensamiento me siguió durante los siguientes meses. Si en mis tiempos, con la globalización y cercanía que había, los conflictos seguían, ¿Cómo haríamos para vencer esos obstáculos ahora, donde la distancia y el tiempo son tan grandes que visitar otro país es como visitar tierras místicas? ¿Cómo haríamos para hacer ver a la gente que no había diferencia por raza o religión, sino que todos éramos mexicanos y debíamos unirnos?
Aún con las preguntas en mente, no doblegué en mi tarea. Realicé entrevistas junto al capitán Mendoza que se repartieron por toda la región, y realizamos vuelos más audaces para entretener a la gente. Era en cierto modo divertido ver como la gente, sin importar la etnia, se acercaba a la pista a ver, si bien me causaba conflicto el que los criollos acaudalados se sentaran alejados de los nativos y africanos, que no tenían problemas entre sí. Por suerte, no veía esos problemas cuando los niños se me acercaban en el muelle a interrumpir mis tardes de relajo. A veces me pedían que los cargara en mis brazos, o que les contara sobre cómo era estar allá arriba en el aire o el mundo del que venía. Todos los pequeños jugaban juntos, sin importarles mucho el color de su piel. Los más grandes comenzaban a separarse y a mostrarse más cínicos
-Mi papá me dice que no me junte con indios porque se me va a pegar lo tonto
-Todos dicen que los negros son salvajes y me podrían atacar en cualquier momento
-Mis papás siempre hablan de que somos especiales y que no deberíamos juntarnos con la chusma
Todos estos fueron comentarios que oí en carne viva de los niños. Aún que no correspondía, comencé a señalar las fallas en su lógica. De este modo, podría insistir un cambio en los niños sin comprometer mi imagen con los padres
-Pues yo estoy rodeado de mucha gente, nativos incluidos, ¿Me ves cara de tonto?
-Pues a mí no me ha atacado nadie, y me llevo muy bien con ellos
-Yo me considero parte de la chusma, ¿Y no soy interesante?
Por supuesto, como quiera terminé ganando la enemistad de algunos padres, pero también la confianza de otros. En una ocasión, una madre nativa vino a verme a los cuarteles y me agradeció mucho que jugara con su hijo mestizo, y que nunca lo había visto tan feliz desde que su padre criollo los echará de la casa. En otra ocasión, un padre de origen africano se aproximó a mí en la cantina cerca del muelle, expresando que pasaba mucho tiempo trabajando en el barco de la Marina para traer comida a la mesa, y que su hijo era un gran fan de mis historias y que estaba tranquilo sabiendo que el muchacho estaba a salvo conmigo. Una vez incluso me aproximaron un contingente de caballeros adinerados me acompañaron en una caminata por el pueblo mientras hablaban de la gran influencia que tenía en los peques por ser "iluminado" y hablarles a todos por igual, señalando que necesitaban más gente así para defender a las minorías indefensas de los opresores de mente corta. Aunque no me agradó el modo condescendiente en que hablaron, me pareció bien que comenzaba a haber un cambio y una lucha más abierta.
Así fue por varios meses, en los que mi popularidad creció a un paso lento pero constante. Y entonces un martes de octubre, llegaron noticias de Europa. La Armada de Conquista de Napoleón estaba lista, e iba a zarpar pronto con destino a Cuba para reunir más barcos ahí y de Guatemala. Se rumoreaba que la flota tenía alrededor de 120 barcos y casi 20 mil hombres para invadir el país hasta el momento. Aunque no cundió el pánico en el momento como había pasado antes, la gente volvió a sentirse desesperanzada y con miedo de lo que vendría. Pero en el momento que llegó el Almirante de la Mar para negociar con los estadounidenses por más apoyo, a los pocos días de la noticia, estalló la bomba: tan pronto se bajó del carruaje, la gente se le echó encima, preguntando qué se haría para salvarlos
-¡Vienen los peninsulares! ¿Qué vamos a hacer?
-No estamos solos, ¿verdad? Seguramente hay más soldados en camino ¡Deben traer más! ¡No nos dejen aquí varados!
-¡Vienen miles a matarnos! ¡Tienen que sacarnos de aquí!
Y a unos metros de ahí estaba yo, regresando de mi sesión normal en los muelles y acompañado por algunos niños, viendo como la guarnición de la Marina en la puerta batallaba para repelerlos. Puedo jurar que casi le arrancan el uniforme al Almirante.
-Señor Cienfuegos-me dice un pequeño mientras estira de mi pantalón-¿por qué se están peleando los adultos?
-Tienen miedo, muchacho- le digo mientras me inclino a su altura-Miedo de perder muchas cosas porque vienen los franceses
-Pero yo no tengo miedo-responde otro peque-¡Porque usted nos va a proteger con su pajarote!
-¡Sí! ¡Usted puede, señor Cienfuegos!-se sumaron al coro los demás niños-¡Va a volar y a espantar a los gachos!
Escuchar eso de los muchachos despertó algo en mí. Lo que hice después fue un instinto que habían despertado ellos, pero que siempre había estado ahí. El instinto de hacer lo necesario para que México estuviera a salvo y pudiera prosperar. Estos pequeños; este pueblo; este nuevo México... Aparté gentilmente a los niños a un lado de la calle, tomé un cajón de por ahí, me subí en él, cargué mi Rosita, y disparé al aire. La multitud se detuvo y pasó a fijarse en mí.
-¡Eh, bola de tontos!-grité con la voz más fuerte que jamás hice-¡Dejen de actuar como animales enjaulados y cálmense de una vez!
-¡Pero Napoleón ya viene!-dijo una señora dentro de la multitud que ahora se acercaba a mí-¡Va a llegar y a quemar este país hasta que no quede nada!-La multitud comienza a agitarse de nuevo
-¡Eso no sucederá!-grité aún más. Todos se callaron-Nosotros estamos aquí para eso. Créanme cuando les digo que Napoleón puede tener los números pero nosotros tenemos el corazón y la pasión para luchar
-¡Esas tonterías no pueden contra balas y cañones!-gritó alguien entre la multitud-¡Yo me voy de aquí! ¡Que se pudran los indios estos!-Otros se le sumaron y al poco tiempo hubo abucheos y objetos aventados a mi cara mientras la misma turba se agitaba consigo misma
-¿Me dicen acaso que no pueden?-contesto firmemente-¡Antes de que llegáramos, ustedes solos estaban a punto de derrumbar al virreinato! ¡Dejen de buscar excusas, compatriotas!-ese último gesto detuvo todas las amenazas y trajo el silencio y la atención de vuelta
-Miren a su lado-continuo-Todos los hombres y mujeres que están aquí, tienen lo mismo que ustedes: una familia, un hogar...una identidad. Dejen de huir y empiecen a verse entre ustedes; ¡a confiar entre ustedes! Y así también, confíen en nosotros. Este también es nuestro país, nuestras tierras, nuestra familia...¡nuestra identidad! Confíen en nosotros, peleen si es necesario, pero sepan una cosa: México es sino la mecha de un fuego que sacudirá el mundo, ¡Compatriotas, no dejen que ese fuego sea extinguido! ¡Dense la mano, ayúdennos a ayudarles, y juntos defenderemos. ESTE. PAÍS!
En ese punto, todos dejaron de pelear entre ellos y comenzaron a aplaudirme. Me veían como algo más que aún héroe ahora. Un símbolo que los guiaba y los protegería de la tormenta que venía. A partir de entonces, no hubo más disturbios. Comenzamos a realizar simulacros de evacuación y entrenar guarniciones de voluntarios para ayudar en la defensa, y todos cooperaban con un orden sorprendente para la situación. Albañiles que no se ocupaban en otro lado trabajaban hasta altas horas de la noche para construir barricadas, y gente de todos los estratos sociales donaba recursos para hacer obstáculos caseros en caso de que el enemigo pisara tierra. Por mi parte, la nueva explosión de popularidad hizo que me sintiera como celebridad perseguida. Si antes no tenía descanso, ahora menos, pero sentía que todo valdría la pena. Y así transcurrieron los meses previos a la gran batalla que vendría. No mucho sucedió en ese entonces, así que no lo documentaré aquí.
Bueno, faltó una cosa que agregar. Seguido de mi discurso de ese día, los altos mandos pensaron que sería una buena idea repartirlo junto con un retrato mío, para subir aún más la popularidad. Y mientras un retratista me tomaba mi retrato en su local, alguien más entró.
-¡Ah, debe ser el otro!-dijo el retratista mientras se paraba a recibirlo-¡Adelante! Puedo trabajar con los dos al mismo tiempo
Cuando dijo el otro, supuse que debieron haberle indicado al capitán Mendoza que se hiciera un retrato también. Pero para mi sorpresa, el nuevo invitado no vestía el uniforme de la Fuerza Aérea. Sino el de la Marina.
-¿Conque usted es el famoso capitán Cienfuegos?-pregunta el extraño. Casi al mismo tiempo que asiento, suelta una carcajada.
-¿Qué es tan gracioso?-pregunto intentando no dejar de posar
-Es sólo que...-dice el marino extraño-No se ofenda, pero con esa cara de chango marango que tiene, además de esas cicatrices, me cuesta creer que es el otro chico del poster.
Me sentí profundamente ofendido.
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Extra: dibujo de mi hermano menor sobre su impresión del protagonista.
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