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IV

-¡Le pegaron bastante feo, capitán!-le dije burlonamente al Capitán Mendoza mientras un oficial médico lo examinaba-¿Cómo le hizo para pasar ileso por toda la ciudad, y luego le pegaron 3 tiros en los últimos 5 minutos de combate? Y para regarla, ¡todas en el hombro! 

-¡Cállese, que usted tuvo suerte!¡Ay!-gritó mientras le abrían la herida para sacarle las balas. El resto del escuadrón, también presente, se río conmigo-Nomás unas cuantas esquirlas para ti. Aunque bueno, la racha de heridos empezó con nuestro querido amigo aquí presente-dijo en burla mientras señalaba al soldado que había hecho guardia conmigo en el edificio.

-Bueno, ya pagué por eso-dijo mientras señalaba las vendas en su costado-Aunque deberíamos conservar los materiales quirúrgicos para los peores casos ¿No cree?

-No-dijo el Coronel Aguilar mientras entraba-Lo que deben hacer es evitar que les peguen para empezar. Eso va para todos ustedes, pachoncillos. ¡¿Quedó claro?!

-¡Señor, sí señor!-respondemos todos juntos

-Muy bien-continua el Coronel-Todos los que se puedan mover, ¡fuera! Los generales están terminando de hablar con el virrey Vene...Vene...-saca un papel de su bolsillo-¡Venegas! Con el virrey Venegas y su gabinete. En otras palabras, van a dar el anuncio pronto. Así que, si no están encamados o en operación, ¡Salgan y formen filas en la plaza!

Hicimos caso y salimos. Estábamos en un hospital improvisado, en los alrededores de la Plaza de Armas, o "El Zócalo" como nosotros le decíamos. Era la tarde del mismo día. Pasando al centro, vimos las señales de lucha que había sucedido. Marcas de balas en todos los edificios, algunos incluso pareciendo a punto de colapsar, y un pequeño crater cerca de la puerta del Palacio Nacional, probablemente causado por una granada improvisada. Además, el lugar estaba pintado de negro, y aún se podía oler la pólvora quemada, sin mencionar que también había olor a carne y sangre. Por mucho que nos tuvieran arrinconados en la armería, era claro que aquí se libró la lucha más encarnizada.

Nos formamos todos-ejército, marina y fuerza aérea-frente al enorme Palacio Nacional, rifle en costado. Como al capitán seguían sacándole las balas, yo estaba al frente del escuadrón, o más bien de los dos tercios que pudimos salir a formarnos. Los civiles viajeros estaban enfrente, mirando a la azotea desde la que solían ver la recreación del grito cada 16 de septiembre. Más atrás observé a los soldados enemigos derrotados, viéndonos con ira, y hasta el fondo, a los residentes de la ciudad, temerosos y con miedo de acercarse. Debimos parecer extraterrestres o invasores de tierras lejanas para ellos. Los únicos que se dignaron a acercarse eran niños que nos pisaban o jugaban bromas, intentando hacernos reaccionar y sacarnos de formación, sin éxito. Un niño, de hecho, vino directamente a mí. Moviendo sólo mis ojos, vi como primero me veía con asombro, y luego me pisó para salir corriendo. No hice nada ni reaccione a ese gesto, aunque sí lo sentí. 

Alrededor de 15 minutos pasaron para que las puertas del balcón se abrieran, al mismo tiempo que una banda de guerra entraba a la plaza tocando fanfarrias. Aparecieron los Tres, recibidos con una ronda de aplausos por los civiles viajeros y fanfarrias todavía mayores.

-¡Damas y caballeros!- dijo el General Sierra al tiempo que callaban los aplausos y la música-¡Ciudadanos de la Nueva España! Sé que los eventos del día de hoy les han parecido sorpresivos, traumáticos y misteriosos. Escuchen con atención lo que les diré: a partir de ahora, ¡Se declara la independencia de la Nación Soberana de México!-Todos los viajeros aplaudieron al escuchar estas palabras, mientras que los demás se mostraron confundidos o se pronunciaron en contra de esto.

-Sabemos que durante mucho tiempo Nueva España ha sido poco más que una fuente de riquezas para la España peninsular-continuó ahora el Almirante de la Mar-¡Pero eso se terminó! ¡Ahora serán libres de determinar su propio rumbo y gozar de las riquezas de la nación sin deberle nada más que a la nación misma!-Siguen más aplausos, acompañados de dudas un poco más positivas

-Con la firma de este documento-habla el General Levante mientras muestra un papel impreso-será oficial la independencia. A partir de ahí, estableceremos el orden en el país y crearemos las instituciones correspondientes para que esa independencia sea fuerte y respetada por las demás naciones del mundo. Cuando termine, ¡prometemos que vendrán años de libertad y de gozo sin comparación alguna!

Se hizo a un lado, y mientras ponía el papel sobre la barandilla del balcón, un hombre-el virrey- vestido en un uniforme rojo y azul se acerca, pluma en mano, mientras los tambores de la banda comenzaban a sonar con más fuerza. En el momento en que puso su pluma en el papel, los tambores se detuvieron. Cuando el virrey terminó, pasó la pluma a los Tres, y firmaron en sucesión. Cuando los Tres terminaron de firmar, juntos levantaron el papel, acompañados por una fanfarria victoriosa y el aplauso de la multitud. Yo mismo no pude contener mis lágrimas, pensando "El futuro será grande. Con esto, evitaremos corregir los errores del pasado". Al mismo tiempo, la multitud comenzó a gritar "¡Viva México!"

Pasaron los días. Se enviaron mensajeros alrededor del país. El impacto de la caída de la capital debió ser tremendo, pues la gran mayoría de los puestos militares y asentamientos reconoció la declaración, y el resto se atrincheró en su lugar, aislados y dispersos por el país. Se había acordado darles la opción a todos los residentes de decidir ser mexicano, o volver a su tierra sin persecución alguna, si bien no se reconocía por el momento mantener la residencia alienígena debido a falta de tratados. Una gran mayoría de los movimientos insurgentes que ya estaban establecidos previo a nuestra llegada mandaron rápidamente representes, aplaudiendo la firma de la declaración y ofreciéndose a formar parte del establecimiento de leyes. 

Sin embargo, no todo era dulces y rosas. Al parecer, un jinete mensajero había cabalgado sin descanso desde la Ciudad hasta Zapotlanejo, Jalisco. Rápidamente le llevó la noticia de la toma de la ciudad al general Felix Calleja, quien estaba por enfrentar al grupo de insurgentes comandados por el cura Miguel Hidalgo. "¿Y quién es ese cura?" probablemente te preguntas. Quizás ahora sólo lo reconozcan como un precursor de la independencia que apenas aparece en los libros, pero de donde vengo, era considerado el Padre de la Patria, y que se suponía moriría a causa de eventos desencadenados por la derrota a manos del general Calleja. El punto es, que el general tomó la decisión de regresar a toda marcha a la capital, llamando a todos los soldados que se topara en el camino a sumarse a su ejército de ya casi 6000 hombres. Mientras, Hidalgo reorganizó su ejercito en Guadalajara, y cuando recibió la noticia de la toma de la capital, según me cuentan, no lo tomó tan bien como se esperaba, si bien decidió reconocer la declaración como legitima antes de dar caza a Calleja

Así, el único obstáculo real en estos momentos era el avance del general Calleja. Los Tres, al tanto de la situación, decidieron que lo enfrentarían en las afueras de la Ciudad, pero lo harían usando las armas modernas que viajaron con nosotros. Decidieron que, si bien eran muy valiosas para usarse en cada pequeña situación, demostrarlas contra el ejército atacante disuadiría al resto de la resistencia de deponer las armas y mostrar un argumento convincente a no usarlas. Instalaron baterías en las colinas circundantes y se buscó rápidamente implementar el uso de globos aerostáticos para monitorear el avance de las tropas y señalar el fuego de artillería, mientras la guardia designada de la capital usaría armas automáticas en una línea de trincheras improvisada. En otras palabras, sería menos una batalla y más una masacre. Y efectivamente así fue, pues la mitad de los 10,000 hombres que el general había reunido cayeron sin disparar una sola bala y la otra mitad desertaron inmediatamente. El general, arrinconado, se rindió sin remedio.

Sin embargo, yo no estuve ahí para verlo. La marina y la fuerza aérea habían partido en diversas caravanas a las costas del país. En mi caso fuimos a Veracruz, el objetivo más probable de una posible invasión por mar. No entendiendo para qué se ocuparía a la fuerza aérea en el mar, le pregunté al Coronel

-¡Pos pa pelear desde el aire, mi chavo!-me dijo en tono burlón

-No comprendo-continué-¿Volaremos globos como en la capital, señor?

-No, como crees-me respondió-Esos los vuela casi cualquiera. A ustedes los ocupamos para volar algo más..."aviónico".

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