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III

Nos abrimos paso por la ciudad. En formación circular, corríamos rápido por la calle, vigilando cada quien un punto de nuestro alrededor. La gente estaba aterrorizada, diciendo cosas como "¡Dios mío!", o "Vienen a matarnos ¡Alguien, ayúdenos!". Estaban paralizados del miedo, así que no eran ningún peligro. Me concentré en revisar mi sector exhaustivamente, y cuidar cada esquina que pasamos. Confiaba en que los demás hacían lo mismo.

-¡Contactos!-gritó alguien detrás mío. Volteando rápidamente, vimos al menos 30 soldados aproximándose por una calle adyacente. Tomé cobertura en una esquina y apunte mi rifle al objetivo más cercano. Tomé un breve respiro, y jalé el gatillo, casi en simultaneo con el resto del escuadrón, produciendo un estruendo ensordecedor. Una nube de humo salió del cañón, y antes de que se esfumara, mi objetivo cayó al piso. Inmediatamente después, me giré hacia el siguiente . La mitad de los soldados ahora yacían muertos, pero la otra mitad ahora estaba a distancia de tiro y a cubiertos. Apunté rápidamente a otro, pero mi tiro falló y se incrustó en una pared. Me agaché rápidamente detrás de la pared, pues los enemigos iban a disparar. Una serie de explosiones vinieron, y la madera de las paredes saltaba destrozada a mi alrededor. Cuando ya no escuché más disparos, volví a apuntar. Esta vez, no fallé. Quedando pocos enemigos, el capitán dio la orden de avanzar. La escuadrilla corrió rápidamente antes de que pudieran recargar. Asustados, algunos enemigos soltaron las armas y huyeron, mientras otros desenfundaron sables y puntas de bayonetas, y nos atacaron cuerpo a cuerpo. Una pena que nosotros no necesitábamos recargar en el momento.

-¿Qué fue eso?-pregunta enojado otro capitán-¡Los podrían haber matado!

-Pos no lo hicieron-contestó el capitán Mendoza-Y el tiempo es esencial, así que apurense

Recargué los tres tiros que hice y tomé una bolsa de pólvora del piso, mientras notaba el olor a humo. Resumimos nuestra marcha a la armería sin más problemas en el camino. Cuando llegamos a la plaza, sin embargo, encontramos un enorme grupo esperandonos

-¡Fueg-!-gritó el comandante enemigo cuando le disparé, justo antes de cubrirme para evitar el muro de fuego que venía. Esta vez, una bala pasó cerca de mi cara y un montón de esquirlas me causaron múltiples y dolorosos rasguños. Tuve suerte de que la bala no me arrancara la nariz. El capitán dio una señal de flanquearlos y subir. Nuestra escuadrilla se movió alrededor del edificio izquierdo, mientras otras dos continuaban disparando por el frente y la última rodeaba alrededor del edificio contrario. Cuando llegamos al lado contrario de la plaza, forzamos la puerta y entramos. Subimos las escaleras hasta el tercer piso. Un montón de mujeres salieron despavoridas, en lo que nosotros nos posicionamos en las ventanas. Como los enemigos estaban distraídos por los dos equipos abajo, estaban al descubierto para nosotros. Rápidamente derribamos una gran cantidad, y cuando se recobraron de la sorpresa e intentaron apuntarnos, la escuadrilla contraria abrió fuego también, agregando más confusión.

Entonces, vi como el soldado en la ventana a mí derecha cayó al piso. -¡Médico!-grité inmediatamente, mientras volteé rápidamente en la dirección en que había venido la bala. Rastreando la trayectoria, encontré a un centinela en el techo de la armería, y rápidamente lo despaché. Poco después de eso, no quedaban enemigos afuera de la plaza, por lo que las dos escuadrillas de abajo procedieron, entre una multitud de cadáveres y charcos de sangre, a la armería. Los disparos siguieron adentro, pero el ruido era tan poco que casi no se oía.

-¿Cómo está?-pregunta el capitán Mendoza al médico del grupo sobre el herido

-Se pondrá bien-contesta el médico-la bala no perforó el chaleco. Lo único que tiene es unas costillas rotas

-Qué suerte tienes, ¿eh?- le dice el capitán al herido mientras le da una suave palmada en el hombro. Los cuatro soltamos una pequeña carcajada, aunque el herido la acompañó con una muesca de dolor. El capitán continúa-¿Puede pelear?

-No lo recomiendo-dice el médico-le di un calmante suave para el dolor, y no debería moverse con esa costilla rota

-Chale-exclama el capitán-Bueno, al menos puedes cuidar la puerta-se voltea hacia mí-Cienfuegos, quédate aquí arriba y dales duro. Nuestro amigo aquí cuidará la puerta y las escaleras. De todos modos, los demás atascaremos las puertas de abajo y nos cubriremos desde la planta baja

-Sí, señor-contesté en afirmación

-Bien, parece que nuestros amigos tomaron la armería-dice el capitán, juzgando por el cese de los disparos-A trabajar, señores

Vigilando desde el punto alto, vi como los demás alistaban barricadas y lanzaban las granadas incendiarias. A lo lejos, también vi el humo viniendo de otras partes de la ciudad, mezclándose con las nubes y un tenue Sol arriba. Al mismo tiempo, me relajé un poco y empecé a notar más el dolor de las cortadas en la cara, así como el polvo y olor a pólvora que ahora despedía mi uniforme. Me pregunté en silencio qué haríamos cuando termináramos aquí. Si la caída de la capital nos daría el resto del país, o si tendríamos que pelear una larga guerra para asegurarlo. "Aún así, mejor que lo que teníamos antes" pensé. "Sería una guerra que terminaría al final". Pronto abandoné mis pensamientos, pues debía concentrarme en el momento. Un miembro de adentro de la armería vino al edificio, y nos dio municiones y pólvora. Recargué mi arma, y permanecí vigilante.

Se supone que debíamos llamar la atención, pero pensaba que no habíamos hecho bien el trabajo. Pasó un buen rato, le calculo hora y media, y no pasó nada. Y aún así, no podíamos relajarnos. En todo momento, sujetaba mi arma firmemente, mirando alrededor para asegurar que no hubiera ningún movimiento. Abajo, escuchaba a los soldados charlar, a veces hasta riendo, pero sabía que ellos estaban igual de antes. Probablemente la única razón por la que no hablé con mi compañero es porque el solo hecho de respirar le causaba dolor, mucho menos hablar. De todos modos, de vez en cuando volteaba a ver como estaba. Recostado contra la pared, con el arma apoyada sobre su pierna, permaneció vigilante de la puerta del otro lado. Saber que alguien te cubre la espalda es parte de lo que hace un ejército, más allá de los números y armas.

Finalmente, la calma dio paso a la tormenta. Al otro lado de la calle, identifiqué a una fuerza enorme de enemigos viniendo hacía nosotros. -¡Ahí vienen!-grité. Todos estábamos listos para dar batalla. Justo cuando los soldados enemigos entraron a distancia de tiro, escuché que alguien gritó "¡Viva México!". Algo confundido, grité "¡Viva!" junto a los demás compatriotas, al tiempo que comenzamos a disparar.

El fuego hizo su trabajo: los soldados no podían pasar, y dado que sus armas eran de menor alcance, tenían que acercase mucho al fuego para poder darnos. Muchos cayeron a las llamas y al calor cuando su uniforme prendió chispa y salían despavoridos. A los que no, nuestra lluvia de plomo los decimaba y los hacía retroceder. Sin embargo, eran demasiados. Apegado al marco de la ventana, disparaba tres veces y luego me cubría de numerosos impactos detrás de la pared mientras recargaba. Comenzaron a traer agua de pozos circundantes y barriles cercanos. Concentramos todos nuestros esfuerzos en los cargueros, pero poco a poco iban apagando las llamas. No sabíamos cuanto más debíamos aguantar, pero seguimos peleando, disparando y esquivando sus balas. Pero entonces, el cielo se oscureció y comenzó a llover. El agua extinguió las llamas, y cuando el fuego finalmente cedió, una ola de atacantes se nos vino encima. Las balas enemigas doblaron en numero, al punto de que la pared que usaba de cobertura sucumbió al daño y me dejaba expuesto. Cada pocos minutos, ganaban un poco de terreno. Desde arriba, vi como algunos de mis compañeros eran heridos, atendidos por el médico, y luego continuaban disparando a pesar de las heridas. Seguíamos peleando, cansados y agitados, empujados al límite.

Para nuestra sorpresa, cuando parecía que todo iba a caer, vimos la señal de humo naranja. Con un nuevo aliento, continuamos defendiendo la plaza un poco más. Los soldados de adentro de la armería se arrastraban debajo del fuego para traer más munición, arriesgándose a ser heridos también. Oí un disparo detrás mío. Volteo y veo que el soldado está disparando.

-¡No podré contenerlos mucho tiempo!-gritó-¡Son demasiados!

-¡Sólo un poco más!-contesté-¡Resiste!

-¡Vamos! ¡Prueben esto, gachupines!-grita el soldado herido-¡Tengo suficiente para todos! Espera, están retrocediendo. Creo que fue una orden ¡Se están rindiendo! ¡La ciudad es nuestra!

Poco a poco, los tiros cesaron y los atacantes retrocedieron. Del otro lado apareció un jinete a caballo, cargando una bandera blanca. Al mismo tiempo que se detenía frente al capitán Mendoza, las nubes se abrieron para dar paso al Sol. Supe entonces, que habíamos ganado.

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