El adiós definitivo
(PARTE ÚNICA)
El director Albus Dumbledore del colegio Hogwarts era un hombre intachable de larga barba, túnicas infinitas, bondad y sabiduría.
Hermione Granger, por ejemplo, sabía que si había alguien en quien podía confiar ciegamente, sería en el viejo hombre que brillaba tanto como por su inteligencia, como por su correcta y pulcra carrera como el mago más virtuoso del mundo.
Por eso no era extraño para Hermione, ni para el resto de alumnos que Dumbledore desapareciera cada viernes en rumbo desconocido.
Lo imaginaban descansando, defendiendo los derechos de los más desvalidos, creando un mundo mejor.
Nadie sabía que Albus Dumbledore, de buen corazón, pasaba cada viernes de los últimos treinta años, visitando a Gellert Grindelwald, el genocida de muggles más grande la historia.
Había empezado por piedad, pero al poco tiempo, cuando la celda parecía cada vez más oscura y tenebrosa, aceptó que lo hacía por amor. Como siempre.
El eterno amor de un hombre bueno a uno infinitamente malo.
- ¿Qué demonios haces aquí? - Gritaba el viejo y amargado mago oscuro cuando le veía llegar.
- ¿Podemos dejar las ceremonias por hoy querido Gellert? - Albus saca de su larga túnica dos chocolates que extiende lentamente entr las rejas. - La semana se me hizo larga esta vez, te he extraño más de lo normal.
Grindelwald que rechina los dientes y mira furioso más por costumbre que por ganas, relaja los hombros y acepta los chocolates. - Yo también te extrañé Albus.
- Es porque no tienes a nadie más visitándote.
Grindelwald niega mientras saborea el chocolate. - A diferencia del mundo Albus, ya tendrías que saber que encuentro mi compañía como lo único placentero en esta vida y que tu presencia, no es necesaria, pero si apreciada.
La sonrisa de Dumbledore es grande, mientras luego parlotea de nimiedades que Gellert escucha con paciencia, como hace treinta años.
Gellert había dejado de pelear luego de la batalla donde el pacto de rompió, huyó durante un tiempo y aunque hubiera podido levantarse en guerra nuevamente, jamás lo intentó. Pronto fue capturado y propiamente encarcelado en Nurmengard, de donde curiosamente, tampoco insistió en escapar.
Albus tenía la teoría de que Gellert sabía, indefectiblemente que jamás ganaría y se dejó llevar por la pesadumbre. Poco o nada sabía que en realidad, Gellert usaba la cárcel como excusa para que Dumbledore tuviera donde buscarlo, dejando de lado el peso de hacerlo el mismo.
Por eso, cuando luego de treinta años, Albus desapareció sin dar más señales, Gellert Grindelwald encontró su compañía por primera vez en su vida, tediosa. - ¡Hey... carcelero!
El hombre que cuidaba los pasillos lo miró con desdén. - ¿Qué?
Grindelwald se apoyó en la reja, pretendiendo no sentir el dolor de los años encima. - Albus Dumbledore, el viejo débil y sentimental que me visita, no viene hace dos semanas. No es que me importe, pero... ¿Sabes que paso con el?
Los rumores de la cárcel hablaban del viejo amor que entre bueno y malo existía, por eso el carcelero reconocido por su frialdad, sintió lástima por primera vez. - Murió hace dos semanas exactamente señor, en la guerra contra... ya sabe quien.
Gellert asintió, tomó entre sus dedos su pequeña colección de envoltorios, que ordenaba por colores mientras sus manos temblaban un poco, todos los dulces que alguna vez Albus llevó.
Luego de unos minutos, el vacío de un dolor agudo lo inundó, muy parecido al dolor de cuando perdió la guerra, pero esta vez, como si su alma se partiera con ella.
La única lágrima que derramó en su vida, llegó y luego una amarga y tranquila sonrisa, porque podía dejar de luchar. Podía partir, pues la única razón por la que seguía ahí, era por los viernes de visita.
Se repetía normalmente que Albus jamás sobreviviría sin el, pero ya no había que mentir, el que no viviría era él.
Esa noche se durmió recordando su última visita, sintiendo el calor de la fría y arrugada mano de Albus sobre la suya a través de la reja. - Te amo Gellert.
- Largo.
La sonrisa del viejo director y una venia enmarcaban la partida que emprendía lentamente lejos de la reja, esperando escuchar el viejo murmullo de siempre como despedida. - Te amo Albus. - Sonaba débilmente.
Gellert recordó eso y se durmió, listo para partir de un mundo que ahora definitivamente ya no le interesaba, porque su única luz se había apagado.
Y soñó, como el más débil de los muggles, que existiera un lugar donde los amantes se encontraran, solo para pelear de nuevo con su viejo amigo, su adorado amor, Albus Dumbledore.
Poco tiempo después, en el auge de la guerra mágica contra Lord Voldemort, en una noche particularmente obscura, Gellert Grindelwald recibió la imperiosa visita del señor tenebroso, que buscaba algo que fue propiedad de Grindelwald, si, la varita de saúco, -Dime Grindelwald, dime dónde está, quien la posee?- pregunto la voz fría, susurrante y serpenteante del señor tenebroso.
Grindelwald, en un último intento de valentia, redención cómo gesto de lealtad hacia su eterno amor y rival, Albus Dumbledore, se levantó a pesar del dolor que la edad le provocaba, vio al mago obscuro y con seguridad le respondio: -Sabia que vendrías Tom, yo jamás tuve lo que buscas... y aunque lo encuentres, jamás vas a ganar, Voldemort... Jamás!!!-.
En un arranque de ira, Lord Voldemort tomó su varita en las manos y torturó el frágil cuerpo del anciano... para después dejarlo tirado en el suelo, y pronunciar el hechizo que apagaria la vida del anciano, -Avada Kedavra-, y un haz de luz verde inundó la obscura celda y en una nube negra salía por una pequeña rendija el señor obscuro... en el suelo yacía el que una vez fue llamado el mago tenebroso más grande de todos los tiempos, superado solo por Lord Voldemort, así yacía Gellert Grindelwald, con un rostro sereno y una pequeña sonrisa de alegría se dibujó en el cadáver, pues al fin podría salir de allí, e ir en busca de lo única persona que amó y había perdido casi un año atrás, así al fin Dumbledore y Grindelwald podrían estar juntos nuevamente.
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