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¿Cuánto tiempo tarda en sanar una herida? Tal vez días o semanas dependiendo del lugar y que tan profunda sea, empero cuando estas son del corazón pueden tardar más.

Para sanar las heridas, el tiempo apremia y los cuidados delicados y amables pueden definirlo todo, tal como pasaba con Takemichi, pues sin saberlo, y de la manera más inesperada, Mikey curaba su corazón

Desde que vivían juntos no había un solo día que Manjiro no lo abrazara o que no le dijera cuánto lo quería. Era un chico demasiado empalagoso, y a Takemichi cada vez le gustaba el sabor dulce.

De poco en poco, Manjiro se hacía un espacio en su vida y también en su corazón.

Tal vez era la gentileza con que lo trataba o quizá la forma cariñosa con la que siempre le miraba lo que le hacía bajar la guardia y provocaba una sensación extraña en su pecho cada ocasión que su pensamiento lo llevaba a él.

Se había vuelto una costumbre mirarlo “discretamente” todas las mañanas mientras se alistaba para irse, y en esos momentos no podía evitar preguntarse si él, con lo atractivo, considerado y espléndido que era, podía amarlo o porque lo hacía. Después de todo, el miedo puede lastimar más que la realidad misma.

Pero lo que Takemichi no sabía es que, si pudiera verse con los ojos que el rubio lo hacía, sabría que lo miraba como si fuera la estrella más brillante y hermosa en el firmamento.

Y aunque Mikey se daba cuenta de esas miradas fortuitas y tímidas del ojizarco, no podía sentir más que ternura. 

Takemichi era como un animal herido, temeroso después de ser tan lastimado y dispuesto a huir, apenas se sintiera amenazado. Sin embargo, por más complicado que pareciera, estaba dispuesto a esperar. 

Sería paciente hasta que sanara y pudiera amar de nuevo. 

Y entonces, así conquistaría el corazón de su amado Takemichi.

—Te amo, Takemicchi —musitó con dulzura contra los labios del ojiazul, dejando un casto beso antes de marcharse. 

De manera inconsciente, Takemichi tocó sus labios y suspiró enternecido antes cubrir su rostro con la frazada totalmente avergonzado.

No podía decir que sentía lo mismo por Manjiro, pero el cálido sentimiento que provocaba en su pecho con cada palabra, con cada abrazo o con cada beso provocaba en él una tranquilidad tan irreal que lo asustaba, pero le hacía querer más porque esa atención era lo que Takemichi siempre había soñado. 

 ¿Acaso eso era ser amado?

Porque mientras que Shinichiro era una droga que le causaba ansiedad, tristeza y que lo mataba lentamente, Manjiro era como una suave melodía que lo arrullaba y abrigaba tiernamente hasta quedarse dormido.

Una sonrisa se dibujó en sus labios cuando los toquecitos en la puerta robaron su atención, y rió ligeramente al imaginar que por estar distraído, Manjiro había olvidado algo. Poco a poco se había acostumbrado a los pequeños detalles del rubio.

Se levantó de la cama más rápido de lo que alguna vez en su vida lo hizo, importándole poco continuar en pijama o con el cabello por ningún lado. 

La verdad es que aunque quisiera disimularlo su corazón latía con fuerza queriendo verlo una vez más.

—Olvidaste algo, Mikey-kun...

Su sonrisa desapareció y el rastro de paz se esfumó cuando encontró los profundos abismos que tanto le gustaban en la persona que más daño le causaba.

—Hola Takemichi. Tanto tiempo sin vernos.

—Shinichiro.

La voz temblorosa del Hanagaki fue como una melodía para el Sano. 

Aún provocaba algo en él.

Sin permiso, pero sin objeciones, Shinichiro se adentró en el departamento de Takemichi, que a comparación de tiempo atrás, el ambiente se sentía más cálido y vivaz. Una sensación que sólo podía brindar el hogar. 

Un hogar que Takemichi estaba formando con Manjiro. 

Uno que debía detener antes de que fuera tarde.

—Hace mucho tiempo que no nos vemos, Takemichi —soltó con fingido desinterés—. Pareciera que te estás escondiendo de mí.

—No se trata de eso, es sólo qué he estado ocupado.

—¿Hasta para mí? 

La sensación asfixiante de un nudo en la garganta empañó los ojos de Takemichi.

Después de tratarlo como su prioridad, estar para cuando lo necesitará, olvidarse de su dignidad y haber buscado cualquier excusa para estar con él, ¿se atrevía a preguntar?

¿Qué tan infeliz tenía que ser para que Shinichiro estuviera satisfecho?

—Sí, Shinichiro. Lo siento. —respondió con simpleza, evitando su mirada. Su corazón, tan traicionero como siempre, se mantenía débil ante el azabache—. Lo siento.

Tras semanas de no ver al ojiazul todo tipo de escenarios se crearon en la mente de Shinichiro, todos menos ese. 

Una escueta y fría disculpa era lo que menos esperó escuchar alguna vez. 

¿No se supone debía estar triste y desesperado por no verlo, por no saber de él?

¿Cómo podía estar tan tranquilo? ¿Qué no lo amaba? 

—Ya veo, bueno, si ese es el caso creo que no se puede hacer nada. —Suspiró y sonrió. Aún tenía una jugada—. Tendré que venir yo a verlos y además ayudarlos con los planes de su boda.

El pecho de Takemichi se estrujó ante lo cruel y dulce de sus palabras. 

¿Por qué? ¿Por qué aunque intentaba alejarse parecía que Shinichiro se aferraba a no dejarlo ir?

—Yo no creo que sea buena idea. Mikey quiere que nosotros nos hagamos cargo por completo, y yo creo lo mismo.

Shinichiro rodó los ojos. Comenzaba a fastidiarse de sus negativas.

—Soy un buen consejero, Takemichi. —Caminó lentamente a él, acorralando cuál depredador—. Sólo quiero lo mejor para ustedes, además si yo me involucro en los detalles de su boda no será mucho problema. Seremos familia, ¿recuerdas?

Es gracias a mí que se casan, pensó con burla.

Takemichi dudo. Una boda eran de dos personas, y que Shinichiro se involucrara, además de jugar con su corazón, no lo creía buena idea por más hermano de Manjiro que fuera.

Le robaba el aliento sin poder evitarlo.

—Tengo que hablarlo con Mikey. No creo que eso sea justo que tú...

El suave tanto de los dedos de Shinichiro sobre sus labios detuvo sus palabras.

—Somos amigos, Takemichi, y Mikey no tiene por qué saberlo —musitó con falsa dulzura y besó la comisura de sus labios—. Este será nuestro secreto, Takemichi.

Shinichiro tan similar a una serpiente, se envolvía alrededor de su cuello con habilidad y paciencia, listo para en cualquier momento, estrangularlo y llevarlo al infierno. 

Porque si uno de los dos estaba decidido a algo, ese era Shinichiro Sano, quién no desaprovecharía la debilidad de Takemichi para mantenerlo a su lado.

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