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—¡Eres un imbécil!
Su mejilla ardió cuando la mano de la chica se estrelló con fuerza en su mejilla antes de marcharse indignada y con la poca dignidad que le quedaba, y aunque esto molestó a Shinichiro, no pudo culparla.
Estaba de mal humor, y esa no era más culpa que del insignificante del Hanagaki.
Una molestia, eso era lo que Takemichi era.
Detestaba sus ojos sin chiste, el patético sonrojo en sus mejillas, su insoportable voz, la fragancia que calaba en lo más profundo de su cerebro y la sonrisa ridícula que siempre le dedicaba.
Pero lo que más odiaba de Takemichi es que no podía sacárselo de la cabeza, y ese era el motivo por el que, desesperado por callar su interior, fue en busca de cariño y satisfacción momentáneo. Su mayor error.
Bastó con tocar la piel de esa desconocida para imaginar que ese era Takemichi, y si esto no fue demasiado humillante, lo peor fue cuando susurró su nombre.
¡Maldito Takemichi! ¿Cuándo dejaría de ser una molestia?
¿Qué era especial, tierno o lindo? Puras tonterías. Era un simple y aburrido chico que acababa con su paciencia por su obvio enamoramiento hacia él y la manera tan patética de obedecer cada una de sus peticiones.
Insignificante y desechable, así veía a Takemichi. Como si estuviera hecho para usar
Su falta de amor propio y la devoción que le mostraba pese a sus malos tratos lo divertían al principio, pero bastaba el recuerdo de verlo dispuesto a entregarse a Mikey para que un sentimiento de furia desgarrara su pecho.
¿Tan idiota era para abrirle las piernas a su hermanito? ¿Qué había pasado con esa lealtad que juraba tenerle?
Un bastardo mentiroso, eso es lo que Takemichi era.
Y ni pensar en Mikey, él era un pobre bobo que se negaba a ver la realidad de que Takemichi nunca lo amaría.
Porque si Takemichi se dignó en voltear a verlo o aceptar su estúpido matrimonio era nada más porque él se lo había pedido.
Pero cada quien se engaña de la manera que quiere, ¿no?
Para mejor prueba el mismo, pues bastó con un arranque de despecho para decidirse no sólo a buscar una chica con quién pasar el rato, sino llevarla a casa.
La misma casa que compartía con su familia.
La misma casa donde Takemichi se entregó a Mikey.
¿Demasiado irónico o desesperado?
Porque si ellos se atrevían a ensuciar su hogar, él también podía hacerlo.
Él podía jugar más sucio.
Tan pronto como Shinichiro terminó de vestirse de vuelta, encendió un cigarrillo, importándole poco si lo hacía en su habitación.
Era su manera de ahogar sus penas y silenciar los pensamientos que taladraban su cabeza.
El sabor amargo del tabaco llenó boca y caló hasta su garganta, y sin buscarlo o quererlo, la imagen de Takemichi apareció en su memoria. ¿Cuántas fueron las veces que le pidió dejara de fumar? Más de las que podía recordar, y siempre con la misma y ridícula expresión:
“Deberías dejar de fumar, Shinichiro. Yo no quiero que mueras”.
Estúpido.
Su actitud protectora le fastidiaba y le divertía. ¿Creía que le haría caso sólo porque se lo pedía? Patético.
La respuesta era demasiada obvia.
Y aun así…
Aun así, hizo caso a esa molesta voz y apagó su cigarrillo.
Lo hacía porque quería, no porque Takemichi lo hubiera pedido, o al menos eso se repitió hasta convencerse.
Después de todo, cada quien cree lo que quiere creer, ¿no?
Cuando Shinichiro salió de su habitación para respirar aire más fresco, toda clase de pensamientos es esfumaron al encontrarse con la imagen que menos esperaba: Mikey con maletas en mano.
Sin embargo, no era la evidente mudanza lo que le inquietaba, sino la mirada fría plasmada en el rubio. ¿A dónde había ido la mirada cariñosa de su lindo hermanito?
—¿Qué significan estas maletas, Mikey?
—Me marchó de casa, Shin-ni. Ahora viviré con Takemicchi.
—¿Con Takemichi? —Interrogó con incredulidad, intentando contener la risa.
¿Qué tan ingenuo podía ser? No había forma que Takemichi aceptara tal cosa.
—Vamos a casarnos, es normal que comencemos a vivir juntos. Además, él me lo pidió.
Quizá en otro momento o en otra situación, los ojos de Manjiro se habrían empañado antes de partir, emocionado y nostálgico por todos los recuerdos y bellos momentos de su vida. Sin embargo, no podía menos que sentirse aliviado.
La mancha de crueldad con la que Shinichiro ensució su imagen del hermano bueno y admirable, era ya imborrable, tanto que era hasta asfixiante estar a su lado.
Tal vez era infantil y egoísta o estaba cegado por los celos, pero no dejaría que su hermano siguiera siendo una cuchilla para el herido Takemichi.
—Sólo una cosa más, Shin. Aléjate de él. —Su mirada se volvió severa, pues el chico frente a él ya no era su hermano—. Takemicchi ahora me tiene a mí.
Manjiro no esperó por una respuesta, no la necesitaba, sólo se marchó sin mirar atrás.
Cuando el silencio fue lo único que acompañó a Shinichiro toda la rabia que lo carcomía salió cuando estampó su puño en una de las paredes.
Dolía como el infierno y la sangre goteaba, manchando el suelo. Era lamentable y seguramente le costaría explicarlo, pero ni siquiera eso le importaba.
¿Por qué le afectaba tanto? No quería ni entenderlo, porque la verdad de todo eso, es que no era la partida de Mikey lo que hacía de sus pensamientos un caos, sino el irremediable olvido en el que sentía estaba quedando.
¿Takemichi se cansaría de soportar sus malos tratos y cedería a la forma tan insistente, molesta e infantil de amar de Mikey? Demasiado obvio hasta para él.
¡No, no! Su mente se aferraba a la idea que Takemichi lo seguía amando, porque así era, ¿no?
Su limosnero y cruel amor podía atar a Takemichi a él, ¿verdad?
No podía olvidarlo.
No lo dejaría olvidarlo.
Takemichi aún lo amaba y lo aprovecharía a su favor, porque aunque fuera en contra de su hermanito Mikey, él no había perdido.
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