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Capítulo 5: La pequeña Renne

Escuchó un auto aparca fuera de su casa, de modo que se incorporó de inmediato del sillón y escudriñó por la ventana. Nada más y nada menos que una patrulla... ¿una patrulla? El copiloto se apeó de mala gana. En ese momento, Matt entró en su campo de visión e interceptó al oficial.

Emily se aferró a la cortina para tapar su cara, o por lo menos lo más posible, y puso los ojos en las bocas mudas del exterior; Matt parecía algo incrédulo, escéptico. Se rascó la barbilla varias veces y se cruzó de brazos hasta que... asintió.

Luego de unos segundos el novio de su madre volvió a la casa, apresurado; volvió a salir con su cartera en mano y entregó un documento que Emily no alcanzó a identificar.

(...)

Estuvo a punto de chocar con Matt en la puerta. Tenía que admitir su incomodidad cerca de él, pero la curiosidad que le habían causado los hechos era más fuerte.

La curiosidad mató al gato, Emily; pensó.

—¿Qué querían? —inquirió, tratando de apartar la ansiedad de su voz.

Pero la satisfacción lo revivió, le recordó otra voz interior.

Él concentró sus ojos en los de ella en una expresión indescifrable.

—Al parecer hiciste algo malo —soltó.

—¿Yo? —frunció el ceño al tiempo que apoyaba un dedo en su pecho.

Matt negó para sí mismo y se alejó con dirección a la cocina.

—Pe-pero qué hice —tartamudeó.

—Vamos... no me vengas con que no sabes —la encaró —. Atropellaste a un hombre.

Para ese entonces el desconcierto corroía a Emily de pies a cabeza. Arrugó aun más el entrecejo y siguió los pasos de Matt al refrigerador.

—¿De qué hablas? No tengo idea de qué...

Él hizo un gesto para mandarla callar. Después tomó el envase de jugo, sirvió un poco y tomó de él. Emily lo contempló casi con horror.

—Tu madre no estará contenta al saberlo —comentó alzando las cejas —. Pero... te hice un pequeño favor. Nadie sabrá nada —se apoyó en una encimera y dio otro trago al vaso.

Ella tragó saliva.

—Olvida lo que sucedió aquí, ¿de acuerdo? Sólo ten presente una cosa: me debes una.

¡No arrollé a nadie!

Soltó un resoplido y restregó su cara. Absorbió su nariz antes de volver a mirar a Matt.

—Debe ser un malentendido —atajó.

Seguramente habían confundido las placas del auto o... era una broma. Ese documento, debía encontrarlo. Pero... ¿de verdad quería saber? Quizás dejar las cosas en paz no fuera tan mala idea.

—Piensa lo que quieras. Yo ya te conté los hechos.

Dicho aquello, se marchó.

(...)

Pasadas las ocho horas de estar sentada en un escritorio, las clases por fin terminaron. A veces pensaba que su trasero terminaría plano por pasar tanto tiempo sentada. Quizás ya fuera plano.

Los pasillos se llenaron del usual bullicio y los coches comenzaron a dejar el estacionamiento.

—¡Emily! Espera.

Ena, alias "cerebro andante" la alcanzó corriendo y se plantó frente a ella con una sonrisa en la cara. Su nariz (muy respingada, por cierto) estaba arrugada, lo cual significaba que... estaba a punto de pedirle un favor, o estaba percibiendo un mal olor.

—¿Crees que puedas llevarme a casa?

—No tienes que preguntarlo.

La rodeó por el hombro con cierto esfuerzo y encaminó los pasos de ambas a las puertas principales.

—¿Por qué eres tan baja, Ena? —se quejó, sonriendo.

Ena le picó el abdomen como respuesta.

—¡Ey, señorita! Controle sus manos —exclamó antes de echarse a reír.

Emily le devolvió una patada cruzada justo en las nalgas.

De camino a casa de Ena, charlaron sobre un torneo internacional de robótica que estaba a la vuelta de la esquina. Su amiga habló del evento como si se tratase del amor de su vida; ojos brillantes y muchas gesticulaciones.

—Qué gusto, Ena. Aunque suena difícil, eh —opinó al torcer en un recodo.

—Lo sé —anidó las manos en su regazo —. La selección británica está muy bien preparada.

Continuaron la marcha, pasaron algunos puentes y se adentraron en los suburbios. Las casas tenían amplios jardines y alguna que otra contaba con piscina. El bosque que se extendía detrás de ellas no era tan denso como en las películas, pero igual causaba cierto recelo.

Por el retrovisor notó que un auto se acercó demasiado a ellos. Emily se remojó los labios y apretó el paso.

—¡Oye, tú! —exclamó una voz femenina procedente de dicho auto.

Ambas se quedaron en una pieza, cruzaron miradas sin respirar. De pronto el coche se puso a su altura y bajó el vidrio.

—¡Te vimos coqueteando con su novio! —gritó la conductora.

¿Ahora qué? Maldita sea...

—¡Fuiste tú!

—Yo no fui... fue teté —susurró Ena, evitando mirar a su lado. Tenía la cabeza entre las rodillas.

—Sube el vidrio. ¿Llevas el cinturón abrochado? —pidió con la mandíbula apretada.

—Pégale, pégale, que él merito fue... —susurró su amiga.

Ene profirió un agudo grito cuando Emily aceleró. El otro auto trató de envestirlas sin conseguir nada.

—Emily, ¿es cierto?

—¡No sé de qué hablan! —respondió tanto para Ena como para quienes la acusaban.

Pasaron de largo un semáforo.

—¡Eso es ilegal! —chilló Ena.

Sus perseguidoras continuaron lanzando maldiciones y amenazas sin sentido. ¿En qué momento todo se había vuelto una escena de acción? Tuvo que esquivar algunos autos por el carril lateral. El viento les removía el cabello a ambas, pero mientras sus perseguidoras parecían mafiosas, Emily y Ena tenían aspecto de locas recién prófugas del manicomio.

—¡Vuelve aquí, zorra! —bramaron detrás.

Ena se escurrió en su asiento mientras se persignaba una y otra vez.

—¡Vamos a morir, Emily!

—Sí... quizás, pero... —el viento se coló en su boca y la hizo toser.

Aceleró un último trecho y viró el volante; el auto se adentró no sin derrapar en una calle lateral un tanto estrecha.

—¡Rápido!

Ambas bajaron del auto entre movimientos torpes y algunos jadeos asustados. Ena estuvo a punto de estamparse contra el pavimento, pero luego de recuperarse del susto consiguió seguir a Emily hasta un callejón entre dos altas casas. Se agazaparon detrás de algunas cajas apiladas. La respiración de ambas corría desbocada.

—Pequeña perra... —La voz revotó en las paredes.

—Sal de donde estés.

Las últimas palabras revivieron el internado en esencia. Recordó cómo solía ocultarse para evitar castigos; un nudo se formó en su garganta y volvió a sentir esa presión en la entrepierna por querer ir al baño.

Renné saludó a Ena con una risa descontrolada.

—Me acabo de hacer encima —confesó antes de doblarse de la risa.

—Cállate —urgió Ena agitando las manos.

Renné se limpió las lágrimas causadas por la carcajada y miró a su asustada amiga. Escudriñó en varias direcciones; conocía bien la situación.

—Sígueme.

Avanzaron de cuclillas al fondo del callejón. Al terminarlo rodearon varias casas, de modo que volvieron a lugar donde había detenido sus autos. Gracias al cielo no había chicas gritonas cerca. Lo único a la vista era una mujer mayor paseando un perro, pero eso no implicaba problema para Renné. De cualquier manera podría arrollarla como había hecho con el otro hombre.

—Vámonos de aquí —suplicó Ena.

—Claro, tú entra al auto —musitó, distraída.

Estaba buscando algún objeto filoso entre la tierra. Removió un contenedor de basura y dio con un clavo de al menos diez centímetros. Lo estudió unos segundos al tiempo que torcía los labios.

—Ni se te ocurra, Emily —rogó.

—Emily se fue de paseo... en su lugar está Renné para lo que se le ofrezca.

Ena se cubrió la cara. No otra vez, por favor.

De un duro movimiento, Renné desgarró el caucho de dos neumáticos e hizo bajar el clavo con ayuda de su pie izquierdo. Sonrió, lanzó el clavo al capo del auto y se sacudió las manos.

—¿A tu casa entonces? —preguntó al ocupar su asiento.

—Hola, Renné... —soltó Ena con aire rendido.

(...)

Volvió a casa sin entender por qué tenía las manos llenas de tierra y una que otra pelusa oscura. Sin mencionar los tallones en los laterales del auto. ¡O peor todavía! Haberse meado.

Era una especie de laguna inexplicable en su cabeza. No había dónde, ni cuándo, mucho menos por qué. Hacía el esfuerzo de volver en sus recuerdos, explorar los hechos, pero todo era inútil.

Así pues, decidió tomar una ducha tibia para lavar lo más posible todas sus dudas. Echó los pantalones sucios al cesto de palma en su cuarto y desperdigó los deberes sobre el escritorio. Justo cuando se disponía a resolver los balanceos de química, un mensaje hizo vibrar su celular.

Lo tomó estirándose sobre la libreta; al parecer su madre le había comprado un obsequio. Emily respondió con un pequeño corazón y retomó sus obligaciones.

A decir verdad, Liana era acertada con los regalos, excepto si se trataba de su hija. La última vez le había dado un cupón para una tienda de juguetes sexuales. Jamás usó dicho cupón. Fue entonces que dos toques rápidos en su puerta la sacaron de sus pensamientos. Se sorprendió a sí misma mordisqueando su lápiz.

—Soy yo —Matt alzó la voz.

No salgas.

Emily no dijo palabra. Prefería evitar todo tipo de contacto con él.

—Quiero presentarte a alguien —una pausa —. Ella también quiere conocerte.

¿Ella?

Abrió lo suficiente para asomar un ojo. Al ver que no había nadie más que Matt, tuvo el impulso de cerrar la puerta, pero él interpuso su mano.

—Ven, está esperando abajo.

Bajó con recelo las escaleras, imaginando qué clase de ser viviente estaría allí. ¿Por qué Matt quería presentarle a alguien? ¿Acaso no notaba que ella no quería siquiera verlo? Menos interés tenía en otra persona que él conociera. Sin embargo, que dicha persona fuera mujer -porque había dicho "ella", ¿cierto?- le picaba su curiosidad.

En los sillones oscuros se encontraba una niña. Emily calculó que tendría diez... u once años. Estaba de espaldas a Emily, y parecía entretenida mirando una revista. Se notó un cambio en el ambiente apenas se giró. Miró a Emily de arriba abajo apretando los labios, como si tuviera comezón en ellos.

—Hola... soy Emily.

—Renné —respondió la pequeña con una sonrisa que renovó sus gestos.

Qué feo nombre. ¿Quién le pone Renné a su hija?

De inmediato estableció la relación entre ella y Matt. A juzgar por su tono de piel tostado, debían ser hermanos. ¡O tal vez él fuera su padre! Los ojos miel de la niña la observaron bien abiertos.

Matt estaba de pie, manos en los bolsillos.

—¿Es tu padre?

—No, no. Somos hermanos.

Emily asintió y forzó una sonrisa; seguía sin entender qué hacía ahí la niña.

—Emily, ¿puedo hablar contigo? —Matt se apartó de ellas y le indicó que lo siguiera.

Ella tragó saliva. Cuando se reunió con él, esperaron a que la pequeña Renne volviera a concentrarse en la revista.

—Nuestra madre está en el hospital. No te voy a mentir... se encuentra grave — desvió la mirada al suelo —. Nadie puede cuidar de ella, así que la traje aquí.

Una oleada de empatía la embargó. Miro a la niña y se mordió el labio inferior.

—¿Tienen alguna habitación de invitados o algo por el estilo?

La muchacha torció el gesto.

—Ya está ocupada por el chofer, Abel.

Quería ayudar a la niña, pero no a Matt. Todavía recordaba la supuesta confusión por parte de él que había tenido lugar en la cocina.

—¿Podría quedarse en tu habitación? Sólo serán unos días. Además... me debes un favor, ¿recuerdas? —se apresuró a decir.

Emily expresó su duda rascándose la barbilla. La idea no le convencía del todo, pero... tampoco quería dar la espalda a una situación así. Ella misma había terminado en un internado porque nadie podía hacerse cargo, puesto que su madre estaba "ocupada" modelando...

—De acuerdo.

Matt se planteó dar un agradecimiento, pero optó por asentir y se marchó a la cocina; cabizbajo. La niña y Emily quedaron solas.

—¿Puedo usar tu baño?

—Claro —apuntó una puerta de madera oscura.

Renné dejó la revista de lado, se incorporó y trotó en esa dirección. De modo que Emily ocupó el lugar donde había estado la niña. No supo cómo reaccionar al ver el artículo que estaba apartado en la revista: ¿Qué buscan los hombres?

Apartó la revista alzando las cejas.

Pues no es tan pequeña.

¡Muchas gracias por haber llegado hasta aquí! Tengo la curiosidad de saber desde dónde me leen.

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