Escapare del olvido. Utilizare estas alas para alejarme de la soledad.

Estoy en una cárcel de paredes de cristal. Puedo ver el mundo. Los colores se mezclan en una vorágine sin sentido. Pero aquí, en mi cárcel, todo es blanco.

Los ruidos no atraviesan las paredes, pero aun así, escucho los gritos.

Un golpeteo incesante que hace vibrar el vidrio. Atraviesa mi piel y resuena en mis huesos. Es como un tambor. Como un reloj. Un eterno tic-tac.

En mi cárcel es invierno todo el año. Las paredes son frías e inhumanas. Es suelo es implacable.

Está hambrienta y de a poco me han ido devorando. Fragmento a fragmento.

Por eso debo escapar.

El vidrio se está trisando.

Las grietas suenan como truenos en una noche silenciosa. Se desprenden trozos trasparentes que caen al suelo sin vida.

Mis alas están heridas. Están agarrotadas por estar tanto tiempo plegadas. El tiempo no ha sido amable con ninguna de las dos.

Las extiendo por sobre la cárcel. Las paredes caídas por primera vez las dejan desplegarse.

El cielo es hermoso.

Y las estrellas me saludan como si llevasen eones esperándome.

Observo un mundo que he visto solo a través de mis paredes. Una realidad desconocida.

Me asusta el viento y me sorprenden los pájaros.

Intento volar al lado de ellos pero caigo.

Me rió al golpear el suelo. ¿Es esto dolor?

¿Por qué lloro?

¿Es esto emoción?

Una golondrina se posa sobre las ruinas de una pared. Se ve hermosa parada sobre el grueso cristal. Me mira. Le sonrió. Vuela y emprendo tras ella, intentando recordar como ocupar las alas que llevan tantos años plegadas.

El sol esta cálido y la brisa sabe dulce.

Mi piel se estremece.

Y quiero gritar, llorar, reír y cantar todo al mismo tiempo. Saludar a las personas que antes solo veía entre paredes. Quiero sumergirme en el agua helada y esperar a que la luna se levante. Quiero saludarla.

Contarle como me he liberado.

Tropiezo continuamente creyendo que chocare con una pared. Me sorprende toda cosa que entre en contacto con mi piel.

He llorado porque alguien me ha dado un abrazo.

Antes. Dentro de mi cárcel. Imaginaba el mundo como solo la ignorancia puede hacerlo. E incluso dentro de mi mente era tan pequeño, tan frágil, tan silencioso.

Aquí no veo barreras. No le veo final en ninguna parte. Giro y giro sobre mi eje para intentar delimitar los confines de esta realidad.

No la tiene.

Y parece tan sorprendente que pueda estar aquí. Parece tan alucinante que su enormidad no me aplaste. Que el ruido no me vuelva sorda. Que las cosas no me despedacen.

A veces me despierto en la noche gritando. Aun estoy dentro de las paredes de cristal. Mi espalda sangra donde mis alas han sido arrancadas. Mis tobillos encadenados al frío suelo.

Son esas noches donde hablo con la luna hasta que desaparece. Son esas noches en las que duermo afuera, donde el frío me hace estremecer y el pasto cosquillea por mi piel desnuda.

Son noches en las que sueño. En las que veo a las grietas sumergirse en la nada. Las paredes que desaparecen y el recuerdo de los siglos que estuve presa parece solo un mal recuerdo.

Sola. En mi mente.

Son noches en las que me despierto asustada.

En las que observo a la luna y le pregunto si esta libertad es para siempre.

Noches en las que dudo. En las que tengo miedo.

Pero a la llegada del alba la luna ya me ha respondido.

La libertad ya se ha afianzado.

Y mis alas, remendadas, desean volar.