Delirium
Un vestido de seda opaca que alguna vez fue de mi talla (ahora nadaba en ella), se escurría de mi brazo. Es largo, y se enreda en mis pies cuando me dirijo al balcón, es pesado y me arrastra hacia abajo al caminar.
Mis manos acarician la barra, se siente fría, en plié, uno, dos, tres. Otra vez. Una última vez.
Una pierna sobre la baranda, luego la otra. Hasta llegar al otro lado, no se supone que nadie llegue al borde. Pero lo hice. Mis pies buscan la barra de metal, engancho la pierna izquierda, yaciendo recostada en el piso. Sintiendo la brisa despeinarme el cabello, respirando aire puro, calma.
Mis manos crean figuras en la nada, bailan sin música, hay una melodía recurrente en mi cabeza. Es una tonada triste de piano. Sonrio, el aire se escurre entre mis dedos al igual que el tiempo.
Estoy ensayando mi vuelo, agito mis alas, inhalo, exhalo. Muevo una, luego la otra. Mis alas son blancas, son suaves y son bonitas.
Mis alas me hacen sentir que vuelo al bailar, se mueven con gracias en dirección a las lámparas en el techo, e incluso cuando no hay luz buscan la misma dirección, incluso cuando está oscuro sé los movimientos que crean. Yo no les ordeno hacerlo, ellas se mueven por sí mismas.
Una tarde más en el estudio, sola. Vuelta, vuelta, vuelta. ¿Cuántas hice esta vez? Eso no es importante, puede ser mejor, siempre puede ser mejor. Salto.
Me inclino hacia delante, toco mis pies. Me dejo caer hacia atrás, vértebra por vértebra, en un estado de relajación total que no es familiar desde hace mucho tiempo. No hay nada detrás, nada me sostiene.
Un brazo, luego el otro, los muevo hacia arriba, por sobre mi cabeza. Mis alas están extendidas y están listas para hacer su trabajo. Emprendo mi vuelo.
Me dejó ir hacia atrás,
Flotando,
Flotando,
Flotando,
Aleteo.
Solo que no estoy ascendiendo, sino que,
Caigo,
Caigo,
Caigo,
Hasta aterrizar en el cielo.
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